Todas las fotos de este post son, de Jiufren (Taiwán)
Es por la mañana y hacemos el primer intento de compra de los billetes de vuelta a casa. Ahora, si funciona el wifi de la estación de trenes. Entro en la aplicación de Bankia y cambio mi número de teléfono por el de mi pareja. Es sencillo, dado que pide unos códigos de seguridad, que tenemos y el sistema nos dice, que todo correcto.
Primer intento de reserva con Budgetair -nuestra web de confianza-, pero el maldito SMS no llega a nuestro único móvil (el mío, había muerto hace dos meses, cuando viajábamos, a Sydney). Pensamos: "será la maldita tarjeta SIM, que como ayer, esta fallando, a pesar de dar cobertura".
Entro en la app de Bankia, de nuevo y cambio el número de teléfono de mi esposa por el de mi padre. De nuevo, todo Ok. ¡Que maravilla! Pero, en España son las cuatro de la mañana y a pesar de nuestra ansiedad, no me parece oportuno molestar a esas horas a un mozalbete de 78 años, para resolver nuestros asuntos. Así, que nos dedicamos a seguir visitando la ciudad -con tensa normalidad calmada-, hasta, que nos atrape el crepúsculo.
Y va y llega. ¿Estaremos ante nuestro particular black friday -a pesar de ser sábado- y podremos comprar, como churros? Pues, no. El wifi de la estación de trenes está caído y nosotros de los nervios. Hay un ente superior, que nos ha cogido manía, nos ha agarrado por el cuello y no nos suelta. Como diría aquel célebre personaje de GH: ¡Quien nos pone la pierna encima!
Tras una hora de desanimada incertidumbre, recuperamos la señal, aunque de forma discontinua. Le mando un WhatsAp a mi padre, para que esté listo. Hacemos la reserva, nuevamente, pero no hay manera: no llega el maldito y angustioso SMS.
Empezamos a pensar, que nos vamos a tener que quedar aquí, todas las Navidades o, que tendremos que buscar una agencia física -en el aeropuerto, porque en la ciudad no las hay-, para volar a Bangkok, donde la vida es mucho más barata. La única esperanza, que nos queda es, mandar un correo a la chica del banco el lunes, para que nos modifique el teléfono manualmente, pero jugamos con la desventaja de los husos horarios, que podrían hacer, que perdiéramos la tarifa obtenida.
¡Yo nunca me rindo! Otra vez, a la app de Bankia, a cambiar el teléfono por el de mi esposa. Nueva reserva y nuevo fracaso. Comerse el turrón en una de esas minúsculas habitaciones compartidas de cama doble, va a ser más triste, que pasar la Nochevieja de 2010, en la puerta de una peluquería de Kasane (Botswana)
Nuestro WhatsApp a mi padre, ahora que parece que el wifi, se mantiene con las constantes vitales. Le pedimos, que nos mande un SMS, a ver si la línea funciona. Pero, mi progenitor, que se maneja bastante bien con internet, no domina las antiguas- aunque las quieran recuperar a toda costa- tecnología de las telefónicas.
Media hora de espera y de desesperación y nada. ¡Navidades en manga corta!, porque la temperatura aquí, ronda los 19 grados. Afortunadamente, entra en escena una de mis hermanas -la que me precede-, que si se entera algo más. Y de repente, empiezan a llegarnos SMS en cascada. ¡No es la línea!
Bueno. ¿Y de qué nos sirve, si Bankia no nos deja cambiar el número de teléfono? La repentina alegría, se torna en frustración. Queda menos de una hora para que cierren la estación y entonces, también, perderemos el wifi, que ahora empieza, a flojear.
Se me enciende una luz y comienzo a avistar numerosas posibilidades de volver en Navidad, a casa. Es, como el huevo de Colón. Estaba ahí, pero no lo habíamos visto. Mi esposa, que es un desastre para el tema de los bancos, también tiene usuario on-line, aunque no recuerda su clave. Pero eso y en un principio, debería dar igual, porque si su número de teléfono figura en su usuario, nos debería dejar hacer la compra con su tarjeta de débito.
Al filo de las doce de la noche, enganchados a una clavija de un panal de cargadores de móviles, lleno de chinas y chinos jóvenes, que también recargan sus baterías, conseguimos que el maldito SMS llegue. Nos tiemblan los dedos y apenas, acertamos a introducir los números. Pasa medio minuto de ataque cardíaco contenido y al fin, Budgetair nos dice: "enhorabuena, estáis listos para viajar"
Ahora ya, solo nos resta pegarnos con la burocracia china. ¡Casi nada!
Primer intento de reserva con Budgetair -nuestra web de confianza-, pero el maldito SMS no llega a nuestro único móvil (el mío, había muerto hace dos meses, cuando viajábamos, a Sydney). Pensamos: "será la maldita tarjeta SIM, que como ayer, esta fallando, a pesar de dar cobertura".
Entro en la app de Bankia, de nuevo y cambio el número de teléfono de mi esposa por el de mi padre. De nuevo, todo Ok. ¡Que maravilla! Pero, en España son las cuatro de la mañana y a pesar de nuestra ansiedad, no me parece oportuno molestar a esas horas a un mozalbete de 78 años, para resolver nuestros asuntos. Así, que nos dedicamos a seguir visitando la ciudad -con tensa normalidad calmada-, hasta, que nos atrape el crepúsculo.
Y va y llega. ¿Estaremos ante nuestro particular black friday -a pesar de ser sábado- y podremos comprar, como churros? Pues, no. El wifi de la estación de trenes está caído y nosotros de los nervios. Hay un ente superior, que nos ha cogido manía, nos ha agarrado por el cuello y no nos suelta. Como diría aquel célebre personaje de GH: ¡Quien nos pone la pierna encima!
Tras una hora de desanimada incertidumbre, recuperamos la señal, aunque de forma discontinua. Le mando un WhatsAp a mi padre, para que esté listo. Hacemos la reserva, nuevamente, pero no hay manera: no llega el maldito y angustioso SMS.
Empezamos a pensar, que nos vamos a tener que quedar aquí, todas las Navidades o, que tendremos que buscar una agencia física -en el aeropuerto, porque en la ciudad no las hay-, para volar a Bangkok, donde la vida es mucho más barata. La única esperanza, que nos queda es, mandar un correo a la chica del banco el lunes, para que nos modifique el teléfono manualmente, pero jugamos con la desventaja de los husos horarios, que podrían hacer, que perdiéramos la tarifa obtenida.
¡Yo nunca me rindo! Otra vez, a la app de Bankia, a cambiar el teléfono por el de mi esposa. Nueva reserva y nuevo fracaso. Comerse el turrón en una de esas minúsculas habitaciones compartidas de cama doble, va a ser más triste, que pasar la Nochevieja de 2010, en la puerta de una peluquería de Kasane (Botswana)
Nuestro WhatsApp a mi padre, ahora que parece que el wifi, se mantiene con las constantes vitales. Le pedimos, que nos mande un SMS, a ver si la línea funciona. Pero, mi progenitor, que se maneja bastante bien con internet, no domina las antiguas- aunque las quieran recuperar a toda costa- tecnología de las telefónicas.
Media hora de espera y de desesperación y nada. ¡Navidades en manga corta!, porque la temperatura aquí, ronda los 19 grados. Afortunadamente, entra en escena una de mis hermanas -la que me precede-, que si se entera algo más. Y de repente, empiezan a llegarnos SMS en cascada. ¡No es la línea!
Bueno. ¿Y de qué nos sirve, si Bankia no nos deja cambiar el número de teléfono? La repentina alegría, se torna en frustración. Queda menos de una hora para que cierren la estación y entonces, también, perderemos el wifi, que ahora empieza, a flojear.
Se me enciende una luz y comienzo a avistar numerosas posibilidades de volver en Navidad, a casa. Es, como el huevo de Colón. Estaba ahí, pero no lo habíamos visto. Mi esposa, que es un desastre para el tema de los bancos, también tiene usuario on-line, aunque no recuerda su clave. Pero eso y en un principio, debería dar igual, porque si su número de teléfono figura en su usuario, nos debería dejar hacer la compra con su tarjeta de débito.
Al filo de las doce de la noche, enganchados a una clavija de un panal de cargadores de móviles, lleno de chinas y chinos jóvenes, que también recargan sus baterías, conseguimos que el maldito SMS llegue. Nos tiemblan los dedos y apenas, acertamos a introducir los números. Pasa medio minuto de ataque cardíaco contenido y al fin, Budgetair nos dice: "enhorabuena, estáis listos para viajar"
Ahora ya, solo nos resta pegarnos con la burocracia china. ¡Casi nada!
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