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viernes, 24 de mayo de 2024

Nunca debimos volver a Ubud

           Si segundas partes nunca fueron buenas, no digamos, las terceras. Nunca debimos volver, a Ubud. De hecho, no entraba en nuestros planes, pero al acortar nuestro circuito por Flores, nos sobraban días. El templo del lago -el principal y el más visitado, aunque no el más bello- estaba en nuestros recuerdos y en las fotos de los dos viajes anteriores a esta ciudad y al que habíamos acudido docenas de veces en el pasado. Al bajar del bus de Padangbai, le dije a mi pareja: "algún día cobrarán por entrar a ese templo, a no tardar mucho". Más bien, a no tardar nada, porque ya han puesto férrea billeteria junto al Starbucks.

          Lo único barato en Ubud ya solo son los hoteles, porque hay tantos, que no pueden subir los precios. Pero, en general y en cuanto a los económicos, son algo más rústicos, que en el resto de la isla, aunque suelen compensar con sabrosos desayunos.

          Cada vez eso sí, nos da más la sensación, en cada ocasión, que volvemos a Ubud es, que con más descaro y sin disimulo, tratan de estafarte con todo, siendo la inflación galopante. Definitivamente - ya había pocos en 2018-, han desaparecido los bemos y por tanto, no hay forma de moverse en transporte público, por Bali. Solo te quedan los shutles -diez veces más caros el kilómetro, que en Sumbawa o Lombock - o los carísimos taxis (un recorrido de 30 kilómetros equivale a cuatro noches de hotel para dos personas).

          Los fantásticos templos de la ciudad, que antes visitabas entre sonrisas y en pantalón corto, ahora, o los cierran o ponen carteles en los que dicen que solo se puede entrar para rezar -ni puto caso - y en los que están abiertos, tratan de echarte, pesadisimas señoras, por no llevar el sharong (a la mierda, todas ellas). Los templos de la ciudad no los cobran porque no va nadie, en los de las afueras y pagando una carísima excursión no hay problema.

          Algo, si ha mejorado, desde hace un lustro. Han construido un mercado nuevo y moderno y peatonalizado los alrededores, pero obras, sin educación, no sirven para nada, porque siguen campando a sus anchas y aparcando en cualquier parte con las malditas motos. 

          En Ubud me caí y me arañe un brazo. La última vez, había sido en Guadalajara, México, hace más de dos años.

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