Estamos acostumbrados a asociar el tercer mundo con la pobreza y la realidad no lo desmiente, sin embargo, tal condición no solo está relacionada con la capacidad económica sino por el despotismo y la falta de respeto reiterada y constante, a las personas.
Tú compras un billete para poco más de 500 kilómetros y te soplan 35 euros -una habitación de hotel decente, cuesta unos 10-, pero si quieres orinar antes de partir, debes pagar por ello. Llegas a una estación desconocida y la única forma de coger el transporte hacia el centro de la ciudad, es depositar el importe exacto en una máquina que no da cambio y que no admite billetes. O lo tomas o lo dejas. Durante la estancia en ese lugar , te pasas el tiempo Dee forma obsesiva, intentando recolectar monedas, como un poseso.
Luego vas al supermercado de turno. Te cobran mal por culpa suya y no tener los precios actualizados, pero la bronca te la llevas tú, por no haber estado al tanto. Para devolverte un triste, pero legítimo peso te tiras media hora. Entre reproches y teniendo que firmar dos justificantes de que te devuelven el dinero y estás de acuerdo.
Como veis, el tercer mundo no es solo un asunto de carencia de recursos. Pero si es verdad -sobre todo en la capital-, que estos son muy limitados. Pongamos varios ejemplos, de lo que uno puede ver en un día y sin prestar muy atención, en las céntricas calles del DF:
- Niña de seis años, vendiendo churros, en solitario, y en paquetes de tres unidades. Lo que nos extraña -al margen de la explotación infantil-, es que la cría no va comiendo ni una sola pieza, lo que sería un comportamiento de lo más natural.
- Niña de unos tres años, vendiendo flores, sin vigilancia de ningún adulto y sentada en el suelo.
- Niño de unos seis años, requiriendo que le compremos sus golosinas, para poder adquirir comida para sus dos gatos, que reposan a su lado.
- Cantante veinteañero con guitarra en ristre, con dos niños muy pequeños y un gato, interpretando canciones de Duncan Dhu. ¿Dónde estará la madre? No, no es mala, estará buscándose la vida en otro sitio.
- Jóvenes comiendo una pizza. Dejan los bordes y una pequeña parte del centro. Aparece en escena un niño pequeño, que les pide las sobras y cuando se las dan, le hacen chiribitas los ojos.
- Octogenaria enjuta, arrugada y pasiva vendiendo flores y cestas de mimbre, acomodada -es un decir-, sobre el asfalto.
Y lo curioso y triste es que quienes tienen que arreglar la vida de esas personas -los transeúntes- son casi tan pobres como ellos.