En Mali, una contrariedad o inconveniente, sea del tipo, e
índole que sea, siempre es un “petit problem”: da igual, se trate de dormir,
tirados en la carretera, un golpe de estado o que tarde varias horas, en salir
el tren.
Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes
Partimos de Bamako, hacia Kayes,
con más de tres horas de retraso, en un tren bastante decente, nuevo, cuidado y
limpio, aunque sin agua en los baños. Es una pena, que siempre lo estropeen
todo, por su informalidad. Es para irritarse, observar como todos los días sale
tarde el convoy, por mucho margen, cuando es la única línea que opera en el
país. El transporte es seguro –me refiero, en cuanto a delincuencia- y va
lleno. Aunque, el calor resulta asfixiante y no llega a mitigarse nunca, por
las frecuentes paradas y porque el aire que entra, es muy caliente y
polvoriento.
En cada
estación y a lo largo de toda la noche, las vendedoras te taladran el cerebro
con sus voces agudas, siempre anunciando las mismas cosas (plátanos, mangos,
dulces…). En el recuerdo, el inolvidable gesto de un niño de escasos años –no
sabemos, si por iniciativa propia, o de su madre- ha intentado obsequiarnos con
plátanos y patatas fritas, durante la espera en la estación y a cambio de nada.
A veces te desquician, a ratos te desarman.
Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes
Una vez ha amanecido, comprobamos que el paisaje es como siempre, pero animado por genuinas y pintorescas aldeas, como cualquiera ha imaginado en África, con sus casitas circulares y sus tejados cónicos, de paja. Es la forma más autentica y sobre todo barata, de ver tribus, en sus habitat natural y no maleadas.
Una vez ha amanecido, comprobamos que el paisaje es como siempre, pero animado por genuinas y pintorescas aldeas, como cualquiera ha imaginado en África, con sus casitas circulares y sus tejados cónicos, de paja. Es la forma más autentica y sobre todo barata, de ver tribus, en sus habitat natural y no maleadas.
En este sentido, lo que venden y
caro –tipo país Dogón- son montajes para turistas, donde tal vez, los niños
lleven taparrabos, en vez de jeens –como aquí- o deportivos y camisetas de
equipos de fútbol europeo, hagan pociones mágicas, en vez de simples productos
cotidianos o donde a la entrada del poblado, en vez de niños correteando y
cabras alteradas, haya un hombre disfrazado –cobrando la tasa turística correspondiente-,
junto a un caldero humeante, donde cocer a los blanquitos, que servirán de
cena.
La realidad
aquí es mucho más vulgar y –a la vez apasionante- apasionante, que la que nos
venden los folletos. La vida fluye sin prisa y absolutamente anodina, hasta que
cada dos días y a la hora, que le de la gana, llega el tren. Entonces, todo se
alborota, todo el mundo espera algo, en forma de noticias, mercancía, o –con
suerte- en forma de venta de comida y bebida a los cansados pasajeros. A los
más pequeños, tan magno acontecimiento, les saca de su abúlica y monótona
infancia. Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes
Al menos en
Mali, han sabido conservar el tren, que sirve de nexo, a muchos núcleos
poblacionales, que de otra forma, estarían incomunicados. Porque no nos
engañemos: de los pasajes –baratos y sólo en segunda-, que venden a los guiris,
no viven.