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domingo, 31 de marzo de 2024

La larga y accidentada vuelta a casa (parte VII y última)

           Después del desastroso vuelo desde Kuwait y de la anarquía y los sofocos del aeropuerto de Estambul, era casi imposible, que las cosas siguieran yendo a peor y afortunadamente, asi va a ser. 

          El  avión de Anadolu, que nos debe depositar en Bérgamo, es algo más confortable, que el primero, con asientos más amplios y la comida, aunque igual de escasa, al menos es apetitosa: bocata de queso, embutido de cerdo ahumado y tomate estrujado. Como teníamos más hambre, que los pavos de Manolo, en el desembarque, vamos recogiendo varios de ellos, que se ha dejado la gente sobre los asientos y tras pasar los controles de seguridad italianos, nos damos un festín.

          Lo primero, que nos damos cuenta, nada más salir a la calle es, que hemos vuelto al duro invierno, después de estar a 42 grados hace un par de días. Vamos muy ligeros -como es natural, viniendo de India- de ropa de abrigo y eso va a ser una molestia. Lo segundo es, que los alrededores del aeropuerto y del centro comercial, que está enfrente, están plagados de obras y eso, tampoco nos agrada.

          Después de comprar cerveza -dos días sin ella-, subimos andando hasta la Ciudad Alta con amenaza de lluvia, porque estamos locos por qué nos de el aire y por movernos. Hemos estado muchas veces aquí, pero al menos, hace una década, que no veníamos. Sigue siendo un lugar encantador, aunque casi nada ha cambiado.

          Hace casi dos meses y medio, que abandonamos Europa y ahora al volver, las sensaciones son las mismas, que cada vez, que regresas de India o de África subsahariana: aceras amplísimas, edificios nuevos, tráfico mesurado, predominio absoluto de gente muy mayor por las calles... Pero, sobre todo, una por encima del resto: esa invulnerabilidad -,idiota-, de que aquí estás a salvo y no te puede pasar nada.

          Al segundo día, poco queda de este sentir. Hace diez o quince años, el aeropuerto de Bérgamo ya era el más inhóspito de toda nuestra Europa conocida. Hoy en día, todavía es peor.

          Por resumir: sobre las diez y media de la noche aparece una señora cincuentona, gorda, con gafas y sobre todo, con muy mal carácter. Se nota, eso sí, que disfruta del trabajo, que vale han encomendado. Este consiste -acompañada de un par de palmeros menos molestos-, en menospreciar a los mendigos, que se refugian en la terminal, y pedir la tarjeta de embarque a todo el mundo, de muy malas y amenazadoras maneras. En el pasado, podías tirarte a dormir al suelo hasta las 4:30  de la madrugada. Hoy está estrictamente prohibido. Los asientos tienen reposabrazos cada dos, por lo que es incomodísimo encontrar una posición para dormir, por mucha experiencia, que tengas en estas líneas. Menos mal, que habíamos comprado una botella de Amaretto.

          El premio vino a la mañana siguiente, con nuestro desayuno buffet. Si no se observa, es imposible creer, la cantidad de comida integra y sin tocar y la bebida, que deja la gente antes de los controles o en las cafeterías: bocadillos, dulces diversos, yogures, patatas y snacks, fruta, zumos, café envasado, bebida de soja con chocolate...

          El vuelo Bérgamo - Madrid, gracias a Dios, sin novedad.

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