Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Encuentro con María y Carol, en plena ola de calor

                                                                Esta y las tres siguientes son,  de Bhopal (India)
          Bhopal acabó con mis nervios y eso, que en cuanto a calor, lo peor aún estaba por llegar, días después. Sus zanjas y de noche, estuvieron a punto de terminar con mis huesos -rotos- en un hospital de la India, sino llega a ser por mis reflejos, mi pareja y un indio, que estuvo raudo al quite (no, si la final son buenos).

          Por lo demás y al margen de los ya mencionados atractivos turísticos, tratamos de ver los efectos de la catastrófica y malamente resuelta tragedia química de 1984, pero,ni rastro, ni nadie que nos hiciera caso. ¡Han cambiado hasta el nombre de la calle!.

          El camino hasta Gwalior -siguiente destino- fue tedioso y tenso. Fuimos victimas de un intento de extorsión, algo que para ser justos,nos ha ocurrido por primera vez en India. En los trenes diurnos casi nunca piden el billete y se puede viajar sin reserva (aunque sin plaza). Mientras el revisor oficial vagaba risueño a sus anchas por el convoy, falsos controladores -vestidos con uniforme de color cagalera, el mismo que llevan todos los que trabajan en algo semidigno en India-, trataron de sacarnos 700 rupias, por supuestos suplementos, que está claro, no pagamos. ¡Y lo intentaron varias veces!.

          Después de haber llegado a destino y cuando ya estábamos al borde de la extenuación, apareció un socorrido chow mein, caro plato en esta ocasión, que no degustábamos desde hacía tres años, en Nepal y que nos devolvió la vida. La majestuosa fortaleza de Gwalior resulta bastante interesante, aunque, como casi siempre, la mayor parte de ella se puede ver sin pagar. Nuestro cambio de hotel -en la segunda noche-, a uno más digno, supuso encontrarnos con una nueva realidad futbolística: España 1- Holanda 5.

          Los trenes diurnos en India te matan, mientras los nocturnos -con reserva- te resucitan. Así, que ya sólo nos quedaban dos de los primeros por sufrir -a Agra y a Delhi- y uno para disfrutar, hacia Amritsar.
                 Esta y la siguiente son, de Gwalior (India)
          En la magnífica Fatehpur Sikri -quién nos lo iba a decir-, nos encontramos con unas españolas, hermanas, aunque de vida diversa, pero asimilable. Buenas conversadoras, aunque más activas en montarse en transportes y en ocupar habitación, que en moverse por los sitios. De todas formas no me extraña, porque la arrasadora ola de calor, con casi 50 grados, estaba en sus desalentadores inicios. Carol y María: os queremos y nos volveremos a encontrar en India, a pesar de que tras mes y medio en el país, no conozcáis lo que son las bebidas gaseosas retornables de 200 centilitros o las bolsas de agua potable.


          Lo que más nos sorprendió -y a la vez, alarmó- de ellas, es que bebían el agua del grifo en cualquiera lugar, sin pestañear, como si fueran lugareñas. ¡Y luego se quejaban, que a veces les dolía la tripa!.   
                                                                               Fatehpur Sikri (India)

jueves, 18 de septiembre de 2014

India, India, India...

                                       Todas las fotos son de las cuevas de Ellora,, menos la última, que es de Bhopal
          India, India, India, debéis ir a India, me decían mis amigos, cuando yo conocía medio mundo y ellos, apenas, sólo la India. India, India, India, me decía yo misma, cuando conocía 106 países y no había ido a la India. India, India India, me pregunto: ¿por qué coño volvimos esta vez a la India?.

          Aún no tengo la respuesta, pero creo, que el contenido repetitivo y negativo de este post es fruto del rayamiento, que nos trasmiten cada día sus ciudadanos, los más guarros y maleducados del mundo conocido.


          Llegamos hace tres semanas. Al aterrizar y salir del aeropuerto, de Chennai, ya sentí donde estábamos, de forma inconfundible. El constante pi, pi, pi, pi, de los coches agudizó mis oídos, en cuanto me topé con la calurosa y húmeda bruma callejera, que todo lo invade. Eso y el gorjeo -o sea, el twitter de la India-, de los motores de las malditas motocicletas y los tuck-tuck, nos dieron fe absoluta, de donde nos encontrábamos.


          En la estación de trenes de Chennai -antigua Madrs-, donde llegamos sin ningún problema y después de que en un folclórico barrio nos negaran más de diez veces el alojamiento, compartimos noche con ratas ansiosas -del tamaño de un conejo- y con centenares de personas apelotonadas en el suelo del hall, teniendo mucho más espacio disponible. Si los primeros momentos fueron así, los últimos tampoco han resultado alentadores (más bien, muy sufridos).

          Ellora, genial. Hay más variedad de cuevas, que en Ajanta -budistas, hinduistas y jainitas-, pero a mi, personalmente, me gustan más este segundo lugar, por su maravilloso entorno paisajístico. El campo base para acceder a Ellora es, la cercana Aurangabad, accesible, directamente, desde Bombay.


        Pero, cuando un tren nocturno te falla, comienza tu pesadilla particular. En esta época, con su correspondiente ola de calor y hartos de los buses estatales en el anterior viaje, cogemos uno privado -con aire acondicionado- y caro, que se convierte en el peor cacharro que hayamos sufrido jamás en India (incluido el bus Varanasi-Sunauli, cuando fuimos camino de Nepal). Sleeping es, sí, pero amortiguadores cero y además, vamos encima de la rueda, botando como una pelota loca, mientras transitas por una carretera lamentable, en dirección a Indore. No hicieron ninguna parada, ni para comer, ni para beber, ni tan siquiera para ir al baño.

          Acabado el anterior episodio y sin haber pegado ojo en toda la puñetera noche, el desastre continua: conseguimos unos tempraneros billetes para Bhopal (Indore carece de interés y solo nos sirve de punto de conexión). Pero nos toca ir de pie, en el descansillo entre vagones, durante más de cuatro horas. Tras unos primeros y desesperados intentos de encontrar alojamiento en la ciudad -todos están “full” o “no rooms”, lo conseguimos en el sexto hotel, pero por ahora no hay luz y el calor que desprende la habitación y los muebles, es bestial. Mal comemos y medio dormimos, entre sudores, una pequeña siestta.

          A pesar de el caos y del irregular y pésimo asfaltado, nos sorprende esta ciudad, muy positivamente, con su bazar musulmán, espléndido, aunque bastante desordenado y las dos mezquitas principales (hay otra más, muy bella, pero se encuentra a las afueras).

          Pero, el día no acabaría bien del todo. Después de recorrerla y pasear por sus calles, nos sumergimos en una tienda de cerveza y alcohol, recomendada por la Lonely Planet (alias, Biblia). El personal, que está poniéndose morado, primero nos mira, de forma reiterada y descarada. para a continuación, acercarse a curiosear y como no les hacemos ni caso, se empiezan a poner violentos. Así, hasta más de diez acosos diferentes, durante la media hora, que permanecimos allí. Al final, empezó una discusión entre varios de ellos, con amenazas de botellazos, por razones desconocidas. Cuando, viendo el panorama, ya nos íbamos, nos dijeron, que nos largáramos. Eso entendimos por gestos, dado que la frase literal fue de las que hacen historia: “whe went gone up”.

          Qué patético país es este, donde ni siquiera puedes tomar una cerveza tranquilo (no es, ni mucho menos, la primera vez, que nos sucede algo parecido).  

Pocos cambios, en Mumbay

                                                   Todas las fotos de este post son, de Mumbai
          Querido blog:


        Dado, que ya no sé si tengo padre, madre o familia a la que acudir con mis penas y alegrías, te cuento a ti mis avatares -últimamente, tranquilos-, por este enorme país, que es la India.

          Estuvimos dos días en Mumbai, tal y como queríamos, en un alojamiento no muy caro -tras mucho buscar-, aunque la habitación resultó minúscula y muy calurosa. Así, pudimos desquitarnos de la primera vez, en que todo fue tan insípido y acelerado. Caminar durante dos jornadas por aceras, a pesar de tener más sudor en el pecho y espalda, que Camacho en el Mundial de Japón y Corea, 2002, es muy reconfortante.

          Nada ha cambiado, desde 2.011. La ciudad sigue llena de vendedores pelmas, que te agobian por el extenso bazar -hasta, que te conocen- y los alrededores de la Puerta de la India, continúan igual de trepidantes y animados. Se han puesto de moda -único lugar, de momento, en India- los sandwiches a la plancha -nada de carne, solo vegetales, huevos y queso-, proliferando decenas de negocios, que cubren la demanda.

          También, hasta nos acercamos a la playa, muy animada por decenas de puestos callejeros, aunque no vale nada.

          De las cinco grandes ciudades de India, Bombay es la segunda, que más nos gusta, después de Calcuta (y Chennai, la que menos).

          Ya ves, querido blog, que los mensajes buenos no abundan y, como este, son cortos, pero yo trato de alternarlos con los malos.


          Adiós.

Exprimiendo el limón

                                                                                   Exprimiendo el limóan
          Los viajeros, injustamente, solemos echar la culpa de lo que nos acontece en India, a la propia India, sin reconocer casi nunca, que la mayoría de las veces, lo que nos ocurre, nos lo buscamos nosotros sólitos. Dicho esto, no es menos cierto, que si tú exprimes tanto el limón de las emociones del país, en tu primer viaje, para el segundo, sólo te quedaran una gotitas.
Esta de arriba y las 3 siguientes son, de Varkala (India)
          Sin embargo, todo lo malo de India -tan compensado con lo increíble, inaudito o ilógico de hace tres años-, prevalece todas las veces, que vuelvas: caminar entre los diversos cacharros por la calzada de las ciudades; que no te acepten en los alojamientos o que no te den la clave del wifi -esto último, nos pasó hoy-; comer muy poca carne y todo muy picante; verlos alimentarse con las manazas, frente a ti, haciendo bolas, después de haberse estado hurgando los pies y sin lavarse; la omnipresente basura; el olor a orines; verles hacer de vientre en cualquier sitio; la mala educación; contemplarlos tirados en el suelo -en los lugares donde más basura y desperdicios hay-; tener que rellenar formularios para todo; los autobuses estatales; el calor y el monzón; los constantes escupitajos; que usen el pañuelo del sari, bien para secarse el sudor, quitarse el arroz de las manos o limpiar los mocos a los niños y que luego se lo vuelvan a poner, como si tal cosa.

          Hoy, en las magníficas playas de Goa, finaliza nuestro periplo por el sur de la India, sin volver a la deseada Hampi -por haber desaparecido el bus directo, que hacía el recorrido desde Margao- y retrasando la visita a Hyderabad. ¿Nos ha merecido la pena el esfuerzo, hasta ahora?. Pues, francamente , no.
Esta y la siguiente son, de Colva, en Goa (India)
          Ahora, vamos a por el medio limón del norte. Os iremos contando. Y, seguimos ansiosos por saber, que es lo que buscan y encuentran los que hacen, año tras año, siete o diez viajes a la India.
                                                                                                       Trivandrum (India)
        El país, que más nos dio, se nos deshace entre las manos. Me iría de aquí ahora mismo, pero soy demasiado cabezota y guerrillera para pensar, desde la serenidad de nuestro hogar, que no hicimos bien volviendo a India (aunque cada día me quedan menos argumentos). Las facturas de una vida intensa y privilegiada, también se pagan y son más costosas, que las de la luz.

¡Somos el club del alcohol!

                                                         Todas las fotos de este post son, de Kovalam (India)
          ¡Tenemos tantas cosas, que contar¡ Después de dos semanas en India, parecemos asentarnos, pero eso es mucho decir, así que “deleted”. Aún está pendiente el post de nuestro reencuentro con India y con una estación de Chennai, donde ratas como conejos, compartían espacio y andenes, con gente rejuntada en el suelo, durmiendo o tocándose los pies (eso, que les gusta tanto). Aún debemos de hablar -aunque, creo que ya lo hicimos la otra vez-, de lo guarros, insensibles y maleducados, que son los indios del sur (ellas menos).

          Y, de algo, que merece un espacio a fondo por baladí, que parezca: los abundantísimos perros en la India y su amor por los occidentales. Pero, por ir cerrando brechas, resumamos los últimos acontecimientos, especialmente uno: Kovalam dispone de una correcta playa, orientada al turismo cómodo, que quiere el hotel, el arroz frito con pescado y la cervecita, a escasos metros de la arena y el agua. Si uno se adentra más en sus entrañas, descubre mezquitas y la cotidianidad de la gente, que es igual en toda India, cuando uno sale del estrecho entorno turístico.

          Varkala, por el contrario y a nuestra llegada, nos resultó más hostil, como siempre entre cacharros y cacharros. Pero, el ambiente es más distendido, cuando se llega a la zona -supuestamente, porque está todo vacío-, turística. A un lado, la playa y los alojamientos de los “pobrecicos”. A otro y recorriendo el magnífico, relajado y largo paseo de los “cliff” (acantilados), los de los más acomodados o cómodos (que no es lo mismo). La playa es salvaje y maravillosa, aunque como en Kovalam, ondea la bandera -trapujo- roja -ya anaranjada por el sol-, que no sabemos, si han puesto esta mañana, hace 20 meses o diez años. La playa, aunque casi desierta, cuenta con vigilancia, así que no hay problema en tirar de bikini.

          Pero, el acontecimiento más excitante y alarmante -un día nos vamos a meter en un lío, de tanto ir a nuestra bola-, nos ocurrió en la tienda del alcohol. Describo, sin opinar. Se encuentra en una callejuela sin salida y abarrotada de lugareños, aunque menos sucia de lo habitual, en estos casos. La alargada fila -india, por supuesto, aunque tan poco frecuente en este país-, esta delimitada y conducida por barras, como las de cualquier ventanilla o aeropuerto. Antes de llegar al enrejado mostrador -uno cobra y otro despacha-, te tienes que introducir, -todos amontonados y ansiosos-, en una estrecha y larga estructura de chapa, que no se muy bien, si se parece más al corredor de la muerte, a los atestados pasillos hacia la cámara de gas, al túnel del tiempo o al del viento del coche de Fernando Alonso .

          Normalmente, en las tiendas de alcohol de la India, si eres chica y el propietario te ve, te puedes saltar una fila de 70 penitentes y ordenar tu pedido. Pero, con esta estructura no y sólo hay cuatro o cinco personas, que te ceden tu puesto en la cola. El que esta dentro comprando, sufre; el que esta fuera, también. Primero, porque no tiene la certeza de que su pareja saldrá de allí y segundo, porque le asedian algunos lugareños -con su falda de sube y baja, tan típica del sur del país, Sri Lanka y Myanmar-, para saltarse la cola y que les compres tú lo que desean. Algunos ya están bastante borrachos. Hasta 30 rupias nos ofrecieron por hacerles de alcohólicos recaderos. Por supuesto no aceptamos sus propuestas, a pesar de la presión.

          Los tickets de la caja -nunca nos los dieron en otra parte- delatan el lucrativo negocio del alcohol en India, cedido exclusivamente a los amigos. El precio de la cerveza es de 60 rupias, de las que 50 son impuestos. El ron -supuestamente, porque es un simple alcohol con azúcares y colorantes- vale 180. Impuestos, 110.


          Igual, que vimos a decenas de hombres en esta espirituosa cola, sin lavarse hace desde meses, aparentemente, también contemplamos a muchas mujeres con su sari impoluto, a niños sin zapatos y a feminas metidas hasta las rodillas en el agua, recogiendo arroz. Pero, no tenemos la suficiente información veraz, para conectar todos estos acontecimientos. Pero, ahí queda la pregunta: ¿no tendrán calzado muchos críos, porque su padre se gasta el dinero en mamarse, a diario?.

La punta de la India (the end of India)

                                                      Todas las fotos de este post son, de Kanyakumari
          Kanyakumari es uno de esos lugares, que no viene resaltado en los circuitos de ninguna guía, pero cuya visita merece mucho la pena, aunque la mayoría del turismo ,que atrae, es del resto de la India o de la cercana ciudad de Nagercoil. Extranjeros, en nuestra estancia de día y medio, sólo vimos una decena, incluidos nosotros.

          El lugar alberga uno de los mejores mercados diurnos y nocturnos, que recuerdo en India, tanto en cuanto a número de posibles compradores, como al de vendedores, aunque casi todos, en su gama de productos, vendan lo mismo: 77 puestos de guindillas, cebollas y plátanos rebozados y 0 de samosas o de biryani, por ejemplo.

          La escarpada costa -acosada por fortísimas olas- resulta agradable a la vista, aunque menos, al baño, a pesar de que los lugareños -ellas con el sari puesto-, se lancen en tromba, eso sí, sin pasar de la orillita. Dispone de dos memoriales -uno en una isla cercana-, dedicado a Vivekananda y otro en tierra, a Ghandi, desde donde se contemplan extraordinarias vistas, un apañado templo, varias iglesias cristianas y una estatua gigante, hacen del lugar un sitio con encanto, dado que además, está cerrado a los coches durante todo el día. Dispone de un parque, de parking gratuito disuasorio y -¡oh, maravilla!- de aceras en la calle principal. Definitivamente, no parece la India, aunque lamentablemente, lo termina siendo.

          Y es que los lugareños y visitantes, ajenos al magnífico entorno, lo tienen lleno todo de apestosa basura: los vasos de los tés, los envoltorios y platos de la comida, los papeles de los helados, restos de alimentos cocinados y crudos, bolsas de plástico -de color y tamaño diversos-, envoltorios de juguetes, paquetes de snacks desocupados, cordeles... Todo acaba en el suelo, mientras los contenedores, escasos, permanecen vacíos- Tanto desperdicio, es llevado y traído a su amtojo por el agradable aire.

          Por otro lado, están los pedigüeños y los pelmas. Los primeros son de todas las edades -desde 5 hasta 70 u 80- y resultan extraordinariamente incisivos. Hemos visto más aquí, que en el resto del viaje. Intuyo, que los van echando hacia abajo desde el resto del país y claro, aquí en la punta, o los tiran al mar o no hay más recorrido. Los segundos, vendedores de todo tipo -incluidos los de los restaurantes-, que te asedian a un ritmo de tres o cuatro por minuto. Esquivar a 75 vendedores de collares en un día, agota a cualquiera. Ni unos ni otros, confían en que les des o les compres, pero se entretienen molestando al foráneo.

          Y, por último, los precios, hinchados más del 50%: la samosa o el té de 5 rupias, de otras partes del sur, aquí cuestan 8 ó 10 y el biryani, 140 rupias (el triple). Negociamos con un sinvergüenza de un restaurante, pescado con arroz frito a 100 rupias y bajo la excusa de darnos un menú típico del sur de India – ahora, a estas alturas-, nos trae una montonera de arroz, con tres tristes y escasos salsuverios y una parata -masa con relleno ínfimo de patata-. Nos levantamos, nos mostramos indignados y le dejamos con sus malas artes y su maldita comida.

          Somos tan sabuesos para lo nuestro, que en este lugar encontramos antes la tienda del alcohol -y solo hay una-,que el hotel, el mercado o los sitios a visitar. Aunque, tenemos nuestro propio método, casi infalible: donde más basura veas y huelas más a meados, sigue esa pista y no tiene pérdida. En un metro cuadrado beben, tiran las botellas o latas y orinan, sin mayor preocupación.

          No sé, si por ser mayo, por coincidir la visita con el fin de semana o siempre es así. Pero, el caso es, que los turistas/peregrinos, que abarrotan esta localidad, pueden superar, fácilmente, los 5.000. Y en ascenso, porque hordas humanas, llegadas en autobuses, se dirigen al mercado y a la playa.


          Se nota, que estamos cogiendo velocidad de crucero, en India: ¡¡voy a post diario!!

miércoles, 17 de septiembre de 2014

¡No vayáis a la inhóspita Madurai!

                                           Esta es de Kanyakumari (India) y todas las demás, de Madurai (India) 
         Hemos llegado a la punta de la India -Kanyakumari-, cosa que no nos hacía especial ilusión hasta hace 24 horas, cuando decidimos venir, al no haber plazas en el tren nocturno. a Trivandrum (cercano a la playa de Kovalam). El lugar es encantador, pero probablemente. de eso hable el próximos post, si no hay novedades. Pero, os quería -y sin releer lo que escribí entonces-, hablar de Madurai, ya visitada en 2011.

          Nosotros la recordábamos como una ciudad caótica -calle de la estación de trenes y calle del templo-, pero no como uno de los peores infiernos en India (y el insufrible calor es sólo una parte de esta palabra). ¡Cómo no recordar este lugar!.

          El caso es, que aunque no queríamos y como si fuera inevitable, acabamos, de nuevo, en esta maldita ciudad, que recomiendo evitar a todo el mundo. Y eso, que cuenta con dos cosas muy buenas: se come de escándalo -arroz frito con pollo al tandori, impresionante- y no te rechazan en demasiados hoteles. Pero, por lo demás, te agobia todo el mundo, incluido el del arroz frito, que te hace él solito una rueda de prensa, mientras estás almorzando.

          Según sales de la estación, empiezan los indeseables tuktukeros a hacerte maniobras envolventes, como si ya no fuera difícil cruzar esa agobiante calle. Te siguen, te persiguen y hasta quieren casarse contigo, por un puñado de rupias. Después. llegan todos los de las tiendas, mientras tú tratas de evitar, que tu cuerpo acabe debajo de cualquier cacharro. Cuando crees, que has entrado en un remanso de paz -dado que el recinto del templo es peatonal-, te empiezan a asediar los de los negocios de la zona -con precios irreproducibles-, los vendedores de mapas de Tamil Nadu, las de las pulseras tobilleras, las de las flores, los dueños de terrazas para que subas a ellas...

          A la mañana siguiente, después de mal dormir, decidimos volver al lugar sagrado y revisitarlo por dentro. Algo en nuestro interior nos decía y por la experiencia anterior, que no debíamos hacerlo, que no merecía la pena, ¡que nos largásemos ya, a otra parte¡. Pero, Madurai, te atrapa, hasta estrangularte, hasta someterte, hasta humillarte...


        Como no hay guiris, eres la única presa -supuestamente fácil- de varias personas, al acecho de tu dinero: el descarado guía, que te identifica como español; el de la tienda de enfrente, que te deja el faldamento -sin lavar desde hace muchos meses-, para el acceso al interior o el/la de los registros, que te prohíben meter cámaras y móviles, cuando yo me fotografié este templo por dentro, de arriba a abajo, hace tres años (y eso, que tras un minucioso cacheo, conseguimos colar los dos celulares). En aquella época eran ingenuos. Por ejemplo, entramos en el palacio de Udaipur, sin pagar tasa de cámara y nos creyeron, al decir, que no teníamos. Ahora, han aprendido: ¿cómo va a venir un turista a la India, sin cámara?. Te registran el bolso a conciencia. Pero. no conciben, que puedas llevarla en un bolsillo del pantalón, como era el caso. Así, que también, para dentro.

          Y por último, tras descalzarte y ya con bastante hartazgo, llegas hasta el de la entrada, que te pide 100 rupias por ingresar dentro de un lugar, que no puedes ni inmortalizar y que en 2.011, no costaba absolutamente nada.

          Con un cabreo tremendo -y no disimulado-, retrocedemos y les explicamos los hechos. Se sorprenden. El de la taquilla lo ve inaudito; el guía se lleva las manos a la cabeza y dice: ¿“no temple?; el guardián de los zapatos nos pide dinero, persistentemente, a pesar del enorme cartelón donde se indica, que “is free” y para desquiciarnos, ya totalmente, nos acecha el del maldito faldamento, insistiendo, para que subamos la terraza de su vacía tienda.

          Cuando conseguimos liberarnos y retornamos a la calle de la estación, el hombre que nos ha estado vendiendo agua toda la tarde de ayer, nos rechaza las cuatro medias rupias, que el mismo nos había dado. Algo nos dice, que no debemos tirárselas a la cara y se las plantamos, despechadamente, ante el mostrador.

          Finalmente, desayunamos en otro puesto y nos embarcamos, camino de Kanyakumari. Viaje muy pesado, entre las decenas de veces saliendo de la autovía, para hacer el servicio de los pueblos y ciudades, con olor -ahorraremos los detalles visuales- a samosas recién hechas, basura, ciénagas, humedad y pescado seco. ¡No vayáis a Madurai!. Está lejos, es un templo como cualquier otro del sur -prefiero Thanjavur-, no hay nada más, que ver y circulan un gran número de sinvergüenzas, que quieren exprimir a los seis o siete guiris, que hasta allí llegan. ¡Se creerán, que son Petra o Machu Pichu y que pueden arramplar con todo!.


          Seguimos en el autobús. Los campos de arroz se suceden, unos tras otro, llegando casi hasta la punta de la India, pero dentro del vehículo todo continua igual: una lugareña destroza con sus manos una especie de croqueta de cebolla, la hace apestosas bolas, en vez de comérsela a mordiscos, como cualquiera haría y bebe -para bajar las migas- de la botella de agua, como si de un porrón o bota se tratara.  

Estrés y paz, en Trichy, durante el mismo día.

             Todas las fotos son de Trichy (India), excepto la última, que es de Kumbakonam (India)
           Corren las 16:26 del 28 de marzo, de 2.014 y quizás, estamos viviendo nuestro momento más apacible en India -salvo los del hotel y no siempre-, después de un día durísimo, en Trichy, que merece un post aparte, más que por sus atractivos -muy recomendables-, por ser para mi, uno de los lugares más inhóspitos de la India, superando a Gaya, anterior ganador.

          En estos momentos, rodeamos el templo Sri Ranganathaswamy, casi solos, sin tráfico. Media hora antes, un amable indio -el único, durante la semana que llevamos por aquí-, nos ha cedido el asiento en el autobús, nos ha advertido de la dureza del país -no sabe, que es nuestro segundo viaje-, nos ha indicado en que parada bajar, por donde ir y donde se cogen los buses de vuelta hasta nuestro hotel.

          Estos hechos tan gratificantes, en India, es casi imposible, que se produzcan en tan corto espacio de tiempo. ¡Somos chicos con suerte!. Tal vez porque la buscamos e insistimos e insistimos.
El día había comenzado también, con otras tres buenas noticias: en Trichy hay transporte público; con una sola linea de autobús -la número 1-, se visita todo lo importante y existe una eficiente oficina de turismo, cerca de los hoteles. Lo chungo, chungo, estaba por llegar

          Animados -a pesar del carísimo precio del hotel-, nos vamos al templo de la Roca, que se ubica en una fortificación, en la que se desarrolla un enorme mercado (tal vez, sin miedo a equivocarme, el lugar más caótico de India, donde incluso, corre riesgo la integridad física). Para variar, todo se conjuga en nuestra contra:

          1º.- Es la una de la tarde y aunque llevamos más de dos litros de agua cada uno en el cuerpo, nos morimos de sed, sin poder solventar el problema.

          2º.- Hace 45 grados y el sol está cayendo de plano, desde varias horas atrás.

          3º.- El hambre es feroz. De hecho, llevamos cuatro días sin comer carne y lo único -y muy numerosos, por cierto-, que hay, son los recurrentes vegetarianos, donde sirven “veg biryani”, asqueroso arroz al limón y el mismo epíteto para el de tomate (que de esta hortaliza, más bien, tiene poco).

          4º.- Las calles dentro de esta fortaleza, son estrechísimas, más pobladas de cacharros que nunca y sobre todo, de personas: indios y unas cuantas musulmanas, que no están dispuestas a renunciar a su camino, aunque te lleven de por medio. Es tanto el estrés, que mi “indiómetro” está en su punto más álgido, a punto de explotar.   
          
          Menos, lo último, todo se fue solucionando, paulatinamente y con menos paciencia, que impaciencia. Encontramos frescas bolsas de agua y -tal vez-, el único sitio de biryani, de escaso pollo – y caro-, aunque al menos, presente, de este área de la ciudad. El calor, por primera vez en India y a media tarde, fue remitiendo y llegó una leve brisa. ¡Hasta nos comimos un helado y unas ricas bondas de patata y “verdurajos”!.

          A las dificultades reseñadas, debemos añadir la de encontrar hotel adecuado, que llevó su tiempo. Aquí, en Trichy, también nos rechazaron en algunos o nos pedían precios imposibles. Pero, una de las peores experiencias de pernoctación en nuestros viajes, la vivimos en Kumbakonam. Al menos, siete especies de bichos distintos en la habitación: mosquitos, mariquitas, cucarachas, lagartijas, insectos varios de colchón, hormigas, seres vivos alados de dudosa reputación... Una tormenta premonzónica bestial, nos dejó casi toda la noche sin iluminación. ni ventilador. Además, y para completar, padecí unos molestos dolores de barriga y estómago, más inquietantes, que molestos.

          ¿A que no sabéis, que los propios tuck-tuck, ya tienen wi-fi en la India? Así, que además del tedioso proceso de negociar el precio, hay que pelear para obtener el pasword. ¡No os lo creáis!. Si no vas a sitios muy turísticos o a hoteles de postín, te puedes pasar un mes sin wi-fi, en el país.