Llevamos unos días, constatando con sufrimiento, como
tiramos el dinero. Al menos, eso nos parece. Pagar 15 €, por transportarnos en
la perrera incómoda de un R12, de hace décadas. Abonar 6, por un padecimiento
masoquista, al tardar en recorrer 183 kilómetros, 7 horas, en un Mercedes
sexagenario. O abonar casi 20, por un hotel sin agua y sin luz, porque no hay
otro en el pueblo. Y, desgraciadamente, podría seguir.
Diboli
En Senegal
y Mali, el precio, nunca es un indicativo, del servicio o producto, que se va a
recibir. Pero, lo de hoy, ha sido ya casi insuperable. Las cosas ya empezaron
mal. Por un lado, la frontera de Diboli es un caos. Nos sellaron dos veces el
pasaporte, una de ellas en una hoja en blanco, con las pocas libres que nos
quedan.
Por otro, el codiciado autobús grande,
a Bamako, no es tal, sino un minibús –muy nuevo-, pero donde han tratado de
aprovechar el espacio al máximo, colocando cinco asientos, donde sólo caben
cuatro, por lo que la incomodidad es manifiesta, para un viaje tan largo. Salimos
puntuales, pero de camino a Kayes, padecemos dos severos controles policiales,
aunque educados.
Kayes tiene
pinta de ciudad casi normal: está bien iluminada y se halla junto a un ancho
río. Tras la cena, el conductor nos vuelve a deleitar con su sonora, estridente
e insoportable música. Más que chóferes, parecen patrones y los lugareños lo
asumen como tal: paran cuando ellos tiene ganas de comer y de orinar o machacan
los tímpanos de los pasajeros, con vídeos, radios o casetres, como en este
caso. La carretera es regular, pero la conducción, se desarrolla con magistral
pericia, esquivando la mayoría de los baches.
Cuando intentamos dormir, algo en
el motor, empieza a sonar mal. Como además del volante, son expertos en
mecánica, en diez minutos ya ha decidido, que la dinamo está rota y que nada
más puede hacer. Sin comunicar nada, se echa a dormir. No hay lugar para la
controversia. Los pasajeros están acostumbrados, a ser tratados como animales y
lo aceptan,
Diboli
Son las 12 de la noche y el interior
del vehículo está oscuro. Sólo se ven linternas y furtivas sombras
desplazándose, en una escena que aterrorizaría a cualquier blanquito, sin
experiencia en el continente. Se trata de meriendas de negros, entre viajeros y
lugareños de Konia KAri –pequeño pueblo, donde hemos parado-, mientras hay
motos que van y vienen y que terminan, cuando los primeros se acoplan de
cualquier manera, sobre el suelo del arcén y terrenos colindantes. Unos sobre
esterillas, aunque la mayoría, así, tal cual. Conseguimos dormir un par de
horas, pero nosotros, dentro del vehículo, ¡no nos vaya a picar o morder algo!.
La actividad vuelve, sobre las
siete de la mañana, cuando sacamos toda nuestra artillería de protesta. A
nosotros y a otros lugareños, que se salen del redil, nos buscan una solución.
El resto quedaron allí tirados y nunca supimos, nada más de ellos.
Sin comerlo ni beberlo, nos vemos
de nuevo en un maldito microbús sobreocupado. Salimos, sí, pero resulta de toda
forma insoportable. La carretera empeora y el paisaje resulta, como si siempre
pasaran la misma instantánea por delante de tus ojos.
Lentamente, van pasando las horas
y el calor aumenta. Parada para comer. Otra vez y ya van dos días, bocadillos
de tortilla francesa. Y a echarle un rato en cada pueblo, mientras sube y baja
el pasaje. Al menos, hay muchos más vendedores que en Senegal, que te surten de
agua, fruta o dulces. A 20 kilómetros del destino, un pinchazo. Hemos tenido
avería, en los tres últimos transportes, que hemos abordado.
Diboli
Ya sólo nos queda sobrepasar, más
de diez controles militares –con unos tanques incluidos- y escuchar ráfagas,
que parecen de metralleta. ¿Pasara algo aquí?. No sé. ¡Como siempre venimos
desinformados!.
Exhaustos, nos ponemos a buscar
hotel, que encontramos en cinco minutos, gracias a un vendedor callejero. Es
barato, escasamente visible y el único de la zona. Es noche cerrada y nuestro
ángel de la guarda africano, ha aparecido cuando más lo necesitábamos. Aunque,
esta vez no hemos encontrado ningún chiringuito de cervezas frescas, como
hubiera sido lo suyo. Casi, ni de agua. Aunque sumes todos los contratiempos
vividos a lo largo del día, los de aquí te dirán, que todo se reduce, a un
“petit problem”.
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