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miércoles, 28 de febrero de 2024

La familia Botejara

           Dado, que salíamos hacia Nashik, cerca de las ocho de la tarde, no quisimos desperdiciar ni un solo minuto del día, en Calcuta.

          Tomamos el metro en dirección contraria al día anterior y nos bajamos en Kaligat, con el fin de visitar el templo de Kali, que se encuentra a poco más de diez minutos andando. El camino está muy bien indicado. Ha revertido la temperatura y el calor aplana a pesar del cielo nublado.

          Nos llevamos una buena sorpresa. En 2014, este templo era modesto, no había nadie y se veía a la diosa desde la puerta, sin ni siquiera entrar. Sin embargo, la cola en esta ocasión es de centenares de metros -no intentamos ni entrar -, la multitud se concentra en la barriada y en los cercanos y guarrisimos ghats y asusta por lo impresionante. Y, todo ello aderezado con un gigantesco mercado -fundamentalmente, de ofrendas, pero no solo-, que se expande en el caos más absoluto. Desconocemos, si se trata de una celebración puntual o es así todos los días.

          Regresamos y recogimos los bultos en nuestro hotel. Como teníamos tiempo decidimos ir andando hasta la estación de Howra, que se encuentra a una hora y media, casi en línea recta. Salvo algún cruce cruel, el camino no sería difícil pero como todo el recorrido y a mercado gigante y en muchas partes se estresa, no resultó sé una buena idea.

          Junto al puente de Howra y el río Hooghly, se encuentra un extraordinario mercado de flores algo caótico, que visitamos con calma. No son pocos, los que se bañan en las contaminadas aguas de las riberas, en este lugar

          Anocheció, después de una bonita puesta de sol y ya solo nos quedaba enfrentarnos a la enorme y desastrosa estación y a 29 horas de viaje y casi 1800 kilómetros.

          Salimos en hora y al margen del jaleo habitual del trasiego de pasajeros, vendedores y pedigüeños varios, el único inconveniente nocturno fue un listillo -que supongo-, viéndonos extranjeros nos trató de despojar de nuestros asientos, desconociendo, que tenemos muchas tablas en este país.

          A la mañana siguiente descubrimos que el susodicho, era el jefe de un clan, compuesto por su esposa, dos menores y dos adultos sin parentesco claro. Ya de día tuvimos, que pararles los pies, amenazándolos con llamar a los policías, para que nos dejarán en paz. Después descubrimos, que al menos cuatro de ellos viajan sin plaza, reservada y les fueron echando de sus asientos de okupas. Estuvieron dando guerra todo el viaje, con esa mala suerte endémica, q tenemos nosotros con nuestros compañeros de tren. Los bautizamos, como la familia Botejara, por ser extremadamente garrulos, gritones y por llevar todas la cacharrería entera  incluida cazuelas y platos. Como hemos visto otras veces en familias indias, primero comieron los hombres y después le dieron a ella, que no abrió la boca en todo el viaje.

          Por lo demás, el día resultó largo y caluroso, pero, para lo que es costumbre en nuestros últimos periplos, casi todo transcurrió con relativa calma 

          Al levantarnos, llevábamos una hora y cuarto de retraso y nos planteamos bajarnos en Jalgaon, que conocíamos por las cuevas de Ajanta, que visitamos, en 2011. Pero lo terminamos descartando, porque el retardo continuó hasta las dos horas y media finales y también llegábamos muy tarde allí.

          Después de recorrer West Bengala, Orissa casi enteros y de treinta y una horas de viaje, llegamos a la estación de Nashik y no nos quedaba otra, que dormir en el suelo con los mendigos (con uno de de ellos,, muy agresivo, tuvimos un problema).

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