Todas las fotos de este post son, de Madrs (India)
Chennai, nosotros preferimos Madrás,
aunque ya nos hemos resignado, como en general, a los avatares
molestos del sur de la India. La ciudad, solo al pronunciar su
nombre, ya nos da pánico y retortijones.
Por diferentes cuestiones logísticas
-que en los viajes largos, suponen decisiones rápidas-, otra vez
decidimos entrar al país por este viejo aeropuerto. Aunque nos
pareció más tétrico la ocasión anterior -hace tres años-, dado
que llegamos de noche. Al menos, aquella vez, muy acertadamente,
salimos huyendo hacia la plácida y laxa Puducherry.
Aunque no resulto ser nuestro destino
inicial en el primer viaje, a India -fue el segundo-, ya esa vez,
padecimos una experiencia desagradable y chunga con esta
terroríficaciudad, donde sólo bajo favor y posterior chantaje,
conseguimos una mediocre habitación, después de “no rooms”, “is
full” o “no Hotel” (cuando en la puerta pone hasta los precios
de las habitaciones). Y, en esta ocasión, ya con nuestro relativo
dominio del país -casi medio año en él- y llegando de madrugada,
nos dijimos: “esta ciudad no puede con nosotros”. ¿Lo
conseguimos o no?.
Fuera de las derrotas o victorias
absolutas, lo que hubo es mucho movimiento e incertidumbre a lo largo
del día, fundamentalmente, por el calor, las eternas obras del metro
-igual o peor, que hace tres años, al menos en el centro- y las
excentricidades de la India del sur, a las que ya estamos
acostumbrados. Así, de buenas a primeras y recién aterrizados, nos
riñó el dueño de un puesto de fritanga, rodeado de basura, porque
al lavarnos las manos en una fuente cercana, le salpicamos un poco el
tenderete con agua y jabón y otro se enojó, porque en la vacía
caja de basura de su puesto, le echamos el envoltorio de unas
samosas, que nos habíamos comido.
Pero, vayamos punto por punto.
Dada la dificultad para que nos
acogieran en los alojamientos, en las dos ocasiones anteriores, nos
dijimos: reservamos por booking y encima, en una zona no muy lejana,
llamada beach. La sorpresa fue muy desagradable, cuando llegamos a un
patético y caótico slum -barrio de chabolas-, cuyo vigilante y
máximo adalid era un solitario dios indio acomodado en un tejado y
nos dicen, que no nos aceptan porque la reserva está “cancel”
(eso, después de que el vejete de la recepción hable largo y
acaloradamente con su jefe, por teléfono).
Tras este fiasco, decir, que en la
zona de la estación de trenes, un 50% de los hoteles, si nos
aceptaron -mínimo 500 rupias-, pero ya era demasiado tarde y
decidimos tomar un bus nocturno, a Bangalore, a pesar del cansancio
acumulado.
Lo de la estación central de
autobuses, de Chennai, resultó pintoresco y desesperante. Nosotros,
acostumbrados a salir huyendo en trayectos cortos, a Puducherry, sin
reserva, nos las prometíamos fáciles, que no felices.
Entre vigilantes viejunos, que tratan
de disuadir a golpe de silbato y palo largo, a jóvenes que mean en
cualquier parte; policía de tráfico inoperante, tanto dentro como
fuera de la estación y escasa o nula información sobre precios y
destinos, acabamos de los nervios y en un molesto y complicado bucle.
¿Es necesario reservar el bus, a
Bangalore? Sí y no -nos indican, de forma contradictoria-, “tú
verás, pero te puedes quedar sin plaza”. “¿Cuántos salen desde
ahora -son las 17:00 horas-?”, interpelamos. “Sólo dos: uno
ahora y el siguiente, a las 23:30”, nos responden de mala gana.
Luego y tras innumerables gestiones,
comprobamos, que en solo una hora, salían más de diez vehículos.
Y, cuando ya nos decidimos, a rellenar el maldito impreso de reserva
-esta vez sin fotocopia del pasaporte y de la visa, aunque es la
primera ocasión, que nos toca hacer este tramite para subir a un
bus- y después de aguantar codazos y empujones de una fila poco
india, hay que volver a empezar otra vez, porque no hemos pagado la
rupia que vale el formulario. Y, todo, para que luego, no cumplan el
precio pactado, claro que las cosas son aquí así.
Por lo demás, superamos obstáculos
más pequeños, como canjear a buen tipo nuestros ringgits malasios
sobrante y comer muy bien en la Marina, a base de biryani, samosas
vegetales -y no de patata, como las apestosas del norte- y rico
pescado frito.
A pesar de nuestros próximos destinos
-ya viejos, como nosotros-, que no nos aportan nada, por tantas veces
repetidos, seguimos soñando con disfrutar un atractivo periplo por
India, mientras olvidamos el maldito “Despacito”, la pegadiza
canción de moda en Malasia y otra más chula, que me trae loco y no
se que seductora chica canta y que ponen en todos los vuelos, de Air
Asia.
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