Fotos de divversos aeropuertos del viaje
Desde luego, Lion Air -no solo por lo que os vamos a contar, sino por otras cuestiones, que se tratarán en un post posterior-, es con diferencia, la peor aerolínea de bajo coste del sudeste asiático, que nosotros hayamos utilizado.
La tarde no empezó nada bien. El conductor del cacharro colectivo, que nos traslado al aeropuerto, nos quiso cobrar más del doble -algo, por cierto, inusual en Tailandia- de la tarifa normal, que teníamos contrastada anteriormente, en la precaria estación. Momentos de tensión, pero jugábamos con ventaja: la puerta de la terminal está a un metro y no fue difícil escabullirse.
Íbamos con bastante tiempo, porque nada nos quedaba de hacer en la ciudad, aunque nos dijeron, que el check-in no se abria, hasta tres horas antes del vuelo, en este caso, la hora de Cenicienta. Y fue a esa hora, cuando nuestra carroza se convirtió en calabaza, hasta que llegó el príncipe.
Va mi pareja a por las tarjetas de embarque y al medio minuto me grita: "Ven, anda, que hay problemas". Efectivamente, se niegan a entregarnos las mismas, bajo el pretexto de que no tenemos billete de vuelta. Lo intentamos varias veces, explicando, que no sabemos, ni dónde iremos, ni cuando, al término de nuestra estancia en Taiwán. Se niegan a escucharnos, poniendo encima de la mesa un manual de instrucciones -supuestamente- estrictas.
Quienes así obran son, dos jovenzuelas arrogantes, a las que se suma un estúpido vigilante jurado en su defensa, cuando nos decidimos a levantar la voz, siempre de forma controlada, porque sabemos que tenemos nosotros más que perder, que ellos. A todo esto y como refuerzo de sus argumentos, el segurata me acusa de haber bebido.
Tiras y aflojas, pidiendo a gritos, que o las tarjetas de embarque o el dinero, aunque sabemos, que esto segundo, no está en sus manos. Volvemos a la calma, en esa no programada estrategia de presión-contención y les proponemos firmar un papel, en el que nos hacemos absolutamente responsables de las consecuencias y los gastos, que se puedan producir, si se nos niega la entrada al pequeño país asiático.
El de seguridad, ya se ha alejado algo y las chicas empiezan a mostrarse muy nerviosas y menos contundentes. Empiezan a dudar y es justo el momento, en el que se nos ocurre la gran idea. La tecnología está de nuestro lado: sacamos el móvil y recurrimos al milagroso traductor, Sayhi para explicárselo con más detalles en su propio idioma y no en inglés.
Barrera derribada, pero la partida aún no ha acabado: próxima pantalla. Resulta, que ahora tenemos que cumplir la siguiente condición, que figura en el manual: demostrar, que tenemos fondos suficientes para sufragar nuestra estancia en Taiwán, algo -que en teoria-, te pueden solicitar en cualquier país, pero que jamás nos habían pedido en ninguna parte, durante nuestros treinta años viajeros.
Sacamos las tarjetas de crédito, pero tras dudar y mirarse -una de ellas tiene como rasgo unos bonitos ojos azules-, quieren ver el dinero en efectivo. Y ahí yo, de muy mala leche indisimulable, quitándome el playero y el calcetín, abriendo unas fundas de plástico semi duro, que alojan más de 1.500 euros en billetes de 200, 100 y 50.
¡Al fin, vemos cómo la impresora escupe las ansiadas tarjetas!, mientras una de ellas nos espeta, atendiendo a otro de los puntos del maldito manual: ¿Lleváis armas, explosivos u objetos cortantes en los equipajes? Ante la duda de si gritar, llorar o partirnos de risa, decimos no con la cabeza y salimos huyendo.
Como cabía esperar, no hubo ningún contratiempo, ni problema para nuestro ingreso, en Taiwan. Aunque, nos fueron tan mal las primeras horas en este país -por motivos, que contaremos en próximas entradas del blog-, que varias veces maldijimos, haber conseguido nuestro objetivo, la noche antes.
Desde luego, Lion Air -no solo por lo que os vamos a contar, sino por otras cuestiones, que se tratarán en un post posterior-, es con diferencia, la peor aerolínea de bajo coste del sudeste asiático, que nosotros hayamos utilizado.
La tarde no empezó nada bien. El conductor del cacharro colectivo, que nos traslado al aeropuerto, nos quiso cobrar más del doble -algo, por cierto, inusual en Tailandia- de la tarifa normal, que teníamos contrastada anteriormente, en la precaria estación. Momentos de tensión, pero jugábamos con ventaja: la puerta de la terminal está a un metro y no fue difícil escabullirse.
Íbamos con bastante tiempo, porque nada nos quedaba de hacer en la ciudad, aunque nos dijeron, que el check-in no se abria, hasta tres horas antes del vuelo, en este caso, la hora de Cenicienta. Y fue a esa hora, cuando nuestra carroza se convirtió en calabaza, hasta que llegó el príncipe.
Va mi pareja a por las tarjetas de embarque y al medio minuto me grita: "Ven, anda, que hay problemas". Efectivamente, se niegan a entregarnos las mismas, bajo el pretexto de que no tenemos billete de vuelta. Lo intentamos varias veces, explicando, que no sabemos, ni dónde iremos, ni cuando, al término de nuestra estancia en Taiwán. Se niegan a escucharnos, poniendo encima de la mesa un manual de instrucciones -supuestamente- estrictas.
Quienes así obran son, dos jovenzuelas arrogantes, a las que se suma un estúpido vigilante jurado en su defensa, cuando nos decidimos a levantar la voz, siempre de forma controlada, porque sabemos que tenemos nosotros más que perder, que ellos. A todo esto y como refuerzo de sus argumentos, el segurata me acusa de haber bebido.
Tiras y aflojas, pidiendo a gritos, que o las tarjetas de embarque o el dinero, aunque sabemos, que esto segundo, no está en sus manos. Volvemos a la calma, en esa no programada estrategia de presión-contención y les proponemos firmar un papel, en el que nos hacemos absolutamente responsables de las consecuencias y los gastos, que se puedan producir, si se nos niega la entrada al pequeño país asiático.
El de seguridad, ya se ha alejado algo y las chicas empiezan a mostrarse muy nerviosas y menos contundentes. Empiezan a dudar y es justo el momento, en el que se nos ocurre la gran idea. La tecnología está de nuestro lado: sacamos el móvil y recurrimos al milagroso traductor, Sayhi para explicárselo con más detalles en su propio idioma y no en inglés.
Barrera derribada, pero la partida aún no ha acabado: próxima pantalla. Resulta, que ahora tenemos que cumplir la siguiente condición, que figura en el manual: demostrar, que tenemos fondos suficientes para sufragar nuestra estancia en Taiwán, algo -que en teoria-, te pueden solicitar en cualquier país, pero que jamás nos habían pedido en ninguna parte, durante nuestros treinta años viajeros.
Sacamos las tarjetas de crédito, pero tras dudar y mirarse -una de ellas tiene como rasgo unos bonitos ojos azules-, quieren ver el dinero en efectivo. Y ahí yo, de muy mala leche indisimulable, quitándome el playero y el calcetín, abriendo unas fundas de plástico semi duro, que alojan más de 1.500 euros en billetes de 200, 100 y 50.
¡Al fin, vemos cómo la impresora escupe las ansiadas tarjetas!, mientras una de ellas nos espeta, atendiendo a otro de los puntos del maldito manual: ¿Lleváis armas, explosivos u objetos cortantes en los equipajes? Ante la duda de si gritar, llorar o partirnos de risa, decimos no con la cabeza y salimos huyendo.
Como cabía esperar, no hubo ningún contratiempo, ni problema para nuestro ingreso, en Taiwan. Aunque, nos fueron tan mal las primeras horas en este país -por motivos, que contaremos en próximas entradas del blog-, que varias veces maldijimos, haber conseguido nuestro objetivo, la noche antes.
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