Mopti
Efectivamente –como se titulaba en el post anterior-, Tambacounda es lo más parecido al infierno, con sus veredas polvorientas –ysu tierra rojiza, penetra hasta en la ropa interior- y su calor asfixiante, que recalienta, tanto lo que está al sol, como lo que se encuentra, a la sombra. Por lo demás, es un lugar tranquilo, para ser un cruce de carreteras, hacia Mali, Guinea, Gambia, el interior de Senegal y la costa.
Efectivamente –como se titulaba en el post anterior-, Tambacounda es lo más parecido al infierno, con sus veredas polvorientas –ysu tierra rojiza, penetra hasta en la ropa interior- y su calor asfixiante, que recalienta, tanto lo que está al sol, como lo que se encuentra, a la sombra. Por lo demás, es un lugar tranquilo, para ser un cruce de carreteras, hacia Mali, Guinea, Gambia, el interior de Senegal y la costa.
Destaca su
decrépita –pero bonita- estación de trenes, que ya no presta servicio y su
colorido y abarrotado mercado, en dos niveles de altura. Por una parte, está
cubierto y por otra, no. Por la mañana, cuando paseas, te envisten las
descuidadas vendedoras, con sus sacos y bidones, a cuestas. Ya a mediodía, la
mercancía es escasa y la basura se amontona en el suelo, para regocijo de las
cabras, que inician su festín.
Las avenidas son anchísimas, pero
la mayoría de los edificios –salvo algunos bancos-, no sobrepasan una planta de
altura. Ambas cosas a la vez, provocan en el viandante, una sensación extraña
Preguntando a un tendero, si hay
cerveza, contesta abruptamente, que no se vende alcohol en la ciudad. Hemos
debido topar con el musulmán más radical del lugar, dado que en un radio
cercano, hay cuatro bares y un enorme depósito de bebidas espirituosas. Este
último, con gran actividad, está regentado por blancos.
La mayor molestia de la ciudad,
la constituyen los niños pedigüeños, que campan a sus anchas por todas partes
(especialmente en las estaciones de transporte). Algunos ya están bastante
creciditos. Dependiendo de nuestro estado de ánimo, tratamos de disuadirlos,
ignorándolos, reprendiéndolos, mandándolos a la escuela o les pedimos dinero,
nosotros a ellos. Normalmente y en este último caso, huyen o muestran su
negativa.
Kaolack
Pero hoy, un niño de unos seis o siete años, ha descuadrado nuestros esquemas. Al pedirle dinero, ha puesto cara de comprensión y nos entrega, una moneda de 25 francos, de su escaso botín, que consiste en otras dos, de 50 y 100. Si algo me gusta de África subsahariana, es que me hace pensar, casi constantemente y además, siempre me termina, sorprendiendo
Pero hoy, un niño de unos seis o siete años, ha descuadrado nuestros esquemas. Al pedirle dinero, ha puesto cara de comprensión y nos entrega, una moneda de 25 francos, de su escaso botín, que consiste en otras dos, de 50 y 100. Si algo me gusta de África subsahariana, es que me hace pensar, casi constantemente y además, siempre me termina, sorprendiendo
Entretenidos en estos
pensamientos, nos topamos con una publicidad callejera, con un agresivo mensaje
de la electra local: “la electricidad es un derecho. Pagarla, es un deber”.
También esta aseveración, da mucho para reflexionar
Nuestro
primer intento de acceder a la frontera de Mali, ha fracasado. Es domingo y no
sale un solo cacharro, después de esperar tres horas y media, divididas por un
largo intervalo, en el que nos vamos a tomar cervezas.
El ambiente de esta estación es
ameno. Mientras esperamos nuestro thieboudienne, bajo un insufrible tejado de
chapa, una joven de quince años, se despelota
ante nosotros y sin ningún tapujo, mientras la propietaria, trata –y
consigue, por un intervalo corto de tiempo- hacer funcionar el ventilador del
techo, con un riel de las cortinas. Debe de ser, de las que no cumple su
compromiso con la referida electra. En la calle, una chica destrenza a otra
todos sus postizos del pelo, mientras escuchan decenas de veces, la misma
canción en el móvil.
Mañana
haremos un nuevo intento, de lograr nuestro objetivo: Mali nos espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario