Son las cinco de la tarde del viernes, cuando llegamos a Madrid, aplastándonos el mazo solar y con 41 grados a la sombra. La caótica y eternamente inacabada estación de Chamartín -menuda gracia le haría, si Clara Campoamor levantará la cabeza -, es el mayor campo de minas, con equipajes vertiginosos y con ruedas, del que resulta todo un éxito conseguir salir.
Toca ir andando, porque no tenemos prisa y por el camino nos vamos derritiendo como si fuéramos frágiles polos de hielo de marca blanca. Al menos y tras contemplar, que en Madrid, no hay casi guiris, llegamos a la fresquísima limonada de la calle del Oso, ataviada, como cada año, con mantones de manila y pañuelos chulapos, donde la Tuna ofrece un animado y casposo espectáculo.
Vivimos a tope la tradicional fiesta de San Cayetano, que mañana enlazará en otros cercanos escenarios con la de San Lorenzo y el finde venidero, con las de la Virgen de la Paloma, en Cava Baja, la plaza de la Paja y las Vistillas.
Que Madrid está casi vacía en agosto -nada comparable, de todas formas, a hace treinta o cuarenta años - lo denota, los baratos precios de los alojamientos para estos días. Conseguimos -tercera estancia en cuatro meses-, una cápsula doble en el hotel de Usera. Muy ventilada, pero sin aíre acondicionado, que termina casi siendo frustrante, de no ser, porque el poderoso frigorífico de la cocina ha convertido en salvador granizado, nuestro zumo de naranja y mandarina del cercano Lidl.
Llega el sábado y la ola de calor nos sigue torturando. Hasta la tarde, el día es de perfil muy bajo -porque no hay exposiciones nuevas y otras, estan cerradas-, por lo que estamos más preocupados por combatir la asfixia, que por hacernos personas de provecho. El aire acondicionado del Palacio de Correos de Cibeles nos acaba devolviendo nuestras constantes vitales, mientras contemplamos algunas interesantes muestras.
Del asfalto y de las paredes de los edificios sale fuego. Los osados caminantes no podemos transitar sin una botella de la mano a la que recurrir, constantemente.
La tarde termina siendo algo frustrante, porque la cacareada Fiesta Bresh, acaba convirtiéndose en una agónica y tediosa sesión DJ de mal gusto, con las invasivas barras de los bares cercanos, a golpe de estafa, con minis de cerveza a 9€ y con patatas bravas -normales, picantes, picantísimas, o que te harán llorar- a uno más. ¡Hoy en día, ya ningún hostelero se corta o enrojece!.
Tras diversos movimientos insustanciales y perfectamente prescindibles, terminamos ya de madrugada en la plaza de los Cubos, viendo, como otras veces, como la gente devora hamburguesas del MacDonalds. Una oronda, maleducada e ignorante chica de 19 años, alecciona a sus nuevos amigos, sobre las poderosas razones para votar a Vox e ir a manifestarse a la cercana calle Ferraz. Cuando la acusan de no tener estudios, se vuelve muy violenta y contrariada, espetando: "Claro, que los tengo. He sacado la ESO". Si el mundo, hoy en día, está fatal, ya no os cuento de madrugada.