Todas las fotos de este post son, de Bangalore (India)
Nada es fácil, para nosotros, aunque
poco nuevo haya, que no conozcamos, en India. Para empezar, aunque
fuera casi de madrugada y al dejarnos en una estación desconocida y
rara -lúgubres carriles oscuros y aparcamiento de varias plantas
encima, sin saber donde están las ventanillas-, encontramos un
almacén-supermercado con tarifas muy similares, a los de las tiendas
pequeñas, pero con una sección de bebidas alcohólicas y cervezas,
a precio de ganga, después de no haber visto una sola tienda de
bebidas espirituosas en las distintas y agresivas zonas de la
conservadora, Chennai.
Volver a Bangalore, después de seis
años -pensamos, como tantas otras veces, que nunca lo haríamos-, no
nos trajo demasiadas novedades.
Por el lado bueno, han inaugurado el
metro, único lugar -que sepamos- con aire acondicionado en la ciudad
y también, han puesto algunos semáforos y guardias indefensos, que
equilibran un poco el tráfico y que por supuesto, los tuck tucks no
respetan, pero el resto de los conductores, sí..
Para lo regular, casi todo lo demás:
obras y obras, que un día son en un sitio y al otro mes son en otro;
vacas que se rebozan en sus propias plastas, mientras comen basura a
la puerta de sagrados templos; adultos, que hacen todas sus
necesidades fisiológicas en la calle, a la vista de todo el mundo y
sin inmutarse; gente pesada, que solo quiere molestarte... Así es la
India del sur, algo más estresante, que la del norte.
Aparte de los decadentes y cada vez
más caros alojamientos, no hay grandes novedades en nuestro
reencuentro con el país, tres años después, porque el país
avanza, aunque a velocidad muy lenta y cimentando bien sus logros,
antes de intentar el siguiente paso.
El plan, que barruntamos para mañana,
de ir a Belur y Halebid, vía Hassan, es algo arriesgado -diría, que
mucho, por diferentes factores-, pero creo, que vamos a intentarlo. A
no ser, que una buena noche de almohada y colchón, nos vuelva
perezosos.
En este alojamiento ya estuvimos,
cuando hasta funcionaban los enchufes, no se caían las paredes y
nuestro móvil tenía poco de inteligente. Mi pareja, lo primero que
hizo esta mañana, nada más llegar, fue cerrar la ventana, por donde
la última vez entró una rata, tamaño conejo, a la habitación,
desde el patio de luces.
Los recuerdos de viajes anteriores te
acompañan y a veces empañan las nuevas experiencias, cuando llegas
a sitios ya conocidos: ¿un inconveniente de viajar mucho? O
simplemente, ¿algo más, que añadir a nuestras intensas y azarosas
vidas?. Mejor, que ea una parte de ambas.
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