Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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miércoles, 13 de marzo de 2019
martes, 12 de marzo de 2019
viernes, 8 de marzo de 2019
miércoles, 6 de marzo de 2019
lunes, 4 de marzo de 2019
jueves, 21 de febrero de 2019
Tras el furibundo ataque de las gaviotas, comparamos Australia, con Nueva Zelanda
Todas las fotos de este post son, de Kaikoura (Nueva Zelanda)
Ya predije yo -más por las experiencias vividas que por talento de adivinación-, que los incidentes con los autobuses, de Intercity, no habían terminado.
Reservar el billete on line con el móvil, como habíamos temido, no fue ningún problema, pero si un largo retraso en la salida del autobús, a Kaikoura -injustificado-, que propició, que de camino nos toparamos con unas desastrosas obras -marca Oceanía- y con un desgraciado accidente de tráfico, que nos retraso otra hora y media más y que nos dejó en nuestro destino, bajo un diluvio infernal, siendo ya casi de noche y con la mayoría de los alojamientos ya cerrados.
Sin poder remediarlo y por no quedarnos a dormir en la calle, con unas condiciones climatológicas tan adversas, pagamos la choza más cara, en Nueva Zelanda y nos morimos de frío, durante la noche, porque después de soplarnos más de 40 euros por un bungalow infumable y sin calefacción, todavía nos quiso cobrar aparte por una manta.
Hasta Kaikoura, conduce una breve pero intensa carretera escénica de paisajes marinos, que culmina en una playa colosal de arena negra. Después de la desangelada noche, abordamos muchos senderos, poco turismo y día soleado, por lo que tenemos unas buenas sensaciones. Hasta, que antes de partir y por sorpresa, llega el ataque masivo de las gaviotas.
Almorzábamos patatas fritas de cebolla verde y ni caso, igual que a unos indios, que engullían unos bocadillos y a otros chicos, que comían arroz. Pero, fue abrir una pizza de carne, pimientos, queso y salsa barbacoa y se volvieron locas. Las de delante, resultarles fáciles de espantar, aunque siempre vuelven, desafiantes, después de planear en circulo. Pero desde un alto, nos atacaron por detrás con decisión. Una, a la que no vimos venir, nos tiro la pizza al suelo, aunque no se llevó nada, pero la otra, aprovechando el desconcierto, me arrebato de la mano un buen trozo. Creedme: ¡embisten como toros!
Cuando esto escribo, ya hemos abandonado, Nueva Zelanda, así que, ya nada nos puede pasar allí. La salida fue buena. El vuelo de retorno a Sydney puntual y la reentrada, en Australia, sin control alguno, ni siquiera en la temida aduana.
Creo, que no escribiré el prometido post de diferencias, entre Australia y Nueva Zelanda. Dejaré, que la pura realidad, me destroce un buen post. Pero, si quiero significar, una breve comparación de datos prácticos para el viaje. Vamos con ello:
-Alojamientos mucho mejores y más baratos, en la isla de la Nube Blanca -salvo, en Queenstown-. Además, aquí no piden depósito por la llave, no suben el precio los fines de semana y se adaptan más a tus necesidades.
Eso sí y como en Australia, las horas del check-in son tardías y las del check-out, tempranas.
-Transporte. Escaso en los dos países, pero casi monopolístico, en Nueva Zelanda, lo que lo hace muy deficiente y caro. Los precios, en Australia, son mucho más razonables.
-Comida. Quien lo iba a decir el primer día, que llegamos, a Christchurch, que pensábamos, que íbamos a estar durante doce jornadas comiendo alubias y espaguetis de bote. La ventaja de Nueva Zelanda, es que cuenta con más competencia de supermercados y a horas determinadas, los descuentos de platos preparados, son de vértigo, llegando al 80% Creo, que esto está ligado al temperamento de esta gente, que ven muy feo desperdiciar la comida.
Por ejemplo hace un par de días y por un dólar neozelandés cada plato, -56 céntimos- hemos comido una enorme pizza de chorizo, un bollo relleno de queso y carne o un arroz con pollo y mandala de 400 gramos.
-En cuanto al wifi, Nueva Zelanda presta mucho mejor servicio, en hoteles, estaciones, aeropuertos y centros comerciales. En Australia, te lo quieren cobrar en todas partes y a veces, resulta muy lento y se corta, a menudo.
Me sigo reafirmando, que en cuanto a la organización de las excursiones, son más profesionales, en Australia.
Por cierto, con paciencia -dos horas- y sin peligro, se puede llegar andando al aeropuerto, de Christchurch. De esta forma, el ahorro, en transporte, resulta considerable.
Ya predije yo -más por las experiencias vividas que por talento de adivinación-, que los incidentes con los autobuses, de Intercity, no habían terminado.
Reservar el billete on line con el móvil, como habíamos temido, no fue ningún problema, pero si un largo retraso en la salida del autobús, a Kaikoura -injustificado-, que propició, que de camino nos toparamos con unas desastrosas obras -marca Oceanía- y con un desgraciado accidente de tráfico, que nos retraso otra hora y media más y que nos dejó en nuestro destino, bajo un diluvio infernal, siendo ya casi de noche y con la mayoría de los alojamientos ya cerrados.
Sin poder remediarlo y por no quedarnos a dormir en la calle, con unas condiciones climatológicas tan adversas, pagamos la choza más cara, en Nueva Zelanda y nos morimos de frío, durante la noche, porque después de soplarnos más de 40 euros por un bungalow infumable y sin calefacción, todavía nos quiso cobrar aparte por una manta.
Hasta Kaikoura, conduce una breve pero intensa carretera escénica de paisajes marinos, que culmina en una playa colosal de arena negra. Después de la desangelada noche, abordamos muchos senderos, poco turismo y día soleado, por lo que tenemos unas buenas sensaciones. Hasta, que antes de partir y por sorpresa, llega el ataque masivo de las gaviotas.
Almorzábamos patatas fritas de cebolla verde y ni caso, igual que a unos indios, que engullían unos bocadillos y a otros chicos, que comían arroz. Pero, fue abrir una pizza de carne, pimientos, queso y salsa barbacoa y se volvieron locas. Las de delante, resultarles fáciles de espantar, aunque siempre vuelven, desafiantes, después de planear en circulo. Pero desde un alto, nos atacaron por detrás con decisión. Una, a la que no vimos venir, nos tiro la pizza al suelo, aunque no se llevó nada, pero la otra, aprovechando el desconcierto, me arrebato de la mano un buen trozo. Creedme: ¡embisten como toros!
Cuando esto escribo, ya hemos abandonado, Nueva Zelanda, así que, ya nada nos puede pasar allí. La salida fue buena. El vuelo de retorno a Sydney puntual y la reentrada, en Australia, sin control alguno, ni siquiera en la temida aduana.
Creo, que no escribiré el prometido post de diferencias, entre Australia y Nueva Zelanda. Dejaré, que la pura realidad, me destroce un buen post. Pero, si quiero significar, una breve comparación de datos prácticos para el viaje. Vamos con ello:
-Alojamientos mucho mejores y más baratos, en la isla de la Nube Blanca -salvo, en Queenstown-. Además, aquí no piden depósito por la llave, no suben el precio los fines de semana y se adaptan más a tus necesidades.
Eso sí y como en Australia, las horas del check-in son tardías y las del check-out, tempranas.
-Transporte. Escaso en los dos países, pero casi monopolístico, en Nueva Zelanda, lo que lo hace muy deficiente y caro. Los precios, en Australia, son mucho más razonables.
-Comida. Quien lo iba a decir el primer día, que llegamos, a Christchurch, que pensábamos, que íbamos a estar durante doce jornadas comiendo alubias y espaguetis de bote. La ventaja de Nueva Zelanda, es que cuenta con más competencia de supermercados y a horas determinadas, los descuentos de platos preparados, son de vértigo, llegando al 80% Creo, que esto está ligado al temperamento de esta gente, que ven muy feo desperdiciar la comida.
Por ejemplo hace un par de días y por un dólar neozelandés cada plato, -56 céntimos- hemos comido una enorme pizza de chorizo, un bollo relleno de queso y carne o un arroz con pollo y mandala de 400 gramos.
-En cuanto al wifi, Nueva Zelanda presta mucho mejor servicio, en hoteles, estaciones, aeropuertos y centros comerciales. En Australia, te lo quieren cobrar en todas partes y a veces, resulta muy lento y se corta, a menudo.
Me sigo reafirmando, que en cuanto a la organización de las excursiones, son más profesionales, en Australia.
Por cierto, con paciencia -dos horas- y sin peligro, se puede llegar andando al aeropuerto, de Christchurch. De esta forma, el ahorro, en transporte, resulta considerable.
¡Hartos de InterCity!
Las cinco primeras son, de Christchurch y las otras dos, de Kaikoura (Nueva Zelanda)
Nuestra mente, anda ya más en Asia, que en Oceanía. Tratamos de reservar vuelos para Lombok, Denpasar, Taipei o Male, pero no lo encontramos, a buen precio. ¡No se pueden dar todos los pasos el mismo día!
Dije, que tendría, que volver a dedicar un post, a la compañía de autobuses, InterCity, de Nueva Zelanda y voy a hacerlo. Otra vez, nos la han jugado y hemos tenido, que renunciar, a ir, Picton y a Nelson (aunque ya, la verdad sea dicha, no teníamos muchas ganas de llegar hasta tan lejos en el norte de la isla).
Ni en la oficina de turismo, ni en la sede de la compañía, se esfuerzan de demasiado en explicarte las cosas y se limitan a darte los precios de la página web. No te cuentan -porque no tiene explicación lógica, ni posible-, por qué de hora en hora, las tarifas de los distintos recorridos suben al doble o al triple o que diferencia hay -en servicios y asientos-, entre el precio de un billete estandar y otro, denominado flexi. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores! Y ellos tienen las redes más grandes y la cara más dura.
En un país, donde el concepto de servicio público es inexistente y dónde se alienta a buscarte tu propia vida, tu solo, es difícil encontrar sosiego y sobre todo, comprensión. Luego diremos, que si los de los bemos de Indonesia, son unos ladrones, porque te estafan 30 céntimos, o los tuck tucks, de India o de Tailandia... Aquí, te las meten dobladas, te sacan lo que les da la gana y encima, debes responder con una sonrisa, porque supuestamente, te están haciendo un favor. Porque, si no cuentas con InterCity o no sabes o no quieres, conducir, te quedarías tirado, en Christchurch, sin otra forma de abordar otros destinos de la isla sur. ¡Así es la realidad y mejor, no disfrazarla!
Y si te enfadas -porque, si o si, al final y un día, te terminas cabreando-, se ponen dignos y racistas.
Al final y por agotar los días -con Intercity, claro está- iremos a Kaikoura, en la que tampoco tenemos muchas expectativas, ni siquiera de encontrar alojamiento, por lo que hemos visto en Booking. Si todo va bien, no escribiré más post de esta isla sur, ni de la lamentable, Intercity.
Nuestra mente, anda ya más en Asia, que en Oceanía. Tratamos de reservar vuelos para Lombok, Denpasar, Taipei o Male, pero no lo encontramos, a buen precio. ¡No se pueden dar todos los pasos el mismo día!
Dije, que tendría, que volver a dedicar un post, a la compañía de autobuses, InterCity, de Nueva Zelanda y voy a hacerlo. Otra vez, nos la han jugado y hemos tenido, que renunciar, a ir, Picton y a Nelson (aunque ya, la verdad sea dicha, no teníamos muchas ganas de llegar hasta tan lejos en el norte de la isla).
Ni en la oficina de turismo, ni en la sede de la compañía, se esfuerzan de demasiado en explicarte las cosas y se limitan a darte los precios de la página web. No te cuentan -porque no tiene explicación lógica, ni posible-, por qué de hora en hora, las tarifas de los distintos recorridos suben al doble o al triple o que diferencia hay -en servicios y asientos-, entre el precio de un billete estandar y otro, denominado flexi. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores! Y ellos tienen las redes más grandes y la cara más dura.
En un país, donde el concepto de servicio público es inexistente y dónde se alienta a buscarte tu propia vida, tu solo, es difícil encontrar sosiego y sobre todo, comprensión. Luego diremos, que si los de los bemos de Indonesia, son unos ladrones, porque te estafan 30 céntimos, o los tuck tucks, de India o de Tailandia... Aquí, te las meten dobladas, te sacan lo que les da la gana y encima, debes responder con una sonrisa, porque supuestamente, te están haciendo un favor. Porque, si no cuentas con InterCity o no sabes o no quieres, conducir, te quedarías tirado, en Christchurch, sin otra forma de abordar otros destinos de la isla sur. ¡Así es la realidad y mejor, no disfrazarla!
Y si te enfadas -porque, si o si, al final y un día, te terminas cabreando-, se ponen dignos y racistas.
Al final y por agotar los días -con Intercity, claro está- iremos a Kaikoura, en la que tampoco tenemos muchas expectativas, ni siquiera de encontrar alojamiento, por lo que hemos visto en Booking. Si todo va bien, no escribiré más post de esta isla sur, ni de la lamentable, Intercity.
¡Cansado de lo anglo! (este es el post 500 del blog)
Todas las fotos de este post son, de Christchurch (Nueva Zelanda)
Al fin y con la compañía Scoot -a muy buen precio-, hemos adquirido los billetes, para dejar de una vez para siempre, la Oceanía sajona. A la postre y si se cumplen los planes, van a ser 33 días en estos territorios de la Commonwealth, de los que hemos acabado algo hartos (más en Nueva Zelanda, que en Australia)
Admiramos la ingenuidad de la mayoría de la gente de estos lares y la confianza, que te dan, sin ni siquiera conocerte. Un ejemplo: reservamos en Booking una habitación en una casa privada, en Christchurch. Automáticamente y dado que el daño trabajo "full time", nos entrega el código de entrada de su casa e instrucciones para localizar la habitación. ¡Como si fuera nuestra propia casa o fuéramos familiares o amigos íntimos!
Llegamos y nos acomodamos a nuestras anchas. Cuando el propietario llega, surge un pequeño problema: no acepta tarjetas de crédito y nosotros solo tenemos y nos indica, con naturalidad, que cuando cambiemos mañana, le metamos el resto de billetes por debajo de la puerta de su habitación. ¡Toma ya!
Nos encanta también, el aparente saber estar, hasta llegar al ridículo, de estos sajones, (más bien por el qué dirán y el postureo, que por otra cosa). Ejemplo desternillante: en un país, donde la mayoría de los baños son mixtos, donde no lo eran, unas 15 tías aguantan estoicamente en cola, estando vacíos el de los hombres y el de los minusválidos.
Si, lo siento así: tras un mes, estoy harto del mundo sajón y de que hayan impregnado todas sus conquistas territoriales de la misma manera. Pero no pasa nada: cuando me voy a Marruecos ocho días, también me agobio, así que será cosa mía. Pero, si. Estoy harto del sorry a todas horas y sin venir a cuento. Si te atizo, ya me dices sorry y cuando voy a disculparme de corazón, ya te has pirado y seguido tu camino. Cuando te fastidian ellos, el mismo sorry impersonal, sin una mueca y sin torcer la mirada.
Odio el individualismo de esta gente, su poca empatía, la comida basura que comen, el que te perdonen la vida a cada paso. Estoy cansado de sus gesticulaciones -probablemente naturales, pero muy exageradas- teatreras al expresarse, del "oh my god" a todas horas y de que hablen, como si tuvieran un estropajo dentro de la boca.
En su descargo, debo decir, que el mundo sajón es donde mejor te consienten que hables mal inglés y dónde tiene más paciencia a la hora de atenderte.
Pero, me aburre verlos todo el día con el vasito de café de la mano por la calle, bebiendo por un agujerito del propio envase.
Y, lo de la sostenibilidad de este continente es una patraña. Aquí parece todo más civilizado, porque son cuatro gatos para un territorio enorme. Pero ciudades, como Christchurch, están hechas para los coches -en los que normalmente, solo va una persona- y más que nada, porque son de casas tan bajas y alargadas, que es imposible llegar andando a cualquier parte. Y las tiendas de alcohol -que tanto usan-, para más inri, están a las afueras.
En Queenstown, ni siquiera hay pasos de cebra y los semáforos para el peatón, en Australia y Nueva Zelanda, apenas duran un par de segundos.
La última ocurrencia, en Nueva Zelanda -hasta la siguiente- es, que la propia municipalidad, ha comprado y puesto al servicio de los ciudadanos -generalmente los más jóvenes-, los dichosos patinetes eléctricos, que se están tratando de prohibir -o al menos, de regular- en muchas ciudades de España. Y luego, reivindicaremos, que la gente ingiera menos calorías, que haya más deporte, que no moleste a las demás o que las motos y los tuck tucks deban salir de las aceras del sudeste asiático o de India. ¡Putos hipócritas!
Al fin y con la compañía Scoot -a muy buen precio-, hemos adquirido los billetes, para dejar de una vez para siempre, la Oceanía sajona. A la postre y si se cumplen los planes, van a ser 33 días en estos territorios de la Commonwealth, de los que hemos acabado algo hartos (más en Nueva Zelanda, que en Australia)
Admiramos la ingenuidad de la mayoría de la gente de estos lares y la confianza, que te dan, sin ni siquiera conocerte. Un ejemplo: reservamos en Booking una habitación en una casa privada, en Christchurch. Automáticamente y dado que el daño trabajo "full time", nos entrega el código de entrada de su casa e instrucciones para localizar la habitación. ¡Como si fuera nuestra propia casa o fuéramos familiares o amigos íntimos!
Llegamos y nos acomodamos a nuestras anchas. Cuando el propietario llega, surge un pequeño problema: no acepta tarjetas de crédito y nosotros solo tenemos y nos indica, con naturalidad, que cuando cambiemos mañana, le metamos el resto de billetes por debajo de la puerta de su habitación. ¡Toma ya!
Nos encanta también, el aparente saber estar, hasta llegar al ridículo, de estos sajones, (más bien por el qué dirán y el postureo, que por otra cosa). Ejemplo desternillante: en un país, donde la mayoría de los baños son mixtos, donde no lo eran, unas 15 tías aguantan estoicamente en cola, estando vacíos el de los hombres y el de los minusválidos.
Si, lo siento así: tras un mes, estoy harto del mundo sajón y de que hayan impregnado todas sus conquistas territoriales de la misma manera. Pero no pasa nada: cuando me voy a Marruecos ocho días, también me agobio, así que será cosa mía. Pero, si. Estoy harto del sorry a todas horas y sin venir a cuento. Si te atizo, ya me dices sorry y cuando voy a disculparme de corazón, ya te has pirado y seguido tu camino. Cuando te fastidian ellos, el mismo sorry impersonal, sin una mueca y sin torcer la mirada.
Odio el individualismo de esta gente, su poca empatía, la comida basura que comen, el que te perdonen la vida a cada paso. Estoy cansado de sus gesticulaciones -probablemente naturales, pero muy exageradas- teatreras al expresarse, del "oh my god" a todas horas y de que hablen, como si tuvieran un estropajo dentro de la boca.
En su descargo, debo decir, que el mundo sajón es donde mejor te consienten que hables mal inglés y dónde tiene más paciencia a la hora de atenderte.
Pero, me aburre verlos todo el día con el vasito de café de la mano por la calle, bebiendo por un agujerito del propio envase.
Y, lo de la sostenibilidad de este continente es una patraña. Aquí parece todo más civilizado, porque son cuatro gatos para un territorio enorme. Pero ciudades, como Christchurch, están hechas para los coches -en los que normalmente, solo va una persona- y más que nada, porque son de casas tan bajas y alargadas, que es imposible llegar andando a cualquier parte. Y las tiendas de alcohol -que tanto usan-, para más inri, están a las afueras.
En Queenstown, ni siquiera hay pasos de cebra y los semáforos para el peatón, en Australia y Nueva Zelanda, apenas duran un par de segundos.
La última ocurrencia, en Nueva Zelanda -hasta la siguiente- es, que la propia municipalidad, ha comprado y puesto al servicio de los ciudadanos -generalmente los más jóvenes-, los dichosos patinetes eléctricos, que se están tratando de prohibir -o al menos, de regular- en muchas ciudades de España. Y luego, reivindicaremos, que la gente ingiera menos calorías, que haya más deporte, que no moleste a las demás o que las motos y los tuck tucks deban salir de las aceras del sudeste asiático o de India. ¡Putos hipócritas!
miércoles, 20 de febrero de 2019
Y al final, acabó cayendo el dormitorio compartido (sobre hostels y hosteleros)
Las primeras cinco fotos de este post son, de Queenstown y el resto, del lago Pukaki (Nueva Zelanda)
Booking, Booking y Booking. No hay otra forma de funcionar en materia de alojamientos, en Australia y Nueva Zelanda, que no sea este método agresivo de reservas, que te martillea día y noche con mensajes, a la app o al correo electrónico de tu móvil. Cuando lo tratas de hacer por libre -escasas ocasiones-, los hoteles te cobran más. Y tú, te preguntas: pero, ¿si esta plataforma cobra un 15% de comisión y se la ahorran, si vas a su recepción, por qué todavía quieren más? ¡Misterios sin resolver!No lo sé. Lo único, que se me ocurre es, que aprovechándose de su poder, el metabuscador les apriete las tuercas a los alojamientos. Nunca nos gustaron los hostels. Ni siquiera, durante la juventud. Somos sociables -en la medida de lo posible-, pero no a la hora de dormir. Pero, lo cierto y verdad es, que en Australia y Nueva Zelanda, sino fuera por estos establecimientos, los viajeros de presupuesto medio y bajo, tendríamos estos destinos vetados (aunque duermas en la estación de Sydney o de Melbourne, como hemos hecho).
Nunca entendimos muy bien la vida del hosteler@. Gentes de pantalones anchos y coloridos, pelos largos con trencitas y cintas, encantados de compartir tè y café gratuitos o de pasarse tres horas, entre comprar y cocinar, para terminar comiendo espaguetis con pollo y verduras. Pasan la mayor parte del tiempo en el establecimiento, tumbados en la litera o viendo la tele y tú te preguntas: pero ¿a qué vinieron tan lejos, estos tíos, para hacer una vida más cotidiana, que en su propia casa?
Después y en los compartimentos en forma de estantería de la cocina -generalmente sin llave- acumulan ingentes cantidades de bolsas de comida, que en el check-out, deben acabar tirando o retirando a la zona de "free food" -mucho pan y mantequilla de cacahuete, aunque a veces encuentras algo de valor-, que algunos aprovechamos, sin ninguna vergüenza.
Pero, desde siempre, lo que más odie de los hostels, es que mi actividad se redujera a estar en la litera, en la cocina o en la sala de televisión, no pudiendo hacer cosas más íntimas, como escribir o leer a gusto. Afortunadamente y al menos, en este continente, algo va cambiando, pero lentamente.
Después de pelear lo imposible y derrotados, nos ha tocado dormir tres noches en un dormitorio compartido de ocho camas, en el Base Queenstown y hay que reconocer, que es un modelo distinto, con todo muy bien organizado y un hall, donde puedes hacer de todo, sin que nadie te mire: navegar por internet, escribir, beber vino, acurrucarte con tu pareja en uno de los múltiples sofás o jugar al billar.
De todas formas y a pesar de la aceptable experiencia, esperamos no volvernosla a jugar en este viaje, a la ruleta de los dormitorios compartidos, porque hay viajeros muy pesados, como la asiática, que antes de ayer y a las siete de la mañana, estuvo más de 45 minutos revolviendo su plásticos plasticoso equipaje y componiendose. Por lo demás, mejor alojamiento y más barato, en Nueva Zelanda, que en Australia.
En Fiorland y Milford Sound (Parte II)
Todas las fotos de este post son, de Milford Sound (Nueva Zelanda)
Lo sorprendente es -sino se ha mirado el mapa antes de contratar la excursión-, que Queenstown y Milford Sound están a muy corta distancia entre ellas, que podría ser salvada con un funicular u otro medio tecnológico. Se debe estar discutiendo desde hace años, pero en la actualidad, lo que hay, es una carretera, casi circular, que va dando vueltas, a través de la insulsa localidad, de Te Anau
Como ya se ha dicho, salimos puntuales, pero el bus para en cinco o seis hoteles de los extrarradios, con lo que se hace muy pesado. El lago queda a la derecha. Me duermo y no pasa nada, porque la carretera, a Te Anau -dos horas y media, a través de un paisaje, predominante, verde,- no merece mayor interés. Parada larga para comer -aunque son las once- y para que otras dos pasajeras jovencitas y nosotros, nos acerquemos a curiosear por el lago. Los demás y sin remordimientos por perderse una visita, se dedican a darle al diente y nada más. Ya son las once y media de la mañana.
A partir de aquí, se suceden cinco paradas. La última, preciosa, con las montañas nevadas, ríos, cascadas, loros de montaña...las otras cuatro, un poco innecesarias: un lago, como tantos otros; parada para ir al baño -habiendolo hecho una hora antes-; unos lagos-espejo y una pradera, donde hubo pastoreo hace siglos. Resulta algo pesado y agotador, cargar y descargar el bus cada diez minutos.
Es verdad, que el paisaje, durante los últimos 40 kilómetros resulta impresionante . Pasamos por el famoso túnel de la avalancha -que en su día, dejó incomunicado Milford Sound- y tras un bonito y vertiginoso descenso, se accede al embarcadero. En el, nos entregan la tarjeta de embarque inusualmente, rápido- y arranca el crucero de una hora y media. Hay nubes -algunas bajas-, aunque la visibilidad no es mala. Suben y bajan, van y vienen. Creo, que es muy difícil, ver este fiordo despejado y quizás, hasta tenga menos encanto.
En 35 minutos, vamos serpenteando, hasta salir del fiordo, que presenta impresionantes cascadas, que no son permanentes, sino que dependen de la lluvia y de las épocas. El viento es helador y casi te tumba, cuando te acercas a la desembocadura. Los móviles y cámaras no caen al mar, de forma milagrosa. El regreso es más lento, porque te van acercando a diferentes puntos de interés, de forma más detallada. Es el caso de una catarata gigante, donde nos meten debajo y nos empapamos enteros. Vemos pingüinos y focas, aunque solo un par de ejemplares de cada especie y pequeños.
Desembarcamos y el capitán, como en un vuelo, se despide de forma personalizada de cada uno de nosotros
Aún nos queda el tedioso camino de vuelta. Y mañana otras nueve horas de bus, de regreso a Christchurch. ¡Porca miseria, a 22.000 kilómetros de casa!
Lo sorprendente es -sino se ha mirado el mapa antes de contratar la excursión-, que Queenstown y Milford Sound están a muy corta distancia entre ellas, que podría ser salvada con un funicular u otro medio tecnológico. Se debe estar discutiendo desde hace años, pero en la actualidad, lo que hay, es una carretera, casi circular, que va dando vueltas, a través de la insulsa localidad, de Te Anau
Como ya se ha dicho, salimos puntuales, pero el bus para en cinco o seis hoteles de los extrarradios, con lo que se hace muy pesado. El lago queda a la derecha. Me duermo y no pasa nada, porque la carretera, a Te Anau -dos horas y media, a través de un paisaje, predominante, verde,- no merece mayor interés. Parada larga para comer -aunque son las once- y para que otras dos pasajeras jovencitas y nosotros, nos acerquemos a curiosear por el lago. Los demás y sin remordimientos por perderse una visita, se dedican a darle al diente y nada más. Ya son las once y media de la mañana.
A partir de aquí, se suceden cinco paradas. La última, preciosa, con las montañas nevadas, ríos, cascadas, loros de montaña...las otras cuatro, un poco innecesarias: un lago, como tantos otros; parada para ir al baño -habiendolo hecho una hora antes-; unos lagos-espejo y una pradera, donde hubo pastoreo hace siglos. Resulta algo pesado y agotador, cargar y descargar el bus cada diez minutos.
Es verdad, que el paisaje, durante los últimos 40 kilómetros resulta impresionante . Pasamos por el famoso túnel de la avalancha -que en su día, dejó incomunicado Milford Sound- y tras un bonito y vertiginoso descenso, se accede al embarcadero. En el, nos entregan la tarjeta de embarque inusualmente, rápido- y arranca el crucero de una hora y media. Hay nubes -algunas bajas-, aunque la visibilidad no es mala. Suben y bajan, van y vienen. Creo, que es muy difícil, ver este fiordo despejado y quizás, hasta tenga menos encanto.
En 35 minutos, vamos serpenteando, hasta salir del fiordo, que presenta impresionantes cascadas, que no son permanentes, sino que dependen de la lluvia y de las épocas. El viento es helador y casi te tumba, cuando te acercas a la desembocadura. Los móviles y cámaras no caen al mar, de forma milagrosa. El regreso es más lento, porque te van acercando a diferentes puntos de interés, de forma más detallada. Es el caso de una catarata gigante, donde nos meten debajo y nos empapamos enteros. Vemos pingüinos y focas, aunque solo un par de ejemplares de cada especie y pequeños.
Desembarcamos y el capitán, como en un vuelo, se despide de forma personalizada de cada uno de nosotros
Aún nos queda el tedioso camino de vuelta. Y mañana otras nueve horas de bus, de regreso a Christchurch. ¡Porca miseria, a 22.000 kilómetros de casa!
martes, 19 de febrero de 2019
En Fiorland y Milford Sound (Parte I)
Todas las fotos de este post son, de Fiorland (Nueva Zelanda)
Este capítulo doble del blog va orientado en dos direcciones. La primera, consiste en relatar, la penosa experiencia vivida con el tour operador contratado -sin pocos y hay escasa competencia - y con las agencias, de Queenstown. La segunda, para resaltar, sin duda, la gran belleza del circuito, como algo casi único en el mundo.
Vamos, por tanto, por partes: las agencias son mentirosas (todas). Te dicen, que el paquete de 125 dólares no incluye comida, ni autobús con techo panorámico de cristal, que por otra parte, solo sirve para que te de el sol en la cabeza, sin poder evitarlo. De esta forma pretenden cobrarte unos 25 dólares más, por algo que ofrecen todos los circuitos, incluidos los más básicos. También -al menos, la nuestra-, mienten sobre la hora de llegada, al regresar por la tarde. Ni a las ocho, ni a las nueve. Retornamos a más de las diez, sin haber sufrido imprevisto alguno.
Lo cierto y verdad es, que la excursión dura trece horas y no hay forma de rebajar este tiempo. Que conste, que no digo, que el tour tenga un precio elevado, que es equiparable -aunque comiendo mejor - al de la Great Ocean Road, de Australia.
Vamos con más cosas. El operador y sus servicios: el autobús de Jucy es de más de cincuenta plazas y va lleno. Se desenvuelve mal en las curvas de la carretera y es un guirigay absoluto, organizar a tanta gente, en cada una de las numerosas paradas, que llevamos a cabo a lo largo del día.
Por supuesto, nunca se cumplen los horarios de las mismas y así vamos acumulando retraso, paulatinamente. Por otra parte y en nuestro caso -no sé si pasa en todos-, nos toca un guía, que más bien, parece un monologuista de "El Club de la Comedia " y que no para de hablar y de hacer chistes sobre australianos, durante las seis horas y cuarto del trayecto de ida. No puedes dormir, ni escuchar música, ni hablar con tu acompañante...y al volver, nos obsequia con diez capítulos cortos, a todo volumen, de una serie infumable. ¿Han oído hablar de Netflix o Amazon Prime, aquí?. No creo, ¡están a lo suyo!
Otra cuestión: paradas innecesarias, entre Te Anau y el Parque Nacional. Y, como ya hemos dicho, se sale demasiado tarde. Hacerlo a las nueve de la mañana -despues de haber pasado un largo rato peregrinando por los hoteles de los alrededores, de Queenstown, recogiendo pasajeros-, significa regresar a las diez de la noche.
Lo único, que a mi modo de ver, funciona muy bien, es el crucero, porque resulta todo muy dinámico, cuando ya estás muy cansado. Y además, con la gracia especial del capitán, de meter el barco debajo de una cascada y empaparnos a todos los que íbamos en cubierta. Como digo, todo muy ágil, tanto al embarcar, como al desembarcar.
La comida, por cierto, no está tampoco mal, aún siendo una bolsa de picnic: crakers de queso, sándwich con ensalada, rico zumo de naranja, una manzana, una chocolatina, pan, mantequilla, mermelada y un par de caramelos mentolados para refrescar el aliento. Entiendo, que habernos llevado a un restaurante, a hacer un almuerzo normal y con tanta gente, nos habría hecho perder mucho más tiempo.
Este capítulo doble del blog va orientado en dos direcciones. La primera, consiste en relatar, la penosa experiencia vivida con el tour operador contratado -sin pocos y hay escasa competencia - y con las agencias, de Queenstown. La segunda, para resaltar, sin duda, la gran belleza del circuito, como algo casi único en el mundo.
Vamos, por tanto, por partes: las agencias son mentirosas (todas). Te dicen, que el paquete de 125 dólares no incluye comida, ni autobús con techo panorámico de cristal, que por otra parte, solo sirve para que te de el sol en la cabeza, sin poder evitarlo. De esta forma pretenden cobrarte unos 25 dólares más, por algo que ofrecen todos los circuitos, incluidos los más básicos. También -al menos, la nuestra-, mienten sobre la hora de llegada, al regresar por la tarde. Ni a las ocho, ni a las nueve. Retornamos a más de las diez, sin haber sufrido imprevisto alguno.
Lo cierto y verdad es, que la excursión dura trece horas y no hay forma de rebajar este tiempo. Que conste, que no digo, que el tour tenga un precio elevado, que es equiparable -aunque comiendo mejor - al de la Great Ocean Road, de Australia.
Vamos con más cosas. El operador y sus servicios: el autobús de Jucy es de más de cincuenta plazas y va lleno. Se desenvuelve mal en las curvas de la carretera y es un guirigay absoluto, organizar a tanta gente, en cada una de las numerosas paradas, que llevamos a cabo a lo largo del día.
Por supuesto, nunca se cumplen los horarios de las mismas y así vamos acumulando retraso, paulatinamente. Por otra parte y en nuestro caso -no sé si pasa en todos-, nos toca un guía, que más bien, parece un monologuista de "El Club de la Comedia " y que no para de hablar y de hacer chistes sobre australianos, durante las seis horas y cuarto del trayecto de ida. No puedes dormir, ni escuchar música, ni hablar con tu acompañante...y al volver, nos obsequia con diez capítulos cortos, a todo volumen, de una serie infumable. ¿Han oído hablar de Netflix o Amazon Prime, aquí?. No creo, ¡están a lo suyo!
Otra cuestión: paradas innecesarias, entre Te Anau y el Parque Nacional. Y, como ya hemos dicho, se sale demasiado tarde. Hacerlo a las nueve de la mañana -despues de haber pasado un largo rato peregrinando por los hoteles de los alrededores, de Queenstown, recogiendo pasajeros-, significa regresar a las diez de la noche.
Lo único, que a mi modo de ver, funciona muy bien, es el crucero, porque resulta todo muy dinámico, cuando ya estás muy cansado. Y además, con la gracia especial del capitán, de meter el barco debajo de una cascada y empaparnos a todos los que íbamos en cubierta. Como digo, todo muy ágil, tanto al embarcar, como al desembarcar.
La comida, por cierto, no está tampoco mal, aún siendo una bolsa de picnic: crakers de queso, sándwich con ensalada, rico zumo de naranja, una manzana, una chocolatina, pan, mantequilla, mermelada y un par de caramelos mentolados para refrescar el aliento. Entiendo, que habernos llevado a un restaurante, a hacer un almuerzo normal y con tanta gente, nos habría hecho perder mucho más tiempo.
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