Las ocho primeras son, de Kuta y el resto, de Denpasar (Bali, Indonesia)
La Indonesia, que recordábamos, de hace diez años, nos parece algo dulcificada, quizás, porque entonces,no habíamos estado en India. El tráfico es caótico, incomprensible e injustificable. El número de motos, que circulan y que salen de cualquier callejón, por pequeño que sea, resulta agobiante, aunque los conductores no tratan de asediar al peatón, como si ocurre en muchas ciudades indias.
También, hemos encontrado más relajada -en la medida de lo posible- a la gente del transporte, pero no debemos bajar la guardia, en una isla, donde menos el alojamiento -regalado y con desayuno-, todo tira a caro.
Salimos de Malasia, de forma muy sencilla y entramos de la misma manera, en Indonesia (Bali). Menuda diferencia, con hace diez años, cuando un cancerbero aburrido, tocahuevos y cabronazo, a altas horas de la madrugada, nos lo puso muy difícil, a pesar de haber pagado ya el visado.
No existe transporte público, a Kuta y los taxis son caros, aunque no nos cuesta mucho esfuerzo, reducir una tercera parte del precio, que nos piden en la oficina de pre-pago, situada en la parte de afuera del hall de la terminal de llegadas. A la vuelta, creo que volveremos andando, porque hay aceras y no está muy lejos del centro.
No nos costó mucho encontrar alojamiento, a buen precio y con piscina. Y lo más importante: podemos ir a echar un sueño a las 9 de la mañana y no, como en Australia, Nueva Zelanda o Malasia, donde se hace preceptivo esperar a los tardíos check-out de las tres de la tarde o más.
A pesar de pegarnos una buena siesta, siempre harán que tener en cuenta la caraja inicial, al ingresar a un país, aunque ya lo hayas visitado, anteriormente. Nos la quisieron pegar a lo grande con el cambio de moneda y lo peor es, que casi lo consiguen. Les faltó muy poquito. Íbamos completamente desprevenidos, porque en 2008, cuando las comisiones bancarias no eran tan chungas y dañinas, tirábamos de cajero automático (solo funcionaba uno de cada cinco, pero con paciencia, lo lograbas)
El truco es más viejo, que el hilo negro, pero les funciona y además, no se sonrojan, si los descubres. De esta manera, estuvieron a punto de estafarnos 33 euros, sobre 100. ¡No parece mala comisión! Te dan una tasa muy atractiva, bastante por encima del cambio oficial, pero te empiezan a hacer jueguecitos con los billetes. Te los ponen en montocitos y cuando cuentas los de uno, te quitan unos cuantos del otro de los fajos. Por no decir, que otros los dejan caer al suelo del establecimiento. Los mostradores son altos y nunca les ves las manos. Solo, la cabeza. Normalmente, cuentan con un compinche, discretamente, ubicado enfrente o en los alrededores, que aparece, si se produce alguna controversia. Generan tal confusión, que llegas a dudar de lo que cuentas.
Pero, al menos, en nuestro caso, no oponen ninguna resistencia, si los pillas. No hace falta siquiera, ni mencionarles a la policía, que por otra parte, ni suele estar en las inmediaciones, ni se la espera.
El consejo más razonable es, aceptar las tasas de cambio más bajas y de sitios más confiables -chiringuitos de bancos y tiendas grande-, por encima de la de los lúgubres garitos de las calles estrechas, sucias, apagadas y más apartadas. Aunque, te la pueden colar igual en una de las vías públicas más principales, resulta más improbable.
Para animar el cotarro, empezó a llover, copiosamente y nos refugiamos en un Kentucky, el único lugar, donde habíamos comido bien hace una década, al margen del Carrefour, de Sarabaya, en pleno Ramadán. Todo nuestro gozo cayó en un pozo, porque los espaguetis de luxe -con pollo crujiente y rica salsa, entonces- se siguen llamando de la misma forma, pero hoy en día, se reducen a un amasijo de pasta recogida y escasa con un poco de rabiosa salsa de chile.
Kuta, sigue al ritmo de hace una década. Llena de bares para guiris sin pretensiones, aunque han emergido centros comerciales, que la hacen más moderna y accesible. Pero, a pesar de todo y como siempre en el tercer mundo, tomarte dos cervezas en un establecimiento de ocio, cuesta lo mismo, que una habitación doble con piscina.
Las cosas de las repúblicas bananarias, nunca cambian -incluidos los numerosos negocios de masajes, poco catalogados y menos fiables-, por muchos esfuerzos, que hagan estos países en modernizarse. Se trata de problemas estructurales irresolubles. Como, que por 100 euros, te den, sino te engañan, casi dos millones de rupias. ¡No disponen de fuerzas, ni para reestructurar su sistema monetario, como para pedirles logros mayores!
Los viejos, pero contundentes y bonitos bemos, han desaparecido, al menos en esta zona, de Indonesia. Se ven flamantes taxis, como el que nos traslado desde el aeropuerto y a otros transportistas, a los que se la han metido doblada, porque manejan furgonetas descuajeringadas de infinitesima mano, procedentes, sabe quién, de que parte del mundo y de qué época.
La Indonesia, que recordábamos, de hace diez años, nos parece algo dulcificada, quizás, porque entonces,no habíamos estado en India. El tráfico es caótico, incomprensible e injustificable. El número de motos, que circulan y que salen de cualquier callejón, por pequeño que sea, resulta agobiante, aunque los conductores no tratan de asediar al peatón, como si ocurre en muchas ciudades indias.
También, hemos encontrado más relajada -en la medida de lo posible- a la gente del transporte, pero no debemos bajar la guardia, en una isla, donde menos el alojamiento -regalado y con desayuno-, todo tira a caro.
Salimos de Malasia, de forma muy sencilla y entramos de la misma manera, en Indonesia (Bali). Menuda diferencia, con hace diez años, cuando un cancerbero aburrido, tocahuevos y cabronazo, a altas horas de la madrugada, nos lo puso muy difícil, a pesar de haber pagado ya el visado.
No existe transporte público, a Kuta y los taxis son caros, aunque no nos cuesta mucho esfuerzo, reducir una tercera parte del precio, que nos piden en la oficina de pre-pago, situada en la parte de afuera del hall de la terminal de llegadas. A la vuelta, creo que volveremos andando, porque hay aceras y no está muy lejos del centro.
No nos costó mucho encontrar alojamiento, a buen precio y con piscina. Y lo más importante: podemos ir a echar un sueño a las 9 de la mañana y no, como en Australia, Nueva Zelanda o Malasia, donde se hace preceptivo esperar a los tardíos check-out de las tres de la tarde o más.
A pesar de pegarnos una buena siesta, siempre harán que tener en cuenta la caraja inicial, al ingresar a un país, aunque ya lo hayas visitado, anteriormente. Nos la quisieron pegar a lo grande con el cambio de moneda y lo peor es, que casi lo consiguen. Les faltó muy poquito. Íbamos completamente desprevenidos, porque en 2008, cuando las comisiones bancarias no eran tan chungas y dañinas, tirábamos de cajero automático (solo funcionaba uno de cada cinco, pero con paciencia, lo lograbas)
El truco es más viejo, que el hilo negro, pero les funciona y además, no se sonrojan, si los descubres. De esta manera, estuvieron a punto de estafarnos 33 euros, sobre 100. ¡No parece mala comisión! Te dan una tasa muy atractiva, bastante por encima del cambio oficial, pero te empiezan a hacer jueguecitos con los billetes. Te los ponen en montocitos y cuando cuentas los de uno, te quitan unos cuantos del otro de los fajos. Por no decir, que otros los dejan caer al suelo del establecimiento. Los mostradores son altos y nunca les ves las manos. Solo, la cabeza. Normalmente, cuentan con un compinche, discretamente, ubicado enfrente o en los alrededores, que aparece, si se produce alguna controversia. Generan tal confusión, que llegas a dudar de lo que cuentas.
Pero, al menos, en nuestro caso, no oponen ninguna resistencia, si los pillas. No hace falta siquiera, ni mencionarles a la policía, que por otra parte, ni suele estar en las inmediaciones, ni se la espera.
El consejo más razonable es, aceptar las tasas de cambio más bajas y de sitios más confiables -chiringuitos de bancos y tiendas grande-, por encima de la de los lúgubres garitos de las calles estrechas, sucias, apagadas y más apartadas. Aunque, te la pueden colar igual en una de las vías públicas más principales, resulta más improbable.
Para animar el cotarro, empezó a llover, copiosamente y nos refugiamos en un Kentucky, el único lugar, donde habíamos comido bien hace una década, al margen del Carrefour, de Sarabaya, en pleno Ramadán. Todo nuestro gozo cayó en un pozo, porque los espaguetis de luxe -con pollo crujiente y rica salsa, entonces- se siguen llamando de la misma forma, pero hoy en día, se reducen a un amasijo de pasta recogida y escasa con un poco de rabiosa salsa de chile.
Kuta, sigue al ritmo de hace una década. Llena de bares para guiris sin pretensiones, aunque han emergido centros comerciales, que la hacen más moderna y accesible. Pero, a pesar de todo y como siempre en el tercer mundo, tomarte dos cervezas en un establecimiento de ocio, cuesta lo mismo, que una habitación doble con piscina.
Las cosas de las repúblicas bananarias, nunca cambian -incluidos los numerosos negocios de masajes, poco catalogados y menos fiables-, por muchos esfuerzos, que hagan estos países en modernizarse. Se trata de problemas estructurales irresolubles. Como, que por 100 euros, te den, sino te engañan, casi dos millones de rupias. ¡No disponen de fuerzas, ni para reestructurar su sistema monetario, como para pedirles logros mayores!
Los viejos, pero contundentes y bonitos bemos, han desaparecido, al menos en esta zona, de Indonesia. Se ven flamantes taxis, como el que nos traslado desde el aeropuerto y a otros transportistas, a los que se la han metido doblada, porque manejan furgonetas descuajeringadas de infinitesima mano, procedentes, sabe quién, de que parte del mundo y de qué época.
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