Gestionar la visa de Mauritania, resultó más fácil de lo
esperado. Cuando haces la de la India, te entra una especie de visadofobia, que
cuesta superar. En este caso, no hay problema por dejar algunos campos del
formulario sin rellenar, sin que te riñan y si entregas las dos fotocopias del
pasaporte, en un mismo folio, cortan la hoja con tijeras, en una pura y
práctica solución a lo africano. Su único interés verdadero, es hacerse con los
340 dirhams, que cuesta la pegatina, que tira a cutre.
Agadir
Hay que
llegar temprano a la embajada, porque los horarios de atención al público, son
tan irregulares, como misteriosos. En la cola hicimos amistad, con unos
franceses mayores –camino de Burkina Faso, en un coche de más de 20 años- y con
unas japonesas, algo estresadas, que habíamos conocido en Rabat, el día
anterior y que nos propusieron viajar juntos. Opción tentadora, para cruzar la
frontera de Mauritania, pero ellas, pretendían ir demasiado deprisa para nuestro
ritmo, deseosos de profundizar, en el Sahara Occidental.
Por lo
demás, Rabat y Sale siguen como siempre. Aunque algo más modernas. Ya han
instaurado, incluso, el carril-cacharro. Es como nuestro carril bici, pero por
él circulan, motos, puestos móviles, bicicletas, personas que tiran de algo…¡Ya
es un avance!. Mientras el primer mundo se deprime, África avanza, con mucha
dignidad, aunque sea a ritmo lento.
También pudimos descubrir, lo
bien que se come en Rabat, cuando no es Ramadán (habían coincidido esas fechas,
casualmente, en nuestras tres visitas anteriores, a la ciudad). Mucho pescado
rebozado y delicioso, legumbres y verduras a la plancha, además de patatas
rebozadas, con extraordinarias salsas y excelentes precios. De Rabat a Agadir,
nos trasladamos en un plis-plas. Los autobuses han mejorado tanto, para las
largas distancias, que ya han superado a los patrios (sobre todo, a los Alsa).
Encontramos
Agadir, desordenada urbanísticamente, como la vez anterior y llena de jubilados
franceses, haciendo sus tablas gimnásticas, a lo largo del paseo marítimo. Un
solicitado Marjane, nos permitió reponer nuestras reservas alimenticias y sobre
todo, alcohólicas. Pasamos el día al sol, como los lagartos y yo terminé,
quemándome las orejas y el brazo.
En vez de tirar para Tarfaya, nos
conducimos hacia Sidi Ifni, antiguo, pequeño y agradable protectorado español,
donde sus bares, sus ultramarinos, su ambiente y el sempiterno olor a sardinas
fritas y muy frescas, nos reconcilió con el mundo y hasta con el Islam. Merece
la pena alejarse de la ruta principal, para llegar a esta entrañable localidad,
donde nos esperaban para nuestra incontenible alegría, una ducha –de
socorredora agua gélida- y un enchufe.
Por cierto
y ante las dudas surgidas en la red y no convenientemente aclaradas: la visa de
Mauritania vale desde la fecha, que tú solicitas en el formulario para el
ingreso al país –y no la del día que lo rellenas-, hasta 30 días naturales, después.
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