Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 26 de septiembre de 2017

Phuket y Patong, vecinos, pero bien distintos

                                                         Las tres primeras fotos son, de Phuket (Tailandia)
        Phuket, en si, tras un largo, pero muy cómodo viaje desde Bangkok, es un sitio más de Tailandia, con sus templos, sus mercados, su cultura, sus playas de los alrededores... Un lugar, por el que dejarse caer unos días, si no estás lejos o te pilla de paso. Otra cosa distinta es, la famosa playa, de Patong, a la que acuden, como posesos, esa masa de idiotas, que se pega quince horas de avión para venir hasta aquí y para encontrar lo de siempre, en cuanto se refiere a playas del tercer mundo. Y aún peor -y no se ocultan, ni avergüenzan-, ese elenco de vejestorios salidos y babosos, que se gastan una fortuna en compartir unas tardes o noches con -supuestamente- cándidas jovencitas locales.

          Resorts abandonados con pasado más glorioso; timos varios, a la que te descuidas; tuktukeros pesadísimos; restaurantes caros y pésimos; baños callejeros, que te cuestan un euro... No me extraña, que estén tan turbias las aguas de Patong, donde tras el baño, yo he pillado, por cierto, manchas en la piel.

          Pero, vayamos por partes, que si no, me pierdo. Patong no es ni de lejos -varia mucho, si la marea está alta o baja-, una de las 50 playas más chulas del mundo. Pasa lo mismo, que en otras zonas del subdesarrollo sostenido: demasiado arroz para tan poco pollo. Vamos, que las infraestructuras sobrepasan y devoran con creces a la escasa oferta de playeros y babosetes Los macrocentros de diversión se presentan, entre esperpénticos y espectaculares. Parece, que fueran idea de un jeque millonario y excéntrico, al que el proyecto se le ocurrió un día y se le olvido a la jornada siguiente.

                                                         Esta y las tres siguientes son, de Patong (Tailandia)
          La playa no deja de ser muy mediocre, aunque el panorama mejora, cuando sube la marea o se nubla el sol, lo que ocurre casi todas las tardes en esta época de monzón. Aunque, no os engañéis: en esta zona del planeta existen muchas playas-charco, durante todo el año.

          La organización del espacio arenoso resulta diversa, aunque comprensible a la mente humana, después de dar un largo y no agobiante paseo. En el centro, encontramos un poco de distorsión, donde todo se mezcla (las corrientes ayudan). Unas pocas guiris blanquitas, unos pocos lugareños tapados hasta las cejas, pescadores por necesidad o aficción, vende burros, vende taxis, practicantes de actividades como el parasailling, -desde una lancha te suben hacia el cielo, colgado de un paracaídas y acompañado por un bigardo local, no sea que te caigas al mar- y así, por tan solo 2500 baths, durante unos dos minutos, te crees un súper héroe.

          Quien viene aquí, desde luego, no piensa en el dinero, ni en si esta playa es mejor -ni de coña-, que una de Formentera o de Fuerteventura. Unos cuantos Mai Tai -ron, curaçao de narranja y lima- te terminan de nublar la visión y, ya en ese estado, ni te enteras de los precios, que son de escándalo.


          Yo, llevo todo el día tratando de resolver como funciona esto y no lo entiendo. Creo, aunque me pilla lejano, hace algunos años escribí un post sobre las playas del tercer mundo, al que habría, que remitirse. Para resumir, y aquí, así ocurre, una hamburguesa cuesta el doble, que un cuidado masaje de una hora -no sexy, según indica el cartel- y dos cervezas, lo mismo que nuestra noche de hotel, algo básico, pero limpio y ubicado en el bonito centro, de Phuket.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Historia de una pesadilla (parte I y no se sabe, las que vendrán)

                                               Todas las fotos de este post son, de Bangkok
          En unas vacaciones cualquiera de dos o tres semanas, incluso, en la parte más recóndita del mundo, todo o casi todo, resulta previsible o al menos, bajo control. Llevas tu boleto aéreo de ida y vuelta, algún hotel reservado, muchas ilusiones, todo el dinero en efectivo y poco margen emocional para, que te alteren las cosas pequeñas del día a día. Que, sin embargo, sí lo hacen en los viajes largos: una herida en la lengua, que no cicatriza; manchas en la piel por un baño donde no se debe; la garganta bloqueada por el aire acondicionado de un bus nocturno...

          En los viajes prolongados, tan maravillosos, siempre hay además, problemas de estancamiento en un determinado lugar, de frustraciones, de absoluto bucle, de hoy me levanto a por todas y me acuesto hundido... La experiencia hace mucho a nuestro favor, pero los imponderables consiguen que haya malos días, malas rachas y a veces, momentos en que te gustaría desaparecer o retornar a casa por puro arte de magia. Por otra parte y como resulta comprensible, no resulta lo mismo, quedarte atontolinado en un país en el que te fundes 100 euros al día, que en el que te gastas sólo 12.

          Como ha sido nuestro caso esta vez, en el segundo, te vuelves un vago victimario, mientras que en el primero, te pones las pilas. Mi pareja se agobia mucho por estas cosas del día a día, pero yo pienso, que a tantos miles de kilómetros de tu casa, tener un atropello, una enfermedad o problemas de vuelos, aduanas o policiales, se insinúan como mucho más graves, que el decaimiento de un par de días o incluso, medio mes.


          Tenemos problemas inverosímiles e inimaginables -aunque, no vitales-, a día de hoy y desde hace casi una semana, pero todavía contamos con margen para encontrar un camino. Y, como somos optimistas, el próximo post va sobre Phuket y Patong -nuestra ubicación actual-, antes de seguir con la supuesta pesadilla, que con tantas incógnitas para el lector se ha esbozado. Esperemos, que nuestros males pasen pronto.

La isla de Kho Kret, una joya cerca de Bangkok

                                                             Esta y las tres siguientes son, de Bangkok
          Por mucho que vengas a Bangkok, -y ya llevamos siete veces en nueve años-, la ciudad te sorprenderá.

          Nos ha hecho gracia, que algunos coloridos tuck-tuck -ya no son tan ruidosos, exóticos ni cutres, como hace una década-, dispongan incluso de wi-fi. La aldea global expande sus tentáculos hasta los sitios más insospechados, como un virus imparable o la lepra.

          Nos ha atemorizado, en un país tan pacífico como este -a pesar, de sus constantes golpes de estado-, encontrar montones de fundas para pistolas, en loas centros comerciales más transitados de la capital..


          Nos ha encantado, que determinado servicios de bus públicos -como el que va a la cercana isla, de Kho Kret-, sean de uso gratuito, aunque desconocemos las causas y si la iniciativa perdurará en el tiempo.

          Nos ha malhumorado y llenado de indignación, en un día de extremo calor, que haya algunos Seven Eleven de la periferia -en plan muslium-, que no dispensen, ni cerveza, ni bebidas alcohólicas.

          Nos ha compungido, que cada vez haya más obras empezadas y menos terminadas. Algunas, como la del templo del Amanecer o las que tienen a Chinatown patas arriba, ya las encontramos en nuestra última visita, hace ya tres años.
Nos ha confundido, que lleven tres años sin dar un golpe de estado. Raro, raro, raro, teniendo en cuenta la tradición local.

                                                    Estas tres son de la isla, de Kho Kret, en Bangkok
      Por lo demás y a pesar del húmedo bobhorno y de las persistentes lluvias vespertinas, nos dedicamos a los imprescindibles de siempre: el Pho, Chinatown, el templo de mármol...-, aunque siempre quedan nuevos lugares por descubrir, si varias tus recorridos habituales. Por ejemplo, ayer, nos topamos con un desértico y agradable complejo de templos, estupas, rocas y cuevas, que nos sumió en un estado inmenso de felicidad.

          Y, hoy, ¡el no va más!. A unos 16 kilómetros de Bangkok, -contad unas cuatro horas entre esperas y tránsito del bus, para la ida y la vuelta-, se encuentra la fantástica isla artificial, de Kho Kret -ubicada en el Chao Phraya-, que parecería sacada de un cuento del país maravilloso de Alicia, sino fuera por las persistentes y escandalosas motos, que campan a sus anchas en un mundo de paz y de gentes genuinas y auténticas.

          El lugar es idílico: casas de madera, riachuelos, puentes, estupas -la más famosa, torcida-, templos impolutos, fábricas de alfarería artesanal, plataneras y naturaleza virgen, que provocan una humedad tropical insoportable. Sólo y además de las motos y de los carritos de salchichas, hay dos cosas que recuerdan a la maldita civilización: un garito, en plan carretera del desierto americano de Nevada, con macarras y música a tope -aunque sin señoritas visibles, al menos, por la mañana- y la mundana realidad, de que para abastecerse de cualquier cosa en este lugar, se debe coger el bote y cruzar al supermercado Tesco, en tierra firme.


          Un maravilloso y bullicios mercado y un templo de bandera -cercanos a la isla-, completaron una jornada de leyenda, que solo estuvo parcialmente malograda por el ya mencionado asunto del transporte.

¡Volvimos a hacerlo!

                                            Todas las fotos de este post son, de Bangkok (Tailandia)
           Otra vez y con muchas ganas, toca escribir un post sobre Bangkok. Y alguien pensará: ¿tendrá fuerzas para hacerlo?, ¿aportará algo nuevo?... Recuerdo, que en 2014 y al inicio del sexto viaje largo, ya afirmé, que todo seguía igual, que en nuestras anteriores visitas, de 2008 y 2011. Y, en cierta medida, hoy pasa lo mismo, aunque con matices, que expondré más adelante.

          De lo primero, para muestra un botón: en el templo del Amanecer, en el mercado del otro lado del río o en pleno Chinatown, siguen más o menos igual, las eternas obras de restauración o construcción. Resulta triste y chocante comprobar, que determinadas cosas, pase el tiempo que pase, no avanzan. En una de estas mastodónticas reconversiones constructivas -o construyentes, aunque lo dudo-, lo que más nos llamó la atención fue, ver a los albañiles con su uniforme y su tartera, sin hacer absolutamente nada y tranquilos. Lo mismo, llevan en este trabajo, para su suerte, los últimos tres años y hasta cobran.

          Pero, tres acontecimientos hacen que Bangkok no sea el mismo, que el 22 de mayo de 2014, fecha en que abandonamos por última vez el país de la eterna sonrisa:

          1º.- Esa misma histórica jornada y mientras despegábamos, hacia Madrás, se produjo un golpe de estado, que aún sigue en vigor. Aquella deliciosa y pacifica acampada, que abarrotaba medio centro de la ciudad, y que para nosotros, las únicas ventajas, que nos proporcionaba, eran cortes de tráfico y cenas gratis, ya nadie la recuerda. Y, para borrar sus evidencias, hasta el típico templo negro, lo han pintado de dorado.

          2º.- La muerte del anterior rey -el veterano, Bhumibol Adulyadej, también conocido, como Rama IX-, ocurrida el pasado octubre, aún colea y coleará por largo tiempo (aunque parece, que su hijo y actual monarca, no es tan tonto, como lo pintaban). Molestias para lugareños y turistas y beneficios para aspirantes a policías, que quisieran tener un sueldo, no haciendo más que intimidar a la gente, que pasea. Como duelo, casi eterno, han cortado la zona céntrica del Palacio Real y numerosos edificios administrativos. Aquí, se ubicaba un agradable mercado nocturno, al lado de un canal, de ropas, complementos, artículos vintage y sobre todo, comida. Desconocemos, si les han dado alguna solución a esta gente, para que monten sus tenderetes en otra parte o... ¡Qué ingenuidad, la mía!.

          3º.- Este aspecto, se presenta como mucho más personal y humano. No resulta lo mismo, venir a Bangkok desde España, que desde Japón. En el primer caso, a los thais los ves casi blancos, mientras en el segundo, bastante negruzcos. Si aterrizas desde Japón, Tailandia, te parece un caos. Si lo haces desde Madrid, un sitio totalmente normal


          Lo que no ha cambiado y no cambiará nunca -me temo-, es el conjunto de aromas que a uno le invaden, cada vez que caes por aquí: incienso, dulzor, humedad, especias, lima, alcantarilla, grasa vegetales, calduverios, pescado seco... Cada vez, que venimos por estos lares, mi nariz me recuerda, que ella también tiene derecho a divertirse y sentir emociones de montaña rusa.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Kyoto, la joya del viaje

Esta y las cinco siguientes son, de Kyoto y las demás, de Osaka (Japón)
        No sé, lo que durará este viaje. Si será largo o mediano, porque corto ya no puede ser. Pero, empiezo a tener claro -además de que encontrar hotel a precio moderado un sábado en Japón, resulta imposible-, que Kyoto, no solo será la mejor ciudad del país nipón, sino la más espectacular de esta aventura actual.


          Ni siquiera , llegar a las seis de la mañana, después de una noche de relajado autobús, desde Tokyo, nos frenó para ponernos a caminar, completamente extasiados, durante doce horas, de templo en templo y con las mochilas a cuestas, la mayor parte del tiempo. Tuvimos, además, la suerte de disfrutar de una habitación increíblemente grande -para lo que es normal, en Japón- y de aire acondicionado, a tope, por tan solo dieciséis euros. ¿Quién dijo, sin tener ni idea, que Japón es caro?.



          Las numerosas probaturas gratuitas de excelente y apetitosa cocina local y el divertido y original barrio de las geishas, animaron mucho nuestra estancia, en Kyoto. Este segundo lugar se halla muy bien ambientado. Un enorme cartel, ubicado a la entrada de la calle principal, advierte, de que no se las puede tocar, babosearlas, hacerse selfies con ellas y tampoco, comer y beber en este enrotno.

      Nos vamos de Japón, afortunadamente, sin haber pisado un solo hotel capsula -una de esas obsesiones, que me aterrorizaban desde hace años- y tan solo, un lacónico y abarrotado alojamiento de de literas, eso sí, en la maravillosa y vital zona, de Asakusa, de la capital nipona. En nuestro debe, y es triste decirlo, dos noches callejeando y de fiesta -ambas en sábado-, por no encontrar una habitación accesible.


          La segunda de ellas aconteció, en Osaka, poco antes de poner rumbo a nuestra querida Bangkok, con un boleto muy barato, que habíamos comprado dos días antes, con la compañía Scoot, filial de Singapur Airlines.


          Sintiéndolo enormemente, tuvimos que renunciar, a Nara, por problemas de fechas, pero a cambio, Osaka nos ha encantado, mucho más de lo que esperábamos. Durante calles y calles del distrito financiero -cercanas a la estación de tren-, tiene el mismo poco alma, que Tokyo. Pero, sin embargo, nos encontramos con dos zonas excepcionales, donde comprobar, que los japoneses también saben divertirse, más allá de los pachinkos, de los mangas o de los restaurantes caros de buñuelos de cangrejo, con un ejemplar gigante encima del local, moviendo mecánicamente, sin gracia alguna y sin parar, sus pinzas.

          Los alrededores del canal resultan muy agradables y animados, sobre todo, los fines de semana. El área de la famosa torre, resulta algo más canalla y desmadrada y por eso, nos gusta mucho más todavía.

Yokohama y Kamakura, en los alrededores de Tokyo

                                                       Las cuatro primeras fotos son, de Yokohama (Japón)
       No sé, ni siquiera, porque fuimos a Yokohama, que, aunque no lo parezca, es la segunda ciudad más grande de Japón, si todo el mudo nos decía y repetía, que no merece la pena. A mi me ha parecido una maravilla de lugar y os lo recomiendo.

          Puedes pasear, sin la necesidad de estar decenas de minutos buscando o anhelando algo y tienes la recompensa de descubrir, el mejor barrio chino, que he visto en mi vida -incluyendo los de la propia China, aunque con el permiso de Kuala Terengganu, en Malasia, que disfrutamos en festivas fechas posteriores- y de transitar sin agobios por la zona del puerto, entretenido entre las tiendas de diseño, los restaurantes sofisticados o los muelles y el famoso, aunque no muy grande, parque de atracciones, cuya noria da fama mundial a esta simpática y acogedora ciudad.


          Al día siguiente, con lluvias y una humedad indescriptible, Kamakura nos decepcionó un poco. La mayoría de los templos son de pago y no baratos y no aportan nada nuevo, a lo que ya hemos visto en este país. Aunque entre montañas y con un soberbio barrio chino -más impersonal, que el de Yokohama-, supimos sobrevivir con holgura, gracias a las degustaciones de todo tipo y textura, de las animadas tiendas locales.

                                                            Esta y las dos de abajo son, de Kamakura (Japón)
          A la vuelta, nervios y más nervios, perdidos y desangelados, durante más de media hora, en las inmensas entrañas de la estación, de Yokohama y de retorno, a Tokyo


          Vivimos tranquilos y disfrutando de cada momento, dado que ya hace varios días hemos reservado unos baratos billetes de autobús a Kyoto, en versión nocturna. A los que optan por el Japan Rail Pass para descubrir el país, os digo :”¿Os timan y sois felices?. No problem”.

sábado, 23 de septiembre de 2017

¡¡Tokyeando!!

                                                                     Todas las fotos de este post son, de Tokyo 
         Los alojamientos en Tokyo y en el resto de Japón, parece, que cotizaran en bolsa, con diferencia en su precio de hasta un 300%, dependiendo del día y de la hora, siendo los sábados el día más difícil para encontrar uno.

          Si eres de aquellos, que cogen la línea Yamamoto o el metro para ir a todas partes, te pude servir un único alojamiento para toda tu estancia en la ciudad. Sin embargo, si te gusta caminar, tal vez prefieras reservar varios hoteles en diferentes zonas de la ciudad. Nosotros lo hemos hecho así: resulta ventajoso, pero requiere esfuerzo, capacidad de adaptación y sufrir un poco de estrés

          Desde mi punto de vista y a toda leche, Tokyo se puede visitar en tres días, aunque recomiendo un mínimo de cinco. En nuestro caso, tomamos el metro muy pocas veces y siempre sin trasbordo (nuestra favorita, la Mita line)

          El día primero, recién aterrizados, sin jet lag alguno y sin soltar nuestros pequeños bultos -el hotel estaba a las afueras-, visitamos la desangelada zona de la estación central y el cercano distrito, de Guinza.

          La trepidante y calurosa jornada siguiente, nos aventuramos con mucho ahínco y sol demoledor, para descubrir la zona de Ueno y los maravillosos templos del lago, terminando en la cosmopolita e inigualable, Asakusa, donde se hallan los milenarios templos de Sensoji. ¡Terminamos con la boca abierta!.


        Al tercer día, no resucitamos, porque el calor húmedo, era insoportable y habíamos dormido en un hostel infecto, pero pudimos descubrir las fantásticas zonas de Sinjuku y Sibuya, con el famoso y curioso cruce de decenas de pasos de cebra, que se dice, es el mas transitado y alocado del mundo entero.

          Como nos tocó dormir por ahí -o sea, en la calle, por ser sábado-, en una noche de picos pardos, durante la cuarta etapa consolidamos posiciones y nos cascamos una buena siesta, retornados al alojamiento del primer día.

          El lunes, disfrutamos del magnífico y popular mercado de pescado y del otro más general -conocidos, como Tsukiji-, situado en los alrededores, probando generosas degustaciones de todo tipo, fundamentalmente de kinchi, algas, caldos y peces crudos macerados en ricas salsas. No asistimos a la -supuestamente y según nuestras fuentes- subasta del atún, que se celebra de madrugada.

          Aún tuvimos tiempo, para acercarnos a un esplendoroso templo antiguo y a la reproducción de la torre Eiffel, ubicada en la zona de Shiodome.


          ¿Nos ha gustado Tokyo?. Rotundamente, sí, aunque algo menos, que Seúl. Ha cumplido nuestras expectativas, pero con mucho cansancio y sin enamorarnos de la ciudad, sin encontrarle el alma y el aliento. Tendréis, que seguir leyendo, para daros cuenta, de que la urbe, que nos pone en Japón y de largo, es Kyoto