Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 18 de mayo de 2012

Días de cerveza y playa

                                                                       Isla de Goreé
            Después de haber hecho la visa de India en el extranjero –aunque en España, también debe de tener sus cosas-, una se siente, como si hubiera realizado un doctorado, en visados. Aunque la verdad es, que en África occidental no ponen demasiadas pegas burocráticas. Como en el caso de Mauritania, lo primero y apremiante, que nos han pedido, es el dinero (15000 CFA, para quince días). Da igual, el color de fondo de la foto o si faltan datos de rellenar en el formulario.
Isla de Goreé
            Entretenemos un par de días, disfrutando de la playa y la fresca y barata cerveza –algo impensable, en la dura travesía del desierto mauritano y saharaui- y visitando la bellísima y encantadora isla de Goree. A pesar de saberlo de antemano, el día empieza con enfado. Aquí el timo consiste, en soplarte 9 €, por dos travesías de 25 minutos en ferry y otro y medio, por una tasa turística. Lo de tener que aflojar la cartea, por entrar a las ciudades, cada vez es más generalizado y preocupante. ¡Se extiende por todo el mundo, como si fuera la peste!.

Pero, la agradable climatología, los magníficos edificios coloniales –situados en un entorno excelente y en diverso estado de decadencia-, además de las escasas molestias de los lugareños, van dulcificando la mañana, hasta hacerla, casi extasiante, mientras degustamos unas cervezas en soledad, detrás de la fortaleza. En ese rato, cuatro gatitos recién nacidos –uno ciego- tratan de seguir nuestros movimientos, para chuparnos los dedos de los pies.

                                                               Isla de Goreé
Nos deleitamos también, comiendo un delicioso paté de anchoas local y redescubriendo los puestos de artesanía: desde cuadros bastante infantiles, a esculturas hechas con antenas de móviles, cucharas, brochas, mandos a distancia, candados, botones, latas de sardinas…

El próximo post, que espero escribir, deberá ser sobre Casamance, la que dicen es, la región más bonita de Senegal. Eso significaría, que no ha habido incidentes y que hemos recogido, sin novedad, la visa de Mali y hemos comprado los billetes del ferry, a Ziguinchor.
Isla de Goreé
De momento y en presencia de la luna llena, volvemos a compartir playa –de virulenta corriente- y cervezas, ahora de vuelta en Dakar, mientras los lugareños se ejercitan, realizando tablas gimnásticas, escasamente ortodoxas (no levantan la tripa del suelo y se limitan a desplegar y plegar los brazos, en lo que ellos consideran, como flexiones).

Petite côte, para todos los gustos

                                                                                                    Mbour
            Si uno está cansado de tanta negritud y precisa ver más palidez, el céntrico supermercado de Dakar, es el lugar adecuado. En él pasean con sus cestas, haciendo acopio de productos –aquí- de lujo, como Cointreau, a 33 € la botella, sardinas a 2 € y una pequeña porción de queso a 8 €. Si exceptuamos el pan, los refrescos, la cerveza y las ginebras y güisquis locales, todo cuesta tres veces más, que en España.

            
Llevo varios días, tratando de romper el círculo por alguna parte, de vendo caro, porque vendo poco y no compro, porque es costoso hacerlo. Diecisiete minutos pasamos para poder pagar una cerveza, porque dos cajeras, no quieren darnos el cambio, por ser una compra pequeña. En Senegal, no hay siquiera consideración con el prójimo, como para haberla con los clientes.
Fadiouth
Escribo esto, en nuestro retorno a Dakar, después de haber pasado los tres últimos días, en Mbour, Joal-Fadiouth y Saly Portugal, en la petite côte. Del primero nos atrae, su ambiente festivo vespertino, al calor del retorno de los pescadores. De Joal, nada y de su vecina Fadiouth, la autenticidad, sus tabernas africanas, que todo esté lleno de conchas y artesanía y la convivencia entre cristianos y musulmanes, que comparten hasta el cementerio. Ambas localidades – también el propio campo santo- están comunicadas por puentes de teca, que ha debido pagar, alguien pudiente. Si ver unos puentes, en pequeñas localidades de África, ya es un milagro –normalmente, se solucionaría con el transporte en piragua-, aún lo es más, su excelente mantenimiento.                                   Fadiouth
                                                                                      Joal
En Joal, conocimos a una pareja hispano-francesa. Otros más, que abandonaron nuestro país, en busca de fortuna o de quitarse los agobios de encima. Tienen siete hijos y cinco están en el paro. En cuanto a Saly Portugal, es otro de esos experimentos, habituales en el tercer mundo, para captar turismo de dinero. Pretenciosos hoteles, a precios del primerísimo mundo, con discretas playas. Si el intrépido turista, se atreve a salir de su burbuja, callejeará por veredas polvorientas y arenosas, entre cabras impacientes, perros dormilones y decenas de pelmas, tratando de venderle la cara artesanía o los inasequibles menús, donde comer ensalada y pollo –como comida especial-, se va a más de 10 €.

Nuestra intención, era haber visitado otros lugares como Dialao Toubab, Palmarin y Toubakouta. Pero, el transporte es muy lento y las salidas, no todo lo frecuentes que hubiéramos deseado. Ahora, toca conseguir la visa de Mali y visitar Casamance, en el sur de Senegal. Hace días que ya hemos asumido –los niños te lo recuerdan en los lugares menos turísticos-, que somos “toubab” (gente blanca).  Mbour

jueves, 17 de mayo de 2012

Dakar, de noche, mejor que de día


            Dakar es una ciudad llena de señales de prohibido aparcar, que los lugareños mueven alegremente, según les convenga o basándose en criterios, para nosotros desconocidos. Llegamos de noche y es cuando descubrimos, el Dakar más maravilloso, callejeando por las arterias laterales, de la plaza de la independencia.
                                                                               Dakar
Nos movemos casi a oscuras, solo iluminados por las luces del tráfico –fundamentalmente, taxistas- y por las de las tiendas abiertas –fruta, bebidas alcohólicas u otros varios productos- o las de los bares y clubs nocturnos. Para comprobar lo que ofertan, los numerosos puestos callejeros, hay que agudizar la vista y tener, tanta intuición, como suerte. Salvo para los de Nescafé –aquí y a estas horas, apenas ofrecen café touba-, que huelen a distancia.

            De día, la cosa cambia y la ciudad pierde brillo. Aunque, es apacible y escasamente caótica, comparada con otras capitales africanas. Hasta hay voluntarios –más o menos los respetan-, controlando las zonas de tránsito más conflictivas. Los atractivos turísticos, no son demasiados y algunos incluso, han cambiado su función, han sufrido el devenir del tiempo o el peor castigo de la dejadez, tan típicamente subsahariana.

Los dos mercados de la ciudad, son distintos. En uno –de bello edificio- se vende fresquísimo pescado y marisco –langostinos, casi como pulpos-, que nos tratan de encasquetar y que hubiéramos adquirido, de tener como cocinarlos. Del otro, no merece demasiado hablar, aunque bien valga darse una vuelta.
Dakar
Para  los presupuestos ajustados, Dakar se limita –siendo muy caros los hoteles-, a almorzar  thiéboudienne , en auténticos y atractivos puestos callejeros, que se montan por la mañana y se desmontan por la tarde. Se ingiere en platos hondos de latón y mejor no ver el proceso de lavado de los mismos –por falta de agua corriente-, aunque si procuran la mayor higiene posible. Para los más desahogados, existe la posibilidad de sacarse un abono mensual de una piscina de hotel, a 120 € o comer latas de sardinas, a 2 €  la unidad, pollo a 8 € o un plato de lasaña, a 10 €, en el supermercado más solvente de la ciudad, dotado de productos franceses y cuyos clientes son blancos (o chachas negras).
                                                                                      Dakar
            Los borrachitos, campamos a nuestras anchas en esta ciudad. Buena cerveza, a 80 céntimos –medio litro- y botella de ginebra o güisqui, a 2,20 €. Al atardecer, la ciudad es tomada por corredores y trotadores –lugareños y turistas-, que recorren la línea costera, desde el punto más occidental de esta ciudad, donde se observan bellos acantilados y a gente, que –sin tener otro remedio- ha ocupado el bonito lugar, para tener una mísera forma de vida.

            Si todo va bien, tendremos que volver, al menos, dos veces más a esta ciudad, por lo que aún tendremos mucho tiempo, de seguirla saboreando y de emitir más opiniones.

El diablo sobre ruedas

            ¿Es el transporte público de Senegal, el peor del mundo?. En el fragor de la batalla, cualquiera diría que si, pero esperaremos a estar más reposados de un día horrible, para dar una opinión más neutra. Echar la jornada entera, para una distancia de 200 kms, no es infrecuente en Senegal, aunque sea entre grandes capitales. Al viajero le dan rabia, las diferentes incomodidades –ajenas a ser un país pobre y si muy desorganizado-, pero los resignados lugareños, como ocurre en buena parte de África, las sufren en silencio, durante toda su vida.
                             San Louis       
            En África no se viaja por placer, sino por necesidad. El lugareño o lugareña –en este último caso, cargada con un crío de pocos meses, que chupa de la negra teta, compatibilizándolo con comer magdalenas o tomar refrescos-, se trasladan por algo: un fallecimiento, un nacimiento, una enfermedad, un esperado y próspero negocio…Quién sea previsor y dadas las circunstancias, debe contar al menos, con día para ir, otro para volver, otro para el evento y uno más, por si acaso (cosa bastante probable).

            En Senegal hay tres tipos de transporte, con tarifas reguladas, precios muy dispares y muchos pelmas, que viven de ellos. Empezamos mal: el taxi “sept places”, a veces, transporta a nueve viajeros (esto todavía, es más frecuente, en Mauritania). Vale el doble, que lo más económico, aunque tiene cierta frecuencia.
                                                                             San Louis       
Luego está el minibús, de unas 15 ó 16 plazas, que supone una incertidumbre controlada. El “ndiaga ndiaye”, aunque barato e incomodo –cosa que ya dábamos por supuesto-, supone armarse de paciencia y de otras muchas virtudes. que nosotros no poseemos. Para una ruta transitada, puede suponer cuatro horas de espera, entre el calor, las moscas, la incomodidad del asiento y la insensibilidad del transportista y los de la merienda de negros, que le rodean y asisten.

Luego, te expones a controles de policía –normalmente rápidos-, numerosas paradas –con causa o sin ella- y al monótono peregrinar, con sus bolsas, de los escasos vendedores ambulantes, que repetitivamente, comercializan naranjas, a precio europeo, que ni siquiera se recogerían, en casi ningún otro país del mundo. Finalmente y si todo va bien, te puedes enfrentar a cambios de vehículo, aglomeraciones al subir y bajar del transporte –con posibles, aunque improbables robos y pérdidas- y a que te dejen, en mitad de la nada, sin ni siquiera una sonrisa.

            Pongamos un ejemplo, como es el ir de Saint Louis a Dakar: te levantas a las 7:45 de la mañana y tras alguna gestión pendiente, llegas a la estación una hora después. Pasan tres horas y carenta y cinco minutos, hasta la partida del maldito cacharro, una vez que se ha completado la última e incómoda plaza.
 San Louis       
Para hacer 200 kilómetros, empleamos tres horas y media, hasta un cambio de vehículo y otras dos horas y cuarto más, hasta que te depositan en medio de una autopista a ocho kilómetros de la ciudad. Dependiendo de la hora, tienes transporte público o no, para llegar a ella. Aunque, gracias a algún lugareño y a achuchar a algún taxista, finalmente, nos ponemos en el destino, con el deber cumplido, pero con mucho desgaste, que al menos es compartido. Porque, a pesar de todas las inconveniencias de los viajes, en el primero éramos dos personas y en este quinto, seguimos siendo los mismos.
                                                                                              Dakar

Una isla de mil ambientes

                                                                                           San Louis
            Saint Louis es un soplo de aire fresco, después de transitar más de 2000 kms, por el desierto del Sahara. Aunque el viento y la arena, en clara confabulación, contra el ser humano, te llenan inexorablemente, todo el cuerpo y la ropa de polvo, también aquí.
                                                                                San Louis       
El puente de hierro de esta ciudad, de unos 500 metros de longitud, es todo un emblema del África occidental. Gustavo Eiffel lo diseño para el Danubio, pero acabó en el río Senegal. Saint Louis se divide en cuatro áreas, a efectos turísticos. Una zona anodina, donde está la nueva –es un decir- estación de autobuses y nuestro correcto y barato albergue. Otra, junto al puente pero sin cruzarlo, donde se halla un vibrante y aglomerado mercado, al lado de lo que fue la antigua estación de trenes –hoy en desuso-. En África, nada se reforma o se derriba, mientras sea para uso turístico. Simplemente, se deja al devenir del tiempo.
                                                                                       San Louis       
No ocurre lo mismo, con todos los despojos, que llegan de Europa, en forma de vehículos, frigoríficos irreparables o recauchutados de rueda. Para darles una utilidad, se trabaja a fondo y miles de familias, viven de ello. En este continente, siempre hay una solución para dar utilidad, a lo aparentemente, inutilizable.

            Las otras dos zonas son la turística en si –bastante cuidada, gracias a la labor de bancos y hoteles, que utilizan los edificios como sede- y la genuina y autentica, que linda con el mar, donde los coches de caballos –como si fuera otra época-, hacen casi de exclusivo transporte y las calles transversales, permanecen sin asfaltar, con el suelo lleno de arena, cabras, burros, niños, redes de pesca, puestos rudimentarios de pescado frito... La playa es salvaje y en ella tienen cabida, todo lo citado anteriormente y más. Menos bañistas.
 San Louis, arriba y abajo       
La infancia en este lugar, como en otras tantas partes de África, se disecciona en dos. Los más pequeños –ya bastante avispados-, que disfrutan o se contrarían, al juntar el blanco de nuestras manos y el negrísimo de las suyas y los ya evolucionados, de más de diez años, que exigen –más que piden- “cadeaus” (regalos), ya sea en forma de dinero –preferible- o de cualquier cosa, que lleves a mano.

            Mañana partimos hacia Dakar, siendo 29 de febrero. Es la segunda vez consecutiva, que en esta fecha, nos encontramos de viaje largo. Puerto Natales (Chile), en 2008, fue la protagonista de esa fecha. Llegar a la capital de Senegal, era nuestro primer objetivo, de este viaje por África occidental. A partir de ahí, trataremos de acometer metas mayores.
                                                                                                 San Louis       

martes, 15 de mayo de 2012

La frontera de Rosso no es tan fiera, como la pintan


                                                                                                   Rosso
            El garaje Rosso es una simple explanada mugrienta, donde la mafia del transporte trata de achuchar al viajero, cobrando por el equipaje, dado que las tarifas del trasporte, parecen fijas. Los taxis llamados, “sept places”, en realidad acogen a nueve viajeros, algunos espigados y estilizados negros, que no se sabe muy bien, donde meten las piernas.

Por el camino a la frontera, eguimos con los controles de seguridad. La verdad es, que no se entiende muy bien, a que tienen miedo, en este tranquilo y amable país, de gente afable y resignada, donde ni siquiera necesitan invertir una sola ouguiya, en controles de alcoholemia.
Rosso
            Rosso resulta ser auténtico y merece la pena pasearlo con calma y explorar su vibrante mercado. Pensábamos pasar el día aquí, pero no nos hubiera quedado otro remedio, dado que la frontera, hoy está cerrada, por elecciones en Senegal. Siempre nos toca a nosotros, la celebración local.

La gente es espontánea y quieren que les fotografíes. El Islam es aquí más relajado –o lo parece-, aunque la diversión, sigue sin existir. Si no es, por el placer que nos da ver camellos, orondas vacas, cabras, burros, caballos, perros… viviendo en perfecta armonía y compartiendo escenario, con los niños que salen del colegio, en una calurosa tarde de domingo.

            En las dos televisiones que encontramos en toda la ciudad, las opciones se reparten, entre ver un partido del Rayo Vallecano o seguir un culebrón. Y ambas, tienen sus numerosos seguidores.
                                                                            Rosso
            La frontera –que cruzamos al día siguiente, tras ser devorados por los mosquitos y pulgas del decadente e insufrible hotel-, no es tan fiera como la pintan o tal vez, haya mejorado en los últimos tiempos. El trato de la policía senegalesa y mauritana, es amable e intachable. Y el ferry para cruzar el río –sorprendentemente, en África- es gratuito

Otra cosa es y ya con los trámites burocrático-fronterizos resueltos, enfrentarse al caos del transporte senegalés y a la infrecuencia de los malditos cacharros, a Saint Louis y a que, de nuevo, quieran cobrar por el equipaje.
Rosso (parte de Senegal)
Pero, la llegada a esta agradable ciudad –que en nada parece subsahariana-, lo compensa todo. Y mucho más, degustando una fresca y ansiada cerveza, que durante los últimos doce días, nos ha sido negada: desde que partimos de Rabat, hasta hoy. ¡Mucha tierra de por medio, entre ambos momentos!. 

Sorprendente, pacífica y aburrida, Mauritania

           Tras diversas indagaciones matutinas y con dolor, decidimos cancelar la visita a Chinguetti. Es complejo: tendríamos que tomar el Tren del Acero, hasta Choun, llegando por la noche, sin saber si hay alojamientos. De ahí, transporte a Matar y nuevo cambio a Chinguetti, donde tampoco, sabemos si hay hoteles (es un lugar pequeño).
                                                                          Nouadhibou
Las circunstancias propician, que nos veqmos avocados a pasar un día más en Nouadhibou, pero más que para aburrirnos, nos sirve para exprimir las esencias de la ciudad, descubriendo un concentrado mercado, donde de lo que venden, no querría ni el 70% de las cosas, regaladas. Poco ambiente y puestos muy juntos, aunque bien estructurado.

Junto a tanta cacharrería, sólo un puesto de pescado y tres de carne. Más concurridas se hallan las incipientes galerías comerciales, donde venden teléfonos móviles, portándolos de la mano, en el exterior de las tiendas. Además, nos topamos con diversas zonas gremiales, en las que almacenan productos perecederos o venden centenares de maletas y bolsos. Algún día, es seguro, que llegaran los compradores. Pero, no se intuye próximo

            A la jornada siguiente, nos encaminamos a Nouakchott, en un moderno microbús de 16 plazas, donde viaja un empresario alicantino, relacionado con el pescado, que negocia a voces, lenguados rubios y tigres. España tiene bastante presencia empresarial en Mauritania, también a través de la construcción.
Nouakchott
 Nouakchott es una ciudad sin estructura –en este sentido, la peor capital de África- donde el sky line, lo debe constituir un edificio de tres plantas, de la mayoría, que aún siguen en paralizada construcción. El deporte nacional en este país, es amontonar piedrecitas y arena, y cargar conchas de la playa, en camiones, con fines desconocidos, aunque suponemos, relacionados con la construcción.

Tal vez, Mauritania sea el país más aburrido del mundo, aunque sus habitantes, parecen felices, sin ocio alguno conocido. No hay terrazas donde tomar té, ni pantallas gigantes donde contemplar el fútbol. Apenas, unos cuantos vendedores callejeros de café touba –una variedad poco cargada de café sólo, algo especiada y muy agitada-.

Para los escasos guiris que pululamos por el país –la mayoría franceses-, la vida es tan expectante, como tediosa: sin cerveza o alcohol, con comida repetitiva, con albergues caros y nefastos, con camas sin somier, sin apenas variedad de frutas, verduras o dulces, sin especialidades culinarias locales, sin ni siquiera la posibilidad de fumar algo, para el que lo quiera (no es nuestro caso)…
                                           Nouakchott
Senegal nos espera. Aunque, para que todo salga bien, deberemos cruzar la afamada y nefasta frontera de Rosso y esperar, que los conflictos, que se han iniciado en el país vecino con motivo de las elecciones, no vayan a más.

Mauritania ha sido una novedosa experiencia, pero con una vez, ¡BASTA!.

Objetivo Mauritania


            Tras abandonar El Aaiun, los controles policiales nos siguieron molestando, al grito, de ¿cuál es su profesión?. Por supuesto, siempre fuimos sinceros en nuestras respuestas: periodista y terrorista, como Alá manda. A los franceses, no les piden nada, ni les hacen preguntas. Debe ser, que todos tienen oficios muy adecuados y prósperos.
Vendiendo su trabajo, en Dakhla


Después de una noche de viaje, llegamos a Dakhla, última ciudad poblada, antes de arribar a Mauritania, aunque aún muy alejada de la frontera. No hay transporte público, por lo que el que no tenga vehículo propio, acabará cayendo en las manos del dueño del hotel Sahara. El lugar es tan adecuado y afable, como el dueño, pesetero. Pero, él tiene la sartén por el mango. El precio –caro, aunque depende, como se interprete- es innegociable y ha subido un 20%, en dos años.

Tras hacer noche, partimos a la hora convenida, en un antiguo Mercedes, bien mantenido, junto a un chico marroquí y una oronda señora, a la que llamamos “la chupa-chups” de fresa y nata, por su vestimenta. Es medio liberal: va tapada hasta las cejas, pero fuma como una coracha. ¡Esto ya no es lo que era!
                                   Desierto del Sahara
                                                                                              
El desierto sigue siendo tan desértico y vulgar, como en los últimos tiempos. La frontera de Marruecos es desorganizada y nuestro conductor, para adelantar tiempo, trapichea y soborna a los funcionarios. Atravesamos unos cinco kilómetros, de tierra de nadie, sin asfaltar o siquiera alisar. Quién no conozca la zona, puede acabar no encontrando nunca, el puesto fronterizo mauritano.

Entramos en el nuevo país, rodeados de amabilidad, simpatía y trámites sencillos. A pesar de que sigan obsesionados, con nuestra profesión y el itinerario. Cuentan hasta con un escáner, lleno de arena y polvo, como todo aquí. No hay control aduanero, así que los tres litros de alcohol marroquí, que llevamos camuflados en botellas de agua, se van para adentro.

La carretera vuelve a ser buena. Hay algo más de tráfico, que desde Dakhla, donde hemos pasado más de una hora, sin cruzarnos con nadie. Adelantamos a varios camiones, de inquietante remolque vacío. Hasta aquí, ya no se adentran las caravanas de los acomodados jubilados europeos.

Nouadhibú resulta desconcertante, por varios motivos, aunque no, porque todas las calles, asfaltadas o no, estén llenas de polvo y arena, Es una urbe sin estructura, de plantas bajas, en torno a una circunvalación. Cada uno ha construido donde ha querido y lo que le ha dado la gana. Poco caos y escasos transeúntes en un lugar, donde resulta difícil saber, donde y de que viven.
Nouadhibou
Los puestos callejeros son escasos: de mandarinas y naranjas, recargas de móviles, cigarrillos sueltos y chupa-chups. Gran amabilidad, para una localidad, donde ni siquiera hay bares de te o café y donde los niños juegan en futbolines, con solo la mitad de los jugadores y al lado de coches destrozados y saqueados, de todo lo que tuviera valor.

Mauritania es cara y en estas primeras horas, nos sentimos contrariados por algunas cosas. Pero no, desde luego, porque tanta gente hable nuestro idioma y porque casi todo lo que se vende aquí, proviene de marcas de nuestro país, adquiridas en Ceuta y Melilla y transportadas, a través de Marruecos y Sahara Occidental. No me extraña, que los polis hayan sido tan considerados en la frontera.       

lunes, 14 de mayo de 2012

"¡¡Allí, ya no hacemos nada!!"

          Sin lugar a dudas, se trata de la frase del viaje, en el tiempo que ha transcurrido, entre nuestro aterrizaje en Nador y las escasas horas, que nos restan para abandonar el Sahara Occidental, camino de la enigmática Mauritania. En esta zona del globo –como en otras-, los emigrantes comienzan a retornar, con el convencimiento y la decepción, de que lo de la crisis, ha sido un invento de occidente, no se sabe muy bien para que.
                                                                                 Tarfaya
La mayoría de los que así se expresan, más con calma y sosiego, que con resentimiento, han trabajado en España y quieren a nuestro país con locura. Pero, han llegado a la conclusión –varias veces escuchada, en estos días- de que, en Marruecos o en el Sahara, sigue habiendo trabajo, para el que lo quiera. ”No da para lujos, pero al menos, si llega para vivir, porque aquí los precios de las cosas, no se desorbitaron, ni nadie se volvió loco. ¡Allí, ya no hacemos nada!”
                                                                                   El Aaioún
            España y Marruecos, son dos países, culturalmente muy diferentes. Desde el Magreb o el Sahara Occidental, nadie lo discute, ni ponen reparos. Pero, si se asombran y contrarían de qué hace unos pocos años, por el alquiler de una casa en Madrid, se pagaban, 1.200 euros y hoy, sabiéndolo negociar, se pueda sacar por 600. Si esto es difícil de entender para un europeo, imaginaos, para un musulmán. 

"Somos como los vascos. Ellos ponen bombas y nosotros tiramos piedras"

                                                                                 Desierto del Sahara 
              Abandonamos Tarfaya, contemplando como los niños se divierten, jugando al fútbol con un bote y las niñas, a las casitas, con cajas vacías de leche, zumos y yogures. Hemos tenido suerte, porque nada más llegar a la parada, hemos completado un taxi compartido. El conductor y uno de los viajeros, hablan perfecto español. El primero, porque ha vivido en Majadahonda. Casado con una filipina, tiene dos hijos españoles. Con las leyes de 2005, fue expulsado a Nador, algo que no nos cuadra, teniendo vástagos nacidos en España. El segundo es un amable saharaui, que tras larga y agradable conversación y después de que nos paren 17 minutos, en un exigente control policial, a la entrada de El Aaiún, nos lanza la frase contenida en el título de este post, de forma contundente.

            Sin embargo, la cosa no parece tan cierta. El extranjero que llega a esta ciudad, no contempla resistencia activa o protestas mediante escritos o pintadas –como ocurre en Palestina-. El Aaiún es una ciudad tranquila, moderna y civilizada, que ofrece muestras de un buen nivel de vida. Aunque, resulta algo clónica: una mezquita es igual a otra, una tienda a su competidora, un puesto al de al lado, un edificio al de enfrente. ¡Aburre!. No sé porque, pero nosotros nos habíamos imaginado, otro escenario muy distinto. Dakhla

            El aire sopla fuerte y de repente se detiene y así, todo el día. Debido a ello, en diez minutos es verano y en otros cinco, invierno. Toda la ciudad es de color ocre, al igual que las nubes, suponemos, preñadas por el omnipresente polvo del desierto.

            Ayer fue domingo y hoy lunes, la urbe está más animada y salvo conversaciones particulares, nada recuerda, que nos hallemos en un territorio ocupado. El ambiente es hospitalario, aunque guardamos nuestras prevenciones. Muchos sólo se nos acercan, para espetarnos: “viva el Sahara libre y viva el Frente Polisario”, en perfecto español. La mayoría son críos, que no llegaran a los quince años y que no deben tener ni idea, del meollo del conflicto. La gente de más edad, apenas abre la boca. Vive y deja vivir, desengañada y con la callada convicción, de que más vale una relativa prosperidad económica, que profundizar en el odio.
                                        El Aaiúsn
Nos topamos con varios jóvenes combativos de palabra –que nos invitan a te y se fotografían con nosotros-, que, sin embargo, están muy poco dispuestos a pasar a la acción. Por un lado, dicen: “a por ellos, que son pocos y cobardes”. Pero por el otro, que “su revolución sólo parte desde el alma”. Sus ropas y sus móviles, de última generación, denotan que son de clase acomodada. Al menos, nos ponen en la pista, de dos hechos, que el adversario no desmiente: la riqueza del Sahara Occidental, no está en la arena del desierto, sino en los prósperos caladeros de pescado. Y que El Aaiún, es la ciudad de la policía: “están infiltrados en todos los sectores de la vida cotidiana y de la sociedad. ¡Hasta el tío que te vende las patatas o los frutos secos, es uno de ellos!”

            Compartiendo el retraso del bus, a Dakhla, charlamos con un joven, que viene con su novia, del entierro de un sobrino, de 17 años, muerto en un accidente de moto. Su madre es marroquí, y su padre y su futura esposa, saharauis. No quiere saber nada de política y entiende y rehuye a las dos partes. Es viajado y liberal y aún así, dice que su sobrino, ahora estará mejor, porque ya ha llegado al paraíso. La maldita religión, acaba siempre poniendo el punto sobre la i, en cualquier conversación. Sea la que sea.