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martes, 28 de enero de 2025

De la comida regalada a nuestro retorno a casa, pendientes de Junts

           El final del viaje por Dakhla y Lanzarote fue algo menos monótono, que de costumbre, aunque nunca nos confiamos demasiado, cuando parece, que todo ya está hecho, porque la experiencia nos demuestra lo contrario.

          Después de nuestro agradable paseo hasta Puerto del Carmen y retorno, llegamos al aeropuerto para pasar la última noche y apurar las rutinas de los últimos días, básicamente, consistentes, en conseguir algo de comida y cargar los dispositivos (pocos enchufes, pero siempre vacíos, porque este es un aeródromo de destino y partida y no de conexión con otros).

          Inesperadamente, nos aborda una señora, al frente de una familia de otros nueve miembros más. Nos dice, que les da pena tirar toda la comida, que tienen y que si la queremos. De repente, nos vemos con una enorme bolsa, que no podemos casi sostener. Dos fiambreras con arroz seis o siete delicias -cenaremos plato de autor-, latas de sardinas, mejillones, atún, una malla entera de naranjas, yogures, zumos, bebida de arroz y coco, dos barras de pan...

          Lo curioso es, que la gente no sabe, que la mayoría de esos alimentos se pueden pasar en el equipaje de mano -no queso o embutidos -, como de hecho hicimos nosotros al día siguiente.

          De los dejadores de comida de las terminales, encontramos tres perfiles distintos: los que la tiran a la papelera -pocos-, los que la dejan visible y accesible -la mayoría y con remordimiento - y los que te entran tímidos -no fue el caso, pero si en otros-, por si la quieres.

          A la mañana siguiente el vuelo de vuelta fue tranquilo y puntual, pero al abrir el periódico nos pusimos de los nervios. Junts, iba a tumbar el decreto del transporte gratuito -y de las subidas de las pensiones - y nosotros no teníamos sacado el billete de vuelta, a Valladolid.

          Quisimos darnos prisa, por si inhabilitaban el sistema y paramos en Atocha (solemos sacar los boletos en la máquina automática de Príncipe Pío).

          Y toda una sorpresa: ¡han humanizado el dispositivo, aunque con soberana torpeza! En vez de un menú de opciones, nos sale en la pantalla una chica fea, gorda y con gafas, que va a gestionar nuestros billetes. Tras diez minutos y debido a su incapacidad tuvimos, que abandonar está opción, aún más nerviosos.

          Luego sabríamos, que el decreto decaía el día siguiente y conservaba los derechos de los abonos vigentes, tanto de Media Distancia, como de Cercanías.

           Nos aliviamos, gracias a un yogurt de casi medio litro de Alpro para cada uno y dos desodorantes de Axel, gentileza de nuestra querida Samplia.

          Aquí acaban nuestras vivencias por Dakhla y Lanzarote. Probablemente y en febrero, nuestros destinos sean Azores y Madeira, hacia el calor y dejemos los interair europeos para el segundo trimestre del año.

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