Todas las fotos de este post son, de Byron Bay (Australia)
Byron Bay, nada tiene que ver, con Surfers Paradise, por mucho que esta última este sostenida por tan inmerecido y rimbombante sustantivo.
Se trata de una preciosa, abrupta y salvaje playa de arena fina, pegajosa y dorada -maravillosa, en la soledad del amanecer y del atardecer- y de otras de no inferior categoría y belleza, que se extienden hasta el faro, de esforzada subida, pero no peligrosa.
El pueblo, que las alberga es modesto - no existen pasos de cebra y la iluminación es casi inexistente por la noche- y está salpicado de unos pocos alojamientos, restaurantes y bares, que se creen los dueños del mar y de la arena, porque sino, no se atreverían a colocar los sonrojantes -para mi, que no para ellos- precios, que ponen. Así y por nuestra gran beligerancia contra este aprovechamiento infame, decidimos dormir al raso, sin aceptar las elevadas tarifas hoteleras.¡Así, además, da menos pereza levantarse, al amanecer!
Ha sido nuestra última y agradable parada, antes de dirigirnos, a Sydney.
Los buses por aquí y de momento, son incómodos, caros -para lo que ofrecen- y algo viejos. Racanean hasta en el aire acondicionado, cosa que no ocurre, ni en el tercer mundo y tienen la curiosa costumbre, de hacer paradas para comer o cenar, en el MacDonald's.
El primer contacto, con Sydney, nos ha puesto de muy mala leche, a pesar de haber dormido bien, de no hacer malo o de no dolernos nada. La calle principal, que además conduce a la mítica bahía -abarrotada de feos e insostenibles edificios, donde cada uno, que ha construido, ha hecho lo que le ha dado la gana-, se encuentra completamente levantada, llena de vallas y de molestos cubiletes de colores.¡Intransitable!
Un enorme, tosco e inhumano transatlantico de turistas, tapa hoy buena parte de la bahía y seguratas con cara de no importarles nada, te niegan el acceso a unas zonas u otras, dependiendo de la conveniencia de la "Costa Cruceros" de turno.
El mítico puente metálico, desde cerca, resulta agresivo y cacharroso. La Ópera, también en la corta distancia, enclenque y mal vestida - vamos que no va a juego-, entre lo que es la hormigonosa parte de abajo y sus espléndidas velas. Es verdad, que visto de lejos y en conjunto, la cosa mejora bastante, pero nada más.
Siempre se habló, de que las ciudades del mundo con mejores entornos naturales eran, Río, Ciudad del Cabo, San Francisco y Sydney. Conocemos las cuatro y a esta, la pondríamos en la cola. Y, de momento, también detrás de Brisbane, la que ha sido la gran sorpresa de este viaje, que ya se va acercando al mes.
Al menos, una rica cena gratuita a base de cuatro enormes trozos de pollo, arroz y salsa picante, en el hotel, ha mitigado un esforzado, aunque, placentero día
Hay, que decir, que en los días siguientes, cambio bastante nuestra perspectiva, sobre Sydney.
Byron Bay, nada tiene que ver, con Surfers Paradise, por mucho que esta última este sostenida por tan inmerecido y rimbombante sustantivo.
Se trata de una preciosa, abrupta y salvaje playa de arena fina, pegajosa y dorada -maravillosa, en la soledad del amanecer y del atardecer- y de otras de no inferior categoría y belleza, que se extienden hasta el faro, de esforzada subida, pero no peligrosa.
El pueblo, que las alberga es modesto - no existen pasos de cebra y la iluminación es casi inexistente por la noche- y está salpicado de unos pocos alojamientos, restaurantes y bares, que se creen los dueños del mar y de la arena, porque sino, no se atreverían a colocar los sonrojantes -para mi, que no para ellos- precios, que ponen. Así y por nuestra gran beligerancia contra este aprovechamiento infame, decidimos dormir al raso, sin aceptar las elevadas tarifas hoteleras.¡Así, además, da menos pereza levantarse, al amanecer!
Ha sido nuestra última y agradable parada, antes de dirigirnos, a Sydney.
Los buses por aquí y de momento, son incómodos, caros -para lo que ofrecen- y algo viejos. Racanean hasta en el aire acondicionado, cosa que no ocurre, ni en el tercer mundo y tienen la curiosa costumbre, de hacer paradas para comer o cenar, en el MacDonald's.
El primer contacto, con Sydney, nos ha puesto de muy mala leche, a pesar de haber dormido bien, de no hacer malo o de no dolernos nada. La calle principal, que además conduce a la mítica bahía -abarrotada de feos e insostenibles edificios, donde cada uno, que ha construido, ha hecho lo que le ha dado la gana-, se encuentra completamente levantada, llena de vallas y de molestos cubiletes de colores.¡Intransitable!
Un enorme, tosco e inhumano transatlantico de turistas, tapa hoy buena parte de la bahía y seguratas con cara de no importarles nada, te niegan el acceso a unas zonas u otras, dependiendo de la conveniencia de la "Costa Cruceros" de turno.
El mítico puente metálico, desde cerca, resulta agresivo y cacharroso. La Ópera, también en la corta distancia, enclenque y mal vestida - vamos que no va a juego-, entre lo que es la hormigonosa parte de abajo y sus espléndidas velas. Es verdad, que visto de lejos y en conjunto, la cosa mejora bastante, pero nada más.
Siempre se habló, de que las ciudades del mundo con mejores entornos naturales eran, Río, Ciudad del Cabo, San Francisco y Sydney. Conocemos las cuatro y a esta, la pondríamos en la cola. Y, de momento, también detrás de Brisbane, la que ha sido la gran sorpresa de este viaje, que ya se va acercando al mes.
Al menos, una rica cena gratuita a base de cuatro enormes trozos de pollo, arroz y salsa picante, en el hotel, ha mitigado un esforzado, aunque, placentero día
Hay, que decir, que en los días siguientes, cambio bastante nuestra perspectiva, sobre Sydney.
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