Completar la Great Ocean Road, era una de nuestras grandes ilusiones, antes de llegar, a Australia. Naturalmente y como siempre, la mejor forma de hacerlo es por libre en auto-caravana, coche o como se te ocurra. Las infraestructuras son limitadas, pero existen numerosos campings en los lugares más visitados.
Nosotros, sin carnet de conducir y con tiempo limitado, la hemos tenido, que hacer en un día y de forma organizada (119 dólares australianos por persona). Si optáis por esta opción exprés más cómoda, aunque más acelerada también, no os asustéis, porque no seréis los únicos.
Incómodos y algo viejos minibuses -25 plazas-, hacen el trayecto, de unos 650 kilómetros ida y vuelta y en un solo día. ¡Una paliza! Existe la opción, de llevar a cabo esta experiencia en dos días, pero no sale a cuenta.
El día resulta ser femenino y mayormente joven, dominado por un pasaje asiático y nacional -de Sydney, la mayoria- en el que los únicos europeos somos nosotros y una chica holandesa. Hay una hora y cuarto, hasta un Visitor Centre, donde nos dan de desayunar. Al poco tiempo, se inicia la emblemática carretera, tras pasar un arco conmemorativo.
Empiezan las playas y los acantilados, a diferentes alturas. Está nublado y el mar tiene un color monocromático, triste, pero bonito. Varias paradas para hacer fotos en cabos y golfos o en playas espectaculares de arena dorada y fina.
Ahora, toca ver a unos koalas, pero hay pocos y deben estar invernando, porque están hechos una bola, colgados de los árboles. A su lado, preciosos pajaritos rojos, con mezcla de azul y verde, revolotean, en busca de las pipas de los turistas, que hacen el canelo, como siempre, para hacerse fotos y selfies "graciosas". Mientras tanto, a los patos, no les hace caso nadie, pero se benefician de lo que cae al suelo.
Parada para comer, en Apolo Bay, lugar de fantástica playa y de negocios tradicionales playeros. Hemos elegido para almorzar, los rollitos de cordero, que tienen cuatro virutas de resto de carne con muchas ternillas, rúcula, canónigos y demás tonterías, mientras a o tros comensales les sirven enormes trozos de pollo, hamburguesas completas o filetes de pescado con salsa tártara. No hemos acertado y encima, nos han servido los últimos.
Ahora llega la hora de la siesta, ya que toca pegarse un recorrido de más de una hora, hasta las joyas de esta ruta, que son la playa de los Doce Apóstoles y otros recovecos, acantilados y playas colindantes, que albergan aguas de diferentes tonalidades y siempre, preciosas.
La arquitectura de la naturaleza de este lugar, es espectacular, aunque al ser formaciones poco sólidas, la climatología y el mar hacen, que vayan cambiando a lo largo del tiempo. Es terrible, porque se destruye lo que hay, pero maravilloso, porque aparecen sorprendentes escenarios nuevos.
No dan mucho tiempo para cada visita y hay que ir al tran tran, su quieres verlo todo, pero merece la pena, aunque sea por unos cuantos minutos y aunque no llegues a la puesta de sol. Sin lugar a dudas, se trata de uno de los lugares más bonitos del mundo, a pesar de que no haya cascadas, tigres, jirafas...y ni siquiera, bañistas. Aunque si, como bien aparece en algunos carteles, serpientes venenosas.
A estas alturas del día, nuestros compañeros de periplo ya están bastante castigados y entre todos nos meten prisa para acortar las paradas. La misma, que no tienen, cuando nos detenemos en un McDonald's -como siempre- y la mayoría, incluido el guia-conductor, se ponen ciegos a patatas fritas.