Todas las fotos de este post son, de la carretera, de Leh, a Srinagar (India), menos la última
Con tanta pereza, como dolor, dejamos
Leh, camino de Srinagar y vía Kargil. Nos acompañan dos guiris y
muchos lugareños, casi todos, hombres. El autobús, aún es peor,
que el del otro día, a pesar de que en el ticket, pone luxury.
La carretera empieza tranquila y
aburrida, dejando al lado decenas de asentamientos militares. Sin
embargo y contra todo lo previsto, no nos harán ningún control a lo
a lo largo del viaje. Más tarde y tras varias y leves subidas y
bajadas y cruzar pequeños pueblos -aparece vegetación, porque
bajamos hasta ellos y desaparece, cuando volvemos a ascender-, nos
encaramamos al río Indo, cerca de su nacimiento y circulamos durante
largo rato a ambos lados, cruzando los sonoros puentes de hierro -los
conocidos, beileys-, que construyeron los ingleses, y, que aquí,
siguen en pie.
El río es de un verde profundo y
brillante y nos da la sensación de que vamos en contra de su
nacimiento, porque cada vez es más pequeño, juguetón y
serpenteante. A las tres horas de viaje llegamos a Lamayuru, donde se
deben de llevar a cabo algunas actividades de montaña, dado que
vemos a varios guiris.
Comenzamos entonces una subida sin
fin, muesca a muesca de la montaña, que nos vuelve a poner por
encima de todas ellas. En todo momento, la carretera está asfaltada
-en estados diversos- y dispone de quitamiedos, generalmente de
cemento (me echo a temblar, cuando veo, que faltan varios en una de
las curvas). Supongo, que es aquí, donde más falta hacen, cuando
transitamos por el mítico pase de Zojila, donde sólo cabe un coche
y la pendiente hacia abajo es de 1.000 metros (morirías igual, si
solo fuera de cinco, pero la mente va a su aire).
Ahora, toca una prolongada bajada en
zig zag, que nos permite hacer magnificas fotos con la puesta de sol.
En ningún momento, ni vacas, ni derrumbes, ni socavones de los que
llegan hasta el centro de la tierra, ni casi conductores alocados
(salvo algún camionero chinado o borracho).
Han pasado cinco horas y todavía
quedan dos, para Kargil. Pocas emociones más, sino fuera por los
pequeños y animados pueblos, que atravesamos fugazmente y por los
baches de la carretera, que en esta zona está muy descuidada.
A partir de aquí y tras una parada
para la cena, comienzo a conciliar el sueño, que va y viene entre
bote y bote, sin saber, a que parte del vehículo, me llevará el
siguiente. Paramos más de una hora, sin causa evidente, más allá,
de que al conductor le haya entrado el sueño, porque no lleva
sustituto, ni ayudante.
Pero, el último tramo del viaje se
hace insufrible. Ya no hay grandes desniveles orográficos, pero sí,
en el pavimento, que dan a nuestros cuerpos el peor masaje de
nuestras vidas (por encima, incluso, del bus de Varanasi a Sunauli,
de hace seis años). Además del peligro de congelación inminente,
dado que muchos pasajeros llevan la ventanilla abierta, a pesar de ir
tapados hasta las orejas con buenas mantas.
Nos habían dicho, que llegaríamos a
las seis de la mañana y sorprendentemente, pasan veinte segundos de
esa hora, cuando arribamos al destino. Pánico en el desembarco:
colapso total de tráfico, pelmas a discreción, la calzada anegada,
los conductores de micros compartidos chillando sus destinos y ¡oh!,
no existe edificio de la estación. Sólo una ventanilla de
“inquiris” en medio de la nada. Bueno, si lo hay, pero está en
ruinas y no se han molestado en tirarlo (debe ser patrimonio
histórico de la humanidad).
Srinagar, se convierte en otra de de
las grandes sorpresas del viaje. Su decadente casco histórico
resulta envolvente y mágico, entre mezquitas únicas, bazares
auténticos y edificios antológicos de ladrillo y madera, venidos a
menos.
Nos llama la atención -aunque pasa en
otros sitios-, que la gente se acerque a preguntar, que tal estamos y
si nos gusta Cachemira. Se ve, que el sentimiento nacionalista es
fuerte, pero al menos, las cosas ahora están tranquilas y la
carretera con Jammu -nuestro próximo destino-, se halla abierta.
Esta es, de Srinagar (India)
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