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viernes, 13 de octubre de 2017

Últimas paranoias sobre Delhi y un intento de robo

                                                          Todas las fotos de este post son, de Delhi 
         Delhi, al margen de resultar espantosa y esquizofrénica para la mayoría de los viajeros -que normalmente, afrontan como pueden, sus primeros o últimos días en India o ambos-, es la única ciudad del mundo capaz de arruinar, al mismísimo Mcdonalds. El que funcionaba, hace tres años, cerca de Connaught Place, ha cerrado y el que hemos encontrado esta tarde, cerca del Cuadrado Mágico -más bien, de la Muerte, como ya se ha expuesto-, ya hace tiempo, que chapó sus puertas. Difícil competir, con los puestos apestosos de hamburguesas de pequeña patata, que hasta los guiris nos comemos, aunque sea a regañadientes (que diferencia con la misma oferta gastronómica de otras partes del país)

          Delhi te lo da todo y con mucha generosidad. Si te alejas varios kilómetros del centro en el metro, encuentras jardines excelentes, tumbas espectaculares, fuertes, edificios oficiales... y, sobre todo, aceras.

          Sin embargo, y en las calles -por llamarlas de alguna manera-, de New Delhi, te puedes encontrar a un tipo recién salido del hospital, negociando un tuck tuck , con la bolsa de los meados colgando en bandolera; a un poli persiguiendo a un minusválido, que no tiene dedos y que presume de emprendedor, con su silla de ruedas de invención propia; una calle derrumbada, en la que unos van echando desperdicios -incluidas lavadoras- y al día siguiente, otros los reciclan; así, como hijos de puta, que aprovechando la multitud, te rasgan con un cuchillo el bolso, intentándote robar, lo que caiga.

          En Delhi y al hilo de lo anterior, fue donde nos ocurrió este suceso: -nos topamos con el lugar más desagradable de India -y ya es decir, después de más de 30000 kilómetros por el país-, que no es otro que los bajos del paso elevado, que hace de conexión, entre New Delhi y Old Delhi, donde se aglutina lo peor de cada casa, tanto del género humano, como del animal. Para el viajero, que se hospede cerca o en Main Bazar, la vida cotidiana resulta una pesadilla, agravada por el incesante calor, que fatiga a la ciudad la mayor parte del año.

           Ir a por una botella de cerveza, a la tienda del alcohol, a un restaurante local, a comer un arroz con garbanzos o a consultar precios a una agencia o a la oficina de reserva de trenes, te supone un peaje de maltrato emocional o mental de precio incalculable, que aún te dura, cuando abandonas el país.
          Aparte de la basura, los pelmas -divididos en dos, los que quieren venderte algo y los que pretenden molestarte-, los cruces de calles imposibles, los puestos móviles de fruta, verduras o ropa, voy a tratar de enumerar todas las cosas, que se desplazan por las calles y que generan una inquietud constante, dejando a los indios al margen , por ser el elemento más peligroso.

          En tan solo, diez minutos o en un cuarto de hora, te topas con: bueyes, vacas, tuck tucks, motos, rickshaws, coches, bicis, camionetas de la muerte, autobuses, perros, monos, personas con bulto enorme en la cabeza y los tirados -que no caídos- en el suelo, mendigos, policías que quieren hacer de su abuso de autoridad un arte, señoras vejestorias, que te quieren clavar en el pecho, la banderita de India para que les des una limosna...

          El viaje se apaga, muy a nuestro pesar, aunque la temperatura nos derrite. Las cancelaciones de trenes hacia el noreste son cada vez mayores y terminan con nuestro pequeño sueño de llegar a Darjeeling y Sikkim.

          Si nada se tuerce, en breve, volaremos a casa y adiós, a India, para siempre.

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