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martes, 8 de agosto de 2023

Inesperado fin de semana alucinante ( parte I)

           En nuestra andadura viajera -que se va acercando, peligrosamente, a las cuatro décadas -, nos hemos movido de casi todas las formas posibles: lento, rápido, planificado al milímetro, con un billete de ida y sin más... Pero hasta ahora, el nexo  común de estos periplos era, que cada día había, que visitar o hacer algo, sin excusas ( tuvimos suerte, porque nunca caímos enfermos). Pero, viajar todos los fines de semana -ademas de puentes y vacaciones -, termina agotando, hasta a los más activos.

          Así, que el último finde julio, nos dijimos "vámonos a Santander, pero a no hacer nada y a no morir de remordimientos". ¡Vaya! Sí sabíamos de sobra, que transcurrían las fiestas patronales y que no nos aburririamos. Pero, nada más.

          Pues bien. A lo tonto, resultó ser uno de los fines de semana más animados e imprevisibles, desde hacía mucho tiempo.

          Viernes 28: Como siempre, bajamos caminando hasta la estación de trenes, pero, ¡oh, sorpresa!, el convoy tenía un vagón menos de los previstos (dos de tres). No nos había ocurrido algo similar en nuestras vidas y eso, que nos dirigimos hacia la inevitable vejez 

           Nosotros teníamos plaza en el coche inexistente, pero como tenemos tablas, conseguimos dos asientos juntos en el segundo, prometiéndonos, que no nos moveríamos de allí, pasara, lo que pasara. El tren partió puntual, yo creo, para que no subiera más gente, porque más de treinta personas iban de pie, algunas, con más cabreo, que otras. Hay, que decir, que salvo caracteres muy explosivos, la mayoría de los viajeros optaron más por la resignación, que por el escándalo o el motín.

          Aunque había un segurata, pululando -amable, pero a la defensiva, como era lógico, todos pensamos, que ni de coña, aparecería el revisor (algo muy frecuente en estos tiempos, en los trenes baratos o gratis). Pero, si. Llegó una señora de mediana edad y con eterna paciencia y profesionalidad, nos fue atendiendo a uno por uno, con un mantra muy razonable: " Yo no tengo capacidad moral, para levantar a alguien de un asiento, aunque no sea el suyo, si es portador de un billete válido".

          Pero, en Palencia, surgió algo inesperado. Subieron seis o siete jóvenes algo gamberretes, que parecía, que la iban a liar parda por el control de sus butacas, pero los protocolos aprendidos y la experiencia de la interventora consiguieron, aplacarlos. Hasta, que llegamos a Torrelavega, donde hay, que bajar del tren y subir a un bus por las obras, poco más pasó, porque el regional exprés se fue vaciando en las siguientes paradas y todos los erguidos se acomodaron.

          Pero, luego, nos divertimos un buen rato. Los palentinos llevaban marihuana e alcohol para dinamitar esa misma noche, Santander entero. Uno de ellos, impaciente, trató de fumarse un porro en el servicio de la estación, pero como el bus se iba, se acabó quemando los morros y la mano, según sus propias quejas.

          Parecían buenos amigos, pero se pasaron todo el trayecto de autobús, discutiendo. Primero, porque ni sabían donde bajarse. Después, porque unos tenían, que dejar las mochilas en un domicilio y otros cargar con ellas sin destino cierto. Después, porque iban a tomar un coche de alquiler, que no habían contratado todavía y unos querían fumar la droga dentro y el más sensato, que iba a conducirlo, trataba de impedirlo. Los comentarios sobre las chicas eran, realmente, soeces y groseros. Y, como ocurre hoy, nunca tienen alternativas, a lo que les dice el móvil.

          Finalmente, pidieron bajarse en mitad de la nada y casi se olvidan dela cosecha de bolsas alcohólicas. No supimos más de ellos. Pudieron acabar estampados contra un muro, cometiendo una violación múltiple o simplemente, pasando la mejor noche de sus cortas vidas .

          ¡El Sabina de hace treinta años, habría sabido escribir una canción de esto!

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