Todas las fotos de este post son, de Milford Sound (Nueva Zelanda)
Lo sorprendente es -sino se ha mirado el mapa antes de contratar la excursión-, que Queenstown y Milford Sound están a muy corta distancia entre ellas, que podría ser salvada con un funicular u otro medio tecnológico. Se debe estar discutiendo desde hace años, pero en la actualidad, lo que hay, es una carretera, casi circular, que va dando vueltas, a través de la insulsa localidad, de Te Anau
Como ya se ha dicho, salimos puntuales, pero el bus para en cinco o seis hoteles de los extrarradios, con lo que se hace muy pesado. El lago queda a la derecha. Me duermo y no pasa nada, porque la carretera, a Te Anau -dos horas y media, a través de un paisaje, predominante, verde,- no merece mayor interés. Parada larga para comer -aunque son las once- y para que otras dos pasajeras jovencitas y nosotros, nos acerquemos a curiosear por el lago. Los demás y sin remordimientos por perderse una visita, se dedican a darle al diente y nada más. Ya son las once y media de la mañana.
A partir de aquí, se suceden cinco paradas. La última, preciosa, con las montañas nevadas, ríos, cascadas, loros de montaña...las otras cuatro, un poco innecesarias: un lago, como tantos otros; parada para ir al baño -habiendolo hecho una hora antes-; unos lagos-espejo y una pradera, donde hubo pastoreo hace siglos. Resulta algo pesado y agotador, cargar y descargar el bus cada diez minutos.
Es verdad, que el paisaje, durante los últimos 40 kilómetros resulta impresionante . Pasamos por el famoso túnel de la avalancha -que en su día, dejó incomunicado Milford Sound- y tras un bonito y vertiginoso descenso, se accede al embarcadero. En el, nos entregan la tarjeta de embarque inusualmente, rápido- y arranca el crucero de una hora y media. Hay nubes -algunas bajas-, aunque la visibilidad no es mala. Suben y bajan, van y vienen. Creo, que es muy difícil, ver este fiordo despejado y quizás, hasta tenga menos encanto.
En 35 minutos, vamos serpenteando, hasta salir del fiordo, que presenta impresionantes cascadas, que no son permanentes, sino que dependen de la lluvia y de las épocas. El viento es helador y casi te tumba, cuando te acercas a la desembocadura. Los móviles y cámaras no caen al mar, de forma milagrosa. El regreso es más lento, porque te van acercando a diferentes puntos de interés, de forma más detallada. Es el caso de una catarata gigante, donde nos meten debajo y nos empapamos enteros. Vemos pingüinos y focas, aunque solo un par de ejemplares de cada especie y pequeños.
Desembarcamos y el capitán, como en un vuelo, se despide de forma personalizada de cada uno de nosotros
Aún nos queda el tedioso camino de vuelta. Y mañana otras nueve horas de bus, de regreso a Christchurch. ¡Porca miseria, a 22.000 kilómetros de casa!
Lo sorprendente es -sino se ha mirado el mapa antes de contratar la excursión-, que Queenstown y Milford Sound están a muy corta distancia entre ellas, que podría ser salvada con un funicular u otro medio tecnológico. Se debe estar discutiendo desde hace años, pero en la actualidad, lo que hay, es una carretera, casi circular, que va dando vueltas, a través de la insulsa localidad, de Te Anau
Como ya se ha dicho, salimos puntuales, pero el bus para en cinco o seis hoteles de los extrarradios, con lo que se hace muy pesado. El lago queda a la derecha. Me duermo y no pasa nada, porque la carretera, a Te Anau -dos horas y media, a través de un paisaje, predominante, verde,- no merece mayor interés. Parada larga para comer -aunque son las once- y para que otras dos pasajeras jovencitas y nosotros, nos acerquemos a curiosear por el lago. Los demás y sin remordimientos por perderse una visita, se dedican a darle al diente y nada más. Ya son las once y media de la mañana.
A partir de aquí, se suceden cinco paradas. La última, preciosa, con las montañas nevadas, ríos, cascadas, loros de montaña...las otras cuatro, un poco innecesarias: un lago, como tantos otros; parada para ir al baño -habiendolo hecho una hora antes-; unos lagos-espejo y una pradera, donde hubo pastoreo hace siglos. Resulta algo pesado y agotador, cargar y descargar el bus cada diez minutos.
Es verdad, que el paisaje, durante los últimos 40 kilómetros resulta impresionante . Pasamos por el famoso túnel de la avalancha -que en su día, dejó incomunicado Milford Sound- y tras un bonito y vertiginoso descenso, se accede al embarcadero. En el, nos entregan la tarjeta de embarque inusualmente, rápido- y arranca el crucero de una hora y media. Hay nubes -algunas bajas-, aunque la visibilidad no es mala. Suben y bajan, van y vienen. Creo, que es muy difícil, ver este fiordo despejado y quizás, hasta tenga menos encanto.
En 35 minutos, vamos serpenteando, hasta salir del fiordo, que presenta impresionantes cascadas, que no son permanentes, sino que dependen de la lluvia y de las épocas. El viento es helador y casi te tumba, cuando te acercas a la desembocadura. Los móviles y cámaras no caen al mar, de forma milagrosa. El regreso es más lento, porque te van acercando a diferentes puntos de interés, de forma más detallada. Es el caso de una catarata gigante, donde nos meten debajo y nos empapamos enteros. Vemos pingüinos y focas, aunque solo un par de ejemplares de cada especie y pequeños.
Desembarcamos y el capitán, como en un vuelo, se despide de forma personalizada de cada uno de nosotros
Aún nos queda el tedioso camino de vuelta. Y mañana otras nueve horas de bus, de regreso a Christchurch. ¡Porca miseria, a 22.000 kilómetros de casa!
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