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lunes, 15 de abril de 2024

Cuando el Eid al Fitr se junta con la mala suerte (parte II)

           Si se viene andando desde el aeropuerto, al centro de Essaouira, se entra por el majestuoso y largo -aunque algo soso - paseo marítimo. Al fondo del mar -totalmente marrón, hoy-, hay algunos surfistas, mientras en las escasas terrazas, se ven algunos guiris tomando caras cervezas, que hasta ayer, estaban prohibidisimas en cualquier parte 

          Ambas cosas, constituyen casi la única actividad en esta ciudad durante el segundo día del Eid al Fitr. Casi todos los negocios están cerrados a cal y canto, quedando solo abiertas algunas tiendas de ropajes o de alimentación general (sardinas, snacks, galletas y refrescos). Nunca habíamos visto en diez viajes al país, un lugar así e impresiona. ¡Toda la medina para nosotros solos!

         Nos disponemos a tomar una habitación en el hotel de hace tres meses y llega la siguiente sorpresa: está chapado con todos los trancos posibles. ¿Por el fin del Ramadán o de forma permanente? No hay pistas, aunque en enero parecía que funcionaba normalmente. La consecuencia es, que empezamos un peregrinar por otros establecimientos -casi todos, a medio gas-, cuyo precio se aleja mucho de nuestras pretensiones. En uno de ellos, la clave del wifi está escrita en el mostrador de recepción, por lo que nos conectamos a ella, discretamente, en la puerta. Solo una opción apetecible en Booking, aunque nos cuesta ubicarla en el mapa.

          Justo cuando lo conseguimos, aparece un simpático chico, que nos ofrece alojamiento por 200 dirham. Para acceder a su petición le rebajamos el precio a 150. Nos lleva a toda velocidad, de un lado a otro de la medina y en los tres primeros lugares prometidos, no hay nadie. Finalmente, terminamos en una tienda, cuyo propietario lo es, también de un estudio/ático. La estancia -con dos habitaciones, baño con agua caliente y cocina - es impecable, aunque no dispone de wifi y es un quinto sin ascensor, cuya escalera de elevados peldaños en forma de caracol, parece conducir al infierno, más que al cielo.

          Milagrosamente, encontramos una oficina de cambio abierta, aunque para comer, tuvimos que tirar de pan de molde propio y media tortilla de patatas, que nos habían dejado pasar en los controles de Barajas.

          Con poca esperanza, nos acercamos a la tienda de la cerveza y evidentemente, está cerrada. Pero la sorpresa llega, cuando al día siguiente tampoco abre. Miramos en Google y pone: "cerrado permanentemente". Pero, ¡si hace dos meses funcionaba a pleno rendimiento!

          En realidad, está mañana, no pretendíamos venir aquí desde el aeropuerto, sino a Sidi Kauki, desde donde luego llegaríamos, por la tarde. El día siguiente, nos iba a deparar nuevos quebraderos de cabeza con el recorrido, debido a uno de los hechos más insólitos ocurridos en nuestras vidas.


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