Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 17 de marzo de 2013

Entre hutongs y bichos fritos

                   Todas las fotos de este post son de Beijing, salvo esta, de la cercana Gran Muralla China
          Cuando uno viaja por China -también sucede en India-, se siente especialmente minúsculo, dado que todo se halla superdimensionado, empezando por las ciudades. No es infrecuente, pasar de una de cuatro o cinco millones de habitantes, a otra de siete o de diez. Mas, si hay dos cosas realmente enormes en el país amarillo, esas son la plaza de Tian'anmen y la estación central de trenes, ambas en Beijing.


          La primera, se tarda en cruzar casi media hora, yendo a buen paso. Nuestros primeros recuerdos de ella no fueron muy buenos, dado que tuvimos que atravesarla, solo protegidos por un pequeño paraguas, mientras caía un tremendo chaparrón. Íbamos, además, con las mochilas a cuestas y se empapó toda la ropa. La segunda -ubicada en un bello edificio-, es como una impresionante ciudad, por la que no resulta difícil perderse o quedar atrapado entre las masas, algo frecuente en China. Si se va a tomar un tren, conviene llegar allí, con varias horas de antelación, para evitar contratiempos.


          Si algo nos entusiasmó de Beijing, fueron los hutongs. Si algo nos decepcionó, sobremanera, fue la afamada Ciudad Prohibida.


          Los hutongs son curiosos y entrañables, sobre todo para verlos y no para vivir en ellos. Por eso no es extraño el enfrentamiento, entre las organizaciones defensoras del patrimonio, que los pretenden preservar y sus propios moradores, partidarios de los derribos y de que el estado les de la posibilidad, de vivir en una zona residencial, a las afueras de Beijing. Mucho se habló en su momento, de que la China olímpica de 2.008 se los iba a llevar por delante. Desconozco en que proporción ha podido ocurrir esto, pero desde luego, siguen quedando bastantes. En el año 2000, había más de 4.500 de estas pintorescas callejuelas, que recorrían el viejo Beijing, alrededor de la Ciudad Prohibida.



Para esta última, bastan apenas tres horas para recorrerla y quedar con una sensación extraña. Y es que las edificaciones son muy similares entre sí y no dan la sensación de rebosar historia. Han podido ser construidos hace 300 años, como hace dos meses. Además, no se puede ver nada por dentro, salvo fotografiar tronos desde algunas puertas y en las pocas ocasiones que si es posible, son lugares diáfanos o de escaso interés. Y para los pabellones del Tesoro o de los Relojes, hay que pagar a mayores. ¡La ambición del gobierno no tiene límites, aunque sean solo 10 yuanes por visitante. Ya está bien de exprimir el limón!.


          Desde la Cima de las Vistas -no se comieron mucho la cabeza para ponerle un nombre-, se disfrutan extraordinarias panorámicas de toda la Ciudad Prohibida, además de accederse a las torres del Reloj y la Campana.

          Algunos chinos se hacen fotos en la plaza de Tian’anmen, realizando gestos muy raros para nosotros, aunque está claro, que tienen un significado para ellos. Esta plaza no sería la misma, si no hubieran ocurrido los acontecimientos de 1.989, que acabaron con los tanques en mitad de ella.


          Para entrar en este mítico lugar, que está lleno de militares y de policía, es necesario pasar los bultos por un escáner. El centro es una enorme explanada, mayoritariamente diáfana. Desde allí, se ven los feos edificios laterales –monumento a los Héroes del Pueblo, gran palacio del Pueblo y Museo de Historia de China-, además del horrible Mausoleo de Mao y la bonita antigua estación de tren. Debe tener el tráfico parcialmente restringido y la tranquilidad es inmensa. Sorprendentemente, Beijing nos parece la ciudad más habitable de China. Desde luego, mucho más que Shanghai y eso que son de tamaño similar.

         La calle comercial y peatonal por excelencia es, Wangfujing. Es muy ancha y está llena de tiendas y de restaurantes de comida rápida. Resulta muy agradable para deambular sin prisa. De camino, se puede ver la catedral. Después, es posible entrar por Gourmet street, que es una galería subterránea, donde todos son establecimientos de comidas. Hay desde un restaurante de calduverios a gogó, hasta tapas y alta cocina china. Resulta bastante barato. Nos encaprichamos de unas gambas a seis yuanes, que tienen una pinta tremenda, pero cuando ya las hemos pedido, nos dicen que para pagar, tenemos que adquirir una tarjeta, con un mínimo de 30 yuanes y dejar ocho, de maldito depósito. ¡Pues ahí se quedaron las gambitas!.


          Casi enfrente, pero al otro lado de la calle, sale la del mercado nocturno –abierto de cinco a diez-, que agrupa otras dos, que se cruzan. Son estrechas, están muy animadas y plagadas de puestos de ropa y cosas variadas –caricaturas en plastilina, unas gomas muy curiosas para el pelo, con bastantes horquillas incorporadas, chinadas en general…- y comida.


          Más arriba se ubia otra avenida, que cruza la calle peatonal perpendicularmente, donde solo hay puestos de comida, montados en una hilera: junto a los típicos pinchos de carne, platos de tallarines, pollo –supuestamente-, higaditos, la piña con arroz y las frutitas deshidratadas, conviven los escorpiones, ciempiés, saltamontes, estrellas y caballitos de mar, carne de serpiente, de ciervo o de avestruz…. Fritos o más bien, ¡achikcharrados!. Los vendedores son muy simpáticos, te incitan a degustar sus viandas y te permiten tomar fotos, incluso de corta distancia.


          Habíamos ido con intenciones de probar algún bicho, pero estos son mucho más grandes que los que veíamos en Tailandia y se ven mucho más sus formas y detalles, así que finalmente, no nos atrevimos. Los pocos guiris que pululan por la zona, tampoco. En algunos puestos tienen el escorpión vivo y te lo hacen en directo y al instante, una vez que lo eliges. Como en toda China, sobran empleados. ¡Hay hasta seis personas por puesto, cuando las ventas son solo moderadas!.


          En radical contrapunto, el siguiente paso puede ser ir a la calle Quianmen, que si de día es bonita, al anochecer es maravillosa. Se hace recomendable entrar en el restaurante del pato. ¡Es muy chulo, coqueto y huele de miedo!. No sabemos lo que valdrá comer, pero seguro, que supera nuestro presupuesto.


          Si aún quedan ganas, se puede visitar el alejado templo del Cielo. Y por supuesto, en autobús, la Muralla China. Lo más fácil es hacerlo en Badaling. Los más osados se pueden acercar, a Simatai.

          En la maravillosa Beijing, supone un pequeño suplicio ir a comprar a esos pequeños supermercados chinos. No hay casi clientes y en cuanto entras, te empiezan a perseguir, uno, dos o hasta tres empleados, haciéndote sugerencias sobre lo que puedes comprar y vigilándote. Por si fuera poco, suelen tener instalada alguna cámara, pero luego no disponen de aparato alguno para leer los precios, por lo que hacen una suma mental y te ponen el importe final, en la pantalla de la calculadora. Tienes que hacer un acto de fe y creer que no te han engañado o sumar tú también mentalmente, de manera aproximada y que la cuenta no se te salga de madre.

domingo, 10 de marzo de 2013

Hay otro Bangkok, además de Khaosan

Todas las fotos de este post son, de Bangkok, menos la última, que pertenece al mercado flotante, de  Damnoen Saduak 
          Centenares de turistas paseando en pantalón corto o con ropajes alternativos, puestos callejeros de noodles fritos con marisco o carne -regentados por sonrientes chicas-, stands de insectos achicharrados en la plancha -últimamente, ya cobran por hacerles fotos y no solo por comerlos-, tiendas de ropa de todo tipo, Seven Eleven ofreciendo sus productos las 24 horas -aunque desde las doce de la noche y hasta las once de la mañana y de catorce a diecisiete, tienen prohibido vender bebidas alcohólicas-, decenas de casas de cambio, agencias con pretensiones y no siempre de demostrada solvencia, que te gestionan el visado parta Myanmar o la India, falsificadores del carné internacional de estudiante o de títulos de cursos de submarinismo, bares musicales con terraza y chicas ligeritas de ropa y dispuestas a todo, miles de bombillas de colores, escaparates con guías de segunda -tercera o cuarta- mano de casi todos los países del mundo, innumerables hoteles de categoría -fundamentalmente- económica...


          Todo eso y mucho más -aunque casi siempre en la misma línea-, es Khaosan, la burbuja turística de la maravillosa Bangkok, área de la que muchos viajeros no salen, durante todo su estancia en la ciudad. ¡Ellos se lo pierden!.

          Fuera de esta artificial, aunque no desagradable zona y ajenas a tanto movimiento, las chicas salen del colegio con sus inmaculados uniformes de falda corta y almuerzan en el Mcdonalds o en los numerosos puestos callejeros de salchichas a la plancha, albondiguillas, pinchos de cerdo, de pollo o de otras carnes más inidentificables y sospechosas. Y es, que tal vez sea Bangkok, la capital del mundo, que cuenta con más garitos callejeros -de fuste y pretensiones diversos- del mundo, lo que le da un ambiente excepcional. Aparentemente improvisados, se pueden levantar en escasos minutos, de manera muy mecánica. A veces, durante una parte del día -colocados donde horas antes había un mercado-, mientras otras, de forma permanente Los lugareños los adoran. Para los occidentales, lo que tienen en común es, que visualmente, es imposible identificar el contenido de los guisos, que presentan en sus enormes y brillantes perolas. Solo unos pocos y osados extranjeros, se atreven con ellos.




          Aunque -desgraciadamente para los viajeros y afortunadamente para ellos-, cada vez son menos los tuk tuks, que circulan y más los taxis -a veces, rosas-, el tráfico es ingobernable, sobre todo en la calle principal, Ratzhadamnoen Klang. La vibrante actividad urbana contrasta con la quietud de los tranquilos templos budistas, de tal simplicidad e ingenuidad, que parecen diseñados por niños. Para entrar en los edificios religiosos, hay que descalzarse. Pero, salvo guardar el habitual y requerido respeto, casi todo lo demás está permitido allí. Incluso, sentarse junto a los monjes, mientras rezan o cantan o tomar una cerveza en el exterior, sentado en la escalera. Sería larga labor detallar todos los que merecen la pena en la ciudad, pero los podéis encontrar en todas las guías.




          En cualquier caso, guardad tres o cuatro días para visitar la ciudad, algo más, si también queréis acercaros al cercano mercado flotante, de Damnoen Saduak. Porque también. tendréis que acudir al Palacio Real -de bellos y apelotonados edificios, que parecen de juguete- a la vibrante Chinatown, además de a los animados mercados. El más importante y famoso es el de Chatuchak, que se celebra los fines de semana. De las dimensiones, que tiene, parece eterno y en él, se puede encontrar de todo lo imaginable, aunque no a los precios esperados.




          Aunque es más modesto, nosotros nos sentimos más cómodos en el que montan todas las tardes, junto a los canales, no muy lejos de Khaosan. Hace unos años era algo cutre y se encontraban en él, auténticas reliquias del mal gusto o de la cutrez. Hoy en día, aunque no han desaparecido del todo, son residuales.



          Cruzando el Chao Phraya -después de haber dejado atrás numerosos y ololrosos tenderetes de pescados y mariscos disecados-, en viejas y temblorosas barcazas, sorteando los omnipresentes y enormes hojas, parecidas a nenúfares, se llega a otros interesantes templos o mercados, que no deben dejar de ser visitados. Y por supuesto, como en el otro lado y por todas partes, los omnipresentes budas -generalmente- dorados. Desde los modelos más utilitarios, a los de varios metros de altura (en posiciones y con gesto diferente). Hay bastantes talleres, donde los hacen y tiendas, que los exponen en plena calle. No resultan difíciles de encontrar.


          A Tailandia, se le conoce como el país de la eterna sonrisa. Y el dicho no exagera, ni un ápice. Ya lo constatas, desde que ingresas por el aeropuerto internacional: todo son atenciones y gestos amables. La primera palabra, que aprenderás en tailandés es, “japunja” (gracias), para poner de manifiesto el sincero agradecimiento. Son tan generosos en tratar de complacerte, que a veces, te dan una información errónea, antes de decirte, que no pueden ayudarte, sobre lo que has requerido.

          De las cinco veces, que hemos visitado Bangkok, la más emotiva fue la primera. No solo por la deslumbrante novedad, sino porque el día 30 de junio, de 2.008 y de madrugada, rodeados de alemanes, que se fueron apagando con el transcurso del partido, asistimos a la conquista de una Euro. El agradable bar, donde vimos el memorable encuentro de fútbol y, tres años después, lo habían derribado. ¿Sería de propiedad teutona y no podrían con los malos recuerdos?. ¡Nunca lo sabremos!.

martes, 5 de marzo de 2013

Magia medieval

                                Todas las fotos de este post son de Fez (Marruecos)
          Sin lugar a dudas y en nuestra opinión -y en contra de la general, que opta por Marrakech-, Fez es la ciudad más interesante de Marruecos. Y podemos hablar con conocimiento de causa, dado que después de siete viajes, conocemos casi todo el país alauita.

          Nuestra última y quinta visita a Fez, fue hace más o menos un año. Íbamos camino de Rabat, para obtener la visa de Mauritania. Era un día, en que se jugaba un Zambia-Costa De Marfil, final de la penúltima Copa de África. Se notaba, que estábamos en febrero y al haber muy pocos turistas, tocábamos a muchos más comisionistas y pelmas, que de costumbre, aunque ya hace tiempo, que aprendimos a desactivarlos por completo. Además, muchos de los comerciantes de Talaa Kebira y de Talaa Seguira, ya nos conocen de otras veces y saben, que somos de pocas compras y de mucho regateo.

          La anterior comparecencia resultó aún más emocionante. Fue en julio de 2.010, el día después de ganar la final del Mundial de Sudáfrica. Ataviados con la camiseta de España, vivimos un baño de masas y recibimos centenares de felicitaciones. No había un solo marroquí, que fuera con nuestro rival, Holanda.

          Pero, nuestros recuerdos más emotivos, sin duda, proceden de nuestra primera irrupción en la ciudad, ya hace casi ocho años. Asistimos a emociones extremas: por un lado y muy agradables, las que proceden de un lugar, que respira mediavalidad -permitidme el palabro- por todas partes. En cada calle, te empapas de Edad Media por todas partes, debido a los numerosos negocios y talleres artesanos, que aún se sirven de técnicas de esa época, para elaborar o comerciar sus productos. Desde el escultor, que esculpe lápidas a mano, con cincel, al hombre que teje con un rústico, pero bello telar. ¡Que decir del colorido y el ambiente de los zocos, que recuerda a otros tiempos!. Y toda la actividad se desarrolla, mientras las mulas suben y bajan por la estrecha calle principal, transportando cosas diversas -incluso, cajas de Coca Cola- y al grito de “bale”, por parte del mulero, que significa, que si no te quitas de en medio, será peor para ti.

          Pero, por otro, también sufrimos bastante. Y es, que aunque ya no era tan fuerte como en los años noventa, el acoso de los buscavidas resultaba bastante intenso. Y más, si se dan cuenta -que se la dan-, de que es la primera vez, que viajas a Marruecos. Niños, queriéndote
llevar a un hotel o restaurante, comisionistas o propietarios de las tiendas -de muy mal carácter y tretas muy astutas-, guías y falsos guías, radicales religiosos -era Ramadán-, ociosos buscavidas de oscuras intenciones...

          Mas, tranquilos. Hoy la cosa ha mejorado mucho y los incidentes son más escasos. Las autoridades tomaron conciencia a tiempo y se dieron cuenta, de que tenían un gran problema. Hoy en día, un niño que sea pillado haciendo de guía, puede acabar en la cárcel.

          Los conflictos más habituales surgen, si osas acercarte por libre por la zona de los tintoreros, quizás, el área más emblemática de la ciudad. Ya, cuando te acercas por las calles adyacentes y empiezas a oler ese nauseabundo hedor de las pieles tratadas, intuyes, que el momento va a ser bastante especial.

          Si consigues deshacerte de los pelmas, que pretenden subirte a las terrazas de los negocios de alfombras o ropa diversa, desde donde se ven perfectamente los enormes cuencos de tintes de colores y a los trabajadores, dentro de ellos, aún te espera otro enemigo mayor: los vigilantes, que custodian el callejón, que baja hasta ellos.

          Se trata de un espacio público, pero no te dejan pasar y lo hacen, conmoviendo tu conciencia: “no queremos que veáis las penosas e indignas condiciones de trabajo de estos hombres” y te lo dicen en perfecto español. Por supuesto y como cabía suponer, si aflojas el bolsillo, se acaban la ética y las prohibiciones. Pero, a nosotros no nos dio la gana pagar y estuvimos más de media hora discutiendo, sobre moral, libertad y otros conceptos, con los que te quieren hacer comulgar, como si fueran ruedas de molino. Por supuesto, amenazarles con la policía no sirve de nada. ¡Te animan a que lo hagas!.

          La medina de Fez -para nosotros, la mejor del mundo- consta de más de 9.000 calles. La mayoría de la gente no se atreve a entrar en ella, sin guía, pero es más emocionante adentrarse al tun-tún, por libre. Y además, no es tan difícil. Nosotros no nos hemos perdido nunca. Basta con dos sencillas técnicas: saber si estas paralelo o perpendicular, en relación con la calle principal y conocer hacia donde se orienta el sol, por donde quieras salir (por la tarde se pone hacia la puerta Boujloud -la azul por un lado y verde por el otro-, por lo que si se quiere abandonarla por ahí -que es lo más habitual-, hay que ir hacia el astro rey).

          El mayor y más preocupante problema de Fez es, que se está cayendo a cachos y nadie pone remedio. Por eso, cuanto antes vayáis, mejor.  

domingo, 24 de febrero de 2013

Y al principio no nos gustaba

                                                          Todas las fotos de esta entrada, son de  Roma
        Corrían los primeros días de agosto, de 1.989. Realizábamos nuestro primer interrail -que no viaje al extranjero-. a través de Francia, Holanda, Alemania y norte de Italia. Nuestro objetivo final era, recorrer la costa Dálmata, pero al llegar a Trieste, acabamos desistiendo de este plan. El tren, que iba hasta Split, tardaba  más de 16 horas, era demasiado viejo e incómodo -tengo la certeza, de que con veinticuatro años más, hoy aguantamos mejor estas condiciones- y estaba abarrotado, con la gente arremolinada o tirada por los pasillos, dando gritos, como bestias.


Reconsideramos distintas opciones y finalmente, acabamos tomando un confortable expreso nocturno. hacia la Ciudad Eterna. Fue así, de esta forma tan abrupta e inesperada, como tuvimos nuestro primer contacto con Roma. Hoy en día y fuera de España, es la segunda ciudad, que más hemos visitado -en diez ocasiones-, después de la maravillosa Venecia (unas 15 veces).


Lo curioso es, que en esa primera cita. Roma apenas nos gustó. Salimos absolutamente, decepcionados y en esa ridícula disputa, de ¿cuál es más bonita? , nosotros abogamos claramente, por sobreponer, por amplio margen, a Florencia sobre la capital de Italia.

Roma nos pareció, sin más, una urbe llena de «escombros» arqueológicos -con la excepción del Coliseo-, de polución, escasamente limpia y con sus famosas plazas o el singular Trastevere, vacíos. Y para colmo, la Fontana di Trevi sin agua, en obras y medio tapada. 

Tan sólo nos sentimos aliviados, por el frescor del agua de las numerosas fuentes, por colarnos en los autobuses públicos y por los inigualables museos del Vaticano. Ni siquiera, la pizza nos pareció la mitad de lo que habíamos esperado. ¡Demasiada masa para un chorrin de tomate, un puñado de orégano y una mozarella, casi invisible!. ¡Y la cerveza inaccesible, para unos estudiantes con beca, de tercero de periodismo!.


Evidnetemente, de aquella imagen de Roma, hoy nos queda bien poco. Tal vez, el cansancio -era nuestro primer viaje al extranjero de un mes-, el asfixiante calor, algunas obras paradas. el estar casi todo cerrado y la ausencia por vacaciones de los lugareños, se convirtieron en un diabólico cóctel, que nos transformó la realidad. Por eso, siempre recomiendo no visitar Roma en agosto.


Habitualmente, nosotros usamos una forma bastante objetiva -sobre todo, en Europa-, de medir el encanto de las ciudades: lo que nos van ilusionando en las visitas posteriores, a la primera. Praga nos pareció bellísima, pero la cuarta vez, se nos tornó vulgar. Cracovia, París, Londres, Amsterdam, Dubrovnik o Estocolmo, solo aguantaron hasta la segunda. Estambul nos pareció incomparable, en !.994 y 1.997 y nos decepcionó altamente, en 2.008 y recientemente, en 2.012.


Después de diez visitas, aún hoy, Roma nos sigue pareciendo estaxiante y por eso -con el permiso de Venecia-, la calificaría como la ciudad con más encanto de Europa. Por lo tangible. Pero aún más, por lo intangible. Y después de estar en Vietnam, Kenia, India o Bolivia, por poner unos pocos ejemplos, nunca volveremos a decir, que el tráfico en la ciudad, es alocado y caótico.


Cuatro o cinco días es el mínimo, para descubrir esta increíble ciudad, durante la primera visita. Nuestras últimas, han sido por circunstancias diversas, mayoritariamente, de una sola jornada, en la que siempre y metódicamente, llevamos a cabo el mismo recorrido, caminando.

A saber. Partimos de la estación de trenes, de Termini y vemos las magníficas iglesias, que hay de camino al Coliseo. Contemplamos el Foro, sus alrededores y el Campidoglio. Desde la plaza de Venezia, enfilamos hacia el Trastevere, donde paseamos, tomamos unas cervezas y, a veces, almorzamos. De ahí, al Vaticano y al castello de San Pietro.


Por la tarde, es hora de explorar las inmediaciones de la vía del Corso, que une la plaza  de Venezia con la del Popolo: a la derecha, la Fontana di Trevi y la plaza de España. A la izquierda, el Panteon y la plaza Navona. Si aún sobra tiempo, nos acercamos hasta la villa Borghese.

A pesar de repetirlo varias veces, nos sigue resultando igual de excitante.

Casi siemrpe, es un buen momento para escaparse, a la Ciudad Eterna. Pero, el mes que viene, con el circo religioso, que se nos viene encima, la experiencia puede resultar aún más apasionante. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Dubai no responde a sus tópicos

                                     Todas las fotos de este post son de Dubai
         A diferencia de lo que muchos piensan, hacen y como ocurre en Doha -aunque no, en Abu Dhabi o Bahrein-, no es Dubai una ciudad para unas pocas horas. entre un vuelo y otro. Disfrutar de este lugar, debería conllevar una estancia mínima de tres o cuatro días. Y más, si 
se quiere acercar uno a la agradable, cercana e histórica, Sharjah (tan solo a media hora de autobús).


Hecho de esta manera. descubriremos, que la mayoría de los tópicos, que se manejan sobre Dubai, no son ciertos. En realidad, lo único que se asemeja a lo que nosotros, previamente, pensábamos, es el insoportabblee calor -muchas paradas de autobuses son herméticas y disponen de aire acondicionado, para hacer más llevadera la espera-, muy difícil de mitigar entre mediados de la priavera y del otoño.  Sólo a dos insensatos, como nosotros, se les ocurriría recalar en la ciudad, durante la segunda quincena de julio, poniendo en riesgo serio nuestra salud, con las temperaturas superiores a los 45 grados.


Anmtes de visitar los países del golfo Pérsico, manejábamos la idea, de que tenían que ser naciones carísimas, debido al supuestamente alto nivel de vida. Pero, ambas cosas son falsas (o al menos, muy matizables). Dormir en un hotel de cuatro estrellas en temporada baja -como fue nuestro caso-, te puede salir por unos 23 euros, cada noche. Se puede almorzar divinamente, por menos de un euro, si se hace en la sección de comida preparada del Carrefour o en cualquier tienda/panadería, donde te deleitan con ricas especialidades procedentes de la India, como bondas, samosas o biryanis, que están mejor, que las de la propia nación originaria. Las tarifas del transporte público son bastante moderadas, en comparación con Europa. ¡Y no digamos, el precio de la gasolina!


Y en cuanto al supuesto modus vivendi, la mayoría de la población vive bastante dignamente, aunque el nivel general, se asemeja bastante al de Europa, siendo incluso, algo inferior. ¡Menos en las autopistas, que recorren el país, que a veces son de hasta cinco y seis carriles!.  La opulencia y el lujo existen en Dubai, sin lugar a dudas, pero se manifiestan de forma muy discreta y prudente. Desde luego, si en Siciliaa, nunca os toparéis con un miembro de la Mafia, en Dubai, tampoco lo haréis con ningún jeque o emir.  


Os llamará la atención y sorprendera, que os recomiende no usar vuestra tarjeta de crédito, en Emiratos. Pero, ¿no se trata de un país muy desarrollado?. Sí, pero le cargan comisiones por todas partes: tanto por compras directas en tiendas, como por sacar efectivo con ellas de los cajeros


Otra de las preconcepciones, que resulto caerse por tierra fue, que al ser Emiratos un país poderoso, económicamente, el Islam se viviría de una forma más relajada, que por ejemplo, en estados en vías de desarrollo, como Marruecos o Egipto, por poner dos ejemplos. Nada más alejado de la realidad, porque en Dubai es más difícil ver una mujer vestida de forma occidental o tomar una cerveza, que en las otras dos naciones mencionadas. 

Los edificios más emblemáticos de Dubai -como nos recuerdan a cada paso, los souvenirs de las tiendas-, son los Burj Al Arab -junto al famoso Humeirah Beach hotel- y Khalifa. El primero, lo habréís visto decenas de veces en la tele y tiene forma de vela, mientras el segundo es un edificio, que se va estrechando, según asciende y termina, como en una fina aguja. 

Segguro, que también habéis oido hablar de Palm Jumeirah: una superficie construida con anodinos apartamentos, en forma de palmeta, que al menos desde tierra, resulta bastante decepcionante (imagino, que visto desde un helicóptero, será más espectacular). Cerca, se halla la Marina, salpicada de unos cuantos barcos de postín.


En todos los casos anteriores, hablamos de las afueras. Para nosotros, lo más agradable e interesantte de Dubai es el centro, partido en dos por el río, que podemos cruzar en una embarcfación llamada «abra», por unos veinte céntimos polr trayecto. A un lado, el Bur Dubai, con su expléndido y tranquilo casco histórico, llamado Bastakilla. Al otro, Deira, más bullicioso y comercial, pero con algunas callejuelas algo caóticas, a las que no les falta encanto.

Dubai es una ciudad de extremos, como todo el golfo Pérsico: o eres devorado por el sol, la calima y el calor o por el poderoso aire acondicionado -a veces, imposible de quitar o programar-, que deja las temperaturas de hoteles o centros comerciales, en bastante menos de veinte grados.