El día ocho de enero de este año, comenzaron los vuelos de Ryanair entre Dakhla y Madrid y entre ese mismo destino saharahui ocupado militarmente por Marruecos y la isla de Lanzarote. Antes de Reyes y con origen el quince de enero, ya habíamos adquirido los billetes -todos a 15 €- para completar este triángulo, durante nueve días
Buscábamos el calor y el sol, el desierto, las dunas, las playas, la manga corta en enero...y a buena fe, que lo terminamos encontrando, hasta dorarnos y quemarnos la piel, a conciencia.
Se trataba de cambiar los siete grados bajo cero de Valladolid, por los veintidós del Sáhara o de la isla canaria, por lo que había, que hacer un collage de equipaje, en dos bultos de mano, que combinara el invierno más cruel con el cálido verano. No resultó muy difícil, porque tenemos experiencia en cosas mucho más difíciles y además, debiamos, sí o sí, llevar ropas de abrigo, porque debido a los altísimos precios del alojamiento, en Lanzarote vislumbrabamos, que nos iba a tocar pasar cuatro noches en el aeropuerto de esta isla, donde el viento intenso no suele parar quieto mucho tiempo.
La noche anterior al vuelo tomamos alojamiento en Barajas. Antes dormíamos en la T1, en estos casos, pero están desmantelando de mala manera las sillas y este invierno hace más frío, por lo que nos trasladamos a la T4. En ambas terminales te levantan del suelo a las cinco en punto de la mañana, seas mendigo -la mayoría- o viajero.
Al enfilar la cola de embarque nos sorprendió, que el vuelo iba bastante lleno, sobre todo de turistas, más que de marroquíes o saharahuis. Parece ser, que el país alauita está tratando por todos los medios de convertir este destino ocupado en el Benidorm de la nación. ¡Anda, que no les queda!, como comprobaremos en los siguientes post.
Las más de tres horas de vuelo fueron tranquilas y a la llegada nos recibió una temperatura de veintiún grados. Pasamos demasiado tiempo en la cola de sellar los pasaportes. Los funcionarios no están acostumbrados a que fluya tanta gente, gracias a las nuevas rutas aéreas, que dan vida a esta casi inactiva terminal.
El aeropuerto de Dakhla está en pleno centro de la ciudad y hasta el núcleo principal de esta se tarda unos cuarenta minutos, caminando. Eso sí: id por la acera de enfrente porque la otra está hecha un asco, como Dakhla, en general.
Estaba casi anocheciendo -es un lujo, porque en enero, lo hace a más de las ocho de la tarde- y es el mejor momento para tomarle el pulso a Dakhla. De día y con el calor, casi todo permanece cerrado o a medio gas y al caer el sol la vida explota. Se monta un enorme mercadillo de cosas de segunda mano, abren los restaurantes de comidas y snacks -así llaman a la fritanga-, los puestos de helados de máquina, los de bocadillos de sardinas fritas y rebozadas, que se acompañan de berenjenas, pimientos verdes y patatas fritas...
En esta zona cero encontramos un buen alojamiento económico. Habitación muy luminosa, grande, con baño espacioso, televisión con solo canales árabes y un buen wifi.
Sobre las media noche todo se apaga, por lo que conciliar el sueño no es ningún problema. A la mañana siguiente, un potente viento huracanado de más de cien kilómetros por horas, gobernado por un sol esplendoroso, dió inicio a nuestras actividades en esta península militarizada.
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