Todas las fotos de este post son, de Manali (India)
Me habré repetido mil veces, pero no
me cansaré de decirlo: en la vida cotidiana de India -en esta caso
da igual, la del norte, que la del sur-.cuanto más grande sea el
problema, más cercana se encuentra la solución.
Esta misma tarde, en una enguarrinada
y estrecha calle de Manali, cuando veníamos de la “whine shop”,
un coche de gama alta aparcado en todo el medio, impedía el paso de
un arcaico camión. Ni pitidos -ya es raro-, ni broncas, ni
reproches... No sabemos cómo, apareció el conductor del vehículo y
cuatro transeúntes, que de manera espontanea, se dedicaron a
organizar la maniobra -eso sí, cada uno a su manera-, resolviéndose
el atasco en un plis plas. Estás listo, si lo que quieres es
enfadarte y exigir tus derechos o la ayuda de las autoridades.
Más tarde y con dejar la ducha
abierta, durante un par de minutos, en el hotel -donde estamos
solos-, los propietarios dejaron de hacerse los remolones y
entendieron, que queríamos el agua caliente prometida. No bajamos a
pedirla, para que no trataran de volver a darnos la lata con el jeep
para guiris, a Leh (altísimas expectativas nos hemos creado con esta
experiencia así que, lo mismo, batacazo al canto). Desde luego, en
India, como no acabas arreglando nada es discutiendo o amenazando,
actividades -más, que actitudes-, tan típicas de occidente. Otra
cosa, muy diferente, es poner límites.
En total, nos ha costado por partes,
unas diez horas, llevar a cabo los poco más de 250 kilómetros, que
separan Shimla, de Manali. Nada, comparado con las previsibles
veintiuna, para acometer los 474 y llegar, desde aquí, a Leh, por
una de las carreteras más bonitas, pero peligrosas del mundo,
sobrepasando los 5.500 metros de altitud.
De eso, ya hablaremos en siguientes
entradas. Hoy toca, la reconciliación con Manali, que tan
indiferentes nos dejó en nuestra primera visita, hace tres años.
Seguimos pensando, que es un lugar sobrevalorado -nos gusta más la
cercana Vashisht- y al que cada vez, acuden guiris más viejos. Pero,
no seamos injustos: el sitio merece la pena, con su zona peatonal y
sus bazares, los templos budistas e hinduistas...
Tratamos de alcanzar el templo de
Hadimba, pero después de haber recorrido un kilómetro, nos
volvimos, porque ya no somos tan intrépidos, como hace tres años,
para manejarnos en el peligroso tráfico indio. Por supuesto, volver
a Old Manali, ni nos lo planteamos.
Han sido tantas horas de viaje
contemplando el espumoso y alborotado río Beas, que le hemos cogido
cariño. También a esta magnífica y apartada -en un barrio muy
colorido y auténtico, donde abundan las tiendas de campaña- guest
house, que nos ofreció un chico tímido en la estación de
autobuses, al llegar y a muy buen precio, por cierto, para tratar de
cazarnos para el viaje en jeep, a Ladakh.
El llamado “country liquour” de
este estado -para nosotros el mejor, el de melocotón-, nos está
haciendo la vida más dulce en un territorio, donde el resto del
alcohol es caro y la cerveza, resulta prohibitiva. En los
restaurantes, por un triste chow mein te cobran el doble, que en
otras ciudades, pero nosotros hemos salvado la pantalla, con ricos
garbanzos con samosas machacadas y dos salsas: una picante y la otra,
agria.
Volveremos treinta veces a la India y
siempre nos sorprenderá algo, te cabreará otra cosa y te sentirás
incomprendido, pero siempre, probarás y disfrutará de algo nuevo.
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