Todas las fotos de este post son, de Senggigi (Indonesia)
Desde que llegamos, a Indonesia, respiramos húmedad por todas las partes del cuerpo. Hace ya tres días que hemos lavado la ropa y aún no se ha secado (28 grados de media y 97% de humedad): ¡Paciencia!
Otro asunto, que sobrellevamos, es el de la comida, al igual que hace una década. Y la verdad es, que los muy correctos desayunos de los alojamientos, nos están salvando la vida, porque luego ya puedes completar el día con cualquier cosa.
Después del despreocupado día, en Mataran -aunque anodino y complicado por la movilidad difícil de esta ciudad-, decidimos, como habíamos planeado, ir a Senggigi. Al inmediato asedio, en cuanto pisamos las calles -aunque de forma tímida-, los taxistas. Son los honrados comerciantes, los que nos indican la dirección, que debemos tomar.
La forma tradicional de viajar por tramos en las islas, de Indonesia, eran los bemos. Pero estos, están casi desapareciendo para los recorridos principales, aunque no para los más rurales
Ya casi, solo recogen a viejas con pesados bultos, a algún romántico local y guiris despistados (o más bien, escasos de presupuesto). Los más jóvenes -ellos y también, ellas- han optado por adquirir una moto.
Afortunadamente, hemos conseguido nuestro objetivo, pero ha costado lo suyo. Paramos a una vieja furgoneta, casi vacía y nos pide 200.000 rupias por ir al destino. Tras decirle, que "no special transport" y si "public transport", la cosa se queda en 5.000. Entendemos, que nos va a llevar a una estación, en la que se coge otro bemo, tan viejo, como el anterior, al igual, que sus demacrados conductores. Acertamos.
De ahí y en un plis plas -se llena enseguida-, montamos en otro cacharro, que por el doble del anterior, nos lleva a nuestro destino. El trayecto nos ha llevado 45 minutos y hemos ahorrado un pico, además de sumergirnos en experiencias del pasado, ahora que casi todos los turistas, utilizamos los anodinos, caros y poco aventureros shuttles.
Qué casualidad, que nada más bajar, nos cruzamos con el amable conductor, que el otro día nos rescató del ferry. Saludos protocolarios, que terminan en una nueva oferta de transporte -a donde sea-, que rechazamos, amablemente.
Otra vez, nos encontramos ante una de esas tan explicadas playas del tercer mundo, aunque en esta ocasión, con un añadido. A diferencia, de Mataran, esta pequeña población ha sido muy afectada por el terremoto, del 5 de agosto: hoteles derribados; casas caídas -ahora, en construccion-, que contrastan con los edificios abandonados a su suerte; escombros...Nos llama la atención con cierto escalofrío, un antiguo supermercado, ahora en ruinas, del que aún cuelgan las ofertas del 1 al 7 de agosto.
Por lo demás -y con unas infraestructuras correctas para la zona-, lo mismo de siempre. Alojamientos vacíos, pero que no se bajan del burro, ni te permiten regatear el precio de la habitación. Centros de masajes, donde las chicas se exhiben de sol a sol, sin apenas clientes. Resorts fantásticos, pero fantasmales, porque no hay nadie en ellos (los que no ha derribado el terremoto o las altas expectativas de sus constructores).
Encontramos, también, un mercado de artesanía, casi abandonado y caras tiendas de 24 horas, siempre vacías -o con algún guiri viejo perdido- y con el aire acondicionado a tope.
Y para variar, restaurantes sin clientes y con agresivos captadores, para servirte un arroz con pollo y que pagues tú todos los platos, de los que no vienen. Las agencias resultan numerosas, pero todas venden las mismas excursiones y casi, al mismo precio. Abundan los vendedores playeros de pareos, baratijas, collares, pulseras, tarjetas de Navidad de las de toda la vida...Eso si, encontrar cerveza o alcohol cuesta un mundo.
Pero lo más curioso, resulta ser, el sector del transporte. Para ofrecer lo mismo o algo parecido, están los de los bemos, que circulan arriba y abajo; los escasos taxis; las numerosas motos; las agencias; los hoteles...Y todo, teniendo en cuenta, que somos cuatro guiris contados y que la playa -bonita y limpia, aunque no inolvidable- está en el mismo centro de la localidad y al algo distante templo principal, se puede llegar, cómodamente, andando.
Ojo, porque a partir de qué anochece y en sitios no muy concurridos -casi toda la localidad-, Senggigi, se puede convertir en un lugar inseguro. Nosotros nos topamos con algunas personas muy agresivas, que como mínimo, quisieron asustarnos.
Hemos decidido, ahorrar en aventuras -vamos ya acumulando bastantes- y por unos pocos miles de rupias más, coger un servicio de transporte, que combina minibús, a Bangsal y ferry, a las Gili. Ya veremos, como haremos la vuelta, hasta Bali.
Creo, que hoy ha sido el día más caluroso y húmedo del viaje y está mezcla está pasando factura a nuestra piel.
Antes de acabar y con un poco de sentido de humor, os expongo esto:
Ratio estadístico aproximado, en diciembre 2018, 10 vendedores por cada turista, 30 transportistas por cada transportado, 3 agencias por cada guiri, 3.000 rupias por echar agua caliente a la sopa en el Coco Mart...
Otro asunto, que sobrellevamos, es el de la comida, al igual que hace una década. Y la verdad es, que los muy correctos desayunos de los alojamientos, nos están salvando la vida, porque luego ya puedes completar el día con cualquier cosa.
Después del despreocupado día, en Mataran -aunque anodino y complicado por la movilidad difícil de esta ciudad-, decidimos, como habíamos planeado, ir a Senggigi. Al inmediato asedio, en cuanto pisamos las calles -aunque de forma tímida-, los taxistas. Son los honrados comerciantes, los que nos indican la dirección, que debemos tomar.
La forma tradicional de viajar por tramos en las islas, de Indonesia, eran los bemos. Pero estos, están casi desapareciendo para los recorridos principales, aunque no para los más rurales
Ya casi, solo recogen a viejas con pesados bultos, a algún romántico local y guiris despistados (o más bien, escasos de presupuesto). Los más jóvenes -ellos y también, ellas- han optado por adquirir una moto.
Afortunadamente, hemos conseguido nuestro objetivo, pero ha costado lo suyo. Paramos a una vieja furgoneta, casi vacía y nos pide 200.000 rupias por ir al destino. Tras decirle, que "no special transport" y si "public transport", la cosa se queda en 5.000. Entendemos, que nos va a llevar a una estación, en la que se coge otro bemo, tan viejo, como el anterior, al igual, que sus demacrados conductores. Acertamos.
De ahí y en un plis plas -se llena enseguida-, montamos en otro cacharro, que por el doble del anterior, nos lleva a nuestro destino. El trayecto nos ha llevado 45 minutos y hemos ahorrado un pico, además de sumergirnos en experiencias del pasado, ahora que casi todos los turistas, utilizamos los anodinos, caros y poco aventureros shuttles.
Qué casualidad, que nada más bajar, nos cruzamos con el amable conductor, que el otro día nos rescató del ferry. Saludos protocolarios, que terminan en una nueva oferta de transporte -a donde sea-, que rechazamos, amablemente.
Otra vez, nos encontramos ante una de esas tan explicadas playas del tercer mundo, aunque en esta ocasión, con un añadido. A diferencia, de Mataran, esta pequeña población ha sido muy afectada por el terremoto, del 5 de agosto: hoteles derribados; casas caídas -ahora, en construccion-, que contrastan con los edificios abandonados a su suerte; escombros...Nos llama la atención con cierto escalofrío, un antiguo supermercado, ahora en ruinas, del que aún cuelgan las ofertas del 1 al 7 de agosto.
Por lo demás -y con unas infraestructuras correctas para la zona-, lo mismo de siempre. Alojamientos vacíos, pero que no se bajan del burro, ni te permiten regatear el precio de la habitación. Centros de masajes, donde las chicas se exhiben de sol a sol, sin apenas clientes. Resorts fantásticos, pero fantasmales, porque no hay nadie en ellos (los que no ha derribado el terremoto o las altas expectativas de sus constructores).
Encontramos, también, un mercado de artesanía, casi abandonado y caras tiendas de 24 horas, siempre vacías -o con algún guiri viejo perdido- y con el aire acondicionado a tope.
Y para variar, restaurantes sin clientes y con agresivos captadores, para servirte un arroz con pollo y que pagues tú todos los platos, de los que no vienen. Las agencias resultan numerosas, pero todas venden las mismas excursiones y casi, al mismo precio. Abundan los vendedores playeros de pareos, baratijas, collares, pulseras, tarjetas de Navidad de las de toda la vida...Eso si, encontrar cerveza o alcohol cuesta un mundo.
Pero lo más curioso, resulta ser, el sector del transporte. Para ofrecer lo mismo o algo parecido, están los de los bemos, que circulan arriba y abajo; los escasos taxis; las numerosas motos; las agencias; los hoteles...Y todo, teniendo en cuenta, que somos cuatro guiris contados y que la playa -bonita y limpia, aunque no inolvidable- está en el mismo centro de la localidad y al algo distante templo principal, se puede llegar, cómodamente, andando.
Ojo, porque a partir de qué anochece y en sitios no muy concurridos -casi toda la localidad-, Senggigi, se puede convertir en un lugar inseguro. Nosotros nos topamos con algunas personas muy agresivas, que como mínimo, quisieron asustarnos.
Hemos decidido, ahorrar en aventuras -vamos ya acumulando bastantes- y por unos pocos miles de rupias más, coger un servicio de transporte, que combina minibús, a Bangsal y ferry, a las Gili. Ya veremos, como haremos la vuelta, hasta Bali.
Creo, que hoy ha sido el día más caluroso y húmedo del viaje y está mezcla está pasando factura a nuestra piel.
Antes de acabar y con un poco de sentido de humor, os expongo esto:
Ratio estadístico aproximado, en diciembre 2018, 10 vendedores por cada turista, 30 transportistas por cada transportado, 3 agencias por cada guiri, 3.000 rupias por echar agua caliente a la sopa en el Coco Mart...
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