Estas seis primeras, son, de Hyderabad
Dejamos Hyderabad y, sería gilipollas
-o, al menos, caería en un topicazo- si dijera, que es una ciudad de
contrastes, pero es que en realidad, lo es. El último día -de
relleno, a priori- acabamos disfrutando a lo grande del lago y su
entorno -tratan de cuidarlo, con éxito irregular- y padeciendo, poco
después, los peores cruces, que hayamos visto en seis meses totales,
en India -mira, que es difícil-, junto a la estación de tren, donde
además del caos circulatorio habitual, se junta con las
escalofriantes y peremnes obras del metro, que no parece vayan a
terminar nunca, como las de Chennai.
Sin exagerar un ápice, una moto y un
motocarro estuvieron a punto de llevarnos por delante y este blog se
habría terminado en el post anterior, al igual, que el viaje y la
propia vida. ¡Así puede llegar a ser, India!.
No resulta fácil, aunque sea desde
una cómoda litera, que se monta de noche y se desmonta de día,
acometer viajes de esta duración, a pesar de que hemos conocido a
otros españoles -y no pocos-, que han llegado a las cuarenta horas
de trayecto. Las razones, que desaconsejan estos viajes son varias.
Las mías, en concreto, son estas:
-Demasiado tiempo para convivir con
las otras seis personas, que ocupan tu misma zona del vagón. Y es,
que cada uno somos como somos (al menos, en Gran Hermano pagan). Yo,
encantado con el aislado joven, que se vio más de diez películas de
Bolliwood en el móvil y que se mantuvo a base de snacks y agua,
todo el viaje, sin abrir la boca para otros menesteres. Neutro, con
el óptico pululante, que lo mismo comía, que tiraba la comida, que
dormía, que paseaba inquieto, que cargaba el teléfono... Pero,
mosqueado con el gordo generoso, de buen rollo y socializador, que va
ver de forma descarada por donde te pilla las flaquezas (de hecho, de
madrugada, la policía acabó registrando su equipaje).
-Da palo y teniendo en cuenta la
orografía del viaje, pasarte horas y horas, viendo el mismo paisaje
de llanuras verdes y campos de arroz. Pero, aún peor, el de los
alrededores de las interminables estaciones: chabolas, alojamientos
de chapa y plástico, montoneras de basura -a veces, ardiendo-,
escombros, grandes e inmundas charcaleras, burros, perros, vacas,
pasos elevados de abrupto hormigón, vías ferroviarias mal
manteenidas... y hasta cientos de personas conviviendo con todo esto,
en perfecta disonancia.
-Ir tanto tiempo en un tren, sin
apenas familias, mujeres y niños y siendo los únicos extranjeros,
da cierta preocupación, sobre todo cuando tienes tanto tiempo para
pensar.
-Sea por lo que sea, en India, la
venta de comida y bebidas en los trenes está centralizada y solo
pueden desarrollarla los empleados de la compañía. Tienen sus
horarios, que no especifican en ninguna parte. Por no querer comer un
biryani, a la una y media, nos quedamos sin almorzar, hasta que
llegaron unas discretas samosas -eso sí, recién hechas-, a las
cuatro y media de la tarde.
-Una noche en litera, no está mal,
pero dos, castiga la espalda de todos los cuerpos, hasta los de los
más jóvenes.
-Las paradas en medio de la nada y sin
motivo aparente -tan frecuentes en los convoyes, de Indian Railways-,
son desesperantes, aunque es cierto, que también ocurren en los
trayectos más cortos.
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