Nuestro objetivo inicial no era otro, que investigar la
mejor fórmula posible, para llegar desde Puerto Iguazú, hasta Montevideo. Pero,
en la oficina de turismo nos desaconsejaron este plan, debido a un conflicto
entre Uruguay y Argentina, por el asunto de una fábrica de celulosa
Compramos
entonces, boletos de bus para Buenos Aires. El viaje es más largo, de lo que
cualquiera puede desear. Tardamos casi 20 horas –dos de retraso-, en las que
sufrimos algunas incidencias, como un cambio de autobús y paradas más largas de
la cuenta, en las que suben vendedores, comercializando, “chipas, chipas –una
especie de pan con queso, huevos y manteca-, calentitas”.
Los
“colectivos” en Argentina son algo caros, en comparación con el resto de
Sudamérica (excepción, de Chile), pero resultan muy confortables. Es lógico,
porque cubren distancias muy largas. En esta ocasión y con la compañía Crucero
del Norte, nos estaba incluida la cena: pollo relleno y rebozado, con patatas
fritas y verduras. Muy de agradecer.
El metro de
Buenos Aires es algo viejo, al menos en las líneas, que nosotros utilizamos,
pero resulta extraordinariamente, barato. Gracias a él, nos bajamos en la calle
Callao, donde ocupamos un alojamiento, que habíamos gestionado por teléfono,
desde la propia estación de buses. En la recepción atiende una rubia muy
simpática y limpia las habitaciones, una mujer muy mayor, que nos recuerda a
cualquier chacha, de las películas españolas de los años sesenta.
No es lo
único, que nos rememora a España. La propia pensión, donde estamos, evoca aroma
de las del Madrid de los años ochenta –con esas habitaciones grandes, de techos
altos y ventanas de madera- y muchas de las calles del centro –especialmente la
llamada, Florida-, también se nos insinúan muy parecidas, a las de la ciudad
del oso y el madroño. Casi idénticas, sino fuera porque sobre el asfalto, aquí
se baila tango.
Buenos
Aires es una gran ciudad. Es por eso, que le dedicamos cuatro días. Pero, a
decir verdad, nos termina decepcionando un poco. No, porque no merezca la pena,
sino porque esperábamos más. Tal vez, también haya influido la frialdad con la
que nos ha recibido, en estos días de febrero, en los que la mayoría de los
porteños, se encontrarán de vacaciones.
Nos encanta
La Boca –aunque es una zona más pequeña de lo imaginado- y resulta agradable
pasear por Puerto Madero, a pesar de que no podamos tener acceso a sus caros
restaurantes. También, nos sentimos muy atraídos por la zona de San Telmo o por
calles, como Rivadavia, que en cierto sentido, nos recuerdan a Malasaña, en
Madrid. Los parques de la zona de Palermo, resultan relajantes y la plaza de
Mayo, se muestra como todo un icono de la historia. Pero, al menos en estos
días, a esta ciudad le falta la magia.
Aunque,
finalmente y el día antes de irnos, la acabamos encontrando, asistiendo a un
espectacular concierto de Los Estelrares –junto a Hana y Pánico Ramirez-, la
última noche, en el parque de Lezama. No conocíamos a este fantástica banda,
que nos ha deparado uno de los momentos más adrenalínicos y felices del viaje.
En Buenos
Aires, tomamos dos importantes decisiones, en forma de compras. Los billetes de
ferry, para viajar a Colonia de Sacramente y otros de avión, para volar desde
Montevideo, al Calafate, en la Patagonia, surcando los cielos con Aerolíneas
Argentinas.
Nuestro paso por Uruguay fue algo
efímero. Quedamos encantados con la pequeña y coqueta Colonia y con la
cotidianidad algo rancia de sus lugareños, un domingo por la tarde, junto al
río de la plata. En plan, merendolas y mate al estilo picnic, de los años
setenta hispanos. Lo peor, nuestro alojamiento, en una algo tétrica y húmeda chocita,
que nos rentó una chica, que más bien, parecía un zulo.
Lo de Montevideo, ya es otra
cosa. Sin lugar a dudas, la capital más fea de todo Sudamérica y Centroamérica,
para nuestro gusto. Y el aeropuerto se nos presentó, como el más inflexible del
mundo. A los maleducados funcionarios de inmigración, no les basto con retenernos
una lata de cerveza y una botella de brasileña cachaza, sino que hasta nos
despojaron de dos paquetes de galletas (lo nunca visto). Montevideo (Uruguay)