Las ocho primeras son, de Padangbai y Kuta (Indonesia) y el resto, de Phuket (Tailandia)
No sé, si es el calor húmedo y absorbente, aderezado por la exuberante y descontrolada vegetación.
No sé, si son los dos cafés, que seguidos, tome esta mañana en el desayuno y la ansiedad, que me provocaron después, junto a unos fuertes y desconocidos dolores de barriga.
No sé, si es el haber pasado de un alojamiento funesto, en Phuket -ni enchufe para cargar el móvil y ducha a calderazos- a otro en Krabi, con aire acondicionado, desayuno, piscina...
No sé, si es el pasar de las caminatas nocturnas en ciudades imposibles, buscando rebajar unos pocos baths el precio del alojamiento o el encadenamiento de vuelos, como si cambiar dos o tres husos horarios cada semana, fuera lo más normal del mundo.
No sé, si es el constante y omnipresente olor a pollo frito, que nos persigue durante meses o el de los puestos de los mercados diurnos, de Tailandia. No he olido cosa peor en mi vida y en una década de visitas al país, no he llegado a acostumbrarme.
No sé, si es el estar viendo todo el día de imbéciles por miles, mirando absortos la pantalla del móvil, aunque es verdad, que al menos la tecnología los ha dado un punto de referencia, donde dirigir su patética mirada.
No sé, si es, que de 81 días de viaje, nos haya llovido 40.
No sé, si es, que la familia y los amigos te tengan envidia, cuando están muertos de frío en España y tú les mandas un estupendo video, en un alojamiento de cinco euros, la noche, bañándote en una enorme piscina. Cambiarían sus vidas por las nuestras, aunque seguro, que no, si conocieran la trastienda del viaje.
No sé, si es, porque bebo más cerveza y alcohol de la cuenta.
No sé, si es, porque consumiendo algún alimento, han entrado en mi cuerpo virus de Vox.
No sé, si es, porque tengo más quemada la piel de los brazos y la cara, que algunos fritos de los que venden en los puestos callejeros.
No sé, si es, porque llamen época fría -supuestamente-, de noviembre a febrero, en Tailandia, cuando la mínima, no baja de los 24 grados.
Ni siquiera se, si es, porque se me está acabando el bolígrafo y no tengo ni fuerzas para comprar uno nuevo.
O, porque todas las compañías aéreas, se hayan confabulado en nuestra contra y va a ser imposible volver, en Navidad, a casa.
Pero el caso es -y se me ha olvidado, que me arde el estómago-, que me hallo en el peor momento del viaje. Tocado, aunque espero, no hundido. Deben volver los tiempos en los que consiga, de nuevo, gobernar ni cabeza.
A todo esto, no nos sentó demasiado bien, el retorno, a Phuket -a pesar de las extraordinarias samosas, que venden junto al mercado central-, aunque si a sus playas llenas de rusos, a estas alturas del año.
Krabi y no esperando nada de ella, nos ha caído en gracia. Ciudad muy accesible -raro, por estos lares-, buen mercado nocturno y agradable paseo junto al río.
Si todo va bien, el próximo post, será desde Taiwán.
No sé, si es el calor húmedo y absorbente, aderezado por la exuberante y descontrolada vegetación.
No sé, si son los dos cafés, que seguidos, tome esta mañana en el desayuno y la ansiedad, que me provocaron después, junto a unos fuertes y desconocidos dolores de barriga.
No sé, si es el haber pasado de un alojamiento funesto, en Phuket -ni enchufe para cargar el móvil y ducha a calderazos- a otro en Krabi, con aire acondicionado, desayuno, piscina...
No sé, si es el pasar de las caminatas nocturnas en ciudades imposibles, buscando rebajar unos pocos baths el precio del alojamiento o el encadenamiento de vuelos, como si cambiar dos o tres husos horarios cada semana, fuera lo más normal del mundo.
No sé, si es el constante y omnipresente olor a pollo frito, que nos persigue durante meses o el de los puestos de los mercados diurnos, de Tailandia. No he olido cosa peor en mi vida y en una década de visitas al país, no he llegado a acostumbrarme.
No sé, si es el estar viendo todo el día de imbéciles por miles, mirando absortos la pantalla del móvil, aunque es verdad, que al menos la tecnología los ha dado un punto de referencia, donde dirigir su patética mirada.
No sé, si es, que de 81 días de viaje, nos haya llovido 40.
No sé, si es, que la familia y los amigos te tengan envidia, cuando están muertos de frío en España y tú les mandas un estupendo video, en un alojamiento de cinco euros, la noche, bañándote en una enorme piscina. Cambiarían sus vidas por las nuestras, aunque seguro, que no, si conocieran la trastienda del viaje.
No sé, si es, porque bebo más cerveza y alcohol de la cuenta.
No sé, si es, porque consumiendo algún alimento, han entrado en mi cuerpo virus de Vox.
No sé, si es, porque tengo más quemada la piel de los brazos y la cara, que algunos fritos de los que venden en los puestos callejeros.
No sé, si es, porque llamen época fría -supuestamente-, de noviembre a febrero, en Tailandia, cuando la mínima, no baja de los 24 grados.
Ni siquiera se, si es, porque se me está acabando el bolígrafo y no tengo ni fuerzas para comprar uno nuevo.
O, porque todas las compañías aéreas, se hayan confabulado en nuestra contra y va a ser imposible volver, en Navidad, a casa.
Pero el caso es -y se me ha olvidado, que me arde el estómago-, que me hallo en el peor momento del viaje. Tocado, aunque espero, no hundido. Deben volver los tiempos en los que consiga, de nuevo, gobernar ni cabeza.
A todo esto, no nos sentó demasiado bien, el retorno, a Phuket -a pesar de las extraordinarias samosas, que venden junto al mercado central-, aunque si a sus playas llenas de rusos, a estas alturas del año.
Krabi y no esperando nada de ella, nos ha caído en gracia. Ciudad muy accesible -raro, por estos lares-, buen mercado nocturno y agradable paseo junto al río.
Si todo va bien, el próximo post, será desde Taiwán.
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