Los controles de seguridad de equipajes y de objetos personales en Stanted, son dinámicos y amables, aunque muy estrictos. Aunque no pites debes colocarte sobre una plataforma con las piernas abiertas y los brazos en cruz, que literalmente, te desnuda. Habíamos visto algo parecido en Copenhague y Bali. Nosotros tenemos por costumbre, no sacar nunca el bolsillo interior, donde llevamos las tarjetas, el dinero y a veces, los propios pasaportes. Decidimos, hacer lo mismo esta vez. Mi pareja consiguió engañarlos y cruzó sin problemas.
En mi caso, aparecieron dos manchas negras bajo el abdomen. Un segurata me registro a fondo y solo a la tercera pasada consiguió detectarlo. Empezaba un amable calvario. Despiece minucioso del bulto sin detecciones anómalas, pero me redirecionaron a otra simpática máquina, que es similar al tacataca de las personas mayores. Agarras fuertemente con tus manos un manillar y en la parte de abajo introduces alternativamente los pies. No contentos con eso, requisaron mi mochila y analizaron minuciosamente con otro dispositivo el contenido de los más de diez botes de líquidos, -fundamentalmente, vodka-, que llevábamos en ella. ¡Al fin dentro!
En el vuelo a Dalaman, no viajábamos ni siquiera cincuenta personas . A pesar de ello , nos habían puesto a catorce filas de separación. Salimos puntuales, mientras diluviaba y el aparato soportaba un viento huracanado. Toda Europa Central llena de gruesas nubes negras y más de hora y media de fuertes turbulencias. Al contrario de casi siempre, no conseguí pegar ojo.
Al sobrevolar Grecia se despejó durante un rato y contemplamos el mar desde lo alto . Pero de repente,el avión se vio inmerso en la peor y más densa niebla, que hayamos visto nunca en un vuelo. Chocamos contra una feroz tormenta y pasamos un miedo nunca vivido. Ni siquiera en el aterrizaje de emergencia de hace dos años en Abu Dabi.
Entre enormes tambaleos,el piloto realizaba las maniobras de descenso, cuando bruscamente, el avión viro en picado hacia arriba. Fueron momentos de aliento contenido, hasta que dejamos atrás la tormenta y la neblina.
Al aterrizar, nos sentimos salvados. Se había empleado una hora más de lo previsto en el vuelo. Cuando abrieron la puerta delantera e íbamos a bajar,nos mandaron sentar, de nuevo. Entonces, el comandante nos espetó, que habíamos aterrizado de emergencia en Bodrum y no en Dalaman.
Tuvimos, que esperar, más de media hora, a que trajeran personal de control de pasaportes y aduanas, porque el aeropuerto estaba cerrado. Salimos al exterior. Por sms nos indicaron, que enviarían autobuses para llevarnos a nuestro destino situado al este, a unos 250 kilómetros.
Los vehículos tardaron más de hora y media. Mientras esperábamos su llegada debajo de una marquesina, cayó la mundial. Ni un solo sitio para comer o beber algo, ni dentro, ni en los alrededores. Tan solo un chiringuito con una buena tasa de cambio.
El viaje por una sórdida autovía, muy típicas en Turquía desde hace algunos años, resultó ser una calamidad. Casi cuatro horas con dos paradas largas en gasolineras con tiendas y el autobús acabo haciendo de transporte local en los últimos kilómetros, dejando a cada turco donde lo pedía .
Cuando llegamos eran las ocho de la noche y no había transporte alguno hacia Fethiye, que no fueran caros taxis. Por tercera noche consecutiva nos iba a tocar dormir en un aeropuerto. Al menos en este, existen bancos corridos de láminas, donde te puedes tumbar y nadie te molesta. Eso sí: wifi gratuito durante media hora, solo presentando DNI o pasaporte.
El Madrid ganó al Atalanta por los pelos y pensamos, que nuestra mala suerte se revertiría al día siguiente. Acertamos. El miércoles resultó solo un día de mierda a media jornada.¡Os vamos contando!.
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