La Aemet y otros entes acólitos advierten, de que llega la primera ola de calor del verano. Yo, no me debo enterar de nada, pero llevo más de un mes derritiéndome.
En la fuente de Recoletos, una señora bebe agua a trompicones y con ansia, como si acabara de atravesar el desierto del Sáhara. En los bancos de la calle o caminando, todo el mundo tiene su botellita, de lo que sea y gestiona la vida a sorbos.
Nosotros, tan inteligentes, como baturros -aunque no seamos de Aragón-, tan razonables, como idiotas, tenemos cuatro objetivos en este sábado y vamos a cumplirlos a pesar de os 40 grados y de qué se ponga el mundo, como se ponga.
Abandonamos nuestra cápsula y nos marchamos de Usera, donde volveremos a la tarde, al concierto de Pol 3,14 (vaya nombre más rebuscado, aunque la explicación, se encuentra, fácilmente, en internet).
El primer objetivo es Samplia Callao, donde recoger unos desodorantes gratuitos con olor a cereza, teniendo mucha imaginación. Después y desde Sol, cercanías a San Cristóbal Industrial, para degustar una paella. Los trenes de proximidad, en Madrid y dependiendo del aire acondicionado, se dividen entre infierno y purgatorio (el cielo en el ministerio de transportes, sencillamente, no existe).
Llegamos mas de una hora antes de la cuenta y nos percatamos de que los maestros paelleros son los mismos del domingo pasado. Aún, tenemos tiempo, de atrapar el último envase de zumo de naranja de un cercano Mercadona y no palmarla de sed.
Tras media hora de padecer al sol, sobre nuestro cogote -y el resto del cuerpo -, se establecen las normas de la comida popular, que son las mismas, que hace seis días: solo un plato por persona en la fila y el que quiera otro para alguien, se vuelve a poner a la cola. Discusiones cero y si hay arbitraje, dirigirse al paellero mayor, a que resuelva el conflicto, que los tiene muy grandes y que además, no volverá por aquí hasta el año, que viene.
Y así, evitamos, que los vecinos se odien para toda la vida.
El sol, casi nos mata, pero obtenemos, como recompensa un reparador y fresquísimo vaso de limonada, una botella de agua del tiempo y un enorme plato de arroz co pollo y verduras, con el cereal bastante más seco y correoso, que la semana pasada.
A mí, el calor me cierra el estómago, por lo que mi pareja se aprovecha y se zampa más de la mitad de mi ración.
Las chicharras destrozan nuestros tímpanos y aturden el cerebro 🧠. No encontramos líquidos suficientes para destruir la aterradora sed, pero no nos achantamos y seguimos adelante, rumbo a Chamartín. Desde ahí, tres cuartos de hora largos nos separan de descendiente caminar, hasta La Vaguada, el que fue el primer centro comercial de Madrid, a primeros de los 80 y hoy permanece, bastante envejecido.
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