Todas las fotos de este post son, de Kuala Lumpur (Malasia)
Ya no dudamos tinta china. Los grandes logros del viaje, que eran Australia y Nueva Zelanda, con un preámbulo- masaje de Tailandia, ya se han conseguido. Pero, aún así, el día a día nos sigue devorando, como ocurre en todos los viajes largos, donde ayer es la Prehistoria y mañana -por día flojo, que parezca- es el apocalipsis.
Después del susto, de Singapur, sus desalmados y "graciosos" funcionarios y no sin problemas logísticos, conseguimos un hotel en Jhoror Baru, donde descansar nuestros doloridos huesos. Es la primera vez, que venimos en noviembre, a Malasia y toda esa retahíla del monzón, de la estación fresca o de la calurosa, es puro formalismo y topiquismo.
Por mi experiencia, aquí llueve -y a cántaros- casi todo el año y la humedad te tumba, aunque, eso sí, en las épocas más benignas, alguna brisa momentánea alivia tu cara y cuentas con el super lujo, de poder dormir alguna noche con el ventilador apagado, a pesar, de que te sigan ofreciendo, como un mantra, habitaciones con aire acondicionado (en época alta, te las venden menos, porque las tienen llenas).
Solo hace un año, que abandonamos Malasia y a primera vista, algunas cosas prácticas han cambiado y son muy irritantes. Por ejemplo, se les ha ocurrido -septiembre de 2017-, que debían aplicar a los extranjeros -y no a los nacionales, como siempre ocurre-, una tasa de alojamiento por habitación, de 10 ringgits. El matiz es, que solo es obligatorio para los hoteles más caros, pero casi todos los baratos, también lo aplican, embolsandosela ellos (afortunadamente, no, el digno hotel, de Kuala Lumpur, donde estamos ahora).
Otro aspecto, que destacar es, que han subido el precio del transporte público, en Kuala Lumpur, el 100%. Así, recaudan lo que les da la gana, sin oposición alguna. Aunque bueno, yo seremos igual de bananeros, que ellos, porque ya la Comunidad de Madrid, subió el metro a Barajas, de 2 a 5 euros.
Lo curioso y trágico es, que si a alguien, que vende hamburguesas en un puesto de la calle se le ocurriera hacer lo mismo, se quedaría sin clientes y sin fuerzas, siquiera, para refunfuñar. Pero, para quitarnos el mal carácter y las incesantes lluvias -29 de 56 días- y las obras eternas -asiaticas y oceánicas- que llevamos padeciendo en este viaje, decir, que hoy hemos comido unos ricos noodles con marisco para chuparse los dedos, además de disfrutar de una siesta con pesadillas constantes, que seguro, he conseguido expulsar del interior de mi cuerpo.
El año pasado dije: "cada vez, que vengo a Kuala Lumpur, está peor" y lo afirmó nuevamente. Han arreglado el 10% de lo levantado, pero han estropeado, otro 20%. Viva el constante contraste entre las alcantarillas nuevas y los eternos fosos de las calles, donde las ratas gordas - y las delgadas, también- campan a sus anchas.
Ir a Maldivas, va a resultar muy complicado. Taiwán, parece, igualmente, difícil. Explorar lo que no vimos de Bali, Lombok y Flores, se adivina posible. Pero, me da la sensación, de que el viaje empieza a languidecer, si no somos capaces de ponerle remedio y obrar con contundencia y determinación.
Ya no dudamos tinta china. Los grandes logros del viaje, que eran Australia y Nueva Zelanda, con un preámbulo- masaje de Tailandia, ya se han conseguido. Pero, aún así, el día a día nos sigue devorando, como ocurre en todos los viajes largos, donde ayer es la Prehistoria y mañana -por día flojo, que parezca- es el apocalipsis.
Después del susto, de Singapur, sus desalmados y "graciosos" funcionarios y no sin problemas logísticos, conseguimos un hotel en Jhoror Baru, donde descansar nuestros doloridos huesos. Es la primera vez, que venimos en noviembre, a Malasia y toda esa retahíla del monzón, de la estación fresca o de la calurosa, es puro formalismo y topiquismo.
Por mi experiencia, aquí llueve -y a cántaros- casi todo el año y la humedad te tumba, aunque, eso sí, en las épocas más benignas, alguna brisa momentánea alivia tu cara y cuentas con el super lujo, de poder dormir alguna noche con el ventilador apagado, a pesar, de que te sigan ofreciendo, como un mantra, habitaciones con aire acondicionado (en época alta, te las venden menos, porque las tienen llenas).
Solo hace un año, que abandonamos Malasia y a primera vista, algunas cosas prácticas han cambiado y son muy irritantes. Por ejemplo, se les ha ocurrido -septiembre de 2017-, que debían aplicar a los extranjeros -y no a los nacionales, como siempre ocurre-, una tasa de alojamiento por habitación, de 10 ringgits. El matiz es, que solo es obligatorio para los hoteles más caros, pero casi todos los baratos, también lo aplican, embolsandosela ellos (afortunadamente, no, el digno hotel, de Kuala Lumpur, donde estamos ahora).
Otro aspecto, que destacar es, que han subido el precio del transporte público, en Kuala Lumpur, el 100%. Así, recaudan lo que les da la gana, sin oposición alguna. Aunque bueno, yo seremos igual de bananeros, que ellos, porque ya la Comunidad de Madrid, subió el metro a Barajas, de 2 a 5 euros.
Lo curioso y trágico es, que si a alguien, que vende hamburguesas en un puesto de la calle se le ocurriera hacer lo mismo, se quedaría sin clientes y sin fuerzas, siquiera, para refunfuñar. Pero, para quitarnos el mal carácter y las incesantes lluvias -29 de 56 días- y las obras eternas -asiaticas y oceánicas- que llevamos padeciendo en este viaje, decir, que hoy hemos comido unos ricos noodles con marisco para chuparse los dedos, además de disfrutar de una siesta con pesadillas constantes, que seguro, he conseguido expulsar del interior de mi cuerpo.
El año pasado dije: "cada vez, que vengo a Kuala Lumpur, está peor" y lo afirmó nuevamente. Han arreglado el 10% de lo levantado, pero han estropeado, otro 20%. Viva el constante contraste entre las alcantarillas nuevas y los eternos fosos de las calles, donde las ratas gordas - y las delgadas, también- campan a sus anchas.
Ir a Maldivas, va a resultar muy complicado. Taiwán, parece, igualmente, difícil. Explorar lo que no vimos de Bali, Lombok y Flores, se adivina posible. Pero, me da la sensación, de que el viaje empieza a languidecer, si no somos capaces de ponerle remedio y obrar con contundencia y determinación.
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