Todas las fotos son, de Sydney (Australia)
Nunca creímos en lo del martes y trece y en lo del viernes, tampoco. Por eso y tras la experiencia de la salida, de Sydney y a Nueva Zelanda, dos semanas atrás, pensamos, que el último día en Australia, a la vuelta, sería un mero trámite. Nada más lejos de la realidad.
Por desidia y por ahorrarnos un buen puñado de dólares -despues de la sangría de Nueva Zelanda- decidimos ir a dormir a la confortable estación de tren, como otras veces anteriores. Pero en esta ocasión, a las siete en punto de la mañana se presentan dos policías -como siempre, uno bueno y otro malo-, de aspecto cómico: con pantalones cortos y con camisetas sin mangas.
Tras preguntarnos - al vernos tumbados en el suelo-, si esperamos algún tren y mentirles, diciendo que al del aeropuerto, comienza una conversación trabada, que da tanta risa, como miedo, por su imprevisible final. Nosotros tratando de explicarles nuestros planes de volar, a Singapur y ellos tan sorprendidos -no nos llaman mentirosos- de que con dos bultitos pequeños, llevemos viajando dos meses por el mundo y tres semanas, por Australia. Finalmente, nos dejaron ir y no perdemos ni un segundo en cumplir sus órdenes.
Lo gordo, sin embargo, nos esperaba en el aeropuerto, unas pocas horas más tarde, donde todos los derechos civiles y humanos, se acaban para los pasajeros. Habíamos comprado varias latas de comida -sardinas, ricas y muy baratas, alubias y un guiso de cordero, beicon, patatas y vegetales-, para cuadrar el dinero sobrante. Tambien vino, pero ya nos lo habíamos bebido, antes de arribar a la terminal aérea. Como siempre y tras la impecable obtención de las tarjetas de embarque, por parte de la compañía Scoot y el tranquilo control de inmigración, no facturamos: todo nuestro equipaje en los bultos de mano.
Ya habíamos leido, que no se permiten líquidos, aerosoles y geles de más de 100 mililitros, aunque cuando salimos la otra vez, colamos un champú y un gel de medio litro cada uno, aunque esta vez, no llevábamos nada de eso.
Las cosas empiezan mal y son discrimatorias, porque a todas las mujeres, las hacen pasar por una infame máquina de rayos X y las toquetean bastante. Uno de los bultos acaba en las manos de un chino -el malo- y el otro en las de un negro -el bueno, a priori- Siempre me he preguntado, porque hay tanto inmigrante curtido -Barajas incluido- en los controles aeroportuarios. Tengo mi propia y clara respuesta, pero no viene al caso y quedaría demasiado largo.
El negro sonrie y se apiada de nosotros y nos deja pasar las sardinas, que ya habíamos transportado, de aquí, a Nueva Zelanda. Separa la lata grande.¡Pero si es algo sólido! Le indicamos que no pone nada de eso en ninguna parte. Cada vez, se va poniendo de peor carácter y estalla, cuando le decimos, que vamos a perder el vuelo "eso no es mi problema", no contesta, de muy malas formas.
Ahora nos enfadamos nosotros, porque destroza todo nuestro equipaje con las manos cubiertas con guantes y sin permitirnos explicarle nada, para dejarlo todo tirado. Mientras tanto, el chino a lo suyo. Con cara de idiota, se ha cargado toda la comida, incluidas las sardinas del otro bulto: ¡eso es unificación de criterios! No ha puesto pegas, sin embargo, a dos enormes magdalenas de chocolate y al paquete de pan de molde. A mí modo de ver, los problemas son varios y muy graves:
-Cada trabajador de este sector, hace lo que le da la gana, sin potestad de autoridad, sin dar explicaciones a nadie
-No serán, ni a uno ni a dos, a los que les hayan hecho perder un avión, sin responsabilidad alguna.
-Te ponen de los nervios con todo tu equipaje desperdigado y los documentos abandonados, mientras tanto, en las bandejas. Por supuesto, no se harán responsables, si pierdes o te roban algo importante.
-Sin de una arrogancia y una chulería tremenda y desbordante
-Aplican las normas, según les caigas y la resistencia, que opongas.
-¿Donde van todos esos productos, que retiran? Los pasajeros deberíamos tener derecho, a saberlo
-¿Como podemos defender nuestra dignidad, como personas, ante estos procedimientos abusivos e impunes?
Y lo que casi nadie sabe es -a mí me lo explico un trabajador de Barajas-, que el escáner no distingue si un bote es de 100 mililitros, del de un litro, por lo que registran a boleo o dependiendo, de como tengan el día.
Nunca creímos en lo del martes y trece y en lo del viernes, tampoco. Por eso y tras la experiencia de la salida, de Sydney y a Nueva Zelanda, dos semanas atrás, pensamos, que el último día en Australia, a la vuelta, sería un mero trámite. Nada más lejos de la realidad.
Por desidia y por ahorrarnos un buen puñado de dólares -despues de la sangría de Nueva Zelanda- decidimos ir a dormir a la confortable estación de tren, como otras veces anteriores. Pero en esta ocasión, a las siete en punto de la mañana se presentan dos policías -como siempre, uno bueno y otro malo-, de aspecto cómico: con pantalones cortos y con camisetas sin mangas.
Tras preguntarnos - al vernos tumbados en el suelo-, si esperamos algún tren y mentirles, diciendo que al del aeropuerto, comienza una conversación trabada, que da tanta risa, como miedo, por su imprevisible final. Nosotros tratando de explicarles nuestros planes de volar, a Singapur y ellos tan sorprendidos -no nos llaman mentirosos- de que con dos bultitos pequeños, llevemos viajando dos meses por el mundo y tres semanas, por Australia. Finalmente, nos dejaron ir y no perdemos ni un segundo en cumplir sus órdenes.
Lo gordo, sin embargo, nos esperaba en el aeropuerto, unas pocas horas más tarde, donde todos los derechos civiles y humanos, se acaban para los pasajeros. Habíamos comprado varias latas de comida -sardinas, ricas y muy baratas, alubias y un guiso de cordero, beicon, patatas y vegetales-, para cuadrar el dinero sobrante. Tambien vino, pero ya nos lo habíamos bebido, antes de arribar a la terminal aérea. Como siempre y tras la impecable obtención de las tarjetas de embarque, por parte de la compañía Scoot y el tranquilo control de inmigración, no facturamos: todo nuestro equipaje en los bultos de mano.
Ya habíamos leido, que no se permiten líquidos, aerosoles y geles de más de 100 mililitros, aunque cuando salimos la otra vez, colamos un champú y un gel de medio litro cada uno, aunque esta vez, no llevábamos nada de eso.
Las cosas empiezan mal y son discrimatorias, porque a todas las mujeres, las hacen pasar por una infame máquina de rayos X y las toquetean bastante. Uno de los bultos acaba en las manos de un chino -el malo- y el otro en las de un negro -el bueno, a priori- Siempre me he preguntado, porque hay tanto inmigrante curtido -Barajas incluido- en los controles aeroportuarios. Tengo mi propia y clara respuesta, pero no viene al caso y quedaría demasiado largo.
El negro sonrie y se apiada de nosotros y nos deja pasar las sardinas, que ya habíamos transportado, de aquí, a Nueva Zelanda. Separa la lata grande.¡Pero si es algo sólido! Le indicamos que no pone nada de eso en ninguna parte. Cada vez, se va poniendo de peor carácter y estalla, cuando le decimos, que vamos a perder el vuelo "eso no es mi problema", no contesta, de muy malas formas.
-Cada trabajador de este sector, hace lo que le da la gana, sin potestad de autoridad, sin dar explicaciones a nadie
-No serán, ni a uno ni a dos, a los que les hayan hecho perder un avión, sin responsabilidad alguna.
-Te ponen de los nervios con todo tu equipaje desperdigado y los documentos abandonados, mientras tanto, en las bandejas. Por supuesto, no se harán responsables, si pierdes o te roban algo importante.
-Sin de una arrogancia y una chulería tremenda y desbordante
-Aplican las normas, según les caigas y la resistencia, que opongas.
-¿Donde van todos esos productos, que retiran? Los pasajeros deberíamos tener derecho, a saberlo
-¿Como podemos defender nuestra dignidad, como personas, ante estos procedimientos abusivos e impunes?
Y lo que casi nadie sabe es -a mí me lo explico un trabajador de Barajas-, que el escáner no distingue si un bote es de 100 mililitros, del de un litro, por lo que registran a boleo o dependiendo, de como tengan el día.
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