Todas las fotos de este post son, de Kuching (Borneo, Malasia)
Kuching es, sin lugar a dudas, la
ciudad más bonita de Malasia y hasta poco más de dos semanas atrás,
no teníamos noticia de su existencia. Además de ofrecer enormes
atractivos a ambos lados del río -en uno de ellos, el bien
acondicionado paseo fluvial, presenta un vibrante mercado nocturno-,
cuenta con unos cuantos parques nacionales, donde hacer trekking, ver
comer a orangutanes o encontrar la flor más grande del mundo, a una
distancia prudencial de la ciudad, normalmente, accesible en
transporte público. ¡Para quedarse una semana entera, sin
problemas!
Chinatown, la calle de la India -donde
salvo un infecto y caro restaurante, no hay nada que recuerde a este
país-, los numerosos edificios coloniales, los mercados, el centro
cívico, el enorme y cercano parque del lago, te hacen convencer,
además del tranquilo tráfico y los semáforos, de que no estás en
Malasia. Apenas hay basura por la calle, aunque los eternos fosos
-que cada día, veo más anchos y profundos- y el olor a humedad
dulce, sí que siguen omnipresentes.
La oferta hotelera resulta cara,
aunque muy amplia y la gastronómica muy repetitiva, al estilo de
todo el país, pero más exagerado. Diríamos, que Kuching y para
presupuestos ajustados -para los holgados, poco más, aunque en
lugares más elegantes- es el paraíso de los noodles cocidos
instantáneos. Mal asunto, sobre todo, cuando apenas existen
salvadores puestos callejeros de fritanga, salchichas o espaguetis
fritos con verduras.
Como anécdota, en una multitudinaria
celebración, que estuvieron preparando todo el día, junto al río,
el menú resultó ser: noodles cocidos con verduras, arroz con pollo,
sandía, plátanos y el apestoso dulce de colores típico de aquí,
al que no hay quién le hinque el diente (y eso, que es blandito).
En la actualidad, y estando bastante
avanzado, están construyendo un puente peatonal, que comunique ambas
orillas del río y una mezquita, que van a dar aún más vistosidad,
a este entretenido y tranquilo paseo fluvial.
Nos cuesta entender -aunque
barruntamos la respuesta- como el pan de molde, las sopas, las
cuchillas de afeitar o el alcohol, pueden costar más del doble en un
supermercado, que en una pequeña tienda de 24 horas.
Y, eso, de que los chinos trabajan a
destajo -como susodichos-, resulta un puro mito. Estamos comprobando,
a lo largo del continente, que no madrugan mucho a la hora de abrir y
que a las cinco, como muy tarde, ya están cerrando. Debe ser, que a
Europa exportan a los más laboriosos, como campaña de imagen, como
cuando nos mandaban a España a los rubios alemanes y ellos se
quedaban con los morenos, que son la amplia mayoría.
Estamos a punto de cumplir 50 días de
viaje y seguimos tan felices.
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