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sábado, 23 de febrero de 2019

Frontera de Singapur: otro día de zozobra

                                              Todas las fotos de este post son, de Singapur

          Cambio de cinco husos horarios en dos días, 12,5 horas de vuelo en aviones de bajo coste -sin comida y bebida-, 8.000 kilómetros realizados, cuatro noches - por diversos motivos- sin pisar un alojamiento, controles sanguinarios en los aeropuertos, lluvias torrenciales...

          Nuestros cuerpos, hasta con cincuenta años, aguantan muy bien estas cosas aún, pero la mente ha acabado en servicios mínimos de respuesta y máximos de estrés. Pongo todos estos atenuantes, no como justificación, sino para daros argumentos de lo que nos ha pasado a la salida, de Singapur, país -donde además de hacer mucha humedad y llover todo el año y no solo, durante el monzón, siempre pasa algo y no bueno. Especialmente, en su frontera terrestre.

          Como ya lo conocíamos, desde 2008, el viaje en esta ocasión, a Singapur, ha sido exprés. Una seis horas, sino contamos las del aeropuerto y transporte. Nada inusual ni mencionable, hasta que decidimos -en vez del autobús, como la vez anterior- usar el metro, hasta Woodlands, opción que hemos leído a algunos blogueros.

          Al llegar a esta nos ocurre una extraña aventura, que nos pone el día dificil y absurdo. Preguntamos a varios autobuseros, de Woodlands, como podemos ir andando hasta la frontera. Uno nos dice, que el check point está lejos -2 kilómetros, aunque luego constatariamos, que son 4- y otro miente de forma descarada, indicando, que el camino está cerrado. Nos recomiendan el bus 911 y decidimos seguirlo, caminando, pero lo perdemos de vista pronto.

          Entonces, preguntamos a un chico, que camina por la acera y que no habla inglés -y lo siente, pretendiendo justificarse, porque debe ser el único en Singapur-, pero nos hace un croquis, que nos aclara el camino, a seguir.

          Reencontramos la ruta del 911 y tras varios titubeos, damos con el puesto fronterizo. Mientras estamos en la cola, una pareja de polis me pide el pasaporte y me hace poner el pulgar en una especie de TPV. A mí pareja no, pero no me supone ninguna ventaja dado, que debemos hacer los mismos trámites los dos.

          Otro policía nos pregunta, si vamos por la senda peatonal o hacia los autobuses, para llegar a la frontera, de Malasia. Y, nosotros pensamos:"¿Hay una senda peatonal? ¡Que bien y sobre todo viniendo de la tranquila Porque ceania!" Empezamos, tras pasar una puerta giratoria, que solo tiene una dirección y por donde no cabrían la mayoría de los equipajes de los viajeros.

          Todo bien, hasta que salimos a una carretera infernal, aunque con estrecha acera. Debe ser ya Malasia, porque está llena de alocados motoristas. Nos ponemos a andar y cruzamos un ancho río, como casi siempre en las fronteras y tras unos veinte minutos, se termina la acera, quedando solo el transitado asfalto. Tras varias precipitadas y nerviosas valoraciones, decidimos volver sobre nuestros pasos.

          Pero la puerta giratoria, nos impide regresar. Y el policía, que la vigila, también,  decepcionado porque no hemos sido capaces de coronar un "sencillo" -segun el- camino de 45 minutos. Al final, concluye que tenemos, que volver a entrar en Singapur y volver a salir, para poder ir a la zona de autobuses, que conectan, con Malasia. ¡Nosotros alucinando!


          Todavía, nos cuesta un rato explicarle a sus superiores, nuestro simple desconocimiento y que no pretendemos nada raro -error, si es necesario-, para que nos abran unas puertas mágicas con contraseña, que nos dejan en la parada de los buses, que circulan hacia Malasia.

La única e imperceptible ventaja es, que le echamos jeta y no hemos pagado un duro de una frontera a la otra, dado que el conductor nos considera cuerdos y piensa, que ya veníamos anteriormente en su bus.

          A todo esto, caemos en la cuenta, de que se nos ha pasado algo por alto, al volver tan distraídamente, del primer al tercer mundo: por mucho, que te muevas bien en este último -cual es nuestro caso-, siempre debes estar muy alerta, cuándo regresas a el, desde la placidez de los países desarrollados. O te pones las pilas o en el mejor de los casos, te las ponen.

          ¡Vaya dos días consecutivos de zozobra!

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