La segunda noche en el hotel de Fethiye dormimos gratis, porque los propietarios del establecimiento no contestaron a nuestros WhatsApps, sobre como pagársela. No insistimos más. Como teníamos el dinero calculado con este gasto, nos sobraban unos 25 euros en moneda local. Así, que nos pasamos todo el domingo bebiendo cervezas hasta la hora de tomar el bus para el aeropuerto.
Sobre las seis y cuando estábamos ya en la parada, comenzó a caer la tormenta más bestial, que hemos vivido en los últimos años y eso, que vamos sobrados de monzones, en Asia.
Al llegar a la terminal aérea constatamos, que varios vuelos habían sido suspendidos y cruzamos los dedos, para que a la mañana siguiente todo se hubiera normalizado. Dormimos, como angelitos, sobre los bancos de listones de madera, sin ser molestados.
El lunes amaneció algo fresco, pero soleado. El día anterior y con sorpresa, habíamos obtenido nuestras tarjetas de embarque digitales, a pesar de que Ryanair indica en su web, que en Turquía, Marruecos y Albania, se debe acudir al mostrador. Desayunamos a base de unos bocadillos vegetales y de queso, procedentes de un hotel, que alguien había abandonado.
El vuelo partió en hora y a pesar de ir más gente, que a la ida, pudimos juntarnos. Nos habían dado asientos a trece filas de distancia. Ni un solo contratiempo, ni una sola turbulencia, por lo que dormimos la mitad del camino.¡Menuda diferencia con la ida!
En Londres, el mismo mal tiempo, que hace ocho días, aunque menos jaleo en la terminal, que entonces. Dormimos con algo de frío lo más lejos, que pudimos de los famosos y molestos secadores de manos.
El vuelo a Castellón partió puntual. Casi completo, pero pudimos juntarnos, gracias a una amable chica.
Un autobús nos llevó desde el aeropuerto a Torreblanca y un tren regional, hasta Valencia. Nuestro plan era coger el AVE a Madrid, a las nueve de la noche, pero había subido mucho de precio y adquirimos billetes para las 15:30 del día siguiente.
Tocaba pasar la noche en la ciudad che, a unos cinco grados. Paseamos largamente y nos sentimos parte y solidarios con los numerosos mendigos, que nos encontramos, envueltos entre cartones.
Al final y a partes iguales, dormitamos en las escaleras de una estación de metro y en el interior de una oficina de atención al discapacitado de ADIF de donde nos acabaron echando. ¡Pusimos una reclamación!. Solo faltaría
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