Todas las fotos de este post son, de Gili Trawangan (Indonesia)
Y, os preguntaréis, ¿que hacen los guiris en las playas del tercer mundo?
Después de varios años de trabajo de campo, aún no lo he descubierto y para mí desgracia, cada vez arrastró más enigmas.
Para empezar, vayamos con sus alojamientos. Los más pudientes o despreocupados sacan músculo y deciden pagar a precios del prime lor mundo, resorts idílicos con cascadita y piscina, que casi nunca usan, porque la mayoría están vacías y así, viven en su propia burbuja. Si salen, será solo para llevar a cabo actividades de las que hablo más abajo.
En la vertiente más clásica y económica, están los animales de hostel, que pagan por una cama de dormitorio compartido, el doble de lo que les costaría una habitación privada, en una de las numerosas y agradables guest houses, Homestay, cotagges..., que abundan en las islas Gili. ¡Ellos son así y no los vas a cambiar!
Una de las actividades favoritas es, alquilar una bicicleta -sobre todo ellas- y deambular a ritmo cansino, por lugares, donde los pies bastan. O, en el caso de las Gili, rentar un pequeño paseo en un carro tirado por caballos o burritos.
Lo que tiene bastante éxito -y es caro de narices, además de muy irresponsable- es, apuntarse a la aventura del party boat (las chicas pagan mucho menos, como en las discotecas de los ochenta). Se trata de un recorrido en un inestable barco, masificado, por los alrededores de las islas, bebiendo como cosacos -la mayoría de las bebidas, no están incluidas en la tarifa base-, hasta desmadrarse o acabar cayendo por la borda. Asistimos a un desembarque nocturno, donde les costaba descender, ubicarse, y mantenerse erguidos, mientras declaraban su amor los chicos: "I LOVE you", al cansado, resignado y paciente guía.
Otra actividad es la de aprender a bucear -en 20 o 40 minutos-, de forma exprés. Aunque la mayoría se conforman con un buen caso de cerveza o de pseudo sangría, sentados en un taburete de cemento colocado dentro de la piscina-bar de un hotel.
Ir al restaurante de moda, que cita la última edición de la Lonely Planet, resulta imprescindible y obligatorio. Da igual, lo que se coma, pero hay que estar allí, por lo que pueda pasar y para decir en las redes sociales, que has almorzado en este lugar, codeándose con otros guiris tan "cool" y estupendos, como tú.
Les encanta andar descalzos por la calle principal, a pesar de los barros, los lodos eternos y los excrementos de los caballos. Al fin y al cabo, esta isla, está llena de centros de atención médica, abiertos las 24 horas, donde te tratan desde la mamada del party boat, hasta la malaria o la rabia (el único peligro, en este caso, resultan ser, los pacíficos gatos, que corretean por las destartaladas calles).
Por supuesto, cuando cae una gota de lluvia, se recogen en su hotel, aunque resisten impasibles e impertérritos, al cotidiano espectáculo de las calles llenas de basura y escombros y a los edificios derrumbados y abandonados.
Por supuesto, ellos presumen de pecho enrojecido, sin camiseta y ellas, de tetas, que cuando circulan en bici o a caballo, botan para el delirio de los lugareños musulmanes, que gritan: "sexy, sexy"
Por supuesto, no abandonan la calle principal, junto a la escombrada playa. Solo saldrán de esta zona "de confort", si la recomendación de la guía de turno, lo aconseja o algún lugareño más avispado, que los demás, les incita a hacerlo y les mete un gol en forma de estafa.
Alguien entiende, ¿que motiva a gentes supuestamente normales, a pegarse 26.000 kilómetros de avión -ida y vuelta- para llevar este estilo de vida?
Le dejo expuesto, para la esperada respuesta de los sesudos antropólogos, aunque me temo, que les va a costar encontrarla.
Y, os preguntaréis, ¿que hacen los guiris en las playas del tercer mundo?
Después de varios años de trabajo de campo, aún no lo he descubierto y para mí desgracia, cada vez arrastró más enigmas.
Para empezar, vayamos con sus alojamientos. Los más pudientes o despreocupados sacan músculo y deciden pagar a precios del prime lor mundo, resorts idílicos con cascadita y piscina, que casi nunca usan, porque la mayoría están vacías y así, viven en su propia burbuja. Si salen, será solo para llevar a cabo actividades de las que hablo más abajo.
En la vertiente más clásica y económica, están los animales de hostel, que pagan por una cama de dormitorio compartido, el doble de lo que les costaría una habitación privada, en una de las numerosas y agradables guest houses, Homestay, cotagges..., que abundan en las islas Gili. ¡Ellos son así y no los vas a cambiar!
Una de las actividades favoritas es, alquilar una bicicleta -sobre todo ellas- y deambular a ritmo cansino, por lugares, donde los pies bastan. O, en el caso de las Gili, rentar un pequeño paseo en un carro tirado por caballos o burritos.
Lo que tiene bastante éxito -y es caro de narices, además de muy irresponsable- es, apuntarse a la aventura del party boat (las chicas pagan mucho menos, como en las discotecas de los ochenta). Se trata de un recorrido en un inestable barco, masificado, por los alrededores de las islas, bebiendo como cosacos -la mayoría de las bebidas, no están incluidas en la tarifa base-, hasta desmadrarse o acabar cayendo por la borda. Asistimos a un desembarque nocturno, donde les costaba descender, ubicarse, y mantenerse erguidos, mientras declaraban su amor los chicos: "I LOVE you", al cansado, resignado y paciente guía.
Otra actividad es la de aprender a bucear -en 20 o 40 minutos-, de forma exprés. Aunque la mayoría se conforman con un buen caso de cerveza o de pseudo sangría, sentados en un taburete de cemento colocado dentro de la piscina-bar de un hotel.
Ir al restaurante de moda, que cita la última edición de la Lonely Planet, resulta imprescindible y obligatorio. Da igual, lo que se coma, pero hay que estar allí, por lo que pueda pasar y para decir en las redes sociales, que has almorzado en este lugar, codeándose con otros guiris tan "cool" y estupendos, como tú.
Les encanta andar descalzos por la calle principal, a pesar de los barros, los lodos eternos y los excrementos de los caballos. Al fin y al cabo, esta isla, está llena de centros de atención médica, abiertos las 24 horas, donde te tratan desde la mamada del party boat, hasta la malaria o la rabia (el único peligro, en este caso, resultan ser, los pacíficos gatos, que corretean por las destartaladas calles).
Por supuesto, cuando cae una gota de lluvia, se recogen en su hotel, aunque resisten impasibles e impertérritos, al cotidiano espectáculo de las calles llenas de basura y escombros y a los edificios derrumbados y abandonados.
Por supuesto, ellos presumen de pecho enrojecido, sin camiseta y ellas, de tetas, que cuando circulan en bici o a caballo, botan para el delirio de los lugareños musulmanes, que gritan: "sexy, sexy"
Por supuesto, no abandonan la calle principal, junto a la escombrada playa. Solo saldrán de esta zona "de confort", si la recomendación de la guía de turno, lo aconseja o algún lugareño más avispado, que los demás, les incita a hacerlo y les mete un gol en forma de estafa.
Alguien entiende, ¿que motiva a gentes supuestamente normales, a pegarse 26.000 kilómetros de avión -ida y vuelta- para llevar este estilo de vida?
Le dejo expuesto, para la esperada respuesta de los sesudos antropólogos, aunque me temo, que les va a costar encontrarla.