Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 28 de julio de 2025

Salvo, que sea por prescripción médica, mejor evitar Lamezia.

           Lo malo de los viajes "roller coaster" es, que vivir la noche en blanco sea divertidísima o un horror, termina pasando factura por la mañana, pierdes habilidades básicas y sobre todo, te vuelves muy irascible, con el peligro, que ello tiene. Y además, porque la imperante moda -no hay vuelta atrás- obliga a qué cada vez, se tome más tarde la posesión del alojamiento. Hace décadas y en todos los casos, era a las doce de la mañana y hoy en día, no resulta raro, que sea a las cuatro o las cinco de la tarde.

          Y algo parecido ocurre con el check out, que puede ser a las nueve o diez de la mañana y los propietarios del alojamiento se quedan tan anchos. Actualmente, poder disponer de una habitación o apartamento, durante 24 horas -sería lo suyo- es absolutamente imposible.

          Expuesto lo dicho, indicar, que nosotros hoy estamos tan a gustito en nuestra confortable habitación de Lamezia, con servicios muy cuidados, un amplio baño y potente aire acondicionado, con la temperatura exterior marcando 40 grados y el sol aplastándolo todo.

          Ya no existe más margen y debemos tomar una decisión, sobre como volveremos desde Valencia, a Madrid. No hay sorpresas y lo haremos por 20€ por persona, con un conductor, llamado César, que nos acepta rápido y sin problemas. Para evitar inconvenientes , hemos dejado un margen de doce horas entre el aterrizaje y la partida y nos recogerá en el mismo aeropuerto de Manises, evitando bajar hasta el centro.

          Para volver, de Madrid, a Valladolid, cogeremos un ALSA, durante la tarde del lunes, que se oferta con un 30% de descuento, desde Méndez Álvaro.

          Dormimos genial y a media mañana y ya sin errores, conseguimos volver en tren desde Lamezia Terme Nicastro a la Estación Central de trenes y sin gastar un euro, porque la máquina automática de billetes no funciona (costumbres y normalidad italiana)

          Como ya he dicho, Lamezia es   una ciudad lamentable, asquerosa e insufrible. Sus dos únicos atractivos, una torre y la catedral no llegan a la altura del betún.

          El aeropuerto se encuentra cerca del centro, pero resulta imposible llegar andando, porque hay, que atravesar y transitar por carreteras asesinas. Así, que tomemos un cómodo y funcional autobús -lo único público, que da la talla en esta urbe- y llegamos a la terminal con varias horas de antelación.

          Partimos más de media hora tarde, hacia la capital del Turia, pero eso no afecta en nada a nuestros planes. Dormimos a pierna suelta y tumbados en el suelo en la zona de salidas che, sin ninguna molestia o ingerencia. A las nueve y media de la mañana hemos quedado con César, en la puerta de esta misma terminal.

domingo, 27 de julio de 2025

De la mágica noche de Tropea, a la zozobra de Lamezia

           Versa un cartel, frente a la estación de trenes, de Tropea: "Bienvenidos a uno de los pueblos más bonitos de Italia". Sin duda, lo es, aunque nosotros seguimos super enamorados  de Cinque Terre y de los enclaves de la costa de Amalfi.

          Llega la noche calabresa, pero no desaparecen, ni el calor, ni la humedad (está última, se incrementa). La zona histórica y comercial se hallan muy animadas, aunque sin agobios. Una hora antes de la medianoche, nosotros descendemos hasta la playa, ahora casi despoblada. El ambiente es entre mágico y místico y nos recuerda algo -salvando las distancias, por supuesto-, al que vivimos, hace quince años en la playa de Riazor, de Coruña, contemplando las decenas de efímeras hogueras llenas de deseos en la noche de San Juan.

          El promontorio de enfrente -el de la iglesia -, se encuentra maravillosamente iluminado. Sentados en la fresca arena no vemos el mar, aunque sí, a l@s bañistas, que entran y salen del agua y escuchamos el rítmico sonido de las olas.

          Hay grupitos de personas haciendo botellón, conversando sin más, parejas besándose o tumbadas y permitiendo, que la gruesa arena, llegue hasta sus partes más íntimas. Todo, muy informal y relajado, mientras abordamos la madrugada con calma y con premeditado botellón.

          El sensacional ambiente se trunca, cuando los potentes altavoces del único chiringuito playero -llamado así-, empieza a escupir a toda pastilla, la música urbana del momento, fundamentalmente en español y con las letras llenas de mamitas, culos, coños y demás distopías. Pero el alcohol lo puede todo y hasta acabamos tarareando esos ritmos, nosotros , que somos del indie más radical.

          Sobre la arena, el amor es descarado y no furtivo, mientras afrontamos el bellísimo amanecer y nos batimos en retirada. Habíamos pensado en bañarnos, pero nos puede la pereza.

          Toca volver al Eurospin, que abre a las ocho del sábado, para hacer las compras del día y no complicarnos.

          A las once de la mañana estamos en Lamezia. Junto a Algeciras y Madrás creo, que son las tres ciudades más asquerosas e inhóspitas del mundo (aunque de este trío, salvo a la metrópoli india).

          Veníamos preparados, sabiendo, que como buena ciudad del mundo caótico, este lugar se divide en tres núcleos aislados entre si. Cada uno , más feo que el anterior. Aún así, nos entra la caraja total, nos equivocamos de transporte, andamos mucho más de la cuenta y sobrevivimos a la discusión más salvaje y desagradable del viaje.

          El resto del día, aunque con resquemor, pasa tranquilo en nuestra magnífica habitación en un apartamento turístico, con baño y reparador aire acondicionado.

Scilla y Tropea

           A partir de ahora, encomendamos nuestro periplo calabrés, a Trenitalia, cuyos trenes regionales son frecuentes y de los más baratos del continente.

          Nuestro primer destino es Scilla, a unos 25 kilómetros de Reggio Calabria, hacia el norte, en el estrecho de Mesina y frente a Sicilia.

          Se trata de un pequeño pueblo, casi sin infraestructuras turísticas -salvo caros restaurantes- y con una amplia playa pedregosa, como la de ayer. Además del baño, para apagar el insoportable calor, el mayor atractivo del lugar es su castillo, ubicado en un bonito promontorio. Hay ascensor de pago para subir, pero nosotros sin esfuerzo alguno ascendemos, caminando. Tras un túnel con bonitas vistas marinas, se encuentra otro micro pueblo y un desaliñado puerto pesquero.

          Es la una y cuarto de la tarde del viernes y nos vamos hacia Tropea, adonde arribamos, después de hora y media, en la que se alternan los largos túneles, con los agradables paisajes marinos. La estación de encuentra algo lejos del centro y por los precios, que hemos visto en Booking, somos conscientes, de que de ninguna de las maneras, hoy tendremos hotel y en el mejor de los casos, nos tocará dormir sobre la arena de la playa (aquí, aunque algo gorda, no son piedras).

          Tropea, sin lugar a dudas, es la joya de Calabria y se lo tiene bien merecido. No hay ni la mitad de masificación de la prevista y el turismo es mayormente, nacional.

          La calle principal, que llega hasta el mar está plagada de caros restaurantes, tiendas y heladerías de postín, con más de sesenta gustos. Son típicos de aquí, la 'nduja de Spilinga -una especie de botillo picante, que se unta en el pan -, las cebollas moradas alargadas y los chiles. ¡Todo muy fuertecito, pero rico!

          El pueblo tiene dos espectaculares miradores sobre la bahía. Abundan  los palacios -la mayoría de ellos hoy son B&B- y otros edificios históricos, que dan fuste a las estrechas y bonitas calles secundarias.

          El casco histórico se ubica en un promontorio y la playa abajo, a una considerable y escalofriante altura, que debe ser salvada a través de una incómoda y larga escalera. Es estrecha, curvilínea y superpoblada de sombrillas. Sus aguas -dependiendo de tramos- son verdosas o azuladas y llaman al baño hasta al más de secano y perezoso. Casi enfrente, otra maravillosa y abrupta roca gigante, en cuya cumbre se erige una iglesia y que junto con el arenal, forman una estampa, casi inigualable.

          Fuera del casco histórico, todo es al estilo calabrés. O sea, con aceras estrechísimas, inservibles, destrozadas, llenas de basura o de cosas. Y las debemos recorrer, para llegar al mejor supermercado de Italia, el Eurospin (solo lo hemos visto en el sur del país y en Cerdeña). Nos proveemos de viandas, cervezas y barato y rico Limoncello (ayer, tocó Amareto). Además, casi un kilo de helado de cereza -con guindas enteras- y vainilla, por menos de 2€.

          Calor húmedo, insoportable e incertidumbre sobre como pasaremos la noche, antes de que mañana, partamos en tren para Lamezia.

sábado, 26 de julio de 2025

Reggio Calabria

           No hay sorpresas. Las afueras de Reggio Calabria son tan lamentables y tercermundistas, como esperábamos, porque ya tenemos bastante experiencia en el maltratado sur de Italia. El centro está casi igual de mal y conviene no pasear por sitios, que no sean la larga y peatonal Vía Garibaldi y el paseo marítimo y este último hoy, está cortado en algunas zonas por varios eventos privados.

          Nos toca andar -tipico en el país transalpino - más de cuatro kilómetros para encontrar un supermercado y encima es el Coop, que resulta carísimo. Las aceras son abruptas y estrechísimas, cuándo las hay y están llenas de cosas de todo tipo, menos de peatones. ¡Nos hacemos un India y a caminar por la agresiva calzada!.

          El bonito castillo -fue mucho más grande, pero buena parte de él se lo llevó un terremoto en el siglo pasado-, la iglesia otomana y la discreta plaza del Duomo, con su catedral,  y las estatuas de bronce de dos guerreros griegos de Riace, que se encuentran en el Museo de la Magna Grecia, constituyen los mayores atractivos de esta ciudad,  que tiene, como ventaja, la proximidad del aeropuerto y su céntrica estación de tren, que nos servirá mañana para llegar a Scilla y Tropea, pueblos costeros no muy distantes de aquí. Nos sorprende un bello -aunque muy caluroso y húmedo atardecer-,  que contemplamos desde un animadísimo lungomare.

          Tenemos buenas noticias en cuanto al alojamiento, porque por 43€ y en Booking, hemos conseguido un céntrico apartamento completo para nuestro disfrute. Disponemos de cocina americana bien equipada -incluso con cafetera-, una salita de estar y dos aparatos de aire acondicionado. La habitación y el baño se encuentran en la planta de abajo, debiendo descender por una endiablada escalera de caracol. Sin duda, un lugar muy reconfortante para dejar atrás el caos y las penurias, que hemos padecido esta tarde en esta caótica ciudad y que previsiblemente, continuarán durante los próximos calurosos días. 

          El domingo a última hora y desde Lamezia, regresaremos a Valencia, completando un atractivo viaje triangular.

          En cuanto al retorno desde la capital del Turia, a Madrid, las cosas se complican, cada día más. El tren -da igual, los tres operadores- ronda los cien euros, al igual, que el autobús. No nos va a quedar otra, que tirar de Bla Bla Car, donde hay opciones por menos de veinte. Aunque en el pasado no tuvimos mucha suerte con esta plataforma de conductores.

viernes, 25 de julio de 2025

Aix en Provence y adiós al sur de Francia

           Se acabaron las bondades de Flixbus en este viaje. El resto del transporte en Francia se paga a golpe de atraco, a mano armada.

          Dudamos de si ir, a Aix en Provence, pero a pesar del abusivo esfuerzo económico, no nos queda otra, porque lo demás sería malgastar el tiempo, que no nos sobra, ni estamos dispuestos a dilapidar o regalarlo.

          Pero pongamos los datos sobre la mesa: hacer unos 450 kilómetros entre Toulouse y Marsella y con Flixbus nos ha costado menos de 25€ por persona. Ahora, por los poco más de 20 kilómetros a Aix en Provence y por la misma distancia al aeropuerto marsellés, nos piden, respectivamente, siete y diez euros. ¡Porca miseria¡, ahora, que estamos a punto de largarnos, a Italia.

          Aix en Provence es un lugar interesante, aunque nada espectacular y se ve rápido, porque su atractivo casco histórico se pasea en un plis plas, tras visitar la agradable plaza del Ayuntamiento, el Palacio Episcopal y la algo decepcionante catedral.

          En Marsella, son muy típicas las tiendas de lavanda y de jabón del lugar. En Aix, hay que añadir las de magdalenas con forma de platillo volante, rellenas de casi todo lo imaginable, aunque a precios exhorbitados para una mente económicamente sana.

          En fin. Nos encontramos en el día siete del viaje, agotándolo y quedan cinco. La noche la7u6u7 pasamos en el aeropuerto de Marsella de forma muy cómoda y confortable, dado, que no existen controles de ningún tipo y puedes dormir en el suelo, cuantas horas quieras ( los asientos resultan una tortura). 

          Con todos los objetivos cumplidos, decimos adiós a este trepidante periplo por el sur de Francia y nos disponemos a afrontar el reto de unos pocos días por Calabria, unica región italiana, que todavía, no conocemos.

          Cada día, se nos va complicando la vuelta a casa, desde Valencia, porque los trenes y los autobuses no paran de disparar sus precios. ¡Eso nos pasa por perezosos! Estamos valorando, servirnos de Bla Bla Car, aunque la única experiencia en el pasado con esta plataforma fue realmente muy negativa.

          El vuelo de Ryanair, hacia Reggio Calabria sale con media hora de retraso, aunque eso no nos desestabiliza ningún plan. Llegamos a la punta de la bota del país transalpino y para nada, hace más calor -que ya es mucho-, que en el país galo

          Estamos en un pequeño aeropuerto y el bus al centro de la ciudad es frecuente y barato. ¡Pero no todo va a ser tan fácil en la desgobernada y caótica Calabria!

          Nos esperan días intensos y estamos dispuestos a asumir el reto, porque logros mayores en nuestras vidas, ya hemos conseguido muchos.

La inefable Marsella

           Tras la apoteósica madrugada en la rotonda -estación de Montpellier -, llega el temido e inevitable bajón. A las siete de la mañana, tomamos nuestro último Flixbus -a partir de ahora, el transporte nos saldría bastante más caro-, con destino a Marsella. No nos preguntéis, sobre el paisaje, que hay de camino, porque las dos horas y media, nos las roncamos enteras.

          Llegamos a la potente estación de autobuses, que comparte extenso territorio con la de trenes. Ahora, toca bajar la eterna e incómoda escalera, que nos deposita en el meollo de esta ciudad, emblemática en la literatura y el cine, no precisamente, por cosas buenas.

          Nuestra primera sensación es el caos. A pesar de las advertencias, no esperábamos encontrar aquí, una mezcla de ciudad de India, con el estilo de vida y experiencias del Nápoles de hace unas tres décadas.

          Desde el minuto uno, vemos que, la ciudad está llena de grafitis por todas partes, en una mezcla de lo artístico, lo bohemio, lo reivindicativo, lo elegante y a la vez, lo cutre.

          Hay que andarse con cuidado, porque los cruces de tráfico y las aceras no tienen ley conocida. En ellas, circulan patinetes y bicis a toda hostia, aparca quien quiere, montan extensiones de los negocios -incluidos maniquíes -, terrazas y los que les sobran y no lo esconden son los amedrentados peatones .

          Con Marsella, no ha podido ni Booking, dado que hay decenas de alojamientos de los que no hay ni rastro en la plataforma holandesa y que se asemejan  a pensiones madrileñas mal mantenidas de finales de los años ochenta del siglo pasado. Eso si: es de agradecer, que todos estos establecimientos muestren claramente sus precios en recepción, por lo que te ahorras preguntas y molestias.

          En un antro de estos acabamos, pagando cincuenta euros en metálico -ni bizum, ni tarjeta -, con baño compartido, en lo que va a ser a todas luces la peor y más vintage habitación del viaje.

          Marsella es, como es y sobrevive a su turbio pasado de gánsteres y droga, como puede, aunque con bastante esfuerzo y optimismo colectivo.

          El puerto es menos decadente de lo esperado y su transitar por él, se nos hace largo, debido al insoportable calor y a la convulsa y decepcionante zona.

          Marsella no tiene grandes atractivos indiscutibles y apuesta sus bazas al antiguo y oscuro barrio de Le Panier. Debemos reconocer, que se lo han currado, para hacer tan atractivo, lo que fue un núcleo truculento, temible y detestable.

          Las calles y los edificios no son gran cosa, pero se han esmerado en llenarlas de grafitis, plantas o adornos, que les hacen ganar mucho fuste y que resultan muy agradables para el paseo, al ser también y en muchos casos, vías escalonadas. Se nota, fehacientemente, el esforzado deseo de los marselleses de romper con su sospechoso pasado.

          Tras una mañana trepidante y apasionante, el cansancio nos vence y agotamos la tarde a duras penas sobre la descuidada cama del hotel, apenas asistidos por un maltrecho ventilador.

jueves, 24 de julio de 2025

Montpellier

           Llega el lunes y por tanto, nuestro quinto día de viaje. Nuestro hotel está a dos minutos de la Avenida de Varsovia, donde debemos tomar el Flixbus, que nos lleve a Montpellier. Hoy, con sol y claridad, esta calle parece otra cosa, aunque no puede disimular su aspecto tercermundista.

          El bus parte y llega puntual, después de circular a través de un paisaje insulso. Al menos, el aire acondicionado nos protege del sofocante calor exterior.

          Nos dejan en una rotonda con varios andenes, a más de cuatro kilómetros del centro. Hay tranvía hasta allí, pero como siempre, nos decantamos por andar, a través de barrios sórdidos de infumables aceras. Al menos, nos topamos con un supermercado Auchan, con precios interesantes y con numerosas posibilidades de apagar nuestra insaciable sed.

          Montpellier nos sorprende, agradablemente, por su amabilidad hacia el viajero, antagónica, a la hostil Carcassonne. Abundan las calles peatonales, la música callejera, el tránsito tranquilo, las terrazas bien ubicadas -que raro -, ...

          El punto de partida es la enorme, variopinta y animadísima plaza de la Comedia. Todos los lugares de interés están muy bien indicados en carteles, donde además pone los minutos, que se tarda en llegar.

          Y el patrimonio es más de lo previsto: dos arcos de triunfo, una impresionante y original catedral, varias iglesias, un acueducto antiguo, una torre puntiaguda, museos para aburrir...

          Es 14 de julio, fiesta nacional y es, que a nosotros, por suerte y/o por desgracia, siempre nos tocan todos los eventos, vayamos donde vayamos. Pero, no hay problema, porque casi todo está abierto y debido a la amplia movilidad, hasta los supermercados han ampliado sus horarios, hasta casi la madrugada.

          Eso si y debido a la misma causa, los hoteles están a precios inalcanzables por lo que toca otra noche en la calle sin más alternativa viable. Además, no nos merece la pena el desembolso, porque el bus para Marsella sale a las siete de la mañana.

          Entre cervezas y más cervezas volvemos al punto de partida, donde nos dejaron hace horas. Como dije, no hay estación, sino una rotonda y varios andenes, donde cogen y dejan viajeros las compañías de buses de bajo coste, como Flixbus, Bla Bla Car o marcas blancas francesas o portuguesas.

          No sabemos, si este es un modelo premeditado de transporte o no, pero nos encanta porque al evitar los costes de la construcción de una terminal, se eliminan los cargos a las compañías y por ende, a los usuarios, beneficiando a todos.

          Asi, que nosotros, tan satisfechos y enamorados de esta práctica rotonda atípica en un país europeo, por la que fluyen gentes de todo tipo, en un barrio agradable y no tan cutre como otros, que hemos visto y donde por goleada, ganan los habitantes árabes, salpicados por unos pocos subsaharianos. Tiendas y restaurantes de todo tipo, hasta romper la imaginación, abiertos hasta la madrugada, aprovechando el continuo flujo de tránsito humano.

          Estamos cansados, medio borrachos, pero encantados por haber vivido esta fantástica madrugada de impagable crisol 

Carcassonne

           Pues si. Llegamos a Carcassonne con el cielo ennegrecido y cayendo una tromba de agua impresionante. No hay estación. Nos dejan tirados en la truculenta y anegada Avenida de Varsovia, que parece el escenario idóneo de una serie de mucho miedo.

          Tras casi una hora, esperando, a que escampe, debajo de una frágil parada de autobús urbano, nos encaminamos al centro, que no está demasiado lejos. Transitamos por un barrio feo, aunque encontramos un par de iglesias de postín, encajonadas en calles inverosímiles e intransitables, porque sus aceras no miden ni medio metro y hay que parar y refugiarse, cada vez, que viene un vehículo. En medio de tanto incomprensible desastre tercermundista, hallamos varios hoteles a más de cien euros la noche. Llegamos a la plaza Carnot. Se ve, que estamos en fiestas patronales, porque en las calles adyacentes cuelgan un sin fin de banderolas. La lluvia ya ha cesado y un grupo musical ensaya sobre un escenario. Con un poco de suerte, está noche asistiremos a un concierto, que nos alivie la vida, porque ya hemos desestimado definitivamente, encontrar alojamiento.

          Vuelve a pintear a ratos, pero seguimos nuestro camino hacia la increíble ciudad fortificada. Primero atravesamos un barrio deprimente, hasta llegar al largo y difuso puente viejo. Después, llega una calle peatonal plagada de restaurantes y pequeñas terrazas, que funcionan a medio gas. Y tras esto, una larga cuesta y la mitad de la nada que nos acaba llevando hasta una de las murallas más increíbles, que hayamos visto en el mundo.

          Desconocemos la causa, pero se construyó un recinto amurallado doble y con remates muy imaginativos, irregulares y preciosos. Dentro, un patrimonio histórico increíble, compuesto por un castillo espectacular, varias iglesias, la catedral, palacios, calles con encanto y los negocios turísticos de siempre con precios y formas de obrar, que rayan con lo insultante.

          Como ya dije, este lugar es una joya imprescindible, aunque no da para más de un par de horas y eso, si te recreas o entretienes mucho. Pero, bueno. Como es tarde y a punto de anochecer, casi no hay nadie y es de agradecer. Y aún más satisfactorio, cuando regresamos al amanecer.

          Y por medio, pasa la noche. Efectivamente, asistimos a un concierto discreto, no muy de nuestro gusto y a casi un atropello fatal en nuestras carnes, fruto de la imprudencia de un conductor en esas calles imposibles, diabólicas y casi sin aceras.

          Lentamente, entre paseos y sentadas, entre vodka y cervezas, entre conversaciones cruzadas de gente, que vienen y van, llega la madrugada y el amanecer, ya sin nubes y con pletórico sol.

          Hoy, si tendremos hotel y tocará descansar la mayor parte del día al abrigo del potente aire acondicionado. Pero, ¡nuestros 72€ nos cuesta!

          

miércoles, 23 de julio de 2025

Toulouse

           Estamos cansados, aunque finalmente, llegamos a la Plaza del Capitolio, el corazón de Toulouse, tras recorrer la calle que va desde el puente de San Pedro y que no es peatonal, a pesar de su empedrado y de sus tiendas y restaurantes.

          Tras el intento fraudulento de una reserva de habitación con Airbnb -primera -y última en nuestras vidas-, la deleznable, pero segura Booking viene en nuestro rescate. Por 44€ logramos una alcoba en un piso turístico compartido, que se encuentra a cinco kilómetros del centro. Llegar hasta allí resulta bastante atropellado y molesto. El lugar es regulera, pero agradecemos esa nueva moda imperante de dotar a las habitaciones con cafetera (a veces de cápsulas).

          La enladrillada Toulouse nos recuerda en cierta medida a la rojiza Bolonia, aunque no en todo. Esperábamos algo más de este lugar, que se vertebra en torno a la nada espectacular plaza del Capitolio y en las agradables riberas del río Garona. El antiguo hospicio, diferentes iglesias y sus entretenidas calles históricas y comerciales, se convierten en el mayor atractivo para el curioso visitante.

          La zona del alojamiento resulta muy residencial, pero a escasos diez minutos andando se encuentra un Aldi, rodeado de numerosos negocios típicos -kebabs, peluquerías hipster y demás -, regentados por árabes. Todo muy animado.

          Como cuando estuvimos en Burdeos hace poco más de un año, nos damos cuenta, de que los precios de muchas cosas, son más baratos, que en España (no así, el vino y la cerveza). Por ejemplo: el tabulé patrio del Lidl de 400 gramos, que cuesta 2,45€, aquí es de medio kilo y sale por 1,39.

          Afortunadamente, el sábado y tercer día de viaje amanece nublado y con cierto frescor. Rematamos la visita a la ciudad con más ánimo y a media tarde, junto a la estación de trenes y al famoso canal navegable Midi, tomamos un baratísimo bus , a Carcassonne.

          Sin Ryanair -como siempre - y sin Flixbus, este viaje -como tantos otros-, no hubiera sido posible. Coger autobuses regulares en Francia o trenes, es el atraco del siglo. Baste decir, que en Marsella, para cubrir poco más de veinte kilómetros hasta el aeropuerto te soplan 10€.

          Finalmente, el bus, que es subcontratado con otra compañía, resulta cómodo, aunque no funciona, ni el wifi, ni el baño. Tras hora y media, llegamos al destino, mientras somos testigos del diluvio universal. Debemos protegernos bajo una parada de autobús urbano, casi una hora, antes de llegar a la plaza principal -se celebra el Carcafest y a mi pareja le digo con sorna, que ya era hora, de que encontrara su festival - y de acceder a la bellísima, pero efímera -es una joya, pero la visita no dura más de dos horas, alargandola- ciudad antigua y fortificada.

          Hoy, con ligero fresco y sin haber traído jersey, toca pasar la noche al raso y sin alojamiento, cuyo precio es de los más elevados en el país galo. ¡Ya veremos, como nos pinta, aunque todo termina pasando y normalmente, con menos padecimiento del esperado!.       

No nos gusta la Alta Velocidad: camino de Toulouse

           Nos encanta surcar los cielos de todo el mundo -aunque sea con inesperadas y abruptas turbulencias- y ya llevamos 295 vuelos sobre nuestras espaldas. Pero no nos ocurre lo mismo con la Alta Velocidad ferroviaria, la cual detestamos. Asientos incómodos -se supone, que son para poco tiempo -; paisajes, que pasan demasiado deprisa -cuando los hay, que es casi nunca, porque no dejas de ver alambradas, muros, pasos elevados y poco más -; ruidos constantes y molestos -sobre todo, al cruzar los interminables túneles - y constantes mensajes por megafonía, pidiendo el mismo silencio y compostura, que ellos no respetan.

          Nuestro viaje a Madrid, debería haber durado cincuenta y cinco minutos, pero por problemas operativos -nunca los detallan-, se va a una hora y veintetres, lo que supone un retraso del 50%. Luego y con asfixiante e insoportable calor, llegamos a Chamartín, que está a tomar por el culo de todo. Para que queremos High Speed, si nos toca hacer una pausa de cuatro horas, hasta tomar el tren veloz a Valencia, que llega con cuarto de hora de retraso.

          De verdad, nosotros somos más del "chucu chucu" de toda la vida, de esos convoyes con olor a tortilla y pimientos, de los descamisados e inmigrantes -y no de los ejecutivos- y de llegar a Príncipe Pío, que está en el centro. No nos gusta , ni estar media hora antes en el andén, ni que nos controlen o fisguen el equipaje, como en los aeropuertos.

          En fin. Que vamos , a lo que vamos. Llegamos a Valencia a las once y media de la noche con una humedad, que nos revienta y aturde. El metro al aeropuerto tiene un precio abusivo, pero da igual, porque a estas horas está echando el cierre (no parece normal) 

          Pues nada: ponemos el GPS, nos aprovisionamos de cervezas y ponemos rumbo, a Manises, que se ubica a unos doce kilómetros, por un camino anodino, plagado de barrios residenciales, aunque sin demasiadas dificultades de tránsito, salvo un tramo de carretera sin aceras.

          Sobre las tres de la madrugada llegamos al aeropuerto. En una de las entradas nos controlan la tarjeta de embarque. Nos damos al vodka, para dormir mejor y así lo hacemos sobre el suelo durante tres horas, sin ser molestados, levantándonos aturdidos y desconcertados.

          El embarque es sencillo y rápido, aunque tenemos, que sacar los botes con los líquidos y enseñarlos, porque carecen de la tecnología de Barajas. Ryanair nos ha sentado casi juntos, en un vuelo repleto, pero tranquilo, que nos deposita en Toulouse, sobre las diez y media de la mañana.

          Estamos a unos diez kilómetros del centro y en teoría, existe un tranvía, que te lleva hasta allí por 1,50€. Pero, en turismo nos informan, de que no, que se encuentra en obras, aunque diríamos y tras la exploración sobre el terreno, parece abandonado. La alternativa es un autobús, que sale por 9€. Calor infernal, sol delirante y otra vez, que toca andar. Trayecto tan sencillo, como anodino, aunque con bastante sombra.