Todas las fotos de este post son de nuestro viaje, a China, en 2.009
Y llegó el día de dirigirnos, casi temblorosos, al aeropuerto, de Taipei .¿Nos darán las dos tarjetas de embarque? La respuesta es no. Mal empezamos. Nos cuesta incluso, que nos den las del primer vuelo. El joven chico del mostrador, duda y pasamos unos minutos de angustia, hasta que un superior más veterano, le indica que nos las entregue, que ya en Shanghái, no nos pondrán problemas. ¡Eso quiero yo verlo!
Todas las líneas chinas, que hemos tomado -y no han sido pocas- nos han parecido baratas y buenas y ocurre lo mismo, con China Airlines: asientos amplios y para un vuelo de hora y medio, un enorme plato de pollo, verduras y arroz, además de una especie de ensaladilla y una ensalada de fruta. ¡Casi lo mismo, que nos darían al día siguiente, durante las casi quince horas, que duró el vuelo de Iberia! Pero de eso, ya hablaremos en la siguiente entrada.
Encogemos la respiración, según ascendemos, pero no nos da mucho tiempo a pensar, porque al salir, ya hay varios chinos mandándote a diferentes colas, según tu situación. Nos dirigen a unas máquinas, donde debemos escanear el pasaporte y después poner los cuatro dedos de cada mano y luego, los pulgares. Sale un papelito, donde pone OK. Caminamos y sobre una mesa, rellenamos el documento de inmigración, de color amarillo, que es corto y sencillo de rellenar. Nos ponemos a una cola.
Ha habido un malentendido. Esa sola es para los que llevan la visa ya hecha desde su país de origen, por lo que todo lo que hemos hecho no ha servido para nada. Debemos ir a otra, mucho más larga y rellenar una tarjeta azul, que es algo más compleja y que se compone de dos partes: una para la entrada y otro para la salida.
En la fila, como cabía esperar, todo tipo de casos. El más dramático, el de una pareja francesa -solo hablan ese idioma-, que ha volado con Air France y como el avión se ha retrasado mucho, han perdido el vuelo de enlace, a Melbourne, donde van a visitar a familiares. No pregunta la mujer compungida, si tendrán problemas para entrar y les mentimos. Lo que pensamos, en realidad es, que los van a retener y mucho con lo cuadriculados, que son los chinos. Ahora mismo, no tienen un vuelo a un tercer país, que es la condición indispensable para que te den está visa de tránsito (máximo, 144 horas)
Aún desconocemos -porque nosotros estábamos unos quince puestos por delante en la cola-, como resultó ser el desenlace de esta preocupante situación: ¿habrán llegado a Melbourne o por el contrario, estarán a pan y agua en una cárcel china?
Tras hora y cuarto de lentos avances, llegamos al patíbulo. Al menos, la chica, que nos atiende, sonríe (con los ojos, porque en la boca lleva una máscara) Le entregamos los dos pasaportes y el móvil con el e-ticket en pantalla. Se lo empiezan a pasar de unos a otros, mientras tratamos de mantener el tipo. Quizás, no tardaron más de lo normal, pero a nosotros nos pareció el infinito.
Nos ponen una pegatina en el pasaporte y hay que colocarse delante de otra máquina, que te saca una foto y en la que debes poner todos los dedos de las dos manos -una a una-, menos los pulgares. Si los dos círculos de la pantalla salen en verde, vas para adentro.
Hay, que decir, que el adhesivo, que te colocan, tiene como fecha fin el día de tu vuelo y no las 144 horas. En nuestro caso, embarcamos a la mañana siguiente, unas 16 horas después de este momento.
Conseguimos dormir algo, a pesar de que los chinos se pasan el día -y la noche- gritando y circulando a toda velocidad, como bólidos, con los carritos de aeropuerto llenos de bultos. Casi más peligroso, que transitar por una calle de India.
Y llegó el día de dirigirnos, casi temblorosos, al aeropuerto, de Taipei .¿Nos darán las dos tarjetas de embarque? La respuesta es no. Mal empezamos. Nos cuesta incluso, que nos den las del primer vuelo. El joven chico del mostrador, duda y pasamos unos minutos de angustia, hasta que un superior más veterano, le indica que nos las entregue, que ya en Shanghái, no nos pondrán problemas. ¡Eso quiero yo verlo!
Todas las líneas chinas, que hemos tomado -y no han sido pocas- nos han parecido baratas y buenas y ocurre lo mismo, con China Airlines: asientos amplios y para un vuelo de hora y medio, un enorme plato de pollo, verduras y arroz, además de una especie de ensaladilla y una ensalada de fruta. ¡Casi lo mismo, que nos darían al día siguiente, durante las casi quince horas, que duró el vuelo de Iberia! Pero de eso, ya hablaremos en la siguiente entrada.
Encogemos la respiración, según ascendemos, pero no nos da mucho tiempo a pensar, porque al salir, ya hay varios chinos mandándote a diferentes colas, según tu situación. Nos dirigen a unas máquinas, donde debemos escanear el pasaporte y después poner los cuatro dedos de cada mano y luego, los pulgares. Sale un papelito, donde pone OK. Caminamos y sobre una mesa, rellenamos el documento de inmigración, de color amarillo, que es corto y sencillo de rellenar. Nos ponemos a una cola.
Ha habido un malentendido. Esa sola es para los que llevan la visa ya hecha desde su país de origen, por lo que todo lo que hemos hecho no ha servido para nada. Debemos ir a otra, mucho más larga y rellenar una tarjeta azul, que es algo más compleja y que se compone de dos partes: una para la entrada y otro para la salida.
En la fila, como cabía esperar, todo tipo de casos. El más dramático, el de una pareja francesa -solo hablan ese idioma-, que ha volado con Air France y como el avión se ha retrasado mucho, han perdido el vuelo de enlace, a Melbourne, donde van a visitar a familiares. No pregunta la mujer compungida, si tendrán problemas para entrar y les mentimos. Lo que pensamos, en realidad es, que los van a retener y mucho con lo cuadriculados, que son los chinos. Ahora mismo, no tienen un vuelo a un tercer país, que es la condición indispensable para que te den está visa de tránsito (máximo, 144 horas)
Aún desconocemos -porque nosotros estábamos unos quince puestos por delante en la cola-, como resultó ser el desenlace de esta preocupante situación: ¿habrán llegado a Melbourne o por el contrario, estarán a pan y agua en una cárcel china?
Tras hora y cuarto de lentos avances, llegamos al patíbulo. Al menos, la chica, que nos atiende, sonríe (con los ojos, porque en la boca lleva una máscara) Le entregamos los dos pasaportes y el móvil con el e-ticket en pantalla. Se lo empiezan a pasar de unos a otros, mientras tratamos de mantener el tipo. Quizás, no tardaron más de lo normal, pero a nosotros nos pareció el infinito.
Nos ponen una pegatina en el pasaporte y hay que colocarse delante de otra máquina, que te saca una foto y en la que debes poner todos los dedos de las dos manos -una a una-, menos los pulgares. Si los dos círculos de la pantalla salen en verde, vas para adentro.
Hay, que decir, que el adhesivo, que te colocan, tiene como fecha fin el día de tu vuelo y no las 144 horas. En nuestro caso, embarcamos a la mañana siguiente, unas 16 horas después de este momento.
Conseguimos dormir algo, a pesar de que los chinos se pasan el día -y la noche- gritando y circulando a toda velocidad, como bólidos, con los carritos de aeropuerto llenos de bultos. Casi más peligroso, que transitar por una calle de India.
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