Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 14 de octubre de 2017

Síntomas evidentes de haber regresado, de India

                                         Esta es de Bangalore y la de abajo, de la carretera de Manali, a Keilong
          184 días en total y cuatro estancias -dos de ellas, divididas por una semana invertida, en Bangladesh-, resultan ser nuestras cifras definitivas, en India, a lo largo de 2.011, 2.014 y 2.017. No son, ni muchos, ni pocos. Eso, queda a gusto del consumidor, que se puede sentir colmado con esta dilatada estancia o por el contrario, aún necesitar de más experiencias en este país. Para nosotros, resultan muy suficientes y de momento, no encontramos motivos para profundizar más (si es que se puede, porque ya lo hemos hecho bastante).
                                                               Hampi
          Explorado el país, casi de cabo a rabo, nuestras únicas cuentas pendientes consisten en las visitas a Darjeeling, Sikkim y los otros estados del noreste, que se pueden abordar, porque hay otros, que ni siquiera solicitando permisos especiales. A estos últimos, renunciamos recientemente por falta de tiempo, durante esta última aventura. A recorrer los primeros, nos hicieron desistir las interminables e insoportables cancelaciones de trenes acaecidas a lo largo del pasado mes de septiembre.
Keilong
          De momento, dejaremos el asunto, como esta y será el tiempo, quien decida, si volvemos a India, para acometer este reto, cosa, que a día de hoy, no creo, que suceda y si se hiciera, sería en unas condiciones muy excepcionales, que evitaran, por ejemplo, el paso por Delhi, de la que ya estamos hasta las narices o por otras ciudades cacharro y caóticas, con las que ya no podemos más, porque nos sobrepasan. Y esto lo escribo, 21 días después de haber regresado y no, en el fragor de la batalla.
                                                                        Manali
          De las cuatro veces, que abandonamos India, una lo hicimos por la frontera, de Sunauli, hacia Nepal. La segunda, a través del aeropuerto, de Calcuta, rumbo, a Dhaka. La penúltima y no con pocos problemas en la salida, dirección, a Egipto, donde disfrutamos un par de semanas. Y sólo esta vez, retornamos a Madrid, directamente y sin red. Os voy a narrar, brevemente, el shock, que supone para un viajero, un cambio tan brusco de ambientes, de un día para otro (algo similar me ocurrió, cuando en el primer trimestre de 2.011, retornamos de un viaje de casi cuatro meses por el este, de África).
Leh
          -Notas el inquietante vacío a tu alrededor, después de mucho tiempo rodeado de gente, de cacharros y de ruido. Las aceras de la calle resultan inmensas, por estrechas, que sean. Es una sensación extraña de satisfacción, pero a la vez, genera cierta angustia o nostalgia.

          -Lo peor y durante los primeros días, resulta convivir con el silencio, tantas veces idolatrado y echado de menos, durante la estancia, en India. Casi, te llegan a reventar los tímpanos de tanta quietud e inusitada e incómoda armonía sonora.
                                                                                                       Carretera desde Leh, a Srinagar
          -Pareciera, que a todas las carreteras y calles, por las que te mueves a la vuelta, las hubieran alisado y dado brea esta misma mañana. Todo luce resplandeciente en la ciudad, incluso los edificios menos lustrosos y más abandonados.

          -Ni que decir tiene, que el contraste resulta brutal, cuando anochece y recuperas el recuerdo, de que las ciudades a esas horas se iluminan y que los coches y otros vehículos rodantes, también disponen de luces.
Hyderabad
          Por lo demás, tampoco hemos experimentado otras sensaciones mayores, dado que ni volvíamos desesperados, ni echábamos de menos algo en concreto, ni siquiera, retornábamos ansiosos, por comer los guisos favoritos, que preparan nuestras madres.

          Nuestras tres estancias, en India, cuentan con muchos elementos comunes, pero también, con otros muchos, diferenciadores. En la primera, alucinamos y disfrutamos, como enanos de cada segundo, sin apenas reparar en contratiempos o dificultades.
                                                                                                        Carretera desde Keilong, a Leh 
          Durante la segunda, padecimos el incesante y agresivo calor, que no nos dejó casi tomar aliento y sufrimos problemas existenciales, por las dudas generadas, por si merecía la pena, volver por otro largo periodo de tiempo a este país. La mereció, pero nos costó verlo y entenderlo, a pesar de que este fuera, el viaje más abundante en lugares visitados -muchos de ellos, a los que no va nadie- y descubiertos.
Jammu
        Y esta tercera vez -salvo haber tenido, que enfrentar diferentes situaciones muy peligrosas con el tráfico, en Hyderabad y Delhi, en las que se puso en riesgo nuestra vida-, ha resultado ser la de la calma y sosiego. Primero, porque era lo buscado, visitando mayormente, la relativamente tranquila zona del noroeste o volviendo a sitios relajados, como Hampi. Y después, porque nos lo hemos tomado todo con much más relajación. India sigue siendo maravillosamente horrible, pero ya y venga casi lo que venga, ni sentimos cosquilleos delirantes, ni emociones fuertes, ni cabreos insuperables, ni desesperación profunda...
                                                                                                           Srinagar
          Siendo así las cosas, creo que ha llegado el momento, de no volver por largo tiempo, a India. Y es, que tenemos la buena o mala costumbre, de desgastar los países hasta el límite.


Circular por India

                                               Esta es de Mandi y la de abajo, de Hampi 
          Tratar de establecer un manual de conducción de vehículos, en India, daría para un libro de mil páginas, si se detallan situaciones concretas y se ilustran con anécdotas o simplemente, para una línea, si se quiere simplificar: “¡haz lo que quieras, puedas o te dejen!”. Tirando por un camino intermedio, voy a tratar de exponer algunos conceptos básicos sobre el funcionamiento del tráfico y lo difícil, que lo tenemos los peatones.
Velur
          -En India se conduce por la izquierda, pero esta es una instrucción meramente orientativa, dado que se circula en todas las direcciones y sin más criterio, que “por aquí quepo y puedo avanzar”.

          -Conducir a golpe de claxon (el pi, pi, pi constante de las ciudades resulta insoportable, aunque te acostumbras): cada conductor solo se responsabiliza de lo que ocurre delante de él. Para lo demás, ya está la bocina para avisar, a los que se encuentran a los lados o detrás -sean peatones u otros vehículos-, de que estamos realizando una maniobra, por descabellada, que esta pueda ser. La pega mayor, entre otras muchas es, que los caminantes no disponemos de claxon.
                          Bangalore
          -Buscar el hueco libre: no hay más norma, como si se tratara de una partida de tetrix, que encajarte donde puedas, en el tráfico rodante. Puedes aparcar donde quieras, poner un tenderete o un carrito de comida y serán los demás, quienes tengan que ir esquivando los obstáculos, sin más reproches, ni burocracia. Las desventajas son obvias, pero la ventaja principal no es baladí: casi todas las situaciones complejas del tráfico, a lo largo del día -que no son pocas-, se solucionan de forma amistosa, sin aspavientos o discusiones y sin que tenga, que intervenir la autoridad (lo llevas claro, si esperas ayuda policial).
Hampi
        Eso sí, cuidado con los numerosos animales, porque ellos ni siquiera entienden esta forma de actuar, tan básica.

          -Los semáforos son casi inexistentes y cuando los hay, no siempre son respetados (especialmente, por las motos, tuck tucks y rickshaws). Apenas se encuentran señales y las que hay, no se respetan. El brazo es un buen arma para indicar la maniobra, que se va a hacer, si se trata, por ejemplo de un giro.

          -No existen normas, ni en cuanto al número de pasajeros, que debe albergar un vehículo o en cuanto a la carga, que pueden llevar. Así, no resulta infrecuente, ver a un matrimonio con sus tres hijos subidos en una moto, a 15 personas en un tuck tuck o a una pequeña furgoneta, transportando en su techo, gruesos tubos metálicos de cinco metros de largo.
                                                                                              Hyderabad
          -Afortunadamente y debido a los atascos, a la superpoblación, al estado del firme y al caos imperante, en India no se circula, normalmente, a mucha velocidad, lo que impide desastres mayores, a los ya habituales y cotidianos.

          -Si tienes un accidente o atropello, vete contando con que nadie te va a ayudar, ni para auxiliarte, ni para llevarte a un hospital. Si lo hicieran, por un lado, la policía podría acusarlos de culpables del hecho y meterse en problemas. Por otro lado, es posible que el centro hospitalario requiera el pago del tratamiento por adelantado y alguien debe hacerse responsable.
        Delhi
          -Aunque para todos es complicado moverse en el asfalto, la palma se la llevan los peatones, que muchas veces, tenemos, que circular, casi por el centro de la calzada, al no haber acera, estar ocupada y tener dos filas de cacharros aparcados y una de puestos. Debe hacerse notar, que a pesar del caos y el peligro, la mayoría de indias e indios caminan despreocupados, sin casi mirar a su alrededor.
Kullu
          Tratar de cruzar las calles más concurridas resulta un deporte de altísimo riesgo, que se debe evitar por la noche, dado que muchos vehículos para ahorrar o por falta de mantenimiento, no disponen de luces.

          -El peatón debe ser consciente, de que no se trata de un juego de niños y de que muchas veces, te juegas la vida. Nosotros, en este último viaje, hemos sufrido situaciones en Hyderabad -acrecentadas por las interminables obras del metro- o Delhi, de salvar el pellejo por milímetros, ante un carromato y un autobús. ¡Y no es ninguna broma!.
Esta es de Nahan y la de más abajo, de Shimla
          También circulan muchos conductores sinvergüenzas, por no decir, el 99%. Resulta comprensible, en una situación de supervivencia extrema. Pero no lo es, que vayas a cruzar una calle de cuatro filas de vehículos, quieras parar entre dos de ellos y el de detrás se pegue al de delante, para impedírtelo y hacerte la puñeta. Lamentablemente, eso está a la orden del día, sin que nadie ponga coto.

Adiós al séptimo viaje largo. ¿Habrá un octavo?

                    Todas las fotos de este post son, de Delhi, menos la última, que es del aeropuerto, de Abu Dhabi (Emiratos)
          Que el final de un viaje largo, a India, está llegando, se detecta por unos cuantos síntomas, que cualquier indiólogo sabe reconocer. Si empiezas a pensar, que hay basura o meados, que huelen mejor, que determinados inciensos, mal asunto. Si los efluvios de los chapatis recién hechos, te dan arcadas, vete tomando nota. Y, sobre todo -síntoma principal-, si llevas varios días tirando cosas, que durante meses atrás fueron un tesoro, estás más cerca del aeropuerto, que de cualquier experiencia regeneradora o reconfortante en eeste país amado-odiado.

          Al fin, tenemos nuestros deseados boletos de vuelta, a España, vía Abu Dhabi y con solo una escala de tres horas. Llevamos ocho días en Delhi y es una experiencia, que no la recomiendo. No, porque esta ciudad no merezca este tiempo -que lo merece-, sino porque la barata vida diaria de dos guiris entusiastas, acaba siendo agotadora, psicológicamente.

          Por partes: no nos quejamos del hotel, más bien, todo lo contrario, por cuatro euros, habitación razonable -aunque oscura-, baño algo destartalado, pero sin embargo y como ya dije, un wi-fi y un ventilador vertiginosos y tremendos, que nos alivian nuestras necesidades, quitándonos el sudor y poniéndonos en comunicación con el mundo. Bueno, aunque este último, más bien y con su ruido, nos trepana nuestro cerebro, como si fuera una máquina de exprimir cocos o caña de azúcar. Siete noches aquí son demasiadas y más, con algún bichito en el colchón.

          Pero esto no es nada, comparado con las molestias que se sufren en esta ciudad para ir a visitar los distintos atractivos turísticos alejados del centro. Las clases medias van en sus coches y hacen vida familiar en torno a los distintos jardines públicos, bien cuidados y, a veces, de pago. El guiri rico, se apaña con un tuck tuck y ni siquiera cae en la cuenta de este problema.

          Pero los guiris de escaso presupuesto -como nosotros-, los indios de baja alcurnia o muchos devotos religiosos, que no van a pasearse, debemos pasar por las penalidades de los controles, bien en la estación de trenes, New Delhi, bien en el metro o donde se les ocurra, que para tales menesteres, tienen mucha creatividad. Filas separadas para hombres y mujeres y policías altaneros y descerebrados, que no dudan ni un momento en obligarte a cualquier cosa, tan sólo por poder demostrar su autoridad.

          A esto, se añaden las colas para comprar el billete, para acceder o salir, por los torniquetes o para montarte en el vagón -con mucho menos aire acondicionado, que hace tres años- y rezar, a todo el panteón hindú, para poder salir vivo de allí (mal lo llevas, sino sabes el lado de puertas, que abre en cada estación).

          Todo un despliegue patético y complejo, para hacer las cosas a lo indio: burocracia inservible, porque apenas tardan dos segundos en registrarte o en fisgar los bultos de los lugareños -así, que van a pillar-, que transportan su vida, día a día., con paquetones, que sobrepasan los 25 kilos y que portan sobre la cabeza, como si de su uso en este menester, fuera a nacer la idea brillante, que diera luz a su existencia.

          Si todo va bien, ya no tenemos, que tomar más el metro y sí el confortable transporte al aeropuerto. Y, eso, que a pesar de los insufribles agobios, hoy, volvimos al Fuerte Rojo y a la zona de la Mezquita, -la hemos visto por dentro, por primera vez y ha sido una pasada, a pesar de que nos hayan confiscado la cámara-, a disfrutar de los bazares, de los templos cercanos, de un buen biryani con pollo, de ricos lassis y sobre todo, de la gente y de su vida cotidiana.

viernes, 13 de octubre de 2017

Últimas paranoias sobre Delhi y un intento de robo

                                                          Todas las fotos de este post son, de Delhi 
         Delhi, al margen de resultar espantosa y esquizofrénica para la mayoría de los viajeros -que normalmente, afrontan como pueden, sus primeros o últimos días en India o ambos-, es la única ciudad del mundo capaz de arruinar, al mismísimo Mcdonalds. El que funcionaba, hace tres años, cerca de Connaught Place, ha cerrado y el que hemos encontrado esta tarde, cerca del Cuadrado Mágico -más bien, de la Muerte, como ya se ha expuesto-, ya hace tiempo, que chapó sus puertas. Difícil competir, con los puestos apestosos de hamburguesas de pequeña patata, que hasta los guiris nos comemos, aunque sea a regañadientes (que diferencia con la misma oferta gastronómica de otras partes del país)

          Delhi te lo da todo y con mucha generosidad. Si te alejas varios kilómetros del centro en el metro, encuentras jardines excelentes, tumbas espectaculares, fuertes, edificios oficiales... y, sobre todo, aceras.

          Sin embargo, y en las calles -por llamarlas de alguna manera-, de New Delhi, te puedes encontrar a un tipo recién salido del hospital, negociando un tuck tuck , con la bolsa de los meados colgando en bandolera; a un poli persiguiendo a un minusválido, que no tiene dedos y que presume de emprendedor, con su silla de ruedas de invención propia; una calle derrumbada, en la que unos van echando desperdicios -incluidas lavadoras- y al día siguiente, otros los reciclan; así, como hijos de puta, que aprovechando la multitud, te rasgan con un cuchillo el bolso, intentándote robar, lo que caiga.

          En Delhi y al hilo de lo anterior, fue donde nos ocurrió este suceso: -nos topamos con el lugar más desagradable de India -y ya es decir, después de más de 30000 kilómetros por el país-, que no es otro que los bajos del paso elevado, que hace de conexión, entre New Delhi y Old Delhi, donde se aglutina lo peor de cada casa, tanto del género humano, como del animal. Para el viajero, que se hospede cerca o en Main Bazar, la vida cotidiana resulta una pesadilla, agravada por el incesante calor, que fatiga a la ciudad la mayor parte del año.

           Ir a por una botella de cerveza, a la tienda del alcohol, a un restaurante local, a comer un arroz con garbanzos o a consultar precios a una agencia o a la oficina de reserva de trenes, te supone un peaje de maltrato emocional o mental de precio incalculable, que aún te dura, cuando abandonas el país.
          Aparte de la basura, los pelmas -divididos en dos, los que quieren venderte algo y los que pretenden molestarte-, los cruces de calles imposibles, los puestos móviles de fruta, verduras o ropa, voy a tratar de enumerar todas las cosas, que se desplazan por las calles y que generan una inquietud constante, dejando a los indios al margen , por ser el elemento más peligroso.

          En tan solo, diez minutos o en un cuarto de hora, te topas con: bueyes, vacas, tuck tucks, motos, rickshaws, coches, bicis, camionetas de la muerte, autobuses, perros, monos, personas con bulto enorme en la cabeza y los tirados -que no caídos- en el suelo, mendigos, policías que quieren hacer de su abuso de autoridad un arte, señoras vejestorias, que te quieren clavar en el pecho, la banderita de India para que les des una limosna...

          El viaje se apaga, muy a nuestro pesar, aunque la temperatura nos derrite. Las cancelaciones de trenes hacia el noreste son cada vez mayores y terminan con nuestro pequeño sueño de llegar a Darjeeling y Sikkim.

          Si nada se tuerce, en breve, volaremos a casa y adiós, a India, para siempre.

Tras Jammu, vuelta a Delhi, aunque no queríamos

                                              Las tres primeras son, de Jammu y el resto, de Delhi (India)
          Los fabricantes de cámaras y móviles, de Jammu, deben pasar más hambre, que sus colegas de barandillas del resto de India. Y es, que en esta ciudad están empeñados, en que no fotografíes ni uno sólo de sus templos y esta vez, no nos salimos con la nuestra. Bueno, a medias: conseguimos colar la cámara en el más importante de ellos, pero nos hicieron una desagradable encerrona a la salida y tuvimos, que borrarlas, incluso, con abúlica presencia policial.

        Los lugareños llaman a su urbe, “la ciudad de los templos”, pero resulta un poco exagerado. Además, de que se encuentran muy dispersos, son construcciones, mayoritariamente, que se asemejan a pasteles de fresa y nata, que parecen creadas para niños del parvulario. No inspiran mucho sentimiento religioso, ni suntuosidad

          Los modestos bazares, de Jammu, se muestran simpáticos, aunque carecen de la magia de los de Srinagar u otras ciudades, que hemos transitado en este mismo viaje.

          Queríamos volver, a Haridwar, para enlazar con Varanasi y Patna, pero nos quedamos sin boletos, al estar el autobús completo. Así, que sin muchas más opciones logísticas, vuelta a Delhi, en un trayecto de trece horas. Esta vez, por autopista con botes variables, donde viajando a 60 kilómetros escasos por hora, parece, que superaras los 200.
          Agradecidos estamos de no haber sufrido casi percances en este periplo norteño, sino fuera, porque el cacharro de turno, cada día es más estrecho y nosotros nos mostramos más anchos, lo que parece inexplicable, porque adelgazamos a diario.

          Los trámites burocráticos de entrada al metro capitalino, ya nos los sabemos y ni requieren, ni pasaporte, ni tampoco dinero. Solo encontrar un sitio tranquilo -mucho decir, en India, que suele ser un cutre baño de pago-, donde cambiar una botella de alcohol de su envase original, a una de refresco y poderla pasar por los aburridos controles de equipaje, que separan a hombres y mujeres. ¡Qué paciencia!.

          Delhi, resulta ser una de las pocas ciudades con la capacidad de reinventarse, cada día, para ir a peor. No han pasado ni tres semanas desde la última visita y notamos los cambios fatídicos, En la calle de la muerte, se ha producido un derrumbe o colapso por las lluvias, que la han dejado casi inhábil para cualquier cosa viviente. Pero, los del gremio del transporte siguen intentando circular por ella, como si nada y, algunas veces lo consiguen, a costa de la seguridad de los peatones, como siempre y de la suya propia.


          De camino, a Connaught Place, se ha fundid, roto o han apagado el único semáforo para peatones, que conocemos, en Delhi. Y, por supuesto, a nadie le importa lo más mínimo.

          Buscamos -después de más de setenta horas de autobús en cacharros nocturnos y diurnos- una solución para nuestras vidas y nuestro futuro en este país y creo, que podremos encontrarla. No será otro agónico bus, desde luego, pero nos tendremos, que rascar el bolsillo. Dadas las actuales cancelaciones de trenes hacia la zona de Darjeeling, sopesamos volar hasta allí, para recorrer esta zona y el estado, de Sikim y después, retornar por tierra.

          De todas formas y antes de iniciar cualquier trámite o gestión, un par de días de descanso no nos vendrán mal, a pesar de pasarlos en una oscura habitación de 300 rupias, con un ventilador sonoro, pero muy cañero y un wi-fi, absolutamente, superveloz (por una vez, os prometo, que no es ironía).

jueves, 12 de octubre de 2017

La carretera de Srinagar, a Jammu

                                                   Todas las fotos de este post son, de Jammu (India) 
         Tomamos el último bus barato del día -los hay de mayor precio, aunque ofrecen lo mismo-, para Jammu, que resulta ser aún mas cacharrónico, que los anteriores y que en esta ocasión, aglutina un pasaje más variopinto, con familias al completo, jóvenes seguidores de Bollywood, gente mayor... Existen taxis compartidos para hacer este trayecto, pero cuestan más del doble.

          Pensábamos, que lo peor ya había pasado, pero aún deberemos viajar con el corazón en un puño, durante buena parte del trayecto. El viaje comienza tranquilo y el autobús tarda en dejar las afueras, de Srinagar. Tras más de dos horas dando botes y circulando por una carretera bastante lineal, caemos en un enorme atasco en ambas direcciones y nosotros parecemos los tontos de la “highway, porque se nos cuela todo el mundo.

          Descendemos algo, para volver a subir con cierta virulencia, hasta los 3.500 metros. Retornan los desagradables precipicios, que vemos con menos detalle por ser ya de noche. De repente y al lado de un respetable y descarnado acantilado, toca control militar: no hay que bajar , no piden nada. Por si acaso, guardo la botella de ron en la mochila. Pero no están buscando borrachitos maduros. sino que están ordenando el caótico, trafico que genera un túnel -habéis leído bien-, que solo se puede cruzar, primero en una dirección y luego, en la otra. Seguimos por las alturas hasta la parada de la cena.

        En este lugar, destacan los numerosos puestos de caros frutos secos, nueces sobre todo, acompañados de los otros negocios tradicionales de estas paradas. A estos les rodean pesadísimos vendedores de alfombras y mantas, que no te dan tregua.

          Iniciamos, después , un vertiginoso descenso de más de dos horas, al abrigo de la luna llena y las escasas luces del valle, que nunca parecen acercarse, a pesar de los desniveles salvados en cada giro. De frente, un endiablado tráfico compuesto, fundamentalmente, por camiones, muchos de ellos militares. Solo vislumbro deslumbrantes luces de frente y deseo que el conductor, lo lleve mejor, que yo. Intuyo la siguiente curva -que no veo-, orientándome por los destellos, aunque a veces, me equivoco.

        Es nuestro décimo autobús, desde que salimos de Delhi, para el noroeste y van ya casi setenta horas de padecimientos, que es seguro, nunca nos volveremos a plantear en ninguna parte del mundo y menos. en esta. Para celebrar la llegada del nuevo día -justo a las doce en punto-, el conductor pone la música a tope, con una selección de canciones estilo árabe, más digeribles, que las de otras veces. Nadie se molesta -al menos, de forma expresa- y yo, que duermo en casi cualquier parte, ya he asumido, que hoy no. ¡El traqueteo resulta insoportable!.

          Entramos en otro túnel -luego vendría un tercero- y no salimos hasta cuarto de hora después. En este país hay muy pocos -de hecho, el único y último antes de hoy, fue camino de Shimla, hace más de dos semanas-, pero cuando los hacen, resultan ser a lo grande.

          Como viajan como los monos, el pasajero de atrás, extiende sus dos brazos sobre mi cabeza, provocándome un susto de muerte, ahora que ya se habían terminado las infinitas curvas y cuestas y que estaba empezando a coger el sueño.

        Llegamos con media hora de antelación, a India, digo a Jammu. Calor húmedo, hedores diversos, montoneras de basura, escombros, caos circulatorio... Adiós a un sueño de quince días, en los que conseguimos no tener ni un solo grano de bicho en el cuerpo. Y, tras doce horas en esta ciudad, ya vuelvo a padecer picores diversos. Una tortilla francesa con pan de molde, se conviertte el desayuno-recompensa, tras tanto esfuerzo y padecimiento.
          ¡No más autobuses estatales y menos, nocturnos! Aunque. ¿Qué os jugáis, a que me tengo que comer estas palabras?.