Llegar a Ossouye, con presupuesto
ajustado, requiere de paciencia y tiempo. Más de dos horas de espera y una hora
y veinte minutos para 40 kilómetros, con numerosas paradas, desde para echar
gasolina, pagar un soborno o colocar sobre el techo, un pesado y enorme comprensor.
A pesar de ser domingo y funcionar a escaso gas, la ciudad resulta muy agradable, auténtica y bastante cuidada –en sus edificios y control de basuras, teniendo hasta papeleras en los establecimientos comerciales, que son más bien “tiendezujos”- y con un coqueto y digno mercado. Deliciosos y esplendorosos mangos –con muchas hojas, alargadas y verdes, menos uno, que solo tiene frutos, aún no maduros-, se entremezclan con palmeras, floridos árboles o los impresionantes fromagers. Dentro de su tronco, se puede construir un bar o una cabaña, sin demasiadas dificultades de espacio..
Los
campamentos para dormir –que no para tomar una coca-cola o una cena-, son
básicos, pero muy bien decorados y mantenidos, en forma de “case a étages” o
“case a impluvium”. Nuestra penúltima experiencia del día, es con el vino de
palma, en uno de los bares del pueblo, donde los lugareños siguen la liga senegalesa,
sobre campos de tierra, pegándose mil golpes y al ritmo de afinados tambores
africanos en la grada.
Ante nuestras preguntas, discuten sobre si el brebaje de la palmera, tiene muchos grados de alcohol o no y no llegan a una conclusión, que nos oriente. Lo único evidente, según nuestra experiencia, es que tiene sabor a jugo de alcachofas de lata. En la guía, pone que es a levadura, pero en su estado puro, nunca la hemos probado. Y, no nos ha caído muy bien, ni al estómago, ni a la cabeza. No sentimos síntomas ni como los de los efectos del café, ni los etílicos, aunque tiran más a los primeros. Empezamos a entrar en un fuerte estado de ansiedad, acompañado de un ligero y desagradable mareo.
El camino
de retorno –en un lugar donde no parece haber taxis, aunque sí, buscavidas
medio fiables-, no nos parece seguro. A pesar de nuestra caraja palmeral,
cuando nos asedia un hombre, preguntando por nuestro alojamiento y de que otros
nos hayan interrogado sobre el mismo asunto, durante todo el día, somos capaces
de mentirle, para no desvelarlo. Este último personaje resulta ser muy agresivo
y nos obliga, a salir corriendo, ya que lo ha dejado muy claro, en perfecto
español y en un tono muy amenazante: “esto es África, aquí no vale con dar sólo
las gracias”.
Dudamos
–aunque con nervios- de que la cosa se hubiera complicado, dado que luego, en
la nocturnidad iluminada por cuatro tiendas, descubrimos que hay un puesto de
militares, no demasiado lejos de allí. De todas formas, nada mal está, que nos
recuerden que estamos en África. Sobre todo, cuando vamos tan alegremente por
la noche, en sitios desconocidos, creyéndonos, por encima del bien y del mal.
Lo que más incordia, de todas
formas, es relatar tantas emociones, en un barato y adecuado alojamiento –excelentemente
decorado, con murales con motivos locales-, con tan exigua luz –problema común
a la mayoría de los alojamientos del país-, mientras los malditos gallos cantan
a cualquier hora del día.
Oussouye
1 comentario:
Aupa Eva!
Gracias por compartir tus viajes con nosotros.
Ya he leído por encima y como siempre es un placer.
Comparto lo que comentas del Líbano: Beirut nos decepciono y en Trípoli disfrutamos muchísimo.
-"Cruzar 70.000 veces, la maldita calle, Charles Helou, sin haber en ella, un solo semáforo".
Si has sobrevivido a esta calle y su tráfico, yo siempre digo que estamos preparados para cualquier cosa. Nunca en mi vida he sufrido tanto para cruzar una puñetera calle. Además como allí estaba el hotel por mas que le decíamos el nombre mil veces a los taxistas, no había forma de que nos entendieran, y una vez entendido luego era imposible repetir ni recordar como lo decían ellos.
Seguiré leyendo el relato y pasando mucha envidia.
Un saludo Lidia
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