Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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jueves, 14 de marzo de 2019
miércoles, 13 de marzo de 2019
lunes, 11 de marzo de 2019
martes, 5 de marzo de 2019
¿Y, que habría pasado, si todo hubiera salido mal?
Las cuatro primeras son, de Taipei (Taiwán) y el resto, de Krabi (Tailandia)
Mucho miedo me da, siquiera, tener que pensar, en lo que habría pasado si, finalmente, no hubiéramos podido comprar un extremis, esos billetes de vuelta, a España, para el día 20 de diciembre.
Lo más normal, es que hubiéramos pasado un angustioso fin de semana lleno de incertidumbres. Con la desventaja , de llevar siete horas de adelanto con España, habríamos contactado el lunes con nuestra gestora de cuentas, en Bankia. No lo podríamos haber hecho, hasta las cuatro de la tarde, de Taiwán (nueve de la mañana, en nuestro país). Le habríamos solicitado, que con la urgencia, que fuera posible, cambiará el número de recepción de mensajes de mi teléfono, por el de mi padre.
Es decir y resumiendo: como pronto y si aún seguía en vigor la tarifa elegida -cosa improbable, pero no imposible-, no habríamos podido sacar los billetes hasta primera hora de la noche del lunes, cuando pretendíamos volar, menos de veinticuatro horas después, la tarde del martes, a Shanghái, para enlazar el miércoles a las diez y media rumbo a la capital, de España. ¡De vértigo!
Si hubiéramos fracasado con este arriesgado y desesperado último recurso, pasar las Navidades, en Taiwán, no nos lo había quitado nadie. Habría resultado extraño -realmente, para echarse a llorar y no dejar gota-, haber tenido, que pasar la noche, de Nochebuena, en una de esas lúgubres y tristes habitaciones dobles compartidas, que tanto se estiman allí.
Y la cena del día 24, como mejor opción, un plato recalentado de pasta a la carbonara, del Seven Eleven o de arroz al curry con pedacitos de pollo, del Family Mart. Para brindar, como mucho, una cerveza. ¿ Y la comida de Navidad? Mejor no pensarlo, para no terminar con una depresión aguda. Ya pasamos -esa vez, voluntariamente- unas Navidades, en la sosa y anodina, Botswana y no resultó ser una experiencia para recomendar, ni siquiera a tus peores enemigos.
Antes de eso y con el número de teléfono cambiado para la recepción de SMS, habríamos tratado de reservar para otro día. La única ventana, que se nos abría en aquellos tensos momentos, en condiciones de precio similares, era el día 28 de diciembre, con la compañía aérea de Taiwán, EVA Airlines.
Si está opción hubiera fallado y la tarifa del vuelo hubiera subido, el infierno se habría cernido sobre nosotros. Moralmente destrozados, lo que habíamos previsto, en este caso, era comprar unos billetes en una compañía de bajo coste, a Bangkok, donde la estancia nos saldría mucho más barata, que en Taiwán, esperando la hora de conseguir los ansiados boletos para volver a casa.
En el mejor de los casos, la Nochevieja la pasaríamos en la capital, de Tailandia, cenando sopas picantes o de carne de cerdo, del Seven Eleven, brindando después, con siamsato y comiendo en la media noche doce cacahuetes con anchoas, doce alubias secas con sabor a wasabi o doce caramelos rellenos de chocolate y menta, todos ellos adquiridos en ese mismo establecimiento de 24 horas.
Ahora, ya pasadas las Navidades y ya entrados, en el 2019, cuando esto escribo, se me ha ocurrido hacer simulaciones de vuelo, desde Bangkok, a Madrid para los próximos diez días. Y resulta, que todavía están más caros, que en el propio periodo de Navidades. ¡Más de 550 euros cada uno!
Vistas las cosas, ¿ habríamos vuelto alguna vez a casa?. Afortunadamente, no hay ninguna obligación de proponer una respuesta.
Mucho miedo me da, siquiera, tener que pensar, en lo que habría pasado si, finalmente, no hubiéramos podido comprar un extremis, esos billetes de vuelta, a España, para el día 20 de diciembre.
Lo más normal, es que hubiéramos pasado un angustioso fin de semana lleno de incertidumbres. Con la desventaja , de llevar siete horas de adelanto con España, habríamos contactado el lunes con nuestra gestora de cuentas, en Bankia. No lo podríamos haber hecho, hasta las cuatro de la tarde, de Taiwán (nueve de la mañana, en nuestro país). Le habríamos solicitado, que con la urgencia, que fuera posible, cambiará el número de recepción de mensajes de mi teléfono, por el de mi padre.
Es decir y resumiendo: como pronto y si aún seguía en vigor la tarifa elegida -cosa improbable, pero no imposible-, no habríamos podido sacar los billetes hasta primera hora de la noche del lunes, cuando pretendíamos volar, menos de veinticuatro horas después, la tarde del martes, a Shanghái, para enlazar el miércoles a las diez y media rumbo a la capital, de España. ¡De vértigo!
Si hubiéramos fracasado con este arriesgado y desesperado último recurso, pasar las Navidades, en Taiwán, no nos lo había quitado nadie. Habría resultado extraño -realmente, para echarse a llorar y no dejar gota-, haber tenido, que pasar la noche, de Nochebuena, en una de esas lúgubres y tristes habitaciones dobles compartidas, que tanto se estiman allí.
Y la cena del día 24, como mejor opción, un plato recalentado de pasta a la carbonara, del Seven Eleven o de arroz al curry con pedacitos de pollo, del Family Mart. Para brindar, como mucho, una cerveza. ¿ Y la comida de Navidad? Mejor no pensarlo, para no terminar con una depresión aguda. Ya pasamos -esa vez, voluntariamente- unas Navidades, en la sosa y anodina, Botswana y no resultó ser una experiencia para recomendar, ni siquiera a tus peores enemigos.
Antes de eso y con el número de teléfono cambiado para la recepción de SMS, habríamos tratado de reservar para otro día. La única ventana, que se nos abría en aquellos tensos momentos, en condiciones de precio similares, era el día 28 de diciembre, con la compañía aérea de Taiwán, EVA Airlines.
Si está opción hubiera fallado y la tarifa del vuelo hubiera subido, el infierno se habría cernido sobre nosotros. Moralmente destrozados, lo que habíamos previsto, en este caso, era comprar unos billetes en una compañía de bajo coste, a Bangkok, donde la estancia nos saldría mucho más barata, que en Taiwán, esperando la hora de conseguir los ansiados boletos para volver a casa.
En el mejor de los casos, la Nochevieja la pasaríamos en la capital, de Tailandia, cenando sopas picantes o de carne de cerdo, del Seven Eleven, brindando después, con siamsato y comiendo en la media noche doce cacahuetes con anchoas, doce alubias secas con sabor a wasabi o doce caramelos rellenos de chocolate y menta, todos ellos adquiridos en ese mismo establecimiento de 24 horas.
Ahora, ya pasadas las Navidades y ya entrados, en el 2019, cuando esto escribo, se me ha ocurrido hacer simulaciones de vuelo, desde Bangkok, a Madrid para los próximos diez días. Y resulta, que todavía están más caros, que en el propio periodo de Navidades. ¡Más de 550 euros cada uno!
Vistas las cosas, ¿ habríamos vuelto alguna vez a casa?. Afortunadamente, no hay ninguna obligación de proponer una respuesta.
sábado, 2 de marzo de 2019
Tensión en el aeropuerto, de Krabi
Fotos de divversos aeropuertos del viaje
Desde luego, Lion Air -no solo por lo que os vamos a contar, sino por otras cuestiones, que se tratarán en un post posterior-, es con diferencia, la peor aerolínea de bajo coste del sudeste asiático, que nosotros hayamos utilizado.
La tarde no empezó nada bien. El conductor del cacharro colectivo, que nos traslado al aeropuerto, nos quiso cobrar más del doble -algo, por cierto, inusual en Tailandia- de la tarifa normal, que teníamos contrastada anteriormente, en la precaria estación. Momentos de tensión, pero jugábamos con ventaja: la puerta de la terminal está a un metro y no fue difícil escabullirse.
Íbamos con bastante tiempo, porque nada nos quedaba de hacer en la ciudad, aunque nos dijeron, que el check-in no se abria, hasta tres horas antes del vuelo, en este caso, la hora de Cenicienta. Y fue a esa hora, cuando nuestra carroza se convirtió en calabaza, hasta que llegó el príncipe.
Va mi pareja a por las tarjetas de embarque y al medio minuto me grita: "Ven, anda, que hay problemas". Efectivamente, se niegan a entregarnos las mismas, bajo el pretexto de que no tenemos billete de vuelta. Lo intentamos varias veces, explicando, que no sabemos, ni dónde iremos, ni cuando, al término de nuestra estancia en Taiwán. Se niegan a escucharnos, poniendo encima de la mesa un manual de instrucciones -supuestamente- estrictas.
Quienes así obran son, dos jovenzuelas arrogantes, a las que se suma un estúpido vigilante jurado en su defensa, cuando nos decidimos a levantar la voz, siempre de forma controlada, porque sabemos que tenemos nosotros más que perder, que ellos. A todo esto y como refuerzo de sus argumentos, el segurata me acusa de haber bebido.
Tiras y aflojas, pidiendo a gritos, que o las tarjetas de embarque o el dinero, aunque sabemos, que esto segundo, no está en sus manos. Volvemos a la calma, en esa no programada estrategia de presión-contención y les proponemos firmar un papel, en el que nos hacemos absolutamente responsables de las consecuencias y los gastos, que se puedan producir, si se nos niega la entrada al pequeño país asiático.
El de seguridad, ya se ha alejado algo y las chicas empiezan a mostrarse muy nerviosas y menos contundentes. Empiezan a dudar y es justo el momento, en el que se nos ocurre la gran idea. La tecnología está de nuestro lado: sacamos el móvil y recurrimos al milagroso traductor, Sayhi para explicárselo con más detalles en su propio idioma y no en inglés.
Barrera derribada, pero la partida aún no ha acabado: próxima pantalla. Resulta, que ahora tenemos que cumplir la siguiente condición, que figura en el manual: demostrar, que tenemos fondos suficientes para sufragar nuestra estancia en Taiwán, algo -que en teoria-, te pueden solicitar en cualquier país, pero que jamás nos habían pedido en ninguna parte, durante nuestros treinta años viajeros.
Sacamos las tarjetas de crédito, pero tras dudar y mirarse -una de ellas tiene como rasgo unos bonitos ojos azules-, quieren ver el dinero en efectivo. Y ahí yo, de muy mala leche indisimulable, quitándome el playero y el calcetín, abriendo unas fundas de plástico semi duro, que alojan más de 1.500 euros en billetes de 200, 100 y 50.
¡Al fin, vemos cómo la impresora escupe las ansiadas tarjetas!, mientras una de ellas nos espeta, atendiendo a otro de los puntos del maldito manual: ¿Lleváis armas, explosivos u objetos cortantes en los equipajes? Ante la duda de si gritar, llorar o partirnos de risa, decimos no con la cabeza y salimos huyendo.
Como cabía esperar, no hubo ningún contratiempo, ni problema para nuestro ingreso, en Taiwan. Aunque, nos fueron tan mal las primeras horas en este país -por motivos, que contaremos en próximas entradas del blog-, que varias veces maldijimos, haber conseguido nuestro objetivo, la noche antes.
Desde luego, Lion Air -no solo por lo que os vamos a contar, sino por otras cuestiones, que se tratarán en un post posterior-, es con diferencia, la peor aerolínea de bajo coste del sudeste asiático, que nosotros hayamos utilizado.
La tarde no empezó nada bien. El conductor del cacharro colectivo, que nos traslado al aeropuerto, nos quiso cobrar más del doble -algo, por cierto, inusual en Tailandia- de la tarifa normal, que teníamos contrastada anteriormente, en la precaria estación. Momentos de tensión, pero jugábamos con ventaja: la puerta de la terminal está a un metro y no fue difícil escabullirse.
Íbamos con bastante tiempo, porque nada nos quedaba de hacer en la ciudad, aunque nos dijeron, que el check-in no se abria, hasta tres horas antes del vuelo, en este caso, la hora de Cenicienta. Y fue a esa hora, cuando nuestra carroza se convirtió en calabaza, hasta que llegó el príncipe.
Va mi pareja a por las tarjetas de embarque y al medio minuto me grita: "Ven, anda, que hay problemas". Efectivamente, se niegan a entregarnos las mismas, bajo el pretexto de que no tenemos billete de vuelta. Lo intentamos varias veces, explicando, que no sabemos, ni dónde iremos, ni cuando, al término de nuestra estancia en Taiwán. Se niegan a escucharnos, poniendo encima de la mesa un manual de instrucciones -supuestamente- estrictas.
Quienes así obran son, dos jovenzuelas arrogantes, a las que se suma un estúpido vigilante jurado en su defensa, cuando nos decidimos a levantar la voz, siempre de forma controlada, porque sabemos que tenemos nosotros más que perder, que ellos. A todo esto y como refuerzo de sus argumentos, el segurata me acusa de haber bebido.
Tiras y aflojas, pidiendo a gritos, que o las tarjetas de embarque o el dinero, aunque sabemos, que esto segundo, no está en sus manos. Volvemos a la calma, en esa no programada estrategia de presión-contención y les proponemos firmar un papel, en el que nos hacemos absolutamente responsables de las consecuencias y los gastos, que se puedan producir, si se nos niega la entrada al pequeño país asiático.
El de seguridad, ya se ha alejado algo y las chicas empiezan a mostrarse muy nerviosas y menos contundentes. Empiezan a dudar y es justo el momento, en el que se nos ocurre la gran idea. La tecnología está de nuestro lado: sacamos el móvil y recurrimos al milagroso traductor, Sayhi para explicárselo con más detalles en su propio idioma y no en inglés.
Barrera derribada, pero la partida aún no ha acabado: próxima pantalla. Resulta, que ahora tenemos que cumplir la siguiente condición, que figura en el manual: demostrar, que tenemos fondos suficientes para sufragar nuestra estancia en Taiwán, algo -que en teoria-, te pueden solicitar en cualquier país, pero que jamás nos habían pedido en ninguna parte, durante nuestros treinta años viajeros.
Sacamos las tarjetas de crédito, pero tras dudar y mirarse -una de ellas tiene como rasgo unos bonitos ojos azules-, quieren ver el dinero en efectivo. Y ahí yo, de muy mala leche indisimulable, quitándome el playero y el calcetín, abriendo unas fundas de plástico semi duro, que alojan más de 1.500 euros en billetes de 200, 100 y 50.
¡Al fin, vemos cómo la impresora escupe las ansiadas tarjetas!, mientras una de ellas nos espeta, atendiendo a otro de los puntos del maldito manual: ¿Lleváis armas, explosivos u objetos cortantes en los equipajes? Ante la duda de si gritar, llorar o partirnos de risa, decimos no con la cabeza y salimos huyendo.
Como cabía esperar, no hubo ningún contratiempo, ni problema para nuestro ingreso, en Taiwan. Aunque, nos fueron tan mal las primeras horas en este país -por motivos, que contaremos en próximas entradas del blog-, que varias veces maldijimos, haber conseguido nuestro objetivo, la noche antes.
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Phuket y Krabi: la calma antes de la tempestad
Todas las fotos de este post son, de Phuket (Tailandia)
Llegamos a Phuket, de noche y lloviendo. Entre el caótico tráfico y los charcos, nos costó encontrar nuestro alojamiento, a pesar de que habíamos estado en el, tan solo hace año y medio. Habitación sin ventana y está vez, las cuatros noches de austeridad nos pasaron factura psicológica, a pesar de volver a disfrutar de las playas.
Sin embargo e inesperadamente, Krabi obróde efecto bálsamo, también, abordamos la ciudad habiendo oscurecido y os tocó caminar por sus calles. Pero, dentro de lo que es el tercer mundo,esta metrópoli es ordenada, posee aceras y ofrece algunos inesperados atractivos, al margen de ser el acceso hacia las islas Phi-Phi. Eso sí, evitad el mercado de abastos, hediondo hasta casi provocar el vómito.
Sin embargo, el largo y confortable paseo junto al río -donde también se ubica el mercado nocturno-, resulta reconfortante, a pesar del omnipresente calor húmedo. Al fondo esos promontorios alargados y verdes hasta rebosar, que encontraréis en todos los folletos de esta zona. Y es que, entre Phuket y Krabi, son numerosísimos, según va transcurriendo la carretera.
La explosión de la naturaleza en este área del sur de Tailandia es impresionante y llega a abrumar. Los insectos campan y cantan a sus anchas, durante todas las horas del día, especialmente por la noche y en todas partes - incluso, las más pobladas-, aunque no llegan a aturdir. Las desbrozadoras de Still deben tener aquí muy buena acogida.
Para nuestra suerte, nos alojamos en dos de los mejores hoteles del viaje (cambiamos de uno a otro, porque el primero era caro, aunque de rico desayuno y potente aire acondicionado). En el segundo, disfrutamos en soledad y concordia de la mejor y transparente piscina de nuestro octavo periplo largo.
Pero Tailandia, aún nos tenía preparada una desagradable y amarga sorpresa, que a punto estuvo de costarnos nuestro punto final de viaje y colofón, en Taiwán y que os detallamos en el siguiente post.
Llegamos a Phuket, de noche y lloviendo. Entre el caótico tráfico y los charcos, nos costó encontrar nuestro alojamiento, a pesar de que habíamos estado en el, tan solo hace año y medio. Habitación sin ventana y está vez, las cuatros noches de austeridad nos pasaron factura psicológica, a pesar de volver a disfrutar de las playas.
Sin embargo e inesperadamente, Krabi obróde efecto bálsamo, también, abordamos la ciudad habiendo oscurecido y os tocó caminar por sus calles. Pero, dentro de lo que es el tercer mundo,esta metrópoli es ordenada, posee aceras y ofrece algunos inesperados atractivos, al margen de ser el acceso hacia las islas Phi-Phi. Eso sí, evitad el mercado de abastos, hediondo hasta casi provocar el vómito.
Sin embargo, el largo y confortable paseo junto al río -donde también se ubica el mercado nocturno-, resulta reconfortante, a pesar del omnipresente calor húmedo. Al fondo esos promontorios alargados y verdes hasta rebosar, que encontraréis en todos los folletos de esta zona. Y es que, entre Phuket y Krabi, son numerosísimos, según va transcurriendo la carretera.
La explosión de la naturaleza en este área del sur de Tailandia es impresionante y llega a abrumar. Los insectos campan y cantan a sus anchas, durante todas las horas del día, especialmente por la noche y en todas partes - incluso, las más pobladas-, aunque no llegan a aturdir. Las desbrozadoras de Still deben tener aquí muy buena acogida.
Para nuestra suerte, nos alojamos en dos de los mejores hoteles del viaje (cambiamos de uno a otro, porque el primero era caro, aunque de rico desayuno y potente aire acondicionado). En el segundo, disfrutamos en soledad y concordia de la mejor y transparente piscina de nuestro octavo periplo largo.
Pero Tailandia, aún nos tenía preparada una desagradable y amarga sorpresa, que a punto estuvo de costarnos nuestro punto final de viaje y colofón, en Taiwán y que os detallamos en el siguiente post.
viernes, 1 de marzo de 2019
"No se, si es"... ¡Tocando fondo!
Las ocho primeras son, de Padangbai y Kuta (Indonesia) y el resto, de Phuket (Tailandia)
No sé, si es el calor húmedo y absorbente, aderezado por la exuberante y descontrolada vegetación.
No sé, si son los dos cafés, que seguidos, tome esta mañana en el desayuno y la ansiedad, que me provocaron después, junto a unos fuertes y desconocidos dolores de barriga.
No sé, si es el haber pasado de un alojamiento funesto, en Phuket -ni enchufe para cargar el móvil y ducha a calderazos- a otro en Krabi, con aire acondicionado, desayuno, piscina...
No sé, si es el pasar de las caminatas nocturnas en ciudades imposibles, buscando rebajar unos pocos baths el precio del alojamiento o el encadenamiento de vuelos, como si cambiar dos o tres husos horarios cada semana, fuera lo más normal del mundo.
No sé, si es el constante y omnipresente olor a pollo frito, que nos persigue durante meses o el de los puestos de los mercados diurnos, de Tailandia. No he olido cosa peor en mi vida y en una década de visitas al país, no he llegado a acostumbrarme.
No sé, si es el estar viendo todo el día de imbéciles por miles, mirando absortos la pantalla del móvil, aunque es verdad, que al menos la tecnología los ha dado un punto de referencia, donde dirigir su patética mirada.
No sé, si es, que de 81 días de viaje, nos haya llovido 40.
No sé, si es, que la familia y los amigos te tengan envidia, cuando están muertos de frío en España y tú les mandas un estupendo video, en un alojamiento de cinco euros, la noche, bañándote en una enorme piscina. Cambiarían sus vidas por las nuestras, aunque seguro, que no, si conocieran la trastienda del viaje.
No sé, si es, porque bebo más cerveza y alcohol de la cuenta.
No sé, si es, porque consumiendo algún alimento, han entrado en mi cuerpo virus de Vox.
No sé, si es, porque tengo más quemada la piel de los brazos y la cara, que algunos fritos de los que venden en los puestos callejeros.
No sé, si es, porque llamen época fría -supuestamente-, de noviembre a febrero, en Tailandia, cuando la mínima, no baja de los 24 grados.
Ni siquiera se, si es, porque se me está acabando el bolígrafo y no tengo ni fuerzas para comprar uno nuevo.
O, porque todas las compañías aéreas, se hayan confabulado en nuestra contra y va a ser imposible volver, en Navidad, a casa.
Pero el caso es -y se me ha olvidado, que me arde el estómago-, que me hallo en el peor momento del viaje. Tocado, aunque espero, no hundido. Deben volver los tiempos en los que consiga, de nuevo, gobernar ni cabeza.
A todo esto, no nos sentó demasiado bien, el retorno, a Phuket -a pesar de las extraordinarias samosas, que venden junto al mercado central-, aunque si a sus playas llenas de rusos, a estas alturas del año.
Krabi y no esperando nada de ella, nos ha caído en gracia. Ciudad muy accesible -raro, por estos lares-, buen mercado nocturno y agradable paseo junto al río.
Si todo va bien, el próximo post, será desde Taiwán.
No sé, si es el calor húmedo y absorbente, aderezado por la exuberante y descontrolada vegetación.
No sé, si son los dos cafés, que seguidos, tome esta mañana en el desayuno y la ansiedad, que me provocaron después, junto a unos fuertes y desconocidos dolores de barriga.
No sé, si es el haber pasado de un alojamiento funesto, en Phuket -ni enchufe para cargar el móvil y ducha a calderazos- a otro en Krabi, con aire acondicionado, desayuno, piscina...
No sé, si es el pasar de las caminatas nocturnas en ciudades imposibles, buscando rebajar unos pocos baths el precio del alojamiento o el encadenamiento de vuelos, como si cambiar dos o tres husos horarios cada semana, fuera lo más normal del mundo.
No sé, si es el constante y omnipresente olor a pollo frito, que nos persigue durante meses o el de los puestos de los mercados diurnos, de Tailandia. No he olido cosa peor en mi vida y en una década de visitas al país, no he llegado a acostumbrarme.
No sé, si es el estar viendo todo el día de imbéciles por miles, mirando absortos la pantalla del móvil, aunque es verdad, que al menos la tecnología los ha dado un punto de referencia, donde dirigir su patética mirada.
No sé, si es, que de 81 días de viaje, nos haya llovido 40.
No sé, si es, que la familia y los amigos te tengan envidia, cuando están muertos de frío en España y tú les mandas un estupendo video, en un alojamiento de cinco euros, la noche, bañándote en una enorme piscina. Cambiarían sus vidas por las nuestras, aunque seguro, que no, si conocieran la trastienda del viaje.
No sé, si es, porque bebo más cerveza y alcohol de la cuenta.
No sé, si es, porque consumiendo algún alimento, han entrado en mi cuerpo virus de Vox.
No sé, si es, porque tengo más quemada la piel de los brazos y la cara, que algunos fritos de los que venden en los puestos callejeros.
No sé, si es, porque llamen época fría -supuestamente-, de noviembre a febrero, en Tailandia, cuando la mínima, no baja de los 24 grados.
Ni siquiera se, si es, porque se me está acabando el bolígrafo y no tengo ni fuerzas para comprar uno nuevo.
O, porque todas las compañías aéreas, se hayan confabulado en nuestra contra y va a ser imposible volver, en Navidad, a casa.
Pero el caso es -y se me ha olvidado, que me arde el estómago-, que me hallo en el peor momento del viaje. Tocado, aunque espero, no hundido. Deben volver los tiempos en los que consiga, de nuevo, gobernar ni cabeza.
A todo esto, no nos sentó demasiado bien, el retorno, a Phuket -a pesar de las extraordinarias samosas, que venden junto al mercado central-, aunque si a sus playas llenas de rusos, a estas alturas del año.
Krabi y no esperando nada de ella, nos ha caído en gracia. Ciudad muy accesible -raro, por estos lares-, buen mercado nocturno y agradable paseo junto al río.
Si todo va bien, el próximo post, será desde Taiwán.
domingo, 10 de febrero de 2019
Bienvenidos al lugar más asqueroso del mundo: Pattaya (parte III)
Esta es de Pattaya y las demás, de Bangkok (Tailandia)
Sabía yo, que Pattaya, iba a dar para otro post y así ha sido. Andaba desesperado buscando vuelos para Melbourne, Sydney o Gold Coast, con el único alivio de que el Valladolid,vva por su tercera victoria seguida, tras vencer al Huesca, cuando trasteando por la escalera del hotel - porque el wifi no llega hasta la habitación - mi esposa decide irse a comprar unos snacks y unas galletas al Seven Eleven.
No pasa ni un minuto, cuando aparecen de la nada, en un hotel correcto y suficientemente transitado, tres chicas jóvenes guapísimas. Dos van delante, con mucha complicidad y aunque no se dirigen directamente a mi, queda clara su sutil propuesta. No sé muy bien, que papel jugaba la que cerraba la comitiva, aunque supongo, que se trata de movimientos ensayados y protocolarios, llevados a cabo con total cotidianidad, aunque a los visitantes nos pueda sorprender.
Las chicas que se dedican a esto, en Pattaya, tiene un especial saber estar, que embruja, intimida y a la vez da pena. Apenas disfrutan de la veintena y posan y actúan, preparadas para la ocasión, como si fueran esposas de banqueros, políticos o altos ejecutivos. Que diferencia con las jóvenes de los bares, de Bangkok, algo menos dotadas físicamente, pero simpatiquisimas, alegres y divertidas y mucho mas espontáneas.
Pattaya no deja indiferente, pero no como algunos quieren justificar, por ser la ciudad del pecado. Que ofensa a Las Vegas. O de los escandalizados puritanos, que simplemente, la consideran, como Sodoma o Gomorra.
La explicación es más sencilla y mundana: porque es un fenómeno inexplicable.¿Como es posible que un lugar cutre, inhóspito - Walking Street, más bien, se tendría que llamar sailing Street, porque cuando caen cuatro horas, se inunda-, de infraestructuras penosas y de playas bien feas, como demonios, pueda albergar un día tras otro, a miles de babosos y conseguir, que se desplacen más de diez mil kilómetros desde sus hogares, para tocarle el culo a plena luz del día, a una chica, mientras ponen cara de idiotas?
Hoy, hemos vuelto a Bangkok. Aquí las chavalas - da igual superen la veintena y sean universitarias o despunten en su adolescencia - , visten larga falda negra y camisa blanca, día tallas más grandes que la que les correspondería. Se amontonan en los puestos de salchichas, pollo o dulces, que se sitúan a la puerta de sus centros escolares, con cara de felicidad e ingenuidad. ¡Que maravilla!
La normalidad ha vuelto, mientras ponemos nuestro punto de mira, en Australia. Gold Coast nos espera.
Sabía yo, que Pattaya, iba a dar para otro post y así ha sido. Andaba desesperado buscando vuelos para Melbourne, Sydney o Gold Coast, con el único alivio de que el Valladolid,vva por su tercera victoria seguida, tras vencer al Huesca, cuando trasteando por la escalera del hotel - porque el wifi no llega hasta la habitación - mi esposa decide irse a comprar unos snacks y unas galletas al Seven Eleven.
No pasa ni un minuto, cuando aparecen de la nada, en un hotel correcto y suficientemente transitado, tres chicas jóvenes guapísimas. Dos van delante, con mucha complicidad y aunque no se dirigen directamente a mi, queda clara su sutil propuesta. No sé muy bien, que papel jugaba la que cerraba la comitiva, aunque supongo, que se trata de movimientos ensayados y protocolarios, llevados a cabo con total cotidianidad, aunque a los visitantes nos pueda sorprender.
Las chicas que se dedican a esto, en Pattaya, tiene un especial saber estar, que embruja, intimida y a la vez da pena. Apenas disfrutan de la veintena y posan y actúan, preparadas para la ocasión, como si fueran esposas de banqueros, políticos o altos ejecutivos. Que diferencia con las jóvenes de los bares, de Bangkok, algo menos dotadas físicamente, pero simpatiquisimas, alegres y divertidas y mucho mas espontáneas.
Pattaya no deja indiferente, pero no como algunos quieren justificar, por ser la ciudad del pecado. Que ofensa a Las Vegas. O de los escandalizados puritanos, que simplemente, la consideran, como Sodoma o Gomorra.
La explicación es más sencilla y mundana: porque es un fenómeno inexplicable.¿Como es posible que un lugar cutre, inhóspito - Walking Street, más bien, se tendría que llamar sailing Street, porque cuando caen cuatro horas, se inunda-, de infraestructuras penosas y de playas bien feas, como demonios, pueda albergar un día tras otro, a miles de babosos y conseguir, que se desplacen más de diez mil kilómetros desde sus hogares, para tocarle el culo a plena luz del día, a una chica, mientras ponen cara de idiotas?
Hoy, hemos vuelto a Bangkok. Aquí las chavalas - da igual superen la veintena y sean universitarias o despunten en su adolescencia - , visten larga falda negra y camisa blanca, día tallas más grandes que la que les correspondería. Se amontonan en los puestos de salchichas, pollo o dulces, que se sitúan a la puerta de sus centros escolares, con cara de felicidad e ingenuidad. ¡Que maravilla!
La normalidad ha vuelto, mientras ponemos nuestro punto de mira, en Australia. Gold Coast nos espera.
Bienvenidos al lugar más asqueroso del mundo: Pattaya (parte II)
Todas las fotos de este post son, de Pattaya (Tailandia)
Si resulta difícil entender, como esos viejos cochambrosos, se meten 14 horas de avión, cuando por el mismo dinero y mucho menos esfuerzo, podrían tener varias prostitutas en su país de origen y en su propia casa, aún es más complicado encontrar una explicación al lugar elegido: Pattaya.
Cuando uno viaja a Las Vegas, aparte de un mundo idílico, bien organizado, con la comida y el alojamiento muy baratos, recibes unos servicios adecuados y poco exagerados. Lo que pasa en Las Vegas, evidentemente y como todos sabemos, se queda en Las Vegas. Lo que pasa en Pattaya y con perdón del perjuicio, que ocasionaría a los notarios, mejor que no conste en ningún sitio.
La playa de Pattaya es estrecha, sin olas, vacía de personas, llena de barcos y sacos terreros, sobre su fina arena. Lo único apetecible en ella, son los mariscos, que a un precio elevado, venden aburridas vendedoras. El agua está sucia, oscura y asquerosa. Debes caminar varios kilómetros, con paciencia y después de una torre del reloj, acabas descubriendo un paseo marítimo irregular, por el que no pasea nadie.
Es el paraíso de las alcantarillas: enormes, nuevas y metálicas, pero nadie se ha preocupado de constatar, que estuvieran al nivel adecuado para que el agua fluya sin obstáculos. Asi, está mañana, Walking Street - que es menos Walking, que otra cosa- lucia en su cuidado asfalto, más de treinta centímetros de agua, tras una tormenta, de las habituales aquí.
Por supuesto, en búsqueda del dorado vinieron miles de personas, esperando hacerse ricas de la noche a la mañana. La mitad o más de los hoteles y restaurantes, están a medio construir o cerrados, pero esto es patrimonio de los empresarios visionarios del tercer mundo. ¡ Lo hemos visto tantas y tantas veces!
Los otros tantos, que han conseguido sobrevivir, se creen con el derecho a cobrarte más del 50% por una habitación o por un plato, que en Bangkok, por ejemplo.
Por supuesto, las calles no tienen aceras - aquí, cada negocio, hace la suya, si es que la hacen- o están ocupadas por cualquier cosa molesta y las motos campan a sus anchas y a sus largas. ¡ Un auténtico desastre!, al que nadie parece importar.
El negocio típico es el bar con taburetes y música agradable, que aparecen en cualquier calle o rincón y que esperan a los babosos de turno. Son muchos, para el volumen actual de gente, pero están muy bien montados y con la cerveza barata ( algunos disponen de doce horas al día, de "hora feliz")
Otros negocios pujantes son, los de la extensión de la visa, supungo, que para que los vejestorios, que hayan encontrado el ligue perfecto, puedan estirar su asquerosa luna de miel. Por el alojamiento, no hay problema, ya que hay muchas habitaciones que solo se alquilan por meses. Y, si lo que quieres es casarte, porque has encontrado aquí, al amor de tu vida, te pueden montar, sin problema, una boda exprés.
Bienvenidos a Babosilandia.
Si resulta difícil entender, como esos viejos cochambrosos, se meten 14 horas de avión, cuando por el mismo dinero y mucho menos esfuerzo, podrían tener varias prostitutas en su país de origen y en su propia casa, aún es más complicado encontrar una explicación al lugar elegido: Pattaya.
Cuando uno viaja a Las Vegas, aparte de un mundo idílico, bien organizado, con la comida y el alojamiento muy baratos, recibes unos servicios adecuados y poco exagerados. Lo que pasa en Las Vegas, evidentemente y como todos sabemos, se queda en Las Vegas. Lo que pasa en Pattaya y con perdón del perjuicio, que ocasionaría a los notarios, mejor que no conste en ningún sitio.
Es el paraíso de las alcantarillas: enormes, nuevas y metálicas, pero nadie se ha preocupado de constatar, que estuvieran al nivel adecuado para que el agua fluya sin obstáculos. Asi, está mañana, Walking Street - que es menos Walking, que otra cosa- lucia en su cuidado asfalto, más de treinta centímetros de agua, tras una tormenta, de las habituales aquí.
Por supuesto, en búsqueda del dorado vinieron miles de personas, esperando hacerse ricas de la noche a la mañana. La mitad o más de los hoteles y restaurantes, están a medio construir o cerrados, pero esto es patrimonio de los empresarios visionarios del tercer mundo. ¡ Lo hemos visto tantas y tantas veces!
Los otros tantos, que han conseguido sobrevivir, se creen con el derecho a cobrarte más del 50% por una habitación o por un plato, que en Bangkok, por ejemplo.
Por supuesto, las calles no tienen aceras - aquí, cada negocio, hace la suya, si es que la hacen- o están ocupadas por cualquier cosa molesta y las motos campan a sus anchas y a sus largas. ¡ Un auténtico desastre!, al que nadie parece importar.
El negocio típico es el bar con taburetes y música agradable, que aparecen en cualquier calle o rincón y que esperan a los babosos de turno. Son muchos, para el volumen actual de gente, pero están muy bien montados y con la cerveza barata ( algunos disponen de doce horas al día, de "hora feliz")
Otros negocios pujantes son, los de la extensión de la visa, supungo, que para que los vejestorios, que hayan encontrado el ligue perfecto, puedan estirar su asquerosa luna de miel. Por el alojamiento, no hay problema, ya que hay muchas habitaciones que solo se alquilan por meses. Y, si lo que quieres es casarte, porque has encontrado aquí, al amor de tu vida, te pueden montar, sin problema, una boda exprés.
Bienvenidos a Babosilandia.
sábado, 9 de febrero de 2019
Bienvenidos al lugar más asqueroso del mundo: Pattaya ( parte I)
Todas las fotos .de este post son, de Pattaya (Tailandia)
He escrito muchas veces y ya aburro, sobre los supuestos paraísos del tercer mundo y pensé, que ya estaba cansado de hacerlo y curado de espanto. Pero, la capacidad de asombro no tiene límites, a pesar de haber visitado cerca de ciento treinta países en las tres últimas décadas. Ningún interés tendría yo, en Pattaya, sino fuera por mí vena profesional, la del periodismo, aunque ya no la ejerza en la actualidad. ¿ Serán verdad, todos los tópicos y cosas, que se cuentan por ahí de esta ciudad?
He llegado a leer -es una pena, que cualquiera pueda escribir sobre algo, pero la bendita libertad tiene esas ventajas individuales-, que Pattaya se parece, a Benidorm y aun sigo dudando, de que el escribiente hasta estado en alguno de los dos sitios.
Empiezo por el baboseo, por la esclavitud sexual, que el gobierno tailandés consiente y alienta y termino en un segundo post, hablando de las lamentables infraestructuras de este nauseabundo lugar. Aunque, como todavía no nos vamos de aquí - nos quedamos un día más - puede que la historia de para más .
Llama la atención, que el nivel de belleza y cuerpos esculturales en esta ciudad, sea tan elevado y uno de forma ingenua piensa: "seguro, que las madres de aquí, han descubierto un cereal o una proteína, que saca a las chicas tan lustrosas".
Aunque tras un día de peregrinación y comprobaciones, uno acaba descubriendo, que las afortunadas féminas proceden, como reclamo sexual, de toda Tailandia y países limítrofes. También llama la atención, que el nivel de los babosos sea tan bajo. Ninguno, por debajo de la cincuentena, gordos, dejados de la mano de Dios, mal vestidos, borrachos y que espetan a la chica de turno -con cincuenta años menos-: "come on baby".
Hay algunos, no pocos, que tienen más destreza para no soltarse de la mujer, que para manejar su propia cachaba. Abolida -supuestamente- la esclavitud, el mundo mira para otro lado y consiente, que por una pequeña parte de la pensión, que cobran mensualmente muchos degenerados del primer mundo, haya chicas muy privilegiadas físicamente, trabajando como esclavas, sin ni siquiera saberlo y llevándose una mísera cantidad - más bien, en perfumes y copas, que en patrimonio-, del negocio, que ellas mismas generan .
Las que son un poco menos guapas aquí - para mí, igual de atractivas- se aburren en los negocios de masajes, abusando de los tonos tan dulces, al ofrecer sus servicios, con o sin final feliz. Si eres un poco menos atractiva y aportas poco, la familia te endiña un carrito con sombrilla -todo un detalle-, para que vendas fruta, chucherías o cualquier otra mercancía .
¡Y, todavía, hay que leer a idiotas en internet, que comparan estos desmanes sesenteros y setenteros, con quedarte en casa haciendo crucigramas!
He escrito muchas veces y ya aburro, sobre los supuestos paraísos del tercer mundo y pensé, que ya estaba cansado de hacerlo y curado de espanto. Pero, la capacidad de asombro no tiene límites, a pesar de haber visitado cerca de ciento treinta países en las tres últimas décadas. Ningún interés tendría yo, en Pattaya, sino fuera por mí vena profesional, la del periodismo, aunque ya no la ejerza en la actualidad. ¿ Serán verdad, todos los tópicos y cosas, que se cuentan por ahí de esta ciudad?
He llegado a leer -es una pena, que cualquiera pueda escribir sobre algo, pero la bendita libertad tiene esas ventajas individuales-, que Pattaya se parece, a Benidorm y aun sigo dudando, de que el escribiente hasta estado en alguno de los dos sitios.
Empiezo por el baboseo, por la esclavitud sexual, que el gobierno tailandés consiente y alienta y termino en un segundo post, hablando de las lamentables infraestructuras de este nauseabundo lugar. Aunque, como todavía no nos vamos de aquí - nos quedamos un día más - puede que la historia de para más .
Llama la atención, que el nivel de belleza y cuerpos esculturales en esta ciudad, sea tan elevado y uno de forma ingenua piensa: "seguro, que las madres de aquí, han descubierto un cereal o una proteína, que saca a las chicas tan lustrosas".
Aunque tras un día de peregrinación y comprobaciones, uno acaba descubriendo, que las afortunadas féminas proceden, como reclamo sexual, de toda Tailandia y países limítrofes. También llama la atención, que el nivel de los babosos sea tan bajo. Ninguno, por debajo de la cincuentena, gordos, dejados de la mano de Dios, mal vestidos, borrachos y que espetan a la chica de turno -con cincuenta años menos-: "come on baby".
Hay algunos, no pocos, que tienen más destreza para no soltarse de la mujer, que para manejar su propia cachaba. Abolida -supuestamente- la esclavitud, el mundo mira para otro lado y consiente, que por una pequeña parte de la pensión, que cobran mensualmente muchos degenerados del primer mundo, haya chicas muy privilegiadas físicamente, trabajando como esclavas, sin ni siquiera saberlo y llevándose una mísera cantidad - más bien, en perfumes y copas, que en patrimonio-, del negocio, que ellas mismas generan .
Las que son un poco menos guapas aquí - para mí, igual de atractivas- se aburren en los negocios de masajes, abusando de los tonos tan dulces, al ofrecer sus servicios, con o sin final feliz. Si eres un poco menos atractiva y aportas poco, la familia te endiña un carrito con sombrilla -todo un detalle-, para que vendas fruta, chucherías o cualquier otra mercancía .
¡Y, todavía, hay que leer a idiotas en internet, que comparan estos desmanes sesenteros y setenteros, con quedarte en casa haciendo crucigramas!
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