Todas las fotos de este post son, de Delhi (India)
Venir a India en abril, mayo y junio es
una locura, solo digna de dos chiflados, como nosotros. Eramos conscientes, antes de partir, pero desde el cómodo
sofá de casa y a 20 grados, es muy fácil tomar decisiones, que
luego pueden pesar. Bien es verdad, que nuestra intención inicial
era arribar a primeros de febrero y diversos acontecimientos, fueron
retrasando el periplo.
El sur resultó caluroso -aunque
soportable- y muy húmedo, dado que bordeamos las dos costas. Ya
allí, sudamos por partes de nuestro ccuerpo, por donde no lo
habíamos hecho nunca: pecho -en plan Camacho-, brazos o piernas (no
sabíamos que por ambas extremidades se sudara). En Mumbai, es
posible, que padeciéramos el 100% de humedad, en un ambiente
horrible y muy agobiante. Pero, lo de la última semana es
indescriptible, atravesando una ola de calor, jamás vista por
nosotros y superando con creces los 45 grados, en Gwalior, Fatehpur
Sikri, Agra y la capital, Delhi.
Especialmente, en este último lugar
-tan fresco en otras épocas del año-, la situación se acercó a
límites de riesgo para nuestra salud. Con los cientos de
alojamientos, que hay en Paharganj -la zona de los guiris-, no se nos
ocurrió otra cosa, que hospedarnos en una habitación -zulo-, sin
ventana al exterior, confiados en la eficacia del cacharro/cooler de
agua y aire -antepasado indio del aire acondicionado-, que parece que
da fresco cuando ves la habitación, pero luego, simplemente, remueve
el aire caliente.
La noche fue toledana. Ni mojando la
cama, ni duchándonos más de diez veces y tirándonos en nuestro
lecho, sin secarnos, conseguimos pegar ojo. El día siguiente,
rondando los 50 grados, se presentaba amenazador -y lo fue-, dado que
no teníamos hotel donde refugiarnos, puesto que por la noche
cogeríamos un “sleeper”, a Amritsar. Por no cansaros, no cuento
más detalles, que uno: ni siquiera en la sala de reservas de los
trenes, dotada con aire acondicionado, era posible escapar de las
siniestras altas temperaturas.
Y ahora, vamos con la anécdota
prometida en el post anterior: en la zona de la mezquita y como no
encontrábamos un bar, acabamos dando -gracias a la colaboración de
los lugareños- con una tienda de cervezas y alcohol. Tratamos de ser
discretos y buscamos un sitio donde beberla. Hallamos un callejón
estrecho y lleno de basura y escombros. Unos educados jóvenes nos
dicen: “dirty place”, a los que contestamos, “as all India”.
No pasa nadie. Pero, de repente,
aparece un chico, que va convocando a otros más y nos convertimos
-como tantas otras veces, aquí- en el centro de atención. Ninguno
supera los 25 años. Ambiente expectante, hasta que llega el que
habla inglés y nos advierte, de que en India es algo incorrecto y
que no va con su”life style”, beber cerveza en público,
amenazando con llamar a la policía.

Pero, a pesar de estas adversidades,
estamos contentos. Tras 31 días, hemos llegado al fresco Himalaya.
Intactos y sin que nos hayan partido la cara, como en el anterior
viaje. Pero antes de eso, estuvimos en Amritsar, que da para un
agradable post. Ateos y agnósticos somos, pero de momento, con la
religión que mejor nos entenderíamos, sería la sij.