Hoy tocaba martirio. Será por ser viernes, que no nos
podemos olvidar, que estamos en un país musulmán, aunque a su manera, dado que
ni el cerdo, ni el alcohol, ni la escasa vestimenta, están vetados a nadie.
Ziguinchor
Abandonamos nuestro alojamiento, aún sin haber amanecido, guiados por la luz de una linterna. Nada nuevo en África. El único transporte, que hay para ir a Tambacounda, es el maldito taxi “sept places”. Se trata de antiguos renaults 12, vendidos de quinta o sexta mano, desde el primer mundo y en los que se usan hasta la perrera, para colocar a los pasajeros, sentados sobre el cubre-ruedas.
Abandonamos nuestro alojamiento, aún sin haber amanecido, guiados por la luz de una linterna. Nada nuevo en África. El único transporte, que hay para ir a Tambacounda, es el maldito taxi “sept places”. Se trata de antiguos renaults 12, vendidos de quinta o sexta mano, desde el primer mundo y en los que se usan hasta la perrera, para colocar a los pasajeros, sentados sobre el cubre-ruedas.
Ni son baratos, ni paran para
orinar, pero no hace falta, aunque te tires diez horas, para hacer 380 kms. El
asfixiante calor exterior –lo que peor llevo de este viaje- y el interior, que
nos proporcionamos todos los pasajeros, bien juntitos, secan cualquier vejiga.
Eso sí. Sólo los blancos sudamos. Dos pasajeros sentados delante de nosotros,
viajan tan campantes, con su gorro y su bufanda de lana.
Las paradas
son interminables, por razones múltiples y nunca explicadas: para recoger
papelitos y entregar dinero, para una supuesta reparación, que nunca llega -cerca
de la frontera de Guinea-Bisau-, para comprar líquidos y sólidos, siempre que
algún pasajero se queje o para echar gasolina varias veces .Sólo consideramos
lícitas, las cinco veces, que nos paran en controles militares –siempre cortos
y solo en territorio de Casamance-, en los que sólo dos y con desgana, piden la
documentación.
Ziguinchor
El paisaje
es anodino y seco, sólo aliviado por las intermitentes aldeas, de casas cónicas
y cercadas con cañizo. Las piernas se quiebran, las rodillas duelen hasta
enloquecer y la mente se dispara, no siempre por el buen camino. El único
entretenimiento que encontramos, es ir cronometrando, lo que tarda el vehículo,
entre los distintos mojones kilométricos, a modo de competición.
Pero, lo peor es la carretera.
Nunca vimos una igual y tampoco unos amortiguadores peores. Está en tan mal
estado –llena de profundos socavones y extraños relieves-, que los coches,
cuando pueden, prefieren ir por los arcenes de tierra, llenando el interior del
vehículo de polvo, aunque viajemos, como siempre aquí, con las ventanillas
herméticamente cerradas. Otra opción –si está en mejores condiciones-, es
circular por el lado contrario del carril, como si nada. Menos mal, que no hay casi
tráfico y que los chóferes son expertos en conducción extrema.
Exhaustos,
llegamos a Tambacounda. Los negritos muestran tranquilidad. Los dos blanquitos,
euforia, que va desapareciendo, una vez que nos toca andar varios kilómetros
sobre la arena, para encontrar alojamiento económico –los de la Lonely se han
disparado de precio- y como siempre, con el sol cayendo de plano.
Tambacounda
La
localidad gira en torno a una rotonda, de la que se despliegan calles anchísimas,
con las casas de una planta. De dos, como máximo, en los edificios más lujosos
–como no, los de los bancos-. Nos desanimamos y barajamos la posibilidad de
cancelar el periplo por Mali.
Unos minutos
después aparece un alojamiento adecuado y barato y al retornar al centro, un
espléndido bar, donde tomamos la cerveza más rica y fresca, de todo el viaje.
Hasta este momento, la única satisfacción del día, había sido tomar una bolsa
de agua fría, en una de las paradas y otra de patatas fritas de 10 gr., casi a
punto de caducar, atentamente regalada por el encargado del supermercado de
Ziguinchor, por ser clientes habituales (dos días).
1 comentario:
Este y el post de más abajo, fueron escritos, originariamente, entre el 16 y el 19 de marzo, de 2.012.
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