Los últimos días en Malasia resultaron algo espesos, después de la gratificante y fresca estancia, en las Cameron Highlands.
Decidimos, reservar un hotel para una noche, en Kuala Lumpur -en teoría, más barato, que el anterior y con baño-, que intuíamos, nos iba a traer problemas y así fue. Pero, vayamos, cronológicamente, por partes.
Lo que llaman el centro, no es el centro, ni se le parece. Esta formado por la estación de trenes -muy bonita, aunque no se parece al Taj Mahal, como dicen los entendidos-, varios edificios oficiales y una torre del reloj, que confluyen de forma desaliñada en una descorazonadora plaza, donde lugareños comen como si no hubiera un mañana.
De ahí, ir a Little India, resulta un suspiro, aunque el barrio se muestra algo ligth. Chinatown, no está reconocida como tal, oficialmente. Cuenta con casas bonitas -algunas, recientemente remozadas y de variados colores-, pero los negocios tradicionales están abandonados. Esto, ya lo hemos ido viendo en varias ciudades del país.
Cruzando el río, encontramos varias calles con dibujos y murales pintados en las paredes, pero los temas son muy blancos y no tan reivindicativos y ácidos, como por ejemplo, en algunas vías públicas, de Melbourne.
Lo que, realmente, parece el centro y no lo es, es la estación de autobuses, de Ipoh. Aquí, se ubican todas las grandes tiendas de las marcas internacionales, tipo Zara y demás. En el sudeste asiático, ya hace al menos una década, que se han decidido, a llevarse las estaciones de transporte por carretera, a tomar por el culo, por meros motivos económicos y no por la comodidad de los viajeros. Puedes venir en un tren y en vez de cruzar la calzada y tomar un bus, debes meterte en un cacharro de procedencia y rango diverso, para desplazarte, a 10 kilómetros de distancia, ni más, ni menos...
Al final, después de un largo día muy ajetreado y agónico y tras sobreponernos a una tormenta tropical terrible, conseguimos volver a la maldita terminal TBS, de Kuala Lumpur, donde no te dejan, ni torcer el hombro para echar una cabezadita. Los seguratas sanguinarios hacen su agosto: seguro, que cobran un sueldo de mierda, pero disfrutan, como cerdos, de su jodiente y gratificante trabajo.
Y ahora, vamos a lo del mencionado hotel, de Kuala Lumpur. Treinta y cinco ringgits de prepago en una reserva, en la que se específica, que se incluyen todas las tasas y servicios. A través de Booking, nos atrapan la tarjeta de crédito, sin posibilidad de cancelar la contratación.
Después, y a través de mail se nos informa, de un depósito de 50 ringgits -el 150% del total de la reserva- por si acaso, somos unos gamberros y unos salvajes y les destrozamos la habitación. No atienden nuestras razones, ni nos dan ninguna respuesta. Pero, al llegar al establecimiento, es todavía peor. La señora de la recepción, no reconoce la reserva y hay que esforzarse en presentar pruebas. Una vez, conseguido el costoso objetivo, nos quiere cobrar - y lo consigue- la maldita tasa, de 10 ringgits, que no aparecía en ninguna parte y que otros hoteles si cobran, pero advirtiéndolo de antemano.
Muy cabreados y casi sin fuerzas, escribimos a Booking y nos contestan rápido y de buenas maneras. Suponemos y por lo que nos dicen, que darán un tirón de orejas al establecimiento, pero el estrés y el mal rato, no nos lo quita nadie.
Hartos de Malasia, nos planteamos si volver aquí, después de nuestro periplo indonesio de dos semanas. Tenemos la vuelta del vuelo comprada, pero volar a Phuket o Krabi, sin volver a pasar por Kuala Lumpur, nos empieza a resultar la solución más factible. Andamos, pensando en ello, cuando se cumple el décimo primer día seguido lloviendo.
Nuestra vida sigue a trompicones, mientras vamos camino de Bali, donde ya estuvimos en 2008.
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