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jueves, 5 de octubre de 2017

Serios problemas con la policía

                                                         Esta y la de abajo son, de Bangalore
           Tuvimos, que esperar al cuarto día de nuestro periplo por India, para toparnos con los dos primeros guiris, bastante mayores y acompañados de un guía. Sucedió en el templo de Belur, cercano al todavía más bello, de Halebid, aunque los dos son una pasada.

          Quedaron algo difuminados, entre la masiva asistencia de indios, que aprovechaban el festivo quince de agosto, día de la Independencia. Es una pena, que estos dos lugares no estén incluidos en los circuitos turísticos y que sólo resulten atractivos para viajeros, que ya tenemos trillada la India.
Las tres siguientes son, de Belur (India)
          A pesar de presentarse, como de transición, la jornada anterior fue mucho más convulsa y pudimos meternos en serios problemas, de consecuencias imprevisibles. El día, en Bangalore, comenzó raro. Cambiamos de planes y decidimos no viajar, a Hassan, al mediodía y dejarlo para la noche. Para llenar el tiempo, nos cogimos un bus urbano, al azar, y por primera vez en nuestras ya largas vidas, el cobrador, no nos permitió sentarnos juntos, conforme a no se que estúpida norma. El resto de la jornada transcurrió tranquila, con agradables y caóticos paseos por barrios tercermundistas, donde ni te miran y sí lo hacen es, para pedirte una foto contigo.

          Los tucktukeros de estos lugares tiene tan poca práctica, que ni siquiera se atreven, a entrarte. La comida resultó excelente. Estamos descubriendo en este viaje -nunca es tarde-, que hay una mezcla de biryani y thali, que al menos, de momento, nos agrada. Se trata de arroz, tipo vegi biriyani, pero con las salsas que te ponen con los thalis y puede llevar también huevo, ternera o pollo.

          Por la tarde y ya habiendo anochecido, nos esperaba un plan, que ya intuíamos arriesgado. Tomar nuestro primer tren nocturno sin reserva, experiencia, que definitivamente, no recomiendo, ni a los más expertos en el país y menos, como es mi caso, si padeces un defecto visual.

          Como el único vagón de segunda, a Hassan, se llena enseguida -los indios trepan como los monos, hasta por las ventanas-, nos ubicamos en el de discapacitados y “lesionados”. El paisanaje, que se va formando poco a poco, es tan desesperanzador, como inquietante. Lo más amistoso, una pareja de musulmanes con dos inquietos churumbeles. La guapísima madre, no hace ni caso a sus vástagos. Es normal: tendrá la pobre unos diecisiete años.
                                                                                  Todas las demás son, de Halebid (India)
          Avanza la noche y cada vez, sube más gente de la que baja. Pero, al llegar a Mysore, solo quedamos cuatro gatos, mientras cae el diluvio universal de cada tarde. La policía nos baja de muy malas maneras por -supuestamente-, no tener handicaps. Nos vamos a segunda, y una estación después suben dos policías, de los que solo permanece uno, tras arrancar el tren. Todos los indios se han levantado como un resorte, pero pronto vuelven a acomodarse. Intuimos, y, después de ver como una gorda con shari habla con él, que el problema va con nosotros.

          Se masca la tensión y más, cuando el madero aparta a mi pareja y se siente frente a mi. Al margen de su gualtrapa y desgastado uniforme marrón -como los de los tucktukeros, militares, autobuseros...-, porta una linterna y un pistolón, que intimida bastante. No dice nada y eso es lo peor. Pero, si que habla por el móvil y cada vez, con un tono más elevado.

          Cuesta mantener la calma, pero trato de demostrar, que se confunde: que no estoy borracho, como le han debido informar (ha preguntado sobre el tema a otros pasajeros, que no se han mojado). Y, para ello, me pongo a mirar la hora metiendo el reloj en los ojos o a contemplar las fotos de la cámara, a corta distancia.

          Me asusto, porque telefonea nuevamente, manda un whatsapp y abre una enorme carpeta, donde guarda documentos y formularios oficiales. Decide pasar la linterna encendida por delante de mis ojos y yo, hago como que no lo veo. Al fin, abre el pico: “¿Where are you going?” “Hassan”, respondo yo, y él, como si nada: “one thirty” y se baja.


          Y, todo ello, ya metidos en el día festivo de la Independencia (la Asunción, de España). Cierto es, que parece una actitud muy desproporcionada -aunque nunca se me acusó de nada, ni se nos registró-, pero también lo es, que me había bebido de camino una pequeña botellita de ron. En estos casos, tener un defecto visual, puede tener sus ventajas.

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